المقالات بلغتها الأصلية Originaux Originals Originales

Affichage des articles dont le libellé est Global Sumud Flotilla. Afficher tous les articles
Affichage des articles dont le libellé est Global Sumud Flotilla. Afficher tous les articles

09/10/2025

Por fin visité Palestina… Esta es mi experiencia en la cárcel israelí tras mi detención junto a mis compañer@s de la Global Sumud Flotilla

Lyna Al TabalRai Al Youm, 8-10-2025
Traducido por Tlaxcala

“Por fin visitaste Palestina”: así terminaba el mensaje que me envió mi amiga y hermana Um al-Qasam, esposa del luchador encarcelado Marwan Barghouti.

Sí, finalmente visité Palestina, una visita dolorosa y hermosa, un paso entre dos heridas.

Vi el desierto del Naqab [“Neguev”] extenderse ante mí en una inmovilidad infinita.

Lo contemplé durante dos horas por una rendija estrecha en un camión metálico cerrado, que ni siquiera serviría para transportar mercancías deterioradas.

Pero la ocupación quiso probar nuestra capacidad de soportar el silencio bajo presión, bajo el calor sofocante, el frío de sus aires acondicionados y el ruido ensordecedor…

Sin embargo, ver la tierra de Palestina hizo que el tiempo se detuviera; las torturas favoritas de la ocupación dejaron de importar.

Cuando el camión se detuvo frente al aeropuerto, antes de deportarnos, nos amenazaron con volver a arrestarnos si levantábamos señales de victoria…

Un ejército fuertemente armado, el cuarto del mundo, un Estado nuclear, que tiembla ante unos dedos levantados…

¿Qué clase de fuerza es esta que se aterra ante un símbolo?

Salimos con calma, la cabeza en alto, cantando una canción suave sobre Palestina, lanzando consignas y señales de victoria.

Luego vi las montañas ante mí… la cadena del Ras al-Rumman [“Monte Ramon”] extendiéndose hasta el horizonte.

Aquel momento fue de silencio absoluto, calma y una sensación espiritual que nunca había experimentado.

Y les aseguro: Ver Palestina… lo vale todo.

 



En las celdas israelíes

Busquen las montañas del Rumman en Google… luego cierren los ojos e imagínenlas frente a ustedes.

Éramos un grupo que quería navegar y romper el bloqueo de Gaza en una misión humanitaria y no violenta.

Llevábamos harina, medicinas, y lo que queda de conciencia y humanidad.

Ya conocen el resto: nos secuestraron en aguas internacionales, bajo el sol y en medio del mar.

Pero nos acercamos a Gaza…

La vimos al amanecer: sí, la vimos, aunque éramos prisioneros, bajo el cielo de Palestina.

La operación de interceptación fue “profesional”, como le gusta al ejército israelí describir sus crímenes:

ilegal, inhumana, pero justificada, como siempre.

Nos llevaron al puerto de Ashdod, donde comenzó el circo israelí habitual: insultos, amenazas…

El mismo odio, el mismo lenguaje, la misma arrogancia, el mismo racismo de siempre.

Nos arrojaron en camiones indignos de transportar personas o incluso basura.

Una policía me empujó dentro de una celda metálica de metro y medio, apenas suficiente para cuatro respiraciones humanas.

Golpeé mi cabeza contra la pared de metal; por un instante creí que me había disparado.

A mi lado se sentó Rima Hassan, eurodiputada, que me dijo:

“También me golpearon… probablemente nos lleven a aislamiento, pero al menos estamos juntas.”

Reímos, porque cuando el miedo se agota, se convierte en una fría ironía.

Poco después, la policía arrojó dentro de la celda a una mujer argelina de setenta años llamada Zubeida, exdiputada, acompañada de Sirin, una joven activista.

Cuatro mujeres de tres continentes encerradas en una jaula que ni siquiera contiene sus respiraciones.

El ambiente era asfixiante, el aire, mezcla de violencia y amenaza.

