Tras el ataque aéreo contra el hospital Nasser, nuestro llamamiento es más urgente que nunca: los reporteros palestinos necesitan protección internacional inmediata, de lo contrario la voz de Gaza quedará silenciada.
Maryam Abu Daqqa, 8 de octubre de 2020. (Cortesía de la familia Abu Daqqa)
Maryam Abu Daqqa era mi amiga. Era fotoperiodista y madre. El lunes fue asesinada por el ejército israelí en un «doble ataque» contra el hospital Nasser, junto con otros cuatro periodistas. Tenía 32 años.
Conocí a Maryam en 2015 durante un curso de fotografía en el centro italiano de Gaza, donde ella era una de las alumnas. Me atrajo su energía. Recuerdo que pensé que hablaba muy rápido, como si tuviera más ideas que tiempo para expresarlas.
Era de Abasan, al este de Jan Yunis, una ciudad agrícola famosa por sus frutas, verduras y su deliciosa gastronomía. Cada vez que hacía un reportaje sobre la agricultura en esa región, sabía que podía recurrir a ella. Siempre estaba dispuesta a ayudar, y sus fotos del pueblo y sus habitantes nunca dejaban de inspirarme.
Al principio, no sabía que Maryam era madre. Un día, antes de la guerra, mientras trabajaba en Abasan, oí a un niño llamarla: «¡Mamá!». Me sorprendió. Ella se rió y me presentó a su hijo. «Este es Jaith», me dijo con orgullo. «Es mi hombre y me protegerá cuando sea mayor». Me dijo que todo su trabajo era para él.
Desde el comienzo de la guerra, había visto a Maryam varias veces sobre el terreno. Siempre nos saludábamos y nos asegurábamos de que todo iba bien, pero no hablábamos mucho. Siempre estábamos cansadas y estresadas. Los únicos momentos en los que realmente podíamos hablar eran en el hospital de Jan Yunis, donde ella solía ir a hacer reportajes.
Recuerdo haberla conocido durante la ofensiva israelí sobre Rafah en mayo de 2024. Mi camarógrafo se había visto obligado a huir hacia el norte, a Deir al-Balah, dejándome filmar sola con mi teléfono. Maryam apareció en la unidad de cuidados intensivos del hospital europeo, donde estaba entrevistando a un médico usamericano. Al ver que tenía problemas con mi cámara, inmediatamente me ayudó a ajustar la configuración y me dio algunos consejos. Parecía agotada y apenas podía caminar. Era una faceta de ella que no estaba acostumbrada a ver.
Los palestinos se despiden de los periodistas muertos en un ataque aéreo israelí frente al hospital Nasser en Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el 25 de agosto de 2025. (Abed Rahim Khatib/Flash90)
Antes de que se marchara, la abracé y le pedí que tuviera cuidado. Temía por ella; sabía que había estado trabajando en las peligrosas zonas del este de Jan Yunis unas semanas antes. La última vez que la había visto fue en abril, en el hospital Nasser, el mismo lugar donde, unos meses más tarde, sería asesinada por el ejército israelí.
El día en que Maryam fue asesinada junto con otras 19 personas durante el ataque al hospital, yo estaba cerca con mi familia en el campamento de refugiados de Jan Yunis. Una explosión ensordecedora sacudió el suelo. Mi madre sugirió que tal vez se trataba de una casa que había sido alcanzada, pero cuando finalmente encontré señal de Internet y consulté las noticias, la verdad me quedó clara. El dolor y la incredulidad eran abrumadores.
Pensé en su hijo, Jaith, el chico al que ella solía llamar su protector, al que cuidaba con tanto esmero. Pensé en su padre, al que le había donado un riñón para salvarle la vida. Pensé en mi amiga, audaz, aventurera, siempre atenta con los demás.
No hay palabras para describir lo que sentimos.
Desde octubre de 2023, Israel ha matado al menos a 230 periodistas en la Franja de Gaza, más que el número total de periodistas muertos en todo el mundo durante los tres años anteriores, según el Comité para la Protección de los Periodistas. Solo en el último mes, 11 periodistas de Gaza han muerto en ataques israelíes, entre ellos Maryam.
El 10 de agosto, cinco periodistas murieron cuando el ejército israelí atacó una tienda de campaña de periodistas situada justo a las afueras del hospital Al-Shifa, en la ciudad de Gaza. Ese día, mientras revisaba mi teléfono en busca de información sobre un posible alto el fuego, comencé a recibir mensajes de colegas en el extranjero que me preguntaban cómo estaba y si estaba bien. Alarmada, recurrí a los grupos de noticias, que estaban inundados de los primeros informes sobre el ataque.
