Luis Casado, 16/12/2021
Para acceder al trono, las familias reales practicaron los peores crímenes, incluyendo el uxoricidio, el matricidio y el parricidio. También las alianzas espurias. Louis XVIII nombró ministro del Interior al regicida Joseph Fouché, que había aprobado el guillotinamiento de su hermano Louis XVI. En la actualidad se suele practicar la "cocina", el tráfico de influencias y sobre todo la imbecilidad...
Salvador Allende, vistiendo la "camisa de acero" de los combatientes antifascistas
En la Edad Media, Adalberto Iº rehusó levantar el asedio de Tours. El rey Hugues Capet lo llamó al orden preguntándole: “¿Quién te hizo conde?” Adalberto respondió con insolencia: “Y a ti… ¿Quién te hizo rey?”
No. Henri de Bourbon, rey de Navarra –que pasaría a la historia como Henri IV de Francia– nunca pronunció aquella frase apócrifa: “París vale una misa”.
Pero sí es cierto que John FitzGerald Kennedy llegó a la presidencia de los EE. UU. gracias –entre otros– al amable concurso de la mafia: su padre se había enriquecido traficando alcohol en tiempos de la Prohibición y tenía una libreta de direcciones más larga que un lunes sin pan. John F. Kennedy lo pagó caro poco más tarde, en Dallas.
No pocos políticos llegaron al poder mediante componendas de las cuales no estuvo ausente ni la “cocina”, ni el tráfico de influencias, ni las oscuras transacciones, ni el dinero extranjero, ni siquiera el crimen. Todo eso conforma un dato de la causa.
A Sarkozy lo financió ilegalmente Muammar Gadafi, razón por la que luego –ya presidente de Francia– se lo cargó por la sencilla razón que los muertos no hablan (de todos modos, su ministro del Interior acaba de entrar en cana).
En los años 1980 Mitterrand le entreabrió una puerta a la extrema derecha para debilitar a la derecha republicana, gracias a lo cual accedió al Eliseo. El pato de la boda lo pagamos ahora, cuando esa derecha ultramontana se alza como una amenaza real en las presidenciales gabachas de mayo próximo.
Algunas veces las maniobras fallan: ya he contado cómo Fausta Flavia Máxima, esposa del emperador romano Constantino I, intentó subvertir el orden de sucesión imperial acusando a Crispus, hijo del primer matrimonio de Constantino, de querer levantarle la crinolina. Constantino, que estaba a punto de convertirse al catolicismo (lo hizo poco después) hizo asesinar a su propio hijo, posibilitando así la sucesión de un hijo de Fausta Flavia Máxima. No obstante, la madre de Constantino le hizo ver la maniobra y el emperador, ni corto ni perezoso, hizo hervir a Fausta Flavia Máxima quien, según cuentan, dio buena sopa.
En las elecciones presidenciales chilenas asistimos a la puesta en práctica –masiva y determinada– del consejo que canta con ritmo de tonada el Conjunto Cuncumén: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”.