Malinowitz, en su nuevo libro Selling Israel: Zionism, Propaganda, and the Uses of Hasbara, revela cómo la propaganda y las relaciones públicas israelíes promovieron el sionismo mientras ocultaban la opresión y el despojo del pueblo palestino.
Eleanor J. Bader, Mondoweiss,
29-11-2025
Traducido por Tlaxcala
Eleanor
J. Bader es una periodista independiente radicada en Brooklyn, Nueva York, que
escribe sobre cuestiones y políticas sociales internas para Truthout, The
Progressive, Lilith, In These Times, The Indypendent, Ms. Magazine y
Mondoweiss.
Hay numerosas preguntas urgentes en el centro del nuevo libro de Harriet Malinowitz Selling Israel: Zionism, Propaganda, and the Uses of Hasbara [Vender Israel: sionismo, propaganda y los usos de la hasbará]. “¿Cómo pudo un grupo inicialmente pequeño de pensadores y activistas judíos de Europa del Este convencer a los judíos del mundo de que todos constituían un único ‘pueblo’, sometido a una amenaza compartida y con un único camino común hacia la salvación—y además, con un imperativo compartido de seguirlo?”, pregunta. “¿Cómo pudieron convencer al resto del mundo de incluirlos en la familia de las naciones? ¿Y cómo pudieron convencer a todos los implicados —incluyéndose a sí mismos— de que su proyecto de liberación era bondadoso y noble, un proyecto al que tenían derecho y que no producía víctimas ni daños colaterales?”
Las respuestas a estas preguntas están en el núcleo de Selling Israel, y el libro no solo las examina sistemáticamente, sino que profundiza en cómo la hasbará —una labor propagandística y de relaciones públicas impulsada por el gobierno israelí, aunque realizada a escala global— ha sido utilizada para impulsar el sionismo, minimizar la percepción de la opresión palestina y promover la falacia de que el país, con 78 años de existencia, nació en una tierra sin pueblo.
El exhaustivo trabajo de investigación fue descrito por Publisher’s
Weekly como “un desafío impresionante y meticuloso a las narrativas
establecidas”.
Malinowitz habló con la periodista Eleanor J. Bader sobre
su vida, su investigación y sus hallazgos poco después de la publicación del
libro.
Eleanor J. Bader: ¿Creciste creyendo que Israel era necesario para la supervivencia judía?
Harriet Malinowitz: En realidad, no crecí escuchando el
discurso típico sobre Israel —que el país fue creado como un lugar seguro para
los judíos. Lo que oí, en cambio, fue que Israel era maravilloso porque todo el
mundo era judío: los conductores de autobús, los basureros, los maestros, los
banqueros, los policías. ¡Todos!
Bader: ¿Cuándo empezaste a cuestionarlo?
Malinowitz: Fue un proceso gradual. Fui a Israel por
primera vez en 1976 con mi madre y mi hermano, luego regresé en 1977 y pasé
varios meses en un kibutz. Volví a visitar el país en 1982 y 1984.
Cuando tenía ocho años, mi tía se mudó allí. Vivió en
Israel de 1962 a 1969, y nos enviábamos cartas. Sus cartas incluían muchos
detalles sobre el kibutz donde vivía.
Mi profesor de hebreo me hacía leerlas en voz alta en
clase y sonreía orgulloso, hasta que una carta terminaba diciendo que Israel
era un gran lugar para visitar, pero no para vivir. De repente la carta fue
arrancada de mis manos.
Cuando mi tía regresó a USA, trajo consigo a su esposo,
nacido en Irak, quien sentía un resentimiento más que justificado por el trato
que los judíos mizrajíes recibían por parte de la élite asquenazí en Israel. Él
era economista y se encontraba con un techo de cristal en su trabajo. Se alegró
de marcharse.
Durante mi estancia en un kibutz, había hombres
palestinos trabajando en los campos no muy lejos de los miembros del kibutz y
de los voluntarios internacionales, pero cuando todos éramos llamados a una
pausa en la “cabaña del desayuno”, vi que ellos simplemente seguían trabajando.
También conocí y tomé té con comerciantes palestinos en el “shuk” [versión
hebrea de suq en árabe, zoco en español NdT],
el mercado árabe en la Ciudad Vieja de Jerusalén, y me di cuenta de que lo que
me habían dicho —que todos en Israel eran judíos— era falso. Me dijeron que
eran “árabes israelíes”, sin una explicación coherente. Aquello me dejó
completamente desconcertada. Aun así, estaba segura de que debía de ser yo
quien no estaba entendiendo algo.