Nuestros cuerpos empapados en sudor; y cuando el calor nos abrasó, decidieron encender el aire frío — no por misericordia, sino como parte de una ingeniería del tormento: frío… calor… frío… calor.

Nos llevaron al centro de detención, a las secciones 5 y 6; las mujeres fueron repartidas en 14 celdas.

A mí me asignaron la celda número 7. Un número bonito… pero me trajo mala suerte la primera noche: a las 4 de la madrugada, irrumpió en la celda el ministro Itamar Ben Gvir, símbolo de la desgracia.

Dijo con arrogancia:

“Soy el ministro de Seguridad Nacional.”

Entró con su tropa y sus perros policiales a amenazar a mujeres dormidas.

Me preguntó mi nacionalidad.

Guardé silencio.

¿Qué pasaría si dijera libanesa?

No… preferí dormir antes que abrir una batalla.

Le habría dicho:

“Ben Gvir, antes de hablar o moverte, consulta a la inteligencia artificial; al menos ella tiene algo de inteligencia.

Tu estupidez, si fuera energía renovable, iluminaría todo el desierto del Naqab, y quizás también la oscuridad de tu mente.”

Por la mañana, nos despertaban para el conteo: 14 mujeres, cada mañana y cada noche.

El número nunca cambiaba, pero insistían en repetirlo, especialmente de noche.

Nosotras reíamos y volvíamos a dormir.

Casi no había comida, no había agua, las amenazas de muerte o de gas eran constantes.

Sin derechos, sin abogado, sin médico, sin medicinas — ni siquiera paracetamol.

Cada día nos llevaban a una jaula parecida a las de Guantánamo, de unos 15 metros cuadrados, donde amontonaban a 60 mujeres bajo el sol del Naqab durante 5 o 7 horas, con la excusa de llevarnos ante un juez… que a veces ni aparecía.

Una vez, un policía me apuntó con su arma a la cabeza porque no tenía las manos detrás de la espalda:

“Te voy a matar”, dijo con seriedad patética.

Le sonreí.

Nuestro juego favorito era desafiarles:

“¡Vamos, mátame!”

“¡Mátennos!”

Palabras con las que apagábamos el miedo, como quien apaga una vela y luego la vuelve a encender.

La policía israelí no entendía de qué planeta veníamos. Los agotamos.

Cantábamos, gritábamos “¡Viva Palestina!”, los mirábamos directo a los ojos, con firmeza y una sonrisa que quizá los avergonzaba.

Uno de ellos me dijo:

“Lo que están haciendo… está bien.”

No niego mi miedo: tuve miedo, estaba tensa, cansada.

El peor escenario siempre rondaba.

Pero quien tiene la razón no teme reclamar justicia, ¿verdad?

Seguíamos gritando; ellos venían con armas, gas, perros; se iban; volvíamos a empezar.

Lo más hermoso que leí en mi vida estaba grabado en las paredes de las celdas:

nombres, tallados con uñas o con la bala de un bolígrafo hallado tras la ventana:

Abu Iyad, Abu Ma’mun, Abu Omar, Abu Mohammed, de Beit Lahia, Jabalia, Hay al-Amal, Shuja’iyya, norte de Gaza.

Escribieron sus fechas de detención; la última: 28 de septiembre.

Habían escribido: “Nos trasladaron hoy…”

Quizás vaciaron las celdas para nosotras.

En la celda 7 estaban también:

 ·       Judith, la más joven, alemana, 18 años;

·        Lucía, diputada española;

·        Marita, activista sueca;

·        Jona, política y cantante usamericana;

·        Zubeida, exdiputada argelina;

·        Hayat, periodista de Al Jazeera;

·        Patty, diputada griega;

·        Dara, directora griega…

De culturas distintas, pero una sola voz tras los barrotes: “¡Viva Palestina!”

Decidí tratar a los carceleros como lo haría una jurista: documentar primero, luego clasificar.

Había:

  • ·        el “bueno”, que me pasaba noticias en secreto: fecha de liberación, visita de los cónsules;
  • ·        el “malo”, que lanzaba balas de odio con la mirada cada mañana;
  • ·        el “indiferente”, que ni odiaba ni amaba, solo ejecutaba… un robot administrativo sin conciencia.

