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16/01/2022

MILENA RAMPOLDI
En esta crisis del coronavirus, la mayoría de las personas de izquierda son víctimas de su fe en el Estado”: Michael Schneider sobre la ”toma transnacional del poder biopolítico” en acto

Milena Rampoldi, ProMosaik,, 2-1-2022
Traducido por María Piedad Ossaba y Fausto Giudice, Tlaxcala

Hablé con el profesor Michael Schneider (nacido en 1943) sobre el tema de la COVID-19 y la relación entre la medicina y el totalitarismo. Schneider es un escritor y socialista comprometido, conocido entre otras cosas por haber participado en el movimiento estudiantil de 1968, por ser el autor de “Neurose und Klassenkampf”  [Neurosis y lucha de clases, Siglo XXI, 1979) y por haber fundado el primer teatro callejero socialista en Berlín Oeste. Se distingue por su crítica perspicaz del status quo, y por lo tanto también de la degeneración “coronaviral” reinante, que contiene numerosos elementos no sólo políticos, sino también neuróticos. Pero dicha crítica es diferente. El poder es diferente hoy en día. Y el totalitarismo de hoy es diferente.

 

En esta era coronaviral, el vínculo entre medicina, el poder y el totalitarismo escapa a muchos, ¿por qué es así?

Si el vínculo entre medicina, poder y totalitarismo escapa a tantas personas en la crisis de la Corona, es ante todo por la naturaleza de esta nueva narrativa, extremadamente refinada y eficaz en su impacto sobre la psicología de las masas: que el Sars-Cov-2 es un virus asesino que amenaza a toda la humanidad y contra el que hay que “hacer la guerra”, como anunció el presidente francés en abril de 2020. En tiempos de guerra y crisis, el gobierno y los ciudadanos casi siempre se mantienen unidos. La “guerra contra el Corona y sus nuevos “mutantes peligrosos” se asemejan a 1984 de Orwell, donde la gente es constantemente movilizada y empujada en guerras ficticias contra nuevos enemigos que nadie ve jamás.   

Aún más sofisticado, incluso de un genio casi sádico (en el sentido de la guerra psicológica): la narrativa (elaborada por los servicios secretos y los laboratorios de ideas usamericanos) de un enemigo invisible y corrosivo que puede atacar en cualquier lugar y en cualquier momento y que puede esconderse en cada uno de nosotros, en tu vecino, tu compañero de trabajo, incluso en tus familiares más queridos y, a fortiori en ti mismo.

El postulado de la “persona enferma sin síntomas”, que pone en peligro a todos los demás como un “súper contaminante”, es especialmente insidioso, ya que alimenta la sospecha de todos contra todos y conduce a una inversión completa de la carga de la prueba: en la lucha contra el enemigo invisible, no todos los hombres son potencialmente sanos, pero potencialmente enfermos. Cada persona es un caso sospechoso aún no verificado y un peligro y debe demostrar su inocencia mediante hallazgos (pruebas) o vacunaciones actualizadas diariamente. Si no lo hace, el aislamiento y las restricciones de desplazamiento son medidas de autodefensa autorizadas por la  sociedad.

Este relato es nuevo y tiene éxito en particular porque pone a su servicio, por encima de todo, ideales comunitarios como la solidaridad, la responsabilidad hacia los demás, etc. que son justamente apreciados por la izquierda.  Es por eso que la mayoría de los izquierdistas, socialdemócratas y socialistas de izquierda no reconocen su carácter pérfido, especialmente porque se han convertido precisamente en víctimas de su fe en el Estado en este momento, durante la crisis de la Corona:  el hecho de que tras treinta años de privatizaciones neoliberales y políticas claras de corte (especialmente en el campo de la salud), el Estado, hasta entonces débil, tome de repente las riendas y haga de la salud de los ciudadanos la máxima suprema de su acción, es considerado por ellos como la prueba de la dimensión ética recuperada de la política. Pero, ¿por qué las élites dirigentes, por otra parte sin escrúpulos, habrían decidido detener la máquina mundial del lucro frente a un agente patógeno que afecta casi exclusivamente a los “improductivos”, los mayores de 80 años?