Cuando regresé a USA en 1984, empecé a involucrarme en el
trabajo de solidaridad con Centroamérica, lo que me dio una conciencia
emergente de las estructuras internacionales de apoyo militar y de la
propaganda que recibíamos como usaméricanos. Mientras tanto, leí el libro de
Lenni Brenner de 1983, Zionism in the Age of Dictators, que hablaba de
la complicidad sionista con los nazis. Eso supuso otro impacto.
Sabía lo suficiente para sentir entusiasmo por la primera
Intifada en 1987. Pero para la segunda Intifada en 2002, la gente tenía
teléfonos móviles y yo podía escuchar disparos en Yenín a través de Democracy
Now! en la radio. Ahora había blogs y listas de correo que difundían
información de nuevas formas. Pero yo aún era lo bastante ingenua para quedar
asombrada de que Israel se negara a permitir la entrada de un equipo de
investigación de la ONU en la zona. Ese fue un auténtico punto de inflexión
para mí.
Mientras estaba en Australia en 2004, leí el libro de
Ilan Pappé The History of Modern Palestine, preparándome para asistir a
un pequeño encuentro de periodistas, académicos y activistas de Sídney en el
que Pappé era el invitado de honor. Una de las principales conclusiones de
aquella velada fue que 1948, y no 1967, era el año clave para entender la
situación. Otra enseñanza fue que el cambio no iba a venir desde dentro de
Israel, sino que dependía de los palestinos y sus aliados en el resto del
mundo. La discusión de aquel encuentro tuvo un enorme impacto en mí, y cuando
regresé a USA, me sumergí en la investigación de la historia de Palestina y del
sionismo, y pronto uní esos intereses a mi investigación sobre propaganda, ya
bastante avanzada. Pronto supe que quería escribir un libro sobre sionismo y
propaganda, pero ¡me llevó veinte años completar el proyecto!
Bader: La idea de que Dios prometió la tierra de Israel a
los judíos rara vez es cuestionada. ¿Por qué?
Malinowitz: Creo que la gente tiene miedo de cuestionar
las creencias religiosas de otros, especialmente cuando se trata de Dios.
Además, ¡muchas personas creen realmente esa afirmación!
Bader: Escribes que los israelíes rara vez mencionaban el
Holocausto nazi antes de los años 60 porque se consideraba que la pérdida de
seis millones de judíos era un signo de debilidad, como si hubieran ido a la
muerte “como ovejas al matadero”. Sin embargo, también señalas que David
Ben-Gurión veía el genocidio como un “desastre beneficioso”. ¿Puedes ampliar?
Malinowitz: Me sorprendió ver cuán despreciados fueron
los sobrevivientes del Holocausto en los primeros años del país, como si fueran
una mancha en la masculinidad israelí que debía ser borrada. Más tarde, sin
embargo, hubo un cambio ideológico: el ejército israelí aseguraba al mundo que
eran fuertes, decididos y capaces de defenderse si eran atacados, pero al mismo
tiempo el Holocausto podía invocarse para recordar su victimización perpetua,
justificando todas sus acciones en nombre de evitar otro genocidio contra el
pueblo judío. Del mismo modo, el Holocausto se ha utilizado estratégicamente
cuando sirve para recaudar fondos internacionalmente o para generar empatía
hacia Israel como una nación supuestamente asediada.
Bader: El sionismo fue promovido sobre todo por judíos
asquenazíes que difundieron la idea de que existe un único pueblo judío. ¿Cómo
se extendió esta idea?
Malinowitz: El sionismo surgió como una idea desarrollada
por judíos de Europa del Este y Central, en respuesta a su propia situación
crítica a finales del siglo XIX. Se hablaba mucho del “pueblo judío”, pero los
judíos fuera de Europa realmente no estaban en su radar hasta mucho más tarde,
cuando fueron necesarios para aumentar la población. Para mí, la afirmación de
que Israel representa a todos los judíos es una falacia. Yo, por ejemplo,
¡nunca fui consultada sobre ello!
