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29/06/2023

JEAN-FRANÇOIS BAYART
¿Adónde va Francia?

 Jean-François Bayart, Le Temps, 8/5/2023
Traducido por Fausto Giudice, Tlaxcala

Jean-François Bayart (Boulogne-Billancourt, 1950), especialista en sociología histórica y comparada de la política, es profesor en el IHEID de Ginebra, donde ocupa la cátedra Yves Oltramare de “Religión y política en el mundo contemporáneo”. También es titular de la Cátedra de Estudios Africanos Comparados de la Universidad Politécnica Mohamed VI (Rabat). Es autor de varios ensayos, entre ellos L'Illusion identitaire (Fayard, 1996) y Le Gouvernement du monde (Fayard, 2004). Ha publicado L'impasse national-libérale, Globalisation et repli identitaire (La Découverte, 2017) y L'énergie de l'État, Pour une sociologie historique et comparée du politique (2022). Publicaciones

OPINIÓN. Según Jean-François Bayart, profesor del IHEID, Francia está entrando de lleno en el campo de las democracias “antiliberales”. Para él, Emmanuel Macron vive en una realidad paralela y juega con fuego.

 Agentes de policía armados custodian el Consejo Constitucional, poco antes de su decisión de rechazar un referéndum sobre la reforma de las pensiones. París, 3 de mayo de 2023 - © YOAN VALAT / keystone-sda.ch

¿Adónde va Francia? se pregunta Suiza. La respuesta equivocada sería detenerse en la burla culturalista de los galos eternamente descontentos. La crisis es política. Emmanuel Macron se proclama miembro del “extremo centro” encarnado a lo largo de la historia de Francia por el Directorio, el Primer y el Segundo Imperio, y diversas corrientes tecnocráticas sansimonianas. Es el último avatar de lo que el historiador Pierre Serna llama el “veneno francés”: la propensión al reformismo estatista y antidemocrático a través del ejercicio cameral y centralizado del poder.

El conflicto de las pensiones es un síntoma del agotamiento de este gobierno de extremo centro. Durante treinta años, no han faltado advertencias, que las sucesivas mayorías han desoído con un gesto de la mano, clamando corporativismo, pereza e infantilismo del pueblo. Administrada de forma autoritaria y a menudo grotesca, la pandemia de Covid-19 sirvió de prueba de choque para los servicios públicos de los que el país se enorgullecía y que, además de sus servicios, proporcionaban parte de su identidad.

Emmanuel Macron, con todo su estilo jupiteriano, está exacerbando la aporía en la que ha caído Francia. Nunca ha habido nada “nuevo” en él, y su postura de hombre “providencial” es una figura trillada del repertorio bonapartista. No puede imaginar otra cosa que el modelo neoliberal del que es puro producto, aunque sea combinándolo con una concepción cursi de la historia nacional, a medio camino entre el culto a Juana de Arco y la fantasía reaccionaria del Puy du Fou. Su ejercicio del poder es el de un niño inmaduro, narcisista, arrogante, sordo a los demás, bastante incompetente, sobre todo en el frente diplomático, cuyos caprichos tienen fuerza de ley desafiando la Ley o las realidades internacionales.

Podría ser gracioso si no fuera peligroso. La prohibición del “uso de aparatos de sonido portátiles” para evitar que los opositores armen jaleo, el acordonamiento policial de los lugares por donde transita el Jefe del Estado, el lanzamiento de campañas de rectificación ideológica contra el “wokismo”, la “teoría de género”, el “islamo-gauchisme” “islamozquierdismo”, el “ecoterrorismo” o la “ultraizquierda” son sólo algunas de las muchas pequeñas pistas que no engañan al especialista en regímenes autoritarios que soy. Francia está entrando de lleno en el campo de las democracias “iliberales”.

Un arsenal represivo a disposición de los  poderes siguientes

Algunos gritarán exageración polémica. Yo les pediría que se lo pensaran dos veces, teniendo en cuenta, en primer lugar, la erosión de las libertades civiles en nombre de la lucha contra el terrorismo y la inmigración desde hace al menos tres décadas y, en segundo lugar, los peligros que plantean desde este punto de vista las innovaciones tecnológicas en materia de control político y la inminencia de la llegada al poder de la Agrupación Nacional, a la que los gobiernos anteriores habrán proporcionado un arsenal represivo que hará superfluas nuevas leyes destructoras de libertades.

