Desde que el ejército israelí impuso un bloqueo humanitario al enclave a principios de marzo, un centenar de habitantes ha muerto de hambre. Esta cifra podría aumentar rápidamente, ya que 600.000 personas sufren desnutrición.
Lucas
Minisini (Jerusalén, enviado especial) y Marie Jo
Sader, Le Monde, 24-07-2025
Traducido por Tlaxcala
Las bombas, los misiles, los proyectiles de tanque, las
balas de francotiradores. Y ahora el hambre. Como si no fuera suficiente el
suplicio que han soportado los habitantes de la Franja de Gaza a manos del
ejército israelí durante veintiún meses, ahora enfrentan un nuevo enemigo,
omnipresente e inasible: el hambre. Desde hace meses, el peligro se manifiesta
en imágenes de niños con cuerpos esqueléticos y ojos hundidos, provenientes de
hospitales del enclave. Ahora se refleja también en los rostros agotados de los
periodistas aún activos y en las siluetas que colapsan en las calles, al borde
de sus fuerzas.
En un comunicado publicado el 21 de julio y compartido
millones de veces en redes sociales, la Sociedad de Periodistas (SDJ) de la AFP
describió la angustia de sus colegas en el lugar. El texto narra la situación
del principal fotógrafo de la agencia, Bashar, de 30 años, que vive entre las
ruinas de su casa en Gaza, con unos cojines como único confort. Su hermano se
desplomó en la calle por hambre, y él ya no tiene fuerzas para trabajar.
“Sin una intervención inmediata, los últimos reporteros de Gaza morirán”,
advierte la SDJ.
Según las autoridades sanitarias del enclave, 15 personas
han muerto de hambre en las últimas 24 horas. Desde la imposición del bloqueo
total el 2 de marzo, el número de muertes por falta de alimentos asciende a
101, según responsables palestinos citados por Reuters. Khalil Al-Daqran,
portavoz del hospital Al-Aqsa en el centro de Gaza, estima que 600.000 personas
sufren desnutrición, entre ellas 60.000 mujeres embarazadas.
“Una película de terror”
En junio, UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la
Infancia) ya había registrado más de 5.000 niños hospitalizados por
desnutrición, una vez y media más que en febrero, durante el último alto el
fuego entre Israel y Hamás.
El martes 22 de julio, en un discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Antonio
Guterres, secretario general de la organización, comparó la situación del
territorio palestino con “una película de terror”.
Al día siguiente, 111 organizaciones humanitarias, entre
ellas Médicos Sin Fronteras, Médicos del Mundo y Oxfam International,
publicaron un comunicado contundente denunciando “una hambruna masiva” en Gaza
y exigiendo un alto el fuego inmediato y la apertura de los puntos de acceso,
bloqueados por Israel.
Las ONG señalaron que “las distribuciones en Gaza se reducen a un promedio de
solo 28 camiones diarios” (frente a unos 500 antes de la guerra), y que “toneladas
de alimentos, agua potable, suministros médicos y artículos esenciales” están
almacenadas “justo fuera del enclave”. La catástrofe, subrayan, no es natural.
Khalil Abu Shammala, de 55 años, se considera afortunado:
en los últimos días logró comer un plato de lentejas. El arroz y las verduras,
que el ex director de la ONG palestina de derechos humanos Addameer hasta hace
poco lograba encontrar, ya son un recuerdo lejano. En los escasos mercados de
la ciudad, el kilo de harina cuesta entre 35 y 50 dólares (30 a 42 euros).
“Casi no queda nada para comer en todo el enclave”, nos escribe por WhatsApp.
Desde el ataque del 7 de octubre de 2023, Israel ha prohibido el acceso a Gaza
a todos los periodistas extranjeros.
Abu Shammala compartió su ración de lentejas con su
esposa Sahar, sus hijas Noor y Nisma y su hijo Mohammed, herido en la pierna el
30 de junio durante un bombardeo. “Sin alimentos ricos en calcio y proteínas,
no sanará”, lamenta el padre. Había almacenado latas en previsión de una
escasez, pero ahora su reserva está casi vacía.
“Elección política”
“El hambre impuesta por Israel en esta guerra es sistemática
y organizada”, denuncia Alex de Waal, director de la World Peace Foundation y
especialista en hambrunas. Ante la indignación internacional, en lugar de
permitir la entrada masiva de ayuda, “la estrategia de Israel ha sido restringir
el acceso del personal humanitario que podía documentar la gravedad del
hambre”, añade.
