08/12/2025

Cómo se vendió el sionismo al mundo
Harriet Malinowitz sobre su libro “Selling Israel: Zionism, Propaganda, and the Uses of Hasbara

Malinowitz, en su nuevo libro Selling Israel: Zionism, Propaganda, and the Uses of Hasbara, revela cómo la propaganda y las relaciones públicas israelíes promovieron el sionismo mientras ocultaban la opresión y el despojo del pueblo palestino.

Eleanor J. Bader, Mondoweiss, 29-11-2025
Traducido por Tlaxcala

Eleanor J. Bader es una periodista independiente radicada en Brooklyn, Nueva York, que escribe sobre cuestiones y políticas sociales internas para Truthout, The Progressive, Lilith, In These Times, The Indypendent, Ms. Magazine y Mondoweiss.

Hay numerosas preguntas urgentes en el centro del nuevo libro de Harriet Malinowitz Selling Israel: Zionism, Propaganda, and the Uses of Hasbara [Vender Israel: sionismo, propaganda y los usos de la hasbará]. “¿Cómo pudo un grupo inicialmente pequeño de pensadores y activistas judíos de Europa del Este convencer a los judíos del mundo de que todos constituían un único ‘pueblo’, sometido a una amenaza compartida y con un único camino común hacia la salvación—y además, con un imperativo compartido de seguirlo?”, pregunta. “¿Cómo pudieron convencer al resto del mundo de incluirlos en la familia de las naciones? ¿Y cómo pudieron convencer a todos los implicados —incluyéndose a sí mismos— de que su proyecto de liberación era bondadoso y noble, un proyecto al que tenían derecho y que no producía víctimas ni daños colaterales?”

Las respuestas a estas preguntas están en el núcleo de Selling Israel, y el libro no solo las examina sistemáticamente, sino que profundiza en cómo la hasbará —una labor propagandística y de relaciones públicas impulsada por el gobierno israelí, aunque realizada a escala global— ha sido utilizada para impulsar el sionismo, minimizar la percepción de la opresión palestina y promover la falacia de que el país, con 78 años de existencia, nació en una tierra sin pueblo.

El exhaustivo trabajo de investigación fue descrito por Publisher’s Weekly como “un desafío impresionante y meticuloso a las narrativas establecidas”.

Malinowitz habló con la periodista Eleanor J. Bader sobre su vida, su investigación y sus hallazgos poco después de la publicación del libro.

Eleanor J. Bader: ¿Creciste creyendo que Israel era necesario para la supervivencia judía?

Harriet Malinowitz: En realidad, no crecí escuchando el discurso típico sobre Israel —que el país fue creado como un lugar seguro para los judíos. Lo que oí, en cambio, fue que Israel era maravilloso porque todo el mundo era judío: los conductores de autobús, los basureros, los maestros, los banqueros, los policías. ¡Todos!

Bader: ¿Cuándo empezaste a cuestionarlo?

Malinowitz: Fue un proceso gradual. Fui a Israel por primera vez en 1976 con mi madre y mi hermano, luego regresé en 1977 y pasé varios meses en un kibutz. Volví a visitar el país en 1982 y 1984.

Cuando tenía ocho años, mi tía se mudó allí. Vivió en Israel de 1962 a 1969, y nos enviábamos cartas. Sus cartas incluían muchos detalles sobre el kibutz donde vivía.

Mi profesor de hebreo me hacía leerlas en voz alta en clase y sonreía orgulloso, hasta que una carta terminaba diciendo que Israel era un gran lugar para visitar, pero no para vivir. De repente la carta fue arrancada de mis manos.

Cuando mi tía regresó a USA, trajo consigo a su esposo, nacido en Irak, quien sentía un resentimiento más que justificado por el trato que los judíos mizrajíes recibían por parte de la élite asquenazí en Israel. Él era economista y se encontraba con un techo de cristal en su trabajo. Se alegró de marcharse.

Durante mi estancia en un kibutz, había hombres palestinos trabajando en los campos no muy lejos de los miembros del kibutz y de los voluntarios internacionales, pero cuando todos éramos llamados a una pausa en la “cabaña del desayuno”, vi que ellos simplemente seguían trabajando. También conocí y tomé té con comerciantes palestinos en el “shuk” [versión hebrea de suq en árabe, zoco en español NdT], el mercado árabe en la Ciudad Vieja de Jerusalén, y me di cuenta de que lo que me habían dicho —que todos en Israel eran judíos— era falso. Me dijeron que eran “árabes israelíes”, sin una explicación coherente. Aquello me dejó completamente desconcertada. Aun así, estaba segura de que debía de ser yo quien no estaba entendiendo algo.