Luego llegó el “entretenimiento cultural”:

Nos obligaron a ver una película propagandística sobre el 7 de octubre.

Nos negamos, gritamos: “¡Detengan el genocidio en Gaza!”

Se enfurecieron. Nos negamos otra vez.

Fue nuestra última pequeña batalla, y también la ganamos.

Olvidé decirles: estábamos en la cárcel del Naqab llamada en hebreo Ketziot, que durante la primera Intifada se conocía como Ansar 2.

La ventana de mi celda daba a un terreno, donde había un cartel gigante de Gaza destruida, con la frase “La Nueva Gaza” en árabe y un enorme y arrogante banderín israelí.



Así fue mi visita a Palestina: una fiesta de tortura, amenazas, y prisión temporal en una tierra ocupada.

Pero vi las montañas, vi Gaza desde lejos, y vi el miedo israelí de cerca.

Sí, finalmente, visité Palestina.

Y la historia continúa…

Espérennos en diciembre, porque los barcos se detienen un poco, pero van a seguir navegando.

Enfin, j’ai visité la Palestine… Voici mon expérience dans la prison israélienne après mon arrestation et celle de mes compagnes et compagnons de la Global Sumud Flotilla

Lyna Al TabalRai Al Youm, 8/10/2025
Traduit par Tlaxcala

« Enfin, tu as visité la Palestine » : c’est ainsi que s’achevait le message que m’a adressé mon amie et sœur Oum Al-Qassam, l’épouse du résistant emprisonné Marwan Barghouti.
Oui, enfin, j’ai visité la Palestine — une visite douloureuse et belle à la fois, un passage entre deux blessures…

J’ai vu le désert du Naqab [“Néguev”] s’étendre devant moi, figé dans une immobilité infinie. Je l’ai observé pendant deux heures à travers une fente étroite d’un camion métallique fermé, impropre même au transport de marchandises avariées.
Mais l’occupation avait décidé de tester notre capacité à supporter le silence sous la pression, la chaleur extrême, le froid glacial de leurs climatiseurs et le vacarme qu’ils produisent…
Pourtant, voir la terre de Palestine a suspendu le temps : les rituels préférés de torture de l’occupant n’avaient plus d’emprise.

Quand le camion s’est arrêté, devant l’aéroport, pour nous expulser, ils nous ont menacés de nous arrêter à nouveau si nous faisions le signe de la victoire…

Une armée lourdement armée — la quatrième au monde — et un État nucléaire qui tremble devant des doigts levés !
Quelle est donc cette puissance qui s’effraie d’un simple symbole ?

Nous sommes sortis dans le calme, la tête haute, chantant une douce chanson pour la Palestine, lançant des slogans et des signes de victoire.
Puis j’ai vu les montagnes devant moi… la chaîne du Ras al-Rumman [“Mont Ramon”] s’étendant jusqu’à l’horizon.
Ce moment fut silence, paix, et émotion spirituelle inédite…
Et je vous l’assure : voir la Palestine… vaut tout.



Dans les cellules israéliennes

Cherchez les montagnes du Rumman sur Google, puis fermez les yeux… imaginez-les devant vous.

Nous étions un groupe ayant voulu naviguer pour briser le blocus de Gaza dans une mission humanitaire et non violente.
Nous transportions de la farine, des médicaments et ce qui reste de conscience et d’humanité…
Vous connaissez la suite : nous avons été kidnappés dans les eaux internationales, sous le soleil et en mer.
Mais nous nous étions approchés de Gaza… nous l’avons vue à l’aube : oui, nous avons vu Gaza, alors même que nous étions prisonniers, sous le ciel de la Palestine.

L’opération d’interception fut, selon les termes de l’armée israélienne, « professionnelle » — autrement dit : illégale, inhumaine, mais comme toujours présentée comme justifiée.