No se trata aquí de “buenas” o “malas” intenciones por parte del Jefe de Estado, sino de una lógica de situación a la que se presta y que favorece sin comprenderla necesariamente. Macron no es ni Putin ni Modi. Pero prepara el advenimiento de su clon en Francia. En el mejor de los casos, su política es la de Viktor Orban: aplicar el programa de la extrema derecha para evitar su acceso al poder.

En el contexto del hundimiento de los partidos gobernantes, un “bucanero” -por utilizar el término de Marx para referirse al futuro Napoleón III- se ha apoderado del botín electoral cuando Nicolas Sarkozy, François Hollande, Alain Juppé, François Fillon y Manuel Valls abandonan la escena. Le pareció “inteligente”, por seguir citando a Marx, destruir a la izquierda y a la derecha “al mismo tiempo” para instalarse en la comodidad de un cara a cara con Marine Le Pen. Pero Emmanuel Macron sólo fue elegido y reelegido gracias a los votos de la izquierda, ansiosa por conjurar la victoria de la Agrupación Nacional. Su programa, liberal y proeuropeo, nunca ha correspondido a las preferencias ideológicas de más de una cuarta parte del electorado, aparte del creciente número de votantes no inscritos y de abstencionistas que socavan la legitimidad de las instituciones.

Un Presidente ciego y despectivo

A pesar de esta obviedad, Emmanuel Macron, cuya formación y trayectoria le han hecho ajeno a las realidades del “Estado profundo”, y que fue elegido por primera vez a la magistratura suprema sin haber ocupado nunca el más mínimo cargo local o nacional, ha tratado de hacer prevalecer la combinación schmittiana de “Estado fuerte” y “economía sana” promulgando sus reformas neoliberales mediante ordenanzas, pasando por encima de los organismos intermedios y de lo que él llama el “Estado profundo” de la función pública, apoyándose en consultorías privadas o en consejos a-constitucionales como el Consejo de Defensa, reduciendo a Francia al estatus de “nación start-up” y dirigiéndola como un jefe que desprecia a sus empleados, los “galos refractarios”.

El resultado no se hizo esperar. El hombre que quería apaciguar a Francia provocó el movimiento social más grave desde mayo del 68, los Gilets jaunes [Chalecos amarillos], cuyo espectro sigue persiguiendo a la familia Macron. Con la mano en el corazón, Emmanuel Macron aseguró, al comienzo de la pandemia de Covid-19, que comprendía que no todo podía entregarse a las leyes del mercado. En varias ocasiones, prometió haber cambiado para calmar la indignación provocada por su arrogancia. Sin embargo, enseguida demostró que era incapaz de hacerlo. Mantuvo su rumbo neoliberal y se alió con Nicolas Sarkozy en 2022 para imponer una reforma financiera de las pensiones a pesar de la persistente oposición de la opinión pública y de todos los sindicatos, no sin ignorar sus contrapropuestas.

Ante el nuevo movimiento social masivo que le siguió, Emmanuel Macron se refugió en la negación y el sarcasmo. Reivindicó la legitimidad democrática, repitiendo que la reforma formaba parte de su programa y que había sido adoptada por una vía institucional validada por el Consejo Constitucional.

Una realidad paralela

Salvo que: 1) Emmanuel Macron sólo fue reelegido gracias a los votos de la izquierda, hostil al retraso de la edad de jubilación; 2) el pueblo no le dio la mayoría parlamentaria en las elecciones legislativas que siguieron a la elección presidencial; 3) el proyecto de ley trataba de los “principios fundamentales de la seguridad social”, que entran en el ámbito de la legislación ordinaria, y no de un proyecto de ley de “financiación de la seguridad social” (artículo 34 de la Constitución), una cláusula adicional legislativa que permitía utilizar el artículo 49.3 para imponer el texto; 4) el Gobierno se resignó a este procedimiento porque no contaba con mayoría positiva, sino con la ausencia de mayoría para tumbarlo al final de una moción de censura; 5) el Consejo Constitucional está compuesto por políticos y altos funcionarios, no por juristas, y se preocupa menos por el respeto del Estado de Derecho que por la estabilidad del sistema, como ya demostró con su aprobación de las cuentas fraudulentas de la campaña electoral de Jacques Chirac en 1995; 6) el abuso del procedimiento parlamentario suscitó la desaprobación de numerosos constitucionalistas y fue acompañado del rechazo de toda negociación social.

