Dra. Lyna Al-Tabal,Rai Al Youm, 11/7/2025
Original árabe
Traducido por Atahualpa
Guevara
Lyna Al Tabal es libanesa, doctora en Ciencias Políticas, abogada de formación y profesora de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos.
Sí, he decidido titular este artículo en inglés. No porque me guste presumir, ni porque crea más en la globalización del idioma que en su equidad. Sino porque esta frase se ha convertido, sin permiso de nadie, en una declaración de solidaridad mundial.I stand with Francesca Albanese. Apoyo a Francesca Albanese.
Una frase corta, pero cargada de significado... solo cinco palabras. Pronunciada con calma, pero clasificada como peligrosa para la seguridad nacional... ¿Cómo?
Hay una mujer italiana que hoy está siendo perseguida por Gaza. No tiene genes de resistencia, no tiene ningún vínculo familiar con Gaza, ni un pasado marcado por la Nakba, ni siquiera una foto. No es árabe, no nació en un campo, no se crió con el discurso de la liberación. No es una soñadora de izquierdas, quizá nunca haya leído a Marx en los cafés. No ha lanzado ni una sola piedra a un soldado israelí... Lo único que ha hecho es cumplir con su deber profesional.
“Loca”, declaró Trump. Él, que acapara ese calificativo y lo reparte como hacen los narcisistas cuando se derrumban ante una mujer que no ha guardado silencio ante la injusticia.
Se llama Francesca Albanese. Abogada y académica italiana, ocupa el cargo de relatora especial de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967. Como funcionaria internacional, sentada detrás de un escritorio blanco, redacta informes con un lenguaje preciso y una formulación jurídica imparcial. No se le da bien la oratoria, pero lo ha dicho con claridad y sin ambigüedades: lo que está ocurriendo en Gaza es un genocidio.
Lo ha escrito negro sobre blanco en un informe oficial publicado en el marco de sus funciones, en un lenguaje comprensible para el derecho internacional: lo que Israel está haciendo en Gaza es un genocidio.
De la noche a la mañana, su nombre se convirtió en peligroso y debía ser aniquilado, al igual que el ejército israelí aniquila las casas en Rafah. Su nombre fue destruido por un solo misil político y fue incluida en la lista de sanciones, junto a traficantes y financiadores del terrorismo.
Ahora lo sé: en este mundo, basta con no mentir para que te prohíban viajar, te congelen las cuentas y te excluyan del sistema internacional.
Francesca no infringió la ley, la aplicó. Y ese es su verdadero delito.
No cometió ningún error de definición, no exageró en su lenguaje, no se extralimitó en sus funciones. Lo único que hizo fue llamar al crimen por su nombre.
No, este informe no trata sobre el genocidio de los indios americanos. Ni sobre Vietnam, ni sobre el fósforo blanco, ni sobre Bagdad, ni sobre Trípoli... Este informe no remueve el pasado usamericano, trata de un presente descarado. Y del derecho que se pierde cuando lo reivindicamos... Este informe trata de la justicia internacional que se ahoga ante nuestros ojos y de la carta de los derechos humanos que también se evapora ante nuestros ojos. Mientras que el culpable ocupa un puesto en el Consejo de Seguridad.
Este informe habla de un mundo que no castiga a los mentirosos. Un mundo
que te mata cuando amas sinceramente, cuando das sin pedir nada a cambio,
cuando hablas con valentía, cuando intentas reparar el daño causado.
Este informe habla simplemente del mundo de las tinieblas.
Este mundo que estrangula a todos aquellos que no quieren parecerse a él.
Francesca no fue la primera.
Cuando se creó el Estatuto de Roma, Estados Unidos trató a la Corte Penal
Internacional como un «virus jurídico», porque no podía controlarla... Bill
Clinton lo firmó (sin ratificarlo). Luego llegó George W. Bush, retiró su firma
y promulgó la llamada «ley de invasión de La Haya», que autoriza la invasión
militar de los Países Bajos si la Corte Penal se atreve a juzgar a un solo
soldado estadounidense... Barack Obama, el sabio, no derogó la ley... Luego
vino Trump, el vaquero rubio, con dos pistolas en el cinturón, que dio el golpe
de gracia a la justicia... Castigó a Fatou Bensouda, la antigua fiscal general
de la Corte, por abrir los expedientes de Afganistán y Palestina. Le retiró el
visado, congeló sus activos y la colgó de la cuerda de sus sarcásticos tuiteos.