John Melhuish Strudwick, Un Hilo Dorado, 1885

30/12/2021

FAUSTO GIUDICE
“No murieron todos, pero todos fueron golpeados”

 Fausto Giudice, 31/12/2021

En la famosa fábula de La Fontaine, “Los animales enfermos de peste”, el rey león convoca una asamblea para sacrificar al “más culpables de nosotros” a la “ira celestial”. Él mismo, el zorro, el tigre, el oso, todos los carnívoros confiesan sus crímenes. Luego viene el burro, que confiesa haberse comido toda la hierba de un prado. Y la asamblea exclama: “¡Comer hierba ajena! ¡Qué crimen tan abominable!” Y así es condenado. Moraleja de la fábula: “Según seas poderoso o miserable, las sentencias judiciales te harán blanco o negro”.

Desde que apareció el maldito virus, el planeta vive al ritmo del doble rasero: los poderosos, vacunados y protegidos, acumulan los miles de millones ganados gracias a las entregas a domicilio, el teletrabajo y las vacunas, mientras que los miserables, los no vacunados, desprotegidos y sobreexplotados se hunden en una miseria aún mayor.

Emad Hajjaj

“Pero donde está el peligro, crece también lo que salva” (Friedrich Hölderlin, Patmos, 1803)

¿Estamos viviendo realmente el cataclismo proclamado urbi et orbi? Tengo algunas dudas. En primer lugar, algunas cifras: a finales de 2021, hay unos 7.870 millones de personas en el mundo. En dos años, 270 millones se han infectado, 212 millones se han recuperado, 5,3 millones han muerto, la gran mayoría de ellos mayores de 70 años. Se dice que murieron de Coronavirus, sería más exacto decir que murieron con el Coronavirus. Pero este año, 9 millones de personas han muerto de hambre, otro virus contra el que ningún laboratorio se preocupa de en desarrollar una vacuna.

En esos dos años, se administraron 8.900 millones de dosis de vacunas y 3.770 millones de personas fueron “completamente vacunadas”. Extraña “completitud”, dado que ya estamos en la “cuarta dosis” y que los poderosos siguen repitiendo que tendremos que considerar refuerzos anuales, durante un número indeterminado de años.

21/12/2021

NICOLAS TRUONG
Giorgio Agamben en entrevista: «La epidemia muestra que el estado de excepción se ha vuelto la regla»

Nicolas Truong, Le Monde, 24/3/2020
Traducido por Artillería Inmanente

Giorgio Agamben, filósofo italiano de fama internacional, desarrolló el concepto de "estado de excepción" como paradigma de gobierno en su principal obra de filosofía política Homo Sacer (Seuil, 1997-2005). En la estela de Michel Foucault, pero también de Walter Benjamin y Hannah Arendt, ha realizado una serie de investigaciones genealógicas sobre las nociones de "dispositivo" y "mando", y ha elaborado los conceptos de "ociosidad", "forma de vida" o "poder destituyente". Giorgio Agamben, uno de los principales intelectuales del movimiento "ingobernable", publicó un artículo en el periódico Il Manifesto ("El coronavirus y el estado de excepción", 26 de febrero) que suscitó críticas porque, basándose en los datos sanitarios italianos de la época, se centraba en la defensa de las libertades públicas minimizando la magnitud de la epidemia. En una entrevista a Le Monde, analiza "las gravísimas consecuencias éticas y políticas" de las medidas de seguridad aplicadas para frenar la pandemia.

 


YANN LEGENDRE

NT- En un texto publicado por il manifesto, usted escribió que la pandemia mundial de COVID-19 era «una supuesta epidemia», nada más que «una especie de influenza». En vista del número de víctimas y de la rápida propagación del virus, en particular en Italia, ¿se arrepiente de esas palabras?

GA- No soy ni virólogo ni médico, y en el artículo en cuestión me limitaba a citar textualmente lo que entonces era la opinión del Consiglio Nazionale delle Ricerche  (Consejo Nacional de Investigaciones) italiano.

Por lo demás, en un video que cualquiera puede ver, Wolfgang Wodarg, que fue presidente del Comité de Salud del Consejo de Europa, va mucho más allá y dice que hoy en día no estamos midiendo la incidencia de la enfermedad causada por el virus, sino el trabajo de los especialistas que son objeto de sus investigaciones. Pero no es mi intención entrar en las discusiones entre los científicos sobre la epidemia, me interesan las gravísimas consecuencias éticas y políticas que se derivan de ella.