Como en 2018, Emmanuel Macron responde a la ira popular con violencia policial. Las infracciones de la libertad constitucional de manifestación, el uso de técnicas policiales de confrontación y la utilización de armamento de uso militar que causa lesiones irreversibles como abrasiones y mutilaciones han llevado a Francia a ser condenada por organizaciones de derechos humanos, el Consejo de Europa, el Tribunal de Justicia Europeo y las Naciones Unidas.

Frente a estas acusaciones, Emmanuel Macron se hunde en una realidad paralela y radicaliza su discurso político. Apenas reelegido gracias a los votos de la izquierda, incluidos los de La France insoumise, sitúa a esta última fuera del “arco republicano”, cuya delimitación reivindica como monopolio. Ve la mano de la “ultraizquierda” en las protestas contra su reforma. Justifica la violencia policial alegando que es necesaria para combatir la violencia de ciertos manifestantes.

Salvo que, una vez más 1) la negativa, recurrente desde la aportación de los votos de la izquierda a Jacques Chirac en 2002 y el puenteo parlamentario del no en el referéndum de 2005, a tener en cuenta el voto de los electores cuando disgusta o procede de una familia política distinta de la propia desacredita la democracia representativa, alimenta el deletéreo abstencionismo y anima a la gente a emprender acciones directas para hacer valer sus opiniones, no sin éxito en el caso de los Gilets jaunes y los jóvenes alborotadores nacionalistas corsos, a los que se concedió lo que se había negado a sindicatos y representantes electos; 2) el incumplimiento por parte del Estado de las sentencias judiciales cuando están en juego intereses agroindustriales lleva a los ecologistas a ocupar los emplazamientos de los proyectos conflictivos, a riesgo de enfrentarse a ellos; 3) la estigmatización de una ultraizquierda cuya importancia está por demostrar va de la mano del silencio del gobierno ante las agresiones de la ultraderecha identitaria y de los agricultores productivistas que multiplican sus ataques contra los ecologistas.

“Denunciar los excesos estructurales de la policía no significa pertenecer al black bloc

No es ser "amish" y querer volver a la "luz de las velas" para cuestionar el 5G o la incoherencia del gobierno cuando usa granadas para defender megapiscinas mientras las napas freáticas del país se secan. No es ser un bloque negro para denunciar los excesos estructurales de la policía. No hace falta ser de izquierdas para diagnosticar la creciente sobreexplotación de los trabajadores a medida que se precarizan los empleos, en nombre de la lógica financiera, para identificar el desvío de bienes públicos en beneficio de intereses privados, o para deplorar la “pasta loca” repartida entre las empresas más ricas y los contribuyentes. Tampoco hace falta ser un genio para darse cuenta de que la Macronía no ama a los pobres. Su única respuesta es criminalizar las protestas. Ahora quiere disolver la nebulosa Soulèvements de la terre, patrocinada por el antropólogo Philippe Descola, el filósofo Baptiste Morizot y el novelista Alain Damasio. Cuando el ministro de Interior Gérald Darmanin oye la palabra cultura, saca su LBD [Escopeta de Balas de defensa].

En esta carrera precipitada, se dio un paso decisivo cuando el gobierno atacó a la Ligue des droits de l'homme (Liga de Derechos Humanos). Al hacerlo, el gobierno de Macron se situó fuera del “arco republicano”. Esta asociación, surgida del asunto Dreyfus, es inseparable de la idea republicana. Sólo el régimen de Pétain se atrevió a atacarla. En todo el mundo, son los Putin y los Orban, los Erdogan y los Modi, los Kaïs Saïed y los Xi Jinping quienes hacen tales comentarios. Sí, Francia se está volcando.


