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03/01/2022

LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ
Dispara, yo ya estoy muerto: Radiografía de un bestseller modelo palestino-israelí

Luis E. Sabini Fernández, 29-12-2021

Julia Navarro, su autora, niega enfáticamente que una novela como Dispara, yo ya estoy muerto[1] sea en absoluto una novela histórica porque lo que hace es “historias de personajes”.

Una novela es siempre “historia de personajes”. Y se le atribuye el carácter de “novela histórica” a aquellas historias de personajes que se entretejen con datos históricos reales. Algunos autores tienen la precaución de integrar en su relato ficticio personajes históricos únicamente con los datos reales conocidos y dejando en todo caso el tejido novelesco para los personajes gestados por el autor. 

Julia Navarro invoca permanentemente tramos históricos, reales, verificables, en su construcción. Entretejiendo los destinos de dos familias, una judía y otra palestina, desde los mismísimos fines del siglo XIX.

Y procura un minué histórico, sucediéndose las generaciones de ambas familias, entrelazadas emocional, material y hasta amorosamente (aunque la disonancia palestino-judío convierta esos amores en conflictos de altísimo voltaje).

Con el buen tino de presentar prácticamente a todos sus personajes como buenos.

Sin embargo, el relato está plagado de trampas históricas, culturales, políticas ideológicas, de tal envergadura que uno bien puede preguntarse sobre el origen, el perfil y hasta el motivo de tantas incongruencias y falsedades que no provienen del carácter novelesco sino de lo que está tomado como marco histórico.

El comienzo del contrapunto señalado aparece en el capítulo 3, página 159 en esta edición, de un total de 900 páginas. Casi al comienzo, diríamos. Pero toda la primera parte, esas 160 páginas, nos muestran al verdadero protagonista de todo el relato, Samuel Zucker, que se prolongará en el personaje de su hijo, Ezequiel.

Ese hombre, judío, con abundante fortuna y más abundantes infortunios, es el eje de todo el relato. Un ruso judío que en rigor es un judío ruso que no es sionista.

Los personajes palestinos son también extraordinariamente nobles, pero en general funcionan como contrafiguras. Y los personajes más extraordinarios entre los palestinos tienen a menudo alguna “mancha” que no vemos en los judíos: Mohamed, por ejemplo, tan íntegro en su vida emocional y política, es contenidamente irascible; Wädi, un esforzado docente, carente de toda agresividad, osado, abnegado, vivirá su vida con cicatrices en su rostro producidas por un salvataje que acometió como niño para con otro niño más chico, judío.

Navarro hace fácil el reparto de roles en el “bando judío”: atribuye vejaciones y asesinatos a sionistas del Irgún o de Lehi, y no hay un solo acto de agresión de la Haganá. No solo eso, sino que adopta acríticamente, el término que el sionismo en el poder le otorgará a su ejército: Ejército de Defensa de Israel, Fuerzas de Defensa de Israel. Así se denomina oficialmente a un ejército de ocupación.

Ben Gurion o Golda Meir son presentados como sionistas partidarios consecuentes de la paz, igual que la Haganá. Sabemos que hay una historia oficial que dice eso, pero choca demasiado penosamente con los datos históricos.