Ils nous ont conduits au port d’Ashdod, où le cirque israélien habituel a commencé : insultes, menaces… la même haine inchangée depuis des décennies.
La même langue, la même arrogance, le même racisme.

Ils nous ont jetées dans des camions — des véhicules impropres au transport, ni d’êtres humains, ni même de marchandises.
Une policière m’a poussée dans une cellule métallique d’à peine un mètre et demi, suffisant à peine pour quatre souffles humains.
Ma tête a heurté le mur de métal. L’espace d’un instant, j’ai cru qu’elle m’avait tiré dessus.
À côté de moi, s’est assise Rima Hassan, députée européenne. Elle s’est tournée vers moi :

“Ils m’ont frappée aussi. Ils vont probablement nous mettre à l’isolement, mais au moins, on est ensemble.”
Nous avons ri. Car quand la peur s’épuise, elle devient ironie froide.

Peu après, la policière a jeté dans la cellule une femme algérienne septuagénaire nommée Zubaida, ancienne députée, accompagnée de Sirine, une jeune militante.

Quatre femmes de trois continents, dans une cage où même leurs souffles n’avaient pas de place.
L’air était irrespirable, saturé de violence et de menace.
Nos corps trempés de sueur ; puis, quand la chaleur est devenue insupportable, ils ont allumé la clim glaciale — non par pitié, mais comme partie d’une ingénierie du supplice : chaud… froid… chaud… froid.

                                   

Ils nous ont ensuite transférées vers le centre de détention, dans les sections 5 et 6, répartissant les femmes dans 14 cellules.
Moi, j’ai été placée dans la cellule numéro 7. Un joli chiffre, ai-je pensé, jusqu’à la première nuit, à quatre heures du matin :
le ministre Itamar Ben Gvir, symbole du malheur, a fait irruption dans notre cellule, accompagné de sa troupe et de ses chiens policiers.
Il s’est présenté : “Je suis le ministre de la sécurité nationale”, et s’est mis à menacer des femmes endormies.

Il m’a demandé ma nationalité. J’ai gardé le silence.
Et si je disais “libanaise” ?  Non. Mieux vaut dormir que déclencher une bataille.

Je lui dis en mon for intérieur : “Ben Gvir, avant d’agir ou de parler, consulte l’intelligence artificielle, elle au moins possède un peu d’intelligence.
Ton idiotie, si elle était une énergie renouvelable, éclairerait tout le Néguev, et peut-être aussi l’obscurité de ton esprit.”

Le matin, ils nous réveillaient pour le comptage : 14 femmes, matin et soir, encore et encore…
Le nombre ne changeait jamais, mais ils insistaient, surtout la nuit.
Nous riions à chaque comptage et nous rendormions.

Pas de nourriture, presque pas d’eau, menaces constantes d’exécution ou de gaz.
Aucun droit : pas d’avocat, pas de médecin, pas de médicaments, pas même du paracétamol.

Chaque jour, ils nous emmenaient vers une cage semblable à celles de Guantánamo, de 15 mètres carrés, où ils entassaient 60 femmes sous le soleil du Néguev pendant 5 à 7 heures, sous prétexte de voir un juge… qui parfois n’apparaissait même pas.
Un policier a pointé son arme sur ma tête parce que je n’avais pas mis mes mains derrière mon dos :

“Je vais te tuer,” a-t-il dit sérieusement.
Je lui ai souri.

Notre jeu préféré : leur répondre d’une seule voix —

“Vas-y, tue-moi !”
“Tuez-nous !”
Des mots pour éteindre la peur, comme on souffle sur une bougie avant de la rallumer.

Les policiers israéliens ne comprenaient pas d’où nous venions… Nous les avons épuisés.
Nous chantions, nous criions “Vive la Palestine”, fixant leurs yeux avec fermeté et sourire ; peut-être les avons-nous honteusement désarmés.
L’un d’eux m’a dit : “Ce que vous faites, c’est… bien.”

Je ne nierai pas ma peur : j’ai eu peur, j’étais tendue, épuisée.
Mais la justice, on n’a pas peur de la réclamer, encore et encore, n’est-ce pas, mon ami ?