Cuando regresé a USA en 1984, empecé a involucrarme en el trabajo de solidaridad con Centroamérica, lo que me dio una conciencia emergente de las estructuras internacionales de apoyo militar y de la propaganda que recibíamos como usaméricanos. Mientras tanto, leí el libro de Lenni Brenner de 1983, Zionism in the Age of Dictators, que hablaba de la complicidad sionista con los nazis. Eso supuso otro impacto.

Sabía lo suficiente para sentir entusiasmo por la primera Intifada en 1987. Pero para la segunda Intifada en 2002, la gente tenía teléfonos móviles y yo podía escuchar disparos en Yenín a través de Democracy Now! en la radio. Ahora había blogs y listas de correo que difundían información de nuevas formas. Pero yo aún era lo bastante ingenua para quedar asombrada de que Israel se negara a permitir la entrada de un equipo de investigación de la ONU en la zona. Ese fue un auténtico punto de inflexión para mí.

Mientras estaba en Australia en 2004, leí el libro de Ilan Pappé The History of Modern Palestine, preparándome para asistir a un pequeño encuentro de periodistas, académicos y activistas de Sídney en el que Pappé era el invitado de honor. Una de las principales conclusiones de aquella velada fue que 1948, y no 1967, era el año clave para entender la situación. Otra enseñanza fue que el cambio no iba a venir desde dentro de Israel, sino que dependía de los palestinos y sus aliados en el resto del mundo. La discusión de aquel encuentro tuvo un enorme impacto en mí, y cuando regresé a USA, me sumergí en la investigación de la historia de Palestina y del sionismo, y pronto uní esos intereses a mi investigación sobre propaganda, ya bastante avanzada. Pronto supe que quería escribir un libro sobre sionismo y propaganda, pero ¡me llevó veinte años completar el proyecto!

Bader: La idea de que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos rara vez es cuestionada. ¿Por qué?

Malinowitz: Creo que la gente tiene miedo de cuestionar las creencias religiosas de otros, especialmente cuando se trata de Dios. Además, ¡muchas personas creen realmente esa afirmación!

Bader: Escribes que los israelíes rara vez mencionaban el Holocausto nazi antes de los años 60 porque se consideraba que la pérdida de seis millones de judíos era un signo de debilidad, como si hubieran ido a la muerte “como ovejas al matadero”. Sin embargo, también señalas que David Ben-Gurión veía el genocidio como un “desastre beneficioso”. ¿Puedes ampliar?

Malinowitz: Me sorprendió ver cuán despreciados fueron los sobrevivientes del Holocausto en los primeros años del país, como si fueran una mancha en la masculinidad israelí que debía ser borrada. Más tarde, sin embargo, hubo un cambio ideológico: el ejército israelí aseguraba al mundo que eran fuertes, decididos y capaces de defenderse si eran atacados, pero al mismo tiempo el Holocausto podía invocarse para recordar su victimización perpetua, justificando todas sus acciones en nombre de evitar otro genocidio contra el pueblo judío. Del mismo modo, el Holocausto se ha utilizado estratégicamente cuando sirve para recaudar fondos internacionalmente o para generar empatía hacia Israel como una nación supuestamente asediada.

Bader: El sionismo fue promovido sobre todo por judíos asquenazíes que difundieron la idea de que existe un único pueblo judío. ¿Cómo se extendió esta idea?

Malinowitz: El sionismo surgió como una idea desarrollada por judíos de Europa del Este y Central, en respuesta a su propia situación crítica a finales del siglo XIX. Se hablaba mucho del “pueblo judío”, pero los judíos fuera de Europa realmente no estaban en su radar hasta mucho más tarde, cuando fueron necesarios para aumentar la población. Para mí, la afirmación de que Israel representa a todos los judíos es una falacia. Yo, por ejemplo, ¡nunca fui consultada sobre ello!

Algunas personas son habladas —y al final utilizadas— por otras. La afirmación de un grupo de que todos están unidos y que existe un único pueblo judío es propaganda. Me recuerda al feminismo blanco de los años 70, cuando unas pocas decían hablar “por todas las mujeres”. ¿Quién las eligió?