 Mural de Lekto en Aviñón

 

 

27/06/2023

JEAN-FRANÇOIS BAYART
Où va la France ?

Jean-François Bayart, Le Temps, 8/5/2023

Jean-François Bayart (Boulogne-Billancourt, 1950) spécialiste de sociologie historique et comparée du politique, est professeur à l'IHEID de Genève, où il est titulaire de la chaire Yves Oltramare “Religion et politique dans le monde contemporain”. Il dirige également la chaire d'Études africaines comparées de l'Université Mohamed VI Polytechniques (Rabat). Il est l'auteur de plusieurs essais, dont L'Illusion identitaire (Fayard, 1996) et Le Gouvernement du monde (Fayard, 2004). Il a publié aux éditions La Découverte L'impasse national-libérale, Globalisation et repli identitaire en 2017 et L'énergie de l'État, Pour une sociologie historique et comparée du politique en 2022. Publications

OPINION. La France est bel et bien en train de rejoindre le camp des démocraties «illibérales» juge Jean-François Bayart, professeur à l’IHEID, pour qui Emmanuel Macron vit dans une réalité parallèle et joue avec le feu

Des policiers armés gardent le Conseil constitutionnel, peu avant sa décision de rejeter un référendum sur la réforme des retraites. Paris, 3 mai 2023 — © YOAN VALAT / keystone-sda.ch

Où va la France? se demande la Suisse. La mauvaise réponse serait de s’arrêter à la raillerie culturaliste des Gaulois éternels mécontents. La crise est politique. Emmanuel Macron se réclame de l’ «extrême centre» qu’incarnèrent successivement, dans l’Histoire, le Directoire, le Premier et le Second Empire, et différents courants technocratiques saint-simoniens. Il est le dernier avatar en date de ce que l’historien Pierre Serna nomme le «poison français» : la propension au réformisme étatique et anti-démocratique par la voie de l’exercice caméral et centralisé du pouvoir.

Le conflit des retraites est le symptôme de l’épuisement de ce gouvernement de l’extrême centre. Depuis trente ans, les avertissements n’ont pas manqué, que les majorités successives ont balayés d’un revers de main en criant aux corporatismes, à la paresse, à l’infantilisme du peuple. Administrée de manière autoritaire et souvent grotesque, la pandémie de Covid-19 a servi de crash test auquel n’ont pas résisté les services publics dont s’enorgueillissait le pays et qui lui fournissaient, au-delà de leurs prestations, une part de ses repères.

Emmanuel Macron, tout à son style «jupitérien», aggrave l’aporie dans laquelle est tombée la France. Il n’a jamais rien eu de «nouveau», et sa posture d’homme «providentiel» est une figure éculée du répertoire bonapartiste. Il n’imagine pas autre chose que le modèle néolibéral dont il est le pur produit, quitte à le combiner avec une conception ringarde du roman national, quelque part entre le culte de Jeanne d’Arc et la fantaisie réactionnaire du Puy-du-Fou. Son exercice du pouvoir est celui d’un enfant immature, narcissique, arrogant, sourd à autrui, plutôt incompétent, notamment sur le plan diplomatique, dont les caprices ont force de loi au mépris de la Loi ou des réalités internationales.

Ce pourrait être drôle si ce n’était pas dangereux. L’interdiction de l’ «usage de dispositifs sonores portatifs» pour éviter les casserolades des opposants, le bouclage policier des lieux où se rend le chef de l’État, le lancement de campagnes de rectification idéologique contre le «wokisme», la «théorie du genre», l’ «islamo-gauchisme», l’ «écoterrorisme» ou l’«ultra-gauche» sont autant de petits indices, parmi beaucoup d’autres, qui ne trompent pas le spécialiste des régimes autoritaires que je suis. La France est bel et bien en train de rejoindre le camp des démocraties «illibérales».

Un arsenal répressif à disposition des pouvoirs suivants

D’aucuns crieront à l’exagération polémique. Je leur demande d’y regarder à deux fois en ayant à l’esprit, d’une part, l’érosion des libertés publiques, au nom de la lutte contre le terrorisme et l’immigration, depuis au moins trois décennies, d’autre part, les dangers que revêtent de ce point de vue les innovations technologiques en matière de contrôle politique et l’imminence de l’arrivée au pouvoir du Rassemblement national auquel les gouvernements précédents auront fourbi un arsenal répressif rendant superflues de nouvelles lois liberticides.

