21/11/2025

Una historia íntima de la violencia: Beirut bajo asedio en 1982 en los relatos de Nejmeh Khalil Habib

Rebecca Ruth Gould, The Textual Materialist, 20-11-2025
Este ensayo apareció por primera vez en The Markaz Review en mayo de 2025
Traducido por Tlaxcala

Destrucciones en Beirut Oeste debido a los bombardeos israelíes, 1982. Foto Don McCullin

Conocida en todo el mundo árabe como poetisa que ha cultivado un estilo único de prosa poética, Nejmeh Khalil Habib es también crítica literaria y ha publicado estudios sobre Ghassan Kanafani, Jabra Ibrahim Jabra y otras figuras clave de la literatura palestina. Actualmente es profesora en la Universidad de Sídney en Australia, y escribe exclusivamente en árabe.

Habib ha publicado además dos obras de ficción: Y los niños sufren [و الأبـنـاء يـضرسـون، قـصـص قـصـيـرة  ]  (2001) y A Spring that Did Not Blossom [Una primavera que no floreció- - ربـيـع لـم يـزهـ ], aparecida por primera vez en árabe en 2003 y ahora traducida al inglés por Samar Habib y publicada por Simon and Schuster. En las seis ficciones interrelacionadas que componen el libro, nos sumergimos en la vida interior de palestinos que viven en Beirut mientras navegan sus relaciones, sus vidas y sus frustraciones, para acabar finalmente aniquilados por bombas israelíes.

Aunque la editorial en inglés lo presenta como un libro de cuentos, Una primavera que no floreció podría clasificarse igualmente como una novela no lineal; de hecho, así se describe en los medios árabes. (Aquí sigo la convención de la edición inglesa y me refiero a cada capítulo como “cuento” o “relato”.)

Lo que diferencia Una primavera que no floreció de la mayoría de las novelas es que no hay un protagonista único. Los relatos se desplazan con rapidez por la mente de un amplio abanico de personajes, algunos apenas conectados entre sí, otros que ni siquiera se conocen. De esta manera, se despliega ante nosotros el espectro completo de la sociedad palestina residente en el Líbano.

Los personajes viven en campos de refugiados palestinos como Burj el-Barajneh, Ain al-Hilweh y Shatila, este último asociado para siempre a la masacre que tuvo lugar allí en septiembre de 1982, tema del célebre ensayo de Jean Genet [Cuatro horas en Chatila]. A veces consiguen salir de los campos y se trasladan a edificios de apartamentos en Beirut Oeste. Algunos combaten en la Resistencia, otros hacen lo posible por llevar una vida tranquila.

Resistir al ciclo de noticias

El tono íntimo de los relatos de Habib diferencia su obra de mucha ficción ambientada en tiempos de guerra. Fragmentos de titulares y breves noticias se insertan en su prosa, generando una tensión entre dos discursos: el personal y el mediático. La violencia atraviesa profundamente los relatos de Habib, pero lo hace con intimidad e incluso delicadeza. No estalla en grandes acontecimientos que alimentan ideologías: aparece en sufrimientos discretos que mutilan, silencian y matan.

Los puntos suspensivos rigen este ensamblaje de fragmentos, reunidos como metralla de un edificio destruido.

Como gran parte de su prosa, el título Una primavera que no floreció es un doble sentido. Alude tanto a la estación como, también, a Rabih (que significa “primavera”), el niño alrededor del cual giran muchas de las vidas del libro.

Miriam y Awad se casan en la cuarentena con la esperanza de concebir un hijo. Lo logran, y Miriam da a luz a su único hijo, Rabih. Luego, al final del primer relato, todos mueren en un instante, cuando un bombardeo israelí borra su edificio de la faz de la tierra.

Los demás relatos narran la vida bajo el asedio israelí de Beirut en 1982 desde la perspectiva de los supervivientes. A veces miran atrás, hacia los momentos compartidos con quienes fueron asesinados en el bombardeo. Incluso cuando no están bajo una campaña de bombas incesante, el clima de terror generado por la guerra impregna el ambiente.

En “Miriam”, el relato que abre el libro, el refugiado palestino Abu Rabih (padre de Rabih) regresa al Beirut en guerra para reunirse con su familia tras un período de trabajo en un estado del Golfo, donde ganaba dinero para mantenerlos. La invasión israelí ya asoma en el horizonte, con las calles desbordadas por la violencia de la guerra civil libanesa.