A finales de diciembre de 2024, un informe del Famine
Early Warning System Network (FEWS NET), que indicaba que el norte de Gaza ya
sufría hambruna, fue retirado por presión del embajador usamericano en Israel, Jack
Lew, quien lo calificó de “irresponsable”.
“Dado el control absoluto de Israel sobre Gaza, no resolver el hambre es una
elección política”, señala De Waal. “Si el primer ministro decidiera abrir los
accesos, todos los niños palestinos podrían desayunar en abundancia al día
siguiente”.
El ejército israelí niega bloquear la ayuda. El martes
afirmó que 950 camiones cargados de alimentos se encuentran en Gaza, esperando
ser descargados por agencias internacionales. “No hemos identificado hambruna
en este momento, pero entendemos que se requiere acción para estabilizar la
situación humanitaria”, declaró un alto funcionario israelí citado por Times
of Israel.
El 19 de mayo, en respuesta a las críticas, Israel abrió tres
centros de ayuda alimentaria gestionados por la opaca Gaza Humanitarian
Foundation (GHF), respaldada por USA. Pero debido al escaso número y la
avalancha de personas hambrientas, las distribuciones se tornaron mortales. Según
el ministerio de salud de Gaza, más de 1.000 personas han muerto buscando
comida en los centros de la GHF, abatidas por disparos de soldados israelíes
desplegados cerca.
A pesar del riesgo, Mohammed Abu Asser, refugiado en
Al-Mawasi, sigue caminando cuatro horas diarias hasta el punto de distribución
de Rafah. “Hoy tres personas murieron ante mis ojos”, relata a Le Monde.
“Y no conseguí comida”.
“Tirado en el suelo” para evitar los disparos, espera horas por un poco
de comida. La mayoría de las veces, los centros cierran en minutos, desbordados
por la multitud. Mohammed regresa con las manos vacías.
En la ciudad de Gaza, Abdul Abu Okal, de 43 años,
periodista de Al-Hayat Al-Yadida (periódico oficial de la Autoridad
Palestina), busca alimentos en el mercado negro. Desde el 7 de octubre, ha
acumulado 11.000 dólares de deuda. Su salario mensual de 700 dólares llega de
forma irregular, debido al bloqueo israelí de los fondos palestinos.
Cuando lo recibe, debe retirarlo de comerciantes locales,
ya que todos los bancos están cerrados. “Pero se quedan con el 40 % al 45 %
como comisión”, explica por WhatsApp.
Cuando ya no tiene dinero, considera apostarse cerca de los pocos camiones de
ayuda que entran al norte. “Una vez me acerqué, pero el ejército israelí nos
disparó Escapé
por poco de la muerte”, relata.
Tensiones entre civiles
El personal médico está sin medios para tratar los casos
de “desnutrición aguda”, que aumentan rápidamente. Solo pueden
administrar sueros o algunas vitaminas.
“Es una tortura no poder hacer más”, dice Ibrahim Al-Ashi, de 29 años,
dentista que se ha convertido en médico voluntario. Cada día ve morir a varios
niños. Y, según él, la situación empeora “por horas”.
La desesperación aumenta las tensiones entre civiles.
Videos muestran a personas empujándose y pisoteándose en las zonas de
distribución.
“El gobierno israelí quiere que nos matemos entre nosotros”, suspira Amjad
Shawa, director de la red de ONG palestinas en Gaza. El hombre de cincuenta
años relata ataques contra almacenes de ayuda realizados por mafias o a veces
por simples gazatíes llevados al límite.
El martes 22, Shawa observó la entrada de 20 camiones del
Programa Mundial de Alimentos con sacos de harina, a través del paso de Zikim.
Pero ningún saco fue distribuido: apenas unos metros después, los camiones
fueron saqueados por habitantes hambrientos.
En la Ciudad de Gaza, coordina una de las últimas cocinas
comunitarias (“tekkya”) aún activas. Hasta hace poco, producía 1.000 comidas
diarias, principalmente para personas con discapacidad que no pueden
desplazarse.
El miércoles 23 de julio, su equipo le informó que cerrarían al día siguiente: ya
no queda comida para preparar ni un solo plato.