«Se diría que, agotado el terrorismo como causa de las medidas de excepción, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para ampliarlas más allá de todos los límites». ¿En qué sentido se trata de una «invención»? ¿El terrorismo, como una epidemia, a pesar de ser reales, pueden dar lugar a consecuencias políticas inaceptables?

Cuando se habla de invención en un ámbito político, no hay que olvidar que esto no debe entenderse en un sentido únicamente subjetivo. Los historiadores saben que hay conspiraciones por así decirlo objetivas, que parecen funcionar como tales sin que sean dirigidas por un sujeto identificable. Como Foucault mostró antes de mí, los gobiernos que se sirven del paradigma de la seguridad no funcionan necesariamente produciendo la situación de excepción, sino explotándola y dirigiéndola una vez que se ha producido. Ciertamente no soy el único que piensa que, para un gobierno totalitario como el chino, la epidemia ha sido el instrumento ideal para probar la posibilidad de aislar y controlar una región entera. Y el hecho de que en Europa podamos referirnos a China como un modelo a seguir muestra el grado de irresponsabilidad política al que nos ha arrojado el miedo. Y uno debería cuestionar el hecho bastante extraño de que el gobierno chino declare la epidemia cerrada cuando lo considera conveniente.

¿Por qué el estado de excepción es injustificado, si el confinamiento parece ser a los ojos de los científicos como el único modo para detener la propagación del virus?

25/11/2021

FRANCO “BIFO” BERARDI
La guerra biopolítica

Franco Berardi alias “Bifo” , Comune-Info, 20/11/2021
Traducido por Sancha P. Anzo

Cuando me di cuenta de que el virus había desvelado un mundo distópico como los que habíamos imaginado durante mucho tiempo, recordé la profecía que junto con Max Geraci (y el mago apuntador) habíamos formulado en una novela mal titulada Muerte a los viejos.

Para mí y Max, ese libro se llama KS, que significa KapSul, pero también Killing swarm [Enjambre asesino]. En esa novela, publicada en Milano en 2016, se imagina una extraña guerra biopolítica. La verdadera guerra biopolítica comenzó en 2020, cuando un biovirus se transformó en un infovirus y consecuentemente en un psicovirus.

En la novela imaginamos una guerra entre ancianos que se apegan a la vida como si uno se apega a la única propiedad que tiene, y jóvenes que han sido traídos al mundo en un momento en que nacer es la peor de las desgracias que pueden suceder. Grupos de adolescentes en éxtasis electro-psíquico se abalanzan sobre ancianos indefensos para masacrarlos con punzones tecno-mitológicos.

Lo que está sucediendo en la realdad es lo contrario de lo que sucede en nuestra novelita. La población anciana temía ser exterminada por el virus y por ello decretó un estado de emergencia que afecta principalmente a la población joven. Les hemos puesto el apodo hechizador de generación Z (la última), y tienen que renunciar prácticamente a todo para que su abuelo pueda agonizar en paz un rato más. Después de Glasgow la generación Z sabe que nada puede evitar el apocalipsis medioambiental, y que la tierra se está convirtiendo en un planeta desconocido y peligroso.

Cuando, a principios de marzo de 2020, supe que en muchas regiones del mundo se declaraban emergencia, confinamiento, distanciamiento, cierre de lugares de encuentro, etc., etc., me dije: “Estas medidas de emergencia salvarán unas pocas decenas de millones de ancianos, incluyéndome a mí y a muchos de mis amigos. Pero ¿cuántas víctimas habrá en las décadas siguientes?”

Leí con inquieto escepticismo la advertencia del ilustre filósofo Giorgio Agamben, que a partir de ese momento se convirtió en un paria casi innombrable: el paria decía que las medidas de confinamiento médico preparan una forma de totalitarismo biopolítico. Nada nuevo para quienes hayan leído L'histoire de la folie à l'âge classique. (Foucault 1968) y Naissance de la biopolitique (1992). Pero la emergencia impuso la responsabilidad y la responsabilidad impuso la cautela y la cautela exigió el conformismo y el conformismo implicó una confianza ciega en las autoridades y ... nos aconsejó olvidar a Foucault.