Literatura frente a historia

Cuando Abu Rabih se acerca al edificio donde vive su familia, se consuela con la razón por la que cree que estarán a salvo: “a los israelíes les importa la opinión pública; es imposible que bombardeen este edificio”. Así pensaban muchos en 1982 —y así pensaron muchos antes del 7 de octubre de 2023.

Pero el edificio real de Akkar (Banayat Acre en el texto inglés) donde vivía la familia ficticia de Abu Rabih fue completamente destruido por Israel en 1982, en lo que hoy se conoce como la masacre del edificio Akkar. La atrocidad fue evocada por Mahmoud Darwish en su largo poema en prosa Memoria para el olvido (1986), y por el escritor jordano Amjad Nasser en su diario del asedio de 1982. También apareció en Under the Rubble (Bajo los escombros, 1983), un documental de Jean Khalil Chamoun y Mai Masri. En el relato de Habib, la atrocidad se representa de manera inolvidable, con todos sus detalles horrendos y desde el punto de vista de sus víctimas, gracias a la ficción.

Así como Abu Rabih se consolaba imaginando imposible algo tan atroz, también muchos observadores del genocidio israelí en Gaza se han aferrado a ilusiones similares. Entonces y ahora, línea roja tras línea roja proclamadas por políticos, comentaristas mediáticos e incluso por las propias leyes de la guerra han sido violadas con tal rapidez que parecía que nunca hubieran existido.

En este sentido, el texto de Habib resulta inquietantemente relevante para nuestro presente. También lo es su descripción del terror psicológico que Israel inflige a la población civil. “Se estaba librando un tipo de guerra sin precedentes contra Beirut y su gente”, recuerda la narradora. En esta “guerra psicológica”, se lanzaban panfletos “desde los aviones, cayendo sobre balcones y aceras, despertando a la gente de sus siestas”.

En una versión más suave de la pesadilla actual en Gaza, los panfletos “aconsejaban a los habitantes de Beirut que se marcharan y les prometían que no sufrirían daño si tomaban determinadas carreteras”. “Fingían empatía, pero ocultaban una amenaza grave.” En estos folletos lanzados sobre un territorio destinado a la aniquilación, vemos tácticas similares a las del genocidio actual, aunque en una forma más atenuada.

Rellenar los vacíos del periodismo

Habib rellena los huecos que el relato periodístico deja sin tocar.

La traductora Samar Habib (sin relación familiar) compara el estilo conciso de Nejmeh Khalil Habib con el de Kanafani. La caracterización es acertada, reforzada por las referencias directas en el texto al cuento de Kanafani Hombres en el sol (1962), así como por el hecho de que Nejmeh Khalil Habib escribió un libro sobre su ficción. También me recordó a la prosa de Toni Morrison: ambas escritoras representan la violencia de forma íntima, delicada y brutal a la vez, captándola tal como se vive en los cuerpos de las mujeres y en la desconcertación de sus hijos.

Como Morrison, Habib se nutre del mundo del hecho documental, especialmente del periodismo. Para Morrison, un recorte de prensa sobre Margaret Garner —una mujer esclavizada en el sur de USA que cometió infanticidio para evitar que su hija fuera vendida— dio origen a su novela Beloved (1987). Morrison convirtió ese mínimo esbozo en una novela rica y compleja que narraba los pasos de Garner para impedir la esclavitud de su hija.

Del mismo modo, Habib completa los vacíos del periodismo. Introduce personajes ficticios junto a los reales. Yasser Arafat (Abu Ammar) aparece numerosas veces de manera indirecta. Su paradero es precisamente la razón por la que el edificio donde la familia de Abu Rabih se refugiaba buscando seguridad fue volado por las fuerzas israelíes mediante un nuevo arma usamericano: la bomba de vacío, diseñada originalmente para las selvas de Vietnam. Consciente de que era un objetivo, Arafat permanecía en continuo movimiento; dormía en el asiento trasero de un coche cuando el edificio que los israelíes creían su escondite fue bombardeado, matando a más de doscientas cincuenta personas.