Nous criions, ils arrivaient avec armes, gaz et chiens ; ils repartaient ; nous recommencions.

Le plus beau texte que j’aie jamais lu était gravé sur les murs de ces cellules :
des noms, gravés à l’ongle ou avec la pointe d’un stylo trouvé près d’une fenêtre :
Abou Iyad, Abou Ma’moun, Abou Omar, Abou Mohammed de Beit Lahia, Jabaliya, Hay Al-Amal, Al-Shuja’iyya, Nord de Gaza.
Ils avaient écrit leurs dates d’arrestation, la dernière était le 28 septembre.
Ils avaient écrit : “On nous a transférés aujourd’hui…”
Peut-être avaient-ils vidé la cellule pour nous.

Dans la cellule n°7, il y avait aussi :

  • Judith, la plus jeune, 18 ans, allemande ;
  • Lucía, députée espagnole ;
  • Marita, militante suédoise ;
  • Jona, chanteuse et politicienne usaméricaine ;
  • Zubaida, députée algérienne ;
  • Hayat, correspondante d’Al-Jazeera ;
  • Patty, députée grecque ;
  • Dara, réalisatrice grecque…

Nous étions de cultures différentes, mais derrière les barreaux, une seule voix : “تحيا فلسطين – Vive la Palestine !”

J’ai décidé de traiter les geôliers comme le ferait une juriste : documenter d’abord, puis classer.
Il y avait :

  • le “gentil”, celui qui me transmettait en secret des infos : date de libération, visite des consuls ;
  • le “méchant”, dont le regard chaque matin tirait des balles de haine ;
  • l’“indifférent”, ni haineux ni bienveillant — un robot administratif sans conscience.

Puis est venu le “divertissement culturel” :
ils nous ont forcées à regarder un film de propagande sur le 7 octobre.
Nous avons refusé, avons crié : “Arrêtez le génocide à Gaza !”
Ils sont devenus fous. Nous avons refusé encore.
Ce fut notre petite bataille finale, et nous l’avons gagnée.

J’ai oublié de vous dire : nous étions dans la prison du Néguev — en hébreu : Ketziot — appelée Ansar 2 pendant la première Intifada.
La fenêtre de ma cellule donnait sur un terrain vague, où se dressait un immense panneau montrant Gaza détruite, surmontée de l’inscription “La Nouvelle Gaza” en arabe, et en dessous, un grand drapeau israélien, arrogant.

Ainsi fut ma visite de la Palestine :
une fête de torture, de menaces, et de détention temporaire sur une terre occupée.
Mais j’ai vu les montagnes, j’ai vu Gaza de loin, et j’ai vu de près la peur israélienne.

Oui… enfin, j’ai visité la Palestine.

Et l’histoire n’est pas finie…
Attendez-nous en décembre, car les navires font une pause, mais continueront de naviguer.

06/10/2025

TIGRILLO L. ANUDO
Les flottilles qui sont kidnappées chaque jour

Tigrillo L. Anudo, 6 octobre 2025
Traduit par Tlaxcala

Español English Italiano عربية

Le monde change peu. Les schémas historiques se répètent. Le passé n’est jamais parti. La chosification des êtres humains continue. La colonisation est toujours à l’ordre du jour. La piraterie en eaux internationales renaît avec d’autres acteurs (qui a finalement gardé les aides et les biens des passagers de la flottille humanitaire en route vers Gaza ?). On qualifie de “terroristes” ceux qui entreprennent des actions en faveur de la justice.


L’arraisonnement de la Global Sumud Flotilla, qui transportait une aide humanitaire au peuple martyrisé de Gaza, est ce qui se produit quotidiennement dans de nombreux pays. Cela se passe en ce moment même en Équateur, au Pérou, en Argentine, où les politiques néolibérales soumettent la population à la faim, au manque d’accès à la santé, à l’éducation, au logement, à l’emploi — à une mort lente.