Luego llegó Karim Khan, el actual fiscal general, encargado del pesado
expediente de Gaza y de una lista de nombres igualmente pesados: Netanyahu,
Galant... Una vez más, la espada de la venganza política volvió y amenazó a la
espada de la justicia.
Karim Khan ha sido objeto de numerosas amenazas procedentes del Congreso,
la Casa Blanca y Tel Aviv.
El primer día de su llegada a la Casa Blanca, Donald Trump firmó la ley sobre sanciones contra la Corte Penal Internacional. ¿Un hombre de origen pakistaní que se atreve a tocar nombres intocables? Se acabó el juego.
Así es como una institución internacional, con todo su personal y su
equipamiento, ha sido objeto de sanciones estadounidenses, como si se tratara
de una milicia armada... A sus empleados se les ha prohibido viajar, trabajar e
incluso respirar libremente... ¿Quién dijo que Estados Unidos impedía la
justicia? Siempre y cuando esta no se acerque a Tel Aviv o al Pentágono.
Y en un momento de sinceridad, Joe Biden lo dijo con su formulación
enrevesada: estas leyes no se redactaron para aplicarse al «hombre blanco»,
sino a los africanos... y a Putin, cuando sea necesario.
Y así se completa la paradoja: el 85 % de los procesos y juicios ante la
Corte Penal Internacional se dirigen contra africanos.
Y cuando se abren expedientes contra
occidentales, la justicia se convierte en una amenaza... y el Tribunal, en un
objetivo.
Y ahora ya lo sabes: si cruzas la línea roja,
es el tribunal el que es juzgado,
el juez que es juzgado,
y el testigo que es juzgado.
Solo queda el asesino... sentado en primera fila, sonriendo a las cámaras,
recibiendo invitaciones para asistir a una conferencia sobre derechos humanos.
¿Por qué no?
Trump ha asestado un golpe mortal al derecho internacional, una puñalada en
el corazón de la Corte Penal, y luego ha enterrado lo que quedaba del sistema
de derechos humanos y nos ha arrojado el cadáver: «Aquí lo tenéis, enterradlo»,
dijo con el mismo tono que utilizaba para dar órdenes durante las masacres en
la costa siria, cuando los alauitas son enterrados bajo los escombros, sin
testigos, sin investigación, a veces sin nombre, solo con un número... Un
agujero y todo ha terminado.
Trump actuó como un vaquero: disparó y luego declaró que el objetivo
amenazaba la seguridad. Todo ello ante los ojos de las naciones. Y también ante
nuestros ojos... Ante los ojos de Europa, más concretamente.
La Europa que redactó estas leyes a partir de las cenizas de sus guerras,
de sus complejos psicológicos nunca resueltos, de su miedo a sí misma.
Y hoy, mira, en silencio... Con todos sus complejos psicológicos, Europa
hoy guarda silencio. Entierra a su hijo jurídico con sangre fría, como las
madres de Gaza entierran a sus hijos...
Con una sola lágrima, porque el tiempo no permite llorar mucho tiempo.
¿Lo entienden ahora? Todas las leyes sobre derechos humanos, desde el
Estatuto de Roma hasta la Carta Internacional, son buenas para las sesiones
académicas y los cursos de formación que terminan con la entrega de diplomas y
la toma de fotos después de la graduación de los felices expertos.
Y todo se decide en Washington.
Así es como se administra la justicia internacional en la era de la
hegemonía: una lista de sanciones... y una alfombra roja extendida ante el
verdugo.
¿Ha seguido bien la historia?
Una italiana en la lista estadounidense de terrorismo político... Se llama
Francesca Albanese. No es originaria de Gaza, no ha salido de una guerra, no ha
nacido bajo el bloqueo. No esconde armas ni bombas en su bolso, no pertenece a
ninguna organización secreta... Proviene del mundo del derecho, de las
instituciones de las Naciones Unidas, de una burocracia neutral... Lo único que
ha hecho es redactar un informe oficial sobre lo que ocurrió en Gaza...
Escribió lo que vio: sangre, escombros, un crimen en toda regla... Escribió
que lo que ocurrió allí no fue una operación de seguridad ni de legítima
defensa, sino un genocidio... Hizo su trabajo en el lenguaje de los informes,
sin eslóganes, sin gritos de guerra, sin siquiera poner una media sandía roja
en el margen... Francesca Albanese ha trastornado el orden mundial porque no ha
mentido...
No infringió las normas diplomáticas... Simplemente aplicó la ley...
➤Firma la petición
Premio Nobel
de la Paz para Francesca Albanese y los médicos de Gaza