Miliciano sosteniendo un gatito. Campo de refugiados de Burj Al Barajneh, sur de Beirut, Líbano (1988). Foto Aline Manoukian

También aparecen figuras del ámbito literario, como el poeta Khalil Hawi, protagonista del segundo relato. Su trayectoria vital coincide con la guerra israelí en el Líbano. Al enterarse en 1982 de la invasión israelí de Beirut, Hawi se suicidó en su apartamento cercano a la Universidad Americana de Beirut, muriendo al instante. Kanafani no aparece en persona, pero es mencionado varias veces como periodista y escritor. También surge un personaje llamado Darwish, que puede o no ser el célebre poeta Mahmud Darwish; la coincidencia funciona como una alusión metatextual.

La tensión entre ficción y periodismo se manifiesta con fuerza en las páginas finales de “Miriam”, donde la maquinaria de guerra israelí provoca la muerte de casi todos los personajes presentados hasta entonces. ¿Cómo narrar tal horror?

No puede hacerse en primera persona, porque la conciencia de cualquier posible narrador está a punto de ser aniquilada. Por ello, Habib rompe con su estilo íntimo y pasa a la tercera persona. El contraste entre esta voz omnisciente y la intimidad del resto del relato hace que su tono impasible resulte aún más impactante. “No había edificio allí”, leemos tras ser reducido a escombros:

Era como si el edificio hubiera sido una caja de cartón vacía cuyas paredes se plegaran unas contra otras al ser aplastadas bajo dos pies fuertes.

Ese tono indiferente puede parecer inapropiado para describir la muerte de personajes cuya vida hemos seguido desde el principio, pero ¿qué mejor manera de mostrar la atrocidad de lo sucedido?

Encontrar un lenguaje para el genocidio

La dificultad de encontrar palabras es algo que muchos enfrentamos hoy al observar el genocidio en Gaza. Luchamos con la incapacidad del lenguaje para captar la atrocidad, y mucho menos detenerla. Las palabras no bastan. Y aun así escribimos, seguimos testimoniando, para que las historias de los mártires sean recordadas por generaciones.

En su párrafo final, “Miriam” yuxtapone informes periodísticos que minimizan las víctimas del bombardeo. Los puntos suspensivos articulan este montaje, reunidos como las esquirlas de un edificio destruido: significan el horror sin representarlo plenamente. La última frase nombra a los personajes presentados al comienzo del relato, ahora todos muertos:

Un familiar pudo identificar a la familia de cuatro personas al reconocer los pendientes que llevaba la madre: eran Rabih, su madre Miriam, su padre Awad y su abuela, Umm Awad.

Una historia íntima de la violencia

A través de sus experimentos narrativos, entrando y saliendo de la conciencia de sus personajes, Habib escribe una historia íntima de la violencia. Capta experiencias de terror y pérdida que la simple narración periodística no logra transmitir. Revela los efectos del terror de Estado tal como lo viven los cuerpos y las mentes de quienes lo padecen. Y, sobre todo, nos enseña cómo se siente experimentar lo que muchos palestinos en Gaza están viviendo hoy, recordándonos que aunque siempre habrá supervivientes, el trauma nunca desaparece.

Aunque la traducción de Samar Habib es meticulosa y diligente en su búsqueda de palabras capaces de transmitir los traumas intraducibles de la guerra, hay momentos en los que habría deseado una mayor libertad creativa, menos fidelidad literal al texto. Esto se nota especialmente en el manejo de las notas a pie de página. Por ejemplo, los detalles relativos al cuento popular palestino del Pájaro Verde, presente en el relato “Kawkab”, son fascinantes y relevantes, pero parecen mal ubicados, como si tuviéramos que leer dos textos simultáneos: el relato de Habib y las notas de la traductora. Muchos de esos detalles funcionarían mejor integrados en el texto principal.

Esto habría dado lugar a una versión inglesa que no correspondiera punto por punto al árabe, pero ¿para qué sirve la traducción, al fin y al cabo? ¿Para producir una réplica perfecta del original o para facilitar la entrada del lector en un mundo ajeno?

Una primavera que no floreció es una obra que busca que los lectores —en cualquier lengua— experimenten, aunque sea de manera mediada, los horrores de la guerra que Israel libró en 1982. Relatos como estos nos ayudan a comprender los horrores que siguen padeciendo el pueblo palestino y también otros países de Oriente Próximo, como Líbano e Irán, ante nuestros ojos.

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