La différence, c’est qu’il ne s’agit pas de flottilles naviguant sur la mer. Ce sont des flottilles d’investissements sociaux, kidnappées dans des congrès et assemblées ploutocratiques corrompues. Cette pratique du capitalisme global est plus visible dans une nation envahie, massacrée et humiliée par l’idéologie sioniste : conception d’un État suprémaciste menant un nettoyage ethnique contre ceux qu’il considère comme “inférieurs” et “terroristes”.

Dans les pays cités, ce sont les droits humains d’autres ethnies (indigènes, afrodescendants, paysans, ouvriers métis) sont séquestrés. Des régimes dictatoriaux et répressifs y opèrent. Ils ne tuent pas avec des bombardiers ou l’intelligence artificielle, mais par la négation de la dignité humaine — ignominie invisibilisée par les médias capitalistes et les systèmes éducatifs programmant des analphabètes politiques.

Tout est lié. Daniel Noboa (Équateur), Dina Boluarte (Pérou) et Javier Milei (Argentine) sont alliés du gouvernement sioniste de Netanyahou. De même, Donald Trump et plusieurs dirigeants européens font affaire avec le régime israélien et défendent. Bien que certains gouvernements d’Europe aient verbalement condamné les actions terroristes de l’État israélien (comme l’Italie ou l’Espagne), ils ont fini par baisser la tête face au génocide. Ils manquent de courage. Ils craignent de sortir du club des puissants complices du monde.

Le gouvernement des USA suit l’idéologie sioniste, c’est son modèle. C’est l’allié naturel de ceux qui incarnent le capitalisme 2.0 : usure, contrôle bancaire et financier, industries lucratives, production d’armes, surveillance, espionnage, exploitation accrue du travail. Le capitalisme 2.0 fait progresser la technologie, mais régresser l’humanité.

Israël enseigne aux USA comment faire des affaires, en l’associant à des projets hôteliers sur le territoire palestinien. Ni le droit international ni les droits humains ne freinent le taux de profit. L’élite politique mondiale reste permissive face au génocide de Gaza, par intérêt économique et diplomatique.

Même les romans dystopiques du XXe siècle n’avaient pas imaginé l’utopie négative actuelle : un petit pays, armé jusqu’aux dents et soutenu par l’empire usaméricain, défend son “droit” à commettre un génocide. Il considère même l’envoi d’eau, de nourriture, de médicaments à Gaza comme des actes “terroristes” financés par le Hamas. Il impose un blocus maritime depuis 17 ans, condamnant Gaza à la soif, à la faim, au manque de soins, violant le droit maritime international. Qui se soucie de la Palestine ?

Comment affronter le danger que représente le terrorisme d’État d’Israël ? Les marches et les flottilles humanitaires sont plus symboliques qu’efficaces. Cependant, elles sont précieuses et doivent continuer car elles rendent visible l’infâme offensive d’une machine qui tue enfants et femmes. Il existe aussi des campagnes de boycott contre les entreprises qui financent le terrorisme de l’armée sioniste. Leur portée est limitée, mais elles s’ajoutent au cri pour la paix. Le président Petro a proposé une Armée de Salut de l’Humanité, mais il n’y a pas eu de réponse opportune pour la concrétiser. Le président Trump a annoncé un “plan de paix” recolonisateur pour freiner la “guerre” (il ne dit pas “génocide”) et administrer avec Tony Blair (tueur d’Asiatiques) la bande de Gaza. Une tromperie et une moquerie envers le monde. Ils annulent l’autodétermination des peuples d’un trait de plume, ils décident pour la Palestine.