Bader: ¿Qué pasó con el impulso socialista que galvanizó a tantos sionistas de finales del siglo XIX y principios del XX?

Malinowitz: Hasta 1977, cuando Menájem Beguín fue elegido y el Likud se convirtió en una fuerza política, los kibutzim estaban dominados por los asquenazíes y recibían importantes subsidios del partido laborista, entonces en el poder. En realidad, no eran autosuficientes. En cierto modo, el “socialismo” era más ideológico y de estilo de vida que verdaderamente económico, más sionista que marxista. En la década de 1980, los kibutzim tuvieron que cambiar de rumbo para sobrevivir, pasando de la agricultura a la industria: turismo, manufacturas, desarrollo inmobiliario, tecnología. El ambiente colectivista utópico había desaparecido.

Bader: ¿Cómo ha servido la duda fabricada sobre cuestiones como la Nakba de 1948 a la maquinaria propagandística israelí?

Malinowitz: La duda puede ser un arma poderosa. Existe un modelo desarrollado por la industria del tabaco que ha sido utilizado por sionistas, negadores del cambio climático, negacionistas del Holocausto, negadores del genocidio armenio y otros. La idea es que hay narrativas contrapuestas y que ambas deben ser consideradas por igual, en lugar de examinar su credibilidad. Por eso tardó tanto en convencerse al público de que fumar causaba cáncer—porque los operadores de la industria desafiaban la experiencia científica con sus propias “investigaciones”, dejando a la gente pensando que el veredicto aún no estaba claro y que podían seguir fumando hasta que hubiera un peligro claro y evidente. Ha sido lo mismo con la negación de la Nakba. Si los sionistas realmente no expulsaron a los palestinos en 1948, entonces no tienen responsabilidad alguna sobre los refugiados, ¿verdad?


«¡Trabajador! ¡Tu periódico es la Folks-tsaytung!» Cartel en polaco y yiddish. Ilustración de H. Cyna. Impreso por Blok, Varsovia, 1936.


Niños en el sanatorio Medem reunidos alrededor de la Folks-tsaytung, el diario del Bund, Międzeszyn, Polonia, años 1930

Bader: La idea de que Israel es esencial para la supervivencia judía ha sido ampliamente aceptada. ¿Por qué las alternativas al sionismo no lograron ganar tracción?

Malinowitz: La asimilación es una alternativa que muchos han elegido, pero socava el proyecto sionista, y vilipendiarla fue por tanto una tarea enorme del movimiento sionista. El Bund europeo argumentaba que era importante luchar contra todas las formas de discriminación y apoyar las luchas de los trabajadores junto con la lucha contra el antisemitismo. Se oponían a la formación de un Estado judío separado. Esto siempre me ha parecido lógico. La migración a Norteamérica y otros lugares también era vista como una alternativa deseable. Hubo sionistas culturales que pensaban que Palestina podía ser un refugio seguro sin convertirse en un Estado nacional.

El Bund nunca llegó a ser conocido en USA, y su plataforma nunca arraigó de la forma en que lo hizo el sionismo. En cambio, los sionistas promovieron la idea de Israel como la única solución al antisemitismo, la única forma en que los judíos podrían estar seguros.

Bader: Existen muchos mitos sobre Israel, desde la idea de que la tierra estaba vacía hasta la afirmación de que los israelíes hicieron florecer el desierto. ¿Cómo se popularizaron estas ideas?

Malinowitz: Tanto “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” como “hicieron florecer el desierto” son consignas publicitarias, para usar un término del israelí expatriado y antisionista Moshe Machover. Pero a pesar de ser mentiras absurdas, las frases se mantuvieron. Es como la idea de que Colón “descubrió” América, que uno cree hasta que se encuentra con pruebas y se da cuenta de lo absurdo que es.

También creo que frases como “hacer florecer los desiertos” resultan atractivas porque atribuyen a los israelíes una capacidad casi sobrenatural. Les hace parecer capaces de realizar cosas milagrosas y los eleva en la imaginación popular. Mientras los adeptos del sionismo permanezcan cómodamente dentro de la burbuja lógica de organizaciones como el Fondo Nacional Judío, el Congreso Judío Mundial, Hillel y Birthright, reciben una recompensa considerable: un sentimiento de camaradería y pertenencia.

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