Il n’est pas question, ici, de «bonnes» ou de «mauvaises» intentions de la part du chef de l’État, mais d’une logique de situation à laquelle il se prête et qu’il favorise sans nécessairement la comprendre. Macron n’est ni Poutine ni Modi. Mais il prépare l’avènement de leur clone hexagonal. Au mieux sa politique est celle de Viktor Orban : appliquer le programme de l’extrême droite pour éviter son accession au pouvoir.

Sur fond d’évidement des partis de gouvernement, un «flibustier» – pour reprendre le qualificatif de Marx à propos du futur Napoléon III – s’est emparé du butin électoral à la faveur de la sortie de route de Nicolas Sarkozy, François Hollande, Alain Juppé, François Fillon, Manuel Valls. Il a cru «astucieux», pour continuer à citer Marx, de détruire «en même temps» la gauche et la droite pour s’installer dans le confort d’un face-à-face avec Marine Le Pen. Mais Emmanuel Macron n’a été élu et réélu que grâce au concours des voix de la gauche, soucieuse de conjurer la victoire du Rassemblement national. Son programme, libéral et pro-européen, n’a jamais correspondu aux préférences idéologiques que du quart du corps électoral, hormis même la part croissante des non-inscrits et des abstentionnistes qui sape la légitimité des institutions.

Un président aveugle et méprisant

Nonobstant cette évidence, Emmanuel Macron, ignorant de par son éducation et son itinéraire professionnel les réalités du pays profond, primo-élu à la magistrature suprême sans jamais avoir exercé le moindre mandat local ou national, a entendu faire prévaloir la combinaison schmittienne d’un «État fort» et d’une «économie saine» en promulguant ses réformes néolibérales par voie d’ordonnances, en court-circuitant les corps intermédiaires et ce qu’il nomme l’«État profond» de la fonction publique, en s’en remettant à des cabinets privés de conseil ou à des conseils a-constitutionnels tels que le Conseil de défense, en réduisant la France au statut de «start-up nation» et en la gérant comme un patron méprisant ses employés, «Gaulois réfractaires».

Le résultat ne se fit pas attendre. Lui qui voulait apaiser la France provoqua le plus grave mouvement social depuis Mai 68, celui des Gilets jaunes dont le spectre continue de hanter la Macronie. La main sur le cœur, Emmanuel Macron assura, au début de la pandémie de Covid-19, avoir compris que tout ne pouvait être remis aux lois du marché. A plusieurs reprises, il promit avoir changé pour désamorcer l’indignation que provoquait sa morgue. De nouvelles petites phrases assassines prouvèrent aussitôt qu’il en était incapable. Il maintint son cap néolibéral et fit alliance avec Nicolas Sarkozy en 2022 pour imposer une réforme financière de la retraite en dépit de l’opposition persistante de l’opinion et de l’ensemble des forces syndicales, non sans faire fi de leurs contre-propositions.

Face au nouveau mouvement social massif qui s’est ensuivi, Emmanuel Macron s’est enfermé dans le déni et le sarcasme. Il argue de la légitimité démocratique en répétant que la réforme figurait dans son programme et qu’elle a été adoptée selon une voie institutionnelle validée par le Conseil constitutionnel.

Une réalité parallèle

Sauf que: 1) Emmanuel Macron n’a été réélu que grâce aux voix de la gauche, hostile au report de l’âge de la retraite; 2) le peuple ne lui a pas donné de majorité parlementaire lors des législatives qui ont suivi le scrutin présidentiel; 3) le projet portait sur les «principes fondamentaux de la Sécurité sociale», lesquels relèvent de la loi ordinaire, et non d’une loi de «financement de la Sécurité sociale» (article 34 de la Constitution), cavalier législatif qui a rendu possible le recours à l’article 49.3 pour imposer le texte; 4) le gouvernement s’est résigné à cette procédure parce qu’il ne disposait pas de majorité positive, mais de l’absence de majorité pour le renverser au terme d’une motion de censure; 5) le Conseil constitutionnel est composé de personnalités politiques et de hauts fonctionnaires, non de juristes, et se préoccupe moins du respect de l’État de droit que de la stabilité du système comme l’avait déjà démontré son approbation des comptes frauduleux de la campagne électorale de Jacques Chirac, en 1995; 6) le détournement de la procédure parlementaire a suscité la désapprobation de nombre de constitutionnalistes et s’est accompagné du refus de toute négociation sociale.