Tout indique que le désordre qui détruit le droit international ne pourra être compensé que par l’usage de la force par de nouveaux acteurs audacieux. Les Houthis du Yémen, un pays pauvre ravagé par la guerre, ont osé lancer des drones et missiles vers Israël ; ils le font par solidarité avec la Palestine, pour se faire entendre comme nation ignorée et frappée, pour des motifs historiques et religieux, pour la stratégie, le calcul politique, et parce qu’ils ont la dignité et le courage qui manquent aux nations riches. Ces actions, ainsi que les réponses avec missiles supersoniques de l’Iran qui ont mis en pièces le Dôme de fer d’Israël, encouragent d’autres pays à intervenir pour arrêter les massacres impunis commis quotidiennement par les militaires fanatiques dirigés par Netanyahu. Israël n’est pas si invulnérable ; cela a été démontré. Et un pays minuscule comme le Yémen comprend qu’il peut jouer un rôle en contrôlant la mer Rouge, par où navigue une grande partie des combustibles et marchandises du commerce international. Dans un monde où sont violées les règles de coexistence et de respect entre nations, on autorise la continuation de ces violations par d’autres intéressés. Israël risque d’être effacé de la carte pour son défi persistant à la paix et à la moralité internationales.

Ahmed Rahma, Türkiye

Si l’armée israélienne s’arroge le droit de kidnapper des bateaux dans les eaux internationales, elle valide le fait que les Houthis attaquent les navires transportant des armes, marchandises ou combustibles par le détroit de Bab el-Mandeb, l’entrée sud de la mer Rouge, par où transitent les navires chargés de pétrole qui approvisionnent non seulement Israël, mais aussi l’Europe et les USA. Les navires de ce dernier pays souffriront aussi. Les prix du pétrole peuvent augmenter. L’économie mondiale pourrait être affectée. La loi de la jungle s’étend sur la planète ; un avenir incertain pourrait marquer les relations internationales.

La dispute des marchés et des routes commerciales mondiales place dans un jeu d’échecs la Russie, la Chine, l’UEurope et les USA. Aucun d’entre eux ne se soucie du sort de la Palestine. Ils se préoccupent de la manière dont ils se positionnent face à leurs adversaires. Chaque fois qu’un nouveau front de guerre s’ouvre pour les USA, Russes et Chinois en profitent. Ils veulent que les USA s’épuisent en aidant leurs partenaires israéliens. Voilà pourquoi ours et dragons n’entrent pas énergiquement en scène pour défendre la Palestine. C’est ainsi que fonctionne l’économie politique. De petits pays comme le Yémen et le Liban (Hezbollah) font plus pour les Gazaouis que les grandes puissances. Les gouvernements arabes ne parviennent pas non plus à s’entendre sur la manière d’aider leurs frères palestiniens, ni sur la façon de faire face au défi sioniste.

Seuls les peuples sauvent les peuples. D’autres initiatives seront indispensables pour freiner le génocide. Il n’y a aucune puissance militaire qui sauve des vies à Gaza. Aucun gouvernement n’ose intercéder pour les Palestiniens massacrés. Aucun ne veut “avoir des problèmes”, chacun regarde son propre intérêt. Jusqu’à présent, seule l’Indonésie a proposé 20 000 soldats pour une improbable armée de salut. Personne ne croit aux armées de salut.

Gaza est seule. Ses habitants continuent de tomber sous les balles assassines de Netanyahou. Après Hiroshima et Nagasaki, le génocide palestinien est le plus grand échec de l’humanité.
La coupole sioniste est déterminée à exterminer les habitants de Gaza.
Elle le fait depuis 1947, lorsque ses alliés britanniques les ont placés délibérément sur le territoire palestinien.
Sa haine et sa peur (manque d’amour) l’ont amenée à considérer tous les Palestiniens comme des terroristes.
Elle dit la même chose de ceux qui tentent de leur apporter de l’aide.
Le fascisme est en train de régner, et nous ne nous en sommes pas rendu compte.

 

TIGRILLO L. ANUDO
The Flotillas That Are Kidnapped Every Day

Tigrillo L. Anudo, October 6, 2025
Translated by Tlaxcala

Español Français Italiano عربية

The world changes little. Historical patterns repeat themselves. The past never left. The objectification of human beings continues. Colonization is the order of the day. Piracy in international waters is revived with other actors (who finally kept the aid and belongings of the occupants of the humanitarian flotilla bound for Gaza?). Those who undertake actions in favor of justice are labeled “terrorists.”