Algunas personas son habladas —y al final utilizadas— por
otras. La afirmación de un grupo de que todos están unidos y que existe un
único pueblo judío es propaganda. Me recuerda al feminismo blanco de los años
70, cuando unas pocas decían hablar “por todas las mujeres”. ¿Quién las eligió?
Bader: ¿Qué pasó con el impulso socialista que galvanizó
a tantos sionistas de finales del siglo XIX y principios del XX?
Malinowitz: Hasta 1977, cuando Menájem Beguín fue elegido
y el Likud se convirtió en una fuerza política, los kibutzim estaban dominados
por los asquenazíes y recibían importantes subsidios del partido laborista,
entonces en el poder. En realidad, no eran autosuficientes. En cierto modo, el
“socialismo” era más ideológico y de estilo de vida que verdaderamente
económico, más sionista que marxista. En la década de 1980, los kibutzim
tuvieron que cambiar de rumbo para sobrevivir, pasando de la agricultura a la
industria: turismo, manufacturas, desarrollo inmobiliario, tecnología. El
ambiente colectivista utópico había desaparecido.
Bader: ¿Cómo ha servido la duda fabricada sobre
cuestiones como la Nakba de 1948 a la maquinaria propagandística israelí?
Malinowitz: La duda puede ser un arma poderosa. Existe un
modelo desarrollado por la industria del tabaco que ha sido utilizado por
sionistas, negadores del cambio climático, negacionistas del Holocausto,
negadores del genocidio armenio y otros. La idea es que hay narrativas
contrapuestas y que ambas deben ser consideradas por igual, en lugar de
examinar su credibilidad. Por eso tardó tanto en convencerse al público de que
fumar causaba cáncer—porque los operadores de la industria desafiaban la
experiencia científica con sus propias “investigaciones”, dejando a la gente
pensando que el veredicto aún no estaba claro y que podían seguir fumando hasta
que hubiera un peligro claro y evidente. Ha sido lo mismo con la negación de la
Nakba. Si los sionistas realmente no expulsaron a los palestinos en 1948,
entonces no tienen responsabilidad alguna sobre los refugiados, ¿verdad?
Bader: La idea de que Israel es esencial para la
supervivencia judía ha sido ampliamente aceptada. ¿Por qué las alternativas al
sionismo no lograron ganar tracción?
Malinowitz: La asimilación es una alternativa que muchos
han elegido, pero socava el proyecto sionista, y vilipendiarla fue por tanto
una tarea enorme del movimiento sionista. El Bund europeo argumentaba que era
importante luchar contra todas las formas de discriminación y apoyar las luchas
de los trabajadores junto con la lucha contra el antisemitismo. Se oponían a la
formación de un Estado judío separado. Esto siempre me ha parecido lógico. La
migración a Norteamérica y otros lugares también era vista como una alternativa
deseable. Hubo sionistas culturales que pensaban que Palestina podía ser un
refugio seguro sin convertirse en un Estado nacional.
El Bund nunca llegó a ser conocido en USA, y su
plataforma nunca arraigó de la forma en que lo hizo el sionismo. En cambio, los
sionistas promovieron la idea de Israel como la única solución al
antisemitismo, la única forma en que los judíos podrían estar seguros.
Bader: Existen muchos mitos sobre Israel, desde la idea
de que la tierra estaba vacía hasta la afirmación de que los israelíes hicieron
florecer el desierto. ¿Cómo se popularizaron estas ideas?
Malinowitz: Tanto “una tierra sin pueblo para un pueblo
sin tierra” como “hicieron florecer el desierto” son consignas publicitarias,
para usar un término del israelí expatriado y antisionista Moshe Machover. Pero
a pesar de ser mentiras absurdas, las frases se mantuvieron. Es como la idea de
que Colón “descubrió” América, que uno cree hasta que se encuentra con pruebas
y se da cuenta de lo absurdo que es.
También creo que frases como “hacer florecer los
desiertos” resultan atractivas porque atribuyen a los israelíes una capacidad
casi sobrenatural. Les hace parecer capaces de realizar cosas milagrosas y los
eleva en la imaginación popular. Mientras los adeptos del sionismo permanezcan
cómodamente dentro de la burbuja lógica de organizaciones como el Fondo
Nacional Judío, el Congreso Judío Mundial, Hillel y Birthright, reciben
una recompensa considerable: un sentimiento de camaradería y pertenencia.




Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire