Affichage des articles dont le libellé est Genocidios. Afficher tous les articles
Affichage des articles dont le libellé est Genocidios. Afficher tous les articles

09/08/2025

MAHAD HUSSEIN SALLAM
Memorias confiscadas: encasillar los dolores, traicionar lo universal
Nunca más para nadie, en ningún lugar

Mahad Hussein Sallam, BlogsMediapart, 4/8/2025

Traducido por Tlaxcala

Una memoria bajo influencia: reflexionar sobre la justicia a través del prisma del recuerdo

“Nunca más”. Esta exhortación nacida del Holocausto se ha impuesto como un imperativo moral universal. Grabada en los museos, repetida en los discursos, pretende impedir que se repita lo peor. Pero ¿qué valor tiene esta promesa si solo protege a algunos y justifica el sufrimiento de otros?

La memoria, lejos de ser un santuario, es un campo de batalla. Ilumina u oculta. Puede prevenir u ocultar. Cuando se instrumentaliza, deja de ser un deber para convertirse en una palanca de dominación.


Memorial del campo de concentración de Dachau, Alemania

“Nunca más es ahora” en la Puerta de Brandeburgo en Berlín, 9 de noviembre de 2023

El filosemitismo como talismán moral: entre el deber de la memoria y la ceguera política

Ivan Segré escribió: «El filosemitismo es la mejor manera de dejar de ser antisemita sin dejar de dominar». » El filosemitismo de Estado transforma la memoria del Holocausto en un absoluto moral. Toda crítica a Israel se vuelve sospechosa. La confusión entre judaísmo, sionismo y Estado se convierte en arma de dominación.

En Gaza, más de 60 000 muertos, niños desnutridos, periodistas asesinados, hospitales destruidos. Y un silencio mediático aterrador. Human Rights Watch, la ONU y MSF alertan: uso del hambre, bombardeo de infraestructuras civiles, crímenes de guerra. Sin embargo, denunciar estos hechos es arriesgarse a ser acusado de antisemitismo.


Una memoria jerarquizada: Gaza, Ruanda, Yemen, Congo y Namibia

Ruanda, 1994: 800 000 tutsis masacrados. Alertas ignoradas. Complicidad pasiva de las potencias occidentales. En Francia, los archivos revelan una proximidad con los genocidas. Este genocidio sigue ausente de los libros de texto.


Mary Zins, 2018

Yemen, desde 2015: 370 000 muertos. Bombas francesas, británicas, usamericanas. Cólera, hambruna, silencio. Ningún museo, ningún día de conmemoración. En la actualidad, millones de niños siguen amenazados por la hambruna y múltiples epidemias, según organizaciones internacionales.


Manos cortadas, por Adel Abdessemed, 2017

El Congo de Leopoldo II: más de 10 millones de muertos por el caucho. Manos cortadas, aldeas incendiadas. Silencio, un siglo después. En 2020, el rey Philippe expresa su “pesar”, pero sin disculpas oficiales ni reparaciones.


Herero huyendo de las tropas alemanas en el desierto de Omaheke (1907). Imagen de Ulstein / Roger-Viollet

Herero y Nama: el genocidio inaugural del siglo XX

En Namibia, entre 1904 y 1908, los alemanes exterminaron al 80 % de los herero y al 50 % de los nama. La orden oficial del general von Trotha, octubre de 1904: «Todo herero que se encuentre dentro de la frontera alemana, con o sin armas, con o sin ganado, será fusilado». Campos de concentración, violaciones, experimentos médicos. Los cráneos se envían a Berlín para estudios raciales. El reconocimiento de 2021 sigue siendo simbólico. No hay reparaciones, ni memoria compartida, ni atención especial, siempre y cuando ocurra en otro continente.

Un historiador namibio lo resume así: «El genocidio herero es el eslabón perdido entre el imperialismo del siglo XIX y el nazismo». Pero Europa no ha aprendido nada. El crimen ha sido borrado de la historia común.



Geopolítica de la memoria: ¿a quién beneficia el recuerdo?

Algunos dolores se sacralizan, otros se rechazan. Israel se beneficia de un capital memorial único, vinculado al Holocausto y al orden poscolonial. Este capital también sirve de escudo geopolítico.

La memoria se convierte en herramienta del olvido. Se enseña Auschwitz, pero se silencia Sabra y Chatila. El filosemitismo no es amor por los judíos: es el uso estratégico de su historia. Un diplomático europeo lo admite: «Reconocer Gaza como una tragedia humana sería deslegitimar nuestra alianza con Israel. Es políticamente impensable».

La memoria histórica nunca es neutral. Está jerarquizada, instrumentalizada, calibrada según intereses geopolíticos. En Occidente, algunos sufrimientos se santifican, otros se silencian o se relegan.

Israel se beneficia hoy de un capital memorial sin igual. Esto se explica, por supuesto, por el horror del Holocausto, pero también por el contexto estratégico en el que se reconoció esta memoria: el de un mundo posimperial, en el que las potencias occidentales rediseñaban los contornos de su influencia. La memoria del exterminio judío se ha convertido, paralelamente a un reconocimiento ético, en una garantía moral para una nueva arquitectura de alianzas en Oriente Medio.

Esta brutal ecuación pone de manifiesto una verdad incómoda: la memoria de algunos pueblos se protege porque sirve a intereses. La de otros se borra porque les molesta.

Se conmemora Auschwitz, pero no Sabra y Chatila. Se criminaliza la negación de los crímenes nazis, pero se relativizan las muertes en Rafah. La memoria se convierte en una herramienta diplomática, un arma de selección moral. Petróleo, gas, materias primas, geopolítica e intereses estratégicos: estos son, por desgracia, los verdaderos títulos bajo los que se escriben muchas tragedias humanas, que se reconozcan o se nieguen.

¿Filosemitismo contra el judaísmo?

El uso sagrado de la memoria impide cualquier crítica. Annette Wieviorka: “Hemos congelado el sufrimiento judío en una sacralización”.

El filosemitismo se convierte en una trampa.

Pensadores de confesión judía como Ilan Pappé, Norman Finkelstein o Marc Ellis denuncian la confusión entre judaísmo y colonialismo. Para ellos, es la fidelidad a la ética judía la que impone oponerse a las opresiones, incluso cuando son perpetradas por un Estado que se reivindica judío.

¿Y si el exceso de amor aparente se convirtiera en otra forma de traición? Es lo que denuncia Gideon Levy, periodista israelí: «Israel no protege el legado moral del judaísmo, lo traiciona».

La instrumentalización del Holocausto sirve hoy para santificar a un Estado que bombardea, coloniza y discrimina. Esta sacralización crea una jerarquía implícita de los dolores.

El resultado es evidente: cualquier crítica a Israel se vuelve sospechosa. La memoria se convierte en un escudo ideológico. Como bien señala Dominique Vidal: «El riesgo es que los demás genocidios se conviertan en tragedias de segunda categoría. »

El filosemitismo moderno, la admiración excesiva, la intocabilidad política, ya no protege a los judíos, los encierra en un papel de icono sagrado al servicio de un poder.

Abel Herzberg lo dijo con agudeza: «Hay dos tipos de antisemitas: los que nos odian y los que nos aman demasiado».

Gideon Levy también denuncia un Estado judío que se ha vuelto racial, desigual y excluyente. No es el único. Otros pensadores judíos, como Ilan Pappé, Norman Finkelstein y Avraham Burg, hacen sonar la misma alarma: confundir judaísmo y sionismo es perjudicial para todos. Mientras que Marc Ellis concluye: «La única manera de honrar la memoria judía es estar del lado de los oprimidos, no de los opresores».

Una memoria universal o nada

La memoria no debe seleccionar a los muertos. No debe legitimar el olvido de los vivos. Debe desarmar los relatos, acoger todos los dolores, enseñar todas las tragedias.

Este texto es un llamamiento. Enseñar el genocidio de Ruanda, las masacres coloniales, la hambruna en Gaza, el destino de Yemen, con la misma solemnidad que el Holocausto. No para relativizar, sino para universalizar.

Hacer del «nunca más» no un simple eslogan vacío de sentido, sino una exigencia real. Porque la memoria selectiva es siempre el preludio de otras violencias. El universalismo comienza cuando la memoria deja de ser un arma. Una memoria que selecciona a los muertos siempre acaba justificando a los vivos que matan.