Comme en 2018, Emmanuel Macron répond à la colère populaire par la violence policière. Atteintes à la liberté constitutionnelle de manifester, utilisation de techniques conflictuelles de maintien de l’ordre, usage d’un armement de catégorie militaire qui cause des blessures irréversibles telles que des éborgnages ou des mutilations ont entraîné la condamnation de la France par les organisations de défense des droits de l’homme, le Conseil de l’Europe, la Cour européenne de justice, les Nations unies.

Face à ces accusations, Emmanuel Macron s’enfonce dans une réalité parallèle et radicalise son discours politique. A peine réélu grâce aux voix de la gauche, dont celles de La France insoumise, il place celle-ci hors de l’ «arc républicain» dont il s’arroge le monopole de la délimitation. Il voit la main de l’ «ultragauche» dans la contestation de sa réforme. Il justifie les violences policières par la nécessité de lutter contre celles de certains manifestants.

Sauf que, à nouveau: 1) le refus, récurrent depuis l’apport des suffrages de la gauche à Jacques Chirac en 2002 et le contournement parlementaire du non au référendum de 2005, de prendre en considération le vote des électeurs quand celui-ci déplaît ou provient d’une autre famille politique que la sienne discrédite la démocratie représentative, nourrit un abstentionnisme délétère et pousse à l’action directe pour faire valoir ses vues, non sans succès pour ce qui fut des Gilets jaunes et des jeunes émeutiers nationalistes corses auxquels il fut accordé ce qui avait été refusé aux syndicats et aux élus; 2) le non-respect des décisions de justice par l’État lorsque des intérêts agro-industriels sont en jeu amène les écologistes à occuper les sites des projets litigieux, au risque d’affrontements; 3) la stigmatisation d’une ultragauche dont l’importance reste à démontrer va de pair avec le silence du gouvernement à propos des voies de fait de l’ultra-droite identitariste et des agriculteurs productivistes qui multiplient les agressions contre les écologistes.

«Ce n’est pas être un black bloc que de dénoncer les excès structurels de la police»

Ce n’est pas être un «amish» et vouloir retourner «à la bougie» que de s’interroger sur la 5G ou sur l’inconsistance du gouvernement quand il défend à grand renfort de grenades les méga-bassines alors que se tarissent les nappes phréatiques du pays. Ce n’est pas être un black bloc que de dénoncer les excès structurels de la police. Ce n’est pas être un gauchiste que de diagnostiquer la surexploitation croissante des travailleurs au fil de la précarisation des emplois et au nom de logiques financières, de repérer le siphonnage du bien public au profit d’intérêts privés, ou de déplorer le «pognon de dingue» distribué aux entreprises et aux contribuables les plus riches. Point besoin non plus d’être grand clerc pour comprendre que la Macronie n’aime pas les pauvres. Elle n’a plus d’autre réponse que la criminalisation des protestations. Elle souhaite maintenant dissoudre la nébuleuse des Soulèvements de la terre que parrainent l’anthropologue Philippe Descola, le philosophe Baptiste Morizot, le romancier Alain Damasio! Quand Gérald Darmanin entend le mot culture il sort son LBD.

Dans cette fuite en avant, un pas décisif a été franchi lorsque le gouvernement s’en est pris à la Ligue des droits de l’homme. Ce faisant, la Macronie s’est de son propre chef placée en dehors de l’ «arc républicain». Cette association, née, faut-il le rappeler, de l’affaire Dreyfus, est indissociable de l’idée républicaine. Seul le régime de Pétain avait osé l’attaquer. Sur la planète, ce sont bien les Poutine et les Orban, les Erdogan et les Modi, les Kaïs Saïed ou les Xi Jinping qui tiennent de tels propos. Oui, la France bascule.