Un periodista palestino llora la muerte de Anas Al-Sharif y otros colegas tras el mismo ataque israelí, en Gaza, el 11 de agosto de 2025. (Yousef Zaanoun/Activestills)
Entre los seis nombres mencionados, uno de ellos me llamó la atención: Anas Al-Sharif. No era amiga íntima de Anas, solo había hablado con él unas cuantas veces sobre la actualidad en el norte de Gaza, pero sentía que lo conocía bien gracias a sus reportajes.
Aunque llevaba menos de dos años como reportero, Anas había dejado una huella indeleble. A sus 28 años, casado y padre de dos hijos, Anas recorría sin descanso el norte de Gaza, recopilando testimonios de los habitantes y documentando el genocidio en curso con una honestidad inquebrantable. Incluso después de perder a su padre en un ataque aéreo israelí en diciembre de 2023, se negó a abandonar su misión de decir la verdad, mientras soportaba las mismas privaciones que sus vecinos.
De hecho, todos los periodistas de Gaza se han enfrentado en los últimos dos años al hambre, al desplazamiento y a la pérdida de sus hogares y familiares, mientras intentaban transmitir la cruda realidad de Gaza al mundo entero. Yo también pasé largas horas en las calles sin refugio.
Mi madre, que está enferma y aún se recupera con dificultad de una operación de columna, camina a mi lado y al de mi hermana mientras buscamos un lugar, cualquier lugar, donde refugiarnos.
Me encanta mi trabajo como periodista, al igual que mi trabajo como profesora, pero estoy devastada y aterrorizada.
Llevo más de 680 días trabajando sin descanso, con cortes constantes de Internet, sin electricidad, sin un refugio seguro y sin medio de transporte. He seguido reportando desde el comienzo de la guerra porque creo en esa misión, pero lo hago sabiendo que cada día podría ser el último. No hay palabras para describir lo que sentimos como periodistas ante la pérdida sucesiva de nuestros colegas.
¿Por qué Israel ataca a los periodistas palestinos en Gaza? Es sencillo. Somos los únicos que podemos documentar y transmitir lo que realmente está sucediendo sobre el terreno. Cada imagen, cada testimonio, cada programa que producimos rompe el muro del discurso oficial de Israel. Eso nos convierte en peligrosos: al registrar los desplazamientos de población, la hambruna y los bombardeos incesantes, exponemos las acciones de Israel ante el mundo entero.
El lugar donde se produjo un ataque aéreo israelí contra el hospital Nasser de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el 25 de agosto de 2025. (Abed Rahim Khatib/Flash90)
Por eso nos atacan deliberadamente. Las cámaras se consideran armas y quienes las sostienen, combatientes. Nuestra mera presencia amenaza la capacidad de Israel para continuar con su política genocida, por lo que hace todo lo posible por eliminarnos.
Una necesidad desesperada de protección
A principios de mes, tras dos años de presión por parte de los medios de comunicación internacionales, el primer ministro Benyamin Netanyahu declaró que Israel permitiría la entrada de periodistas extranjeros en Gaza para que fueran testigos de los «esfuerzos humanitarios de Israel» y de las «manifestaciones civiles contra Hamás». A falta de detalles o de un calendario, es difícil no ver en ello una nueva mentira. Pero incluso si se permitiera a la prensa internacional acceder libremente y sin obstáculos a la Franja de Gaza, ¿de qué serviría si los periodistas palestinos en Gaza siguieran sin protección?
Estamos cansados de trabajar sin parar desde hace dos años, sin descanso ni seguridad, en un estado de ansiedad permanente, temiendo ser asesinados en cualquier momento. Y si pedimos a nuestros colegas internacionales que entren en Gaza para dar a conocer al mundo la brutal realidad que allí se vive, sabemos que sus reportajes no diferirán de lo que ya hemos documentado.
Cuando un periodista de la CNN acompañó a un avión jordano que lanzaba ayuda sobre Gaza este mes y vio el enclave desde la ventanilla del avión, describió «una vista panorámica de lo que han causado dos años de bombardeos israelíes... una devastación total en vastas zonas de la Franja de Gaza, un desierto de ruinas impactante». Esto es lo que llevamos diciendo desde hace casi dos años sobre el terreno: la destrucción de Gaza por parte de Israel es masiva y no hará más que continuar mientras no termine la guerra.
Cuando tenía 9 años, mi casa en el campo de refugiados de Jan Yunis fue destruida por una excavadora israelí. Esa imagen nunca me ha abandonado. Y cuando vi a los periodistas esforzándose por contarle al mundo lo que le había pasado a mi casa, decidí que yo también quería ser periodista.
Creo que los periodistas tienen un valor inmenso, pero en Gaza los matan ante los ojos del mundo entero y nadie hace nada. Tememos perder a otros colegas y necesitamos desesperadamente la protección internacional, antes de que Israel consiga silenciar la voz de Gaza.