The hijacking of the Global Sumud Flotilla, which was carrying humanitarian aid to the tormented people of Gaza, is what happens every day in many countries. It is happening right now in Ecuador, Peru, Argentina, where neoliberal policies subject the population to hunger, lack of healthcare, education, housing, employment — to a slow death.

The difference is that these are not flotillas traveling by sea. They are flotillas of social investment, which remain kidnapped in plutocratic and corrupt Congresses and Assemblies. The difference lies in the fact that this practice of global capitalism becomes more visible in a nation invaded, massacred, and humiliated by Zionist ideology, the conception of a supremacist State that carries out ethnic cleansing against those it considers “inferior” and “terrorists.”

In the countries mentioned, the human rights of other ethnic groups (indigenous peoples, Afro-descendants, peasants, mestizo workers) are kidnapped; repressive and anti-democratic dictatorial regimes operate there. They do not kill with bomber planes and artificial intelligence, but with the denial of human dignity — an ignominy made invisible by corporate media and educational apparatuses that program political illiterates.

Everything is interconnected. Daniel Noboa (President of Ecuador), Dina Boluarte (President of Peru), and Javier Milei (President of Argentina) are allies of the Zionist government of Netanyahu. Like them, Donald Trump (President of the United States) and other presidents of European nations have business interests and defend the Israeli regime. Although some European governments verbally rejected the terrorist actions of the Israeli State in Palestine (among them Italy and Spain), they ended up bowing their heads before the genocide. There is no integrity in their rejection. They are afraid to assume upright positions; they do not want to leave the Club of the world’s powerful accomplices.

The United States government follows Zionist ideology; it is its point of reference. It is the natural ally of those who embody the most characteristic features of capitalism 2.0: usury, control of banking and the financial system, management of the most lucrative industries, production of weapons and surveillance technologies, espionage services and techniques for combating “internal enemies,” developments in artificial intelligence that increase labor exploitation and unemployment. Capitalism 2.0 advances technology and diminishes humanity.

Israel teaches the United States how to do business, involving it as a partner in an ambitious hotel project on Palestinian territory. Neither International Law nor Human Rights stop the rate of profit. The elitist political world continues, for the most part, to be very permissive toward the genocide in Gaza. It suits them. Invisible threads of commercial and diplomatic interests predominate in the agenda of foreign policy. Political economy prevails, not ethics nor international solidarity.

Not even the dystopian novels of the 20th century foresaw the negative utopia the world lives in today. A small country with a powerful army, backed by the U.S. empire, “defends” its right to commit genocide. Furthermore, it considers the act of bringing food, water, medicine, and other humanitarian aid to a besieged people as terrorist acts financed by Hamas. It grants itself permission to impose a maritime blockade on the Gaza Strip (for 17 years), subjecting it to thirst, hunger, and lack of medicine. It also allows itself to violate the right to the sea by boarding vessels in international waters.
Who cares about Palestine?

How to confront the danger posed by Israel’s State terrorism? Marches and humanitarian flotillas are more symbolic than effective. However, they are valuable and must continue because they make visible the infamous offensive of a machine that kills children and women. There are also boycott campaigns against companies that finance the terrorism of the Zionist army. Their reach is limited, but they add to the cry for peace. President Petro proposed an Army of Salvation of Humanity, but there was no timely response to make it a reality. President Trump announced a recolonizing “Peace Plan” to stop the “war” (he does not say genocide) and administer the Gaza Strip with Tony Blair (killer of Asians). A deception and mockery of the world. They cancel the self-determination of peoples with a stroke of the pen; they decide for Palestine.

Ahmed Rahma, Türkiye

Everything indicates that the disorder that destroys International Law can only be compensated by the use of force by new and daring actors. The Houthis of Yemen, a poor country devastated by war, have dared to launch drones and missiles at Israel; they do so out of solidarity with Palestine, to make themselves felt as a neglected and beaten nation, for historical-religious motives, for strategy, political calculation, and because they have the dignity and courage that rich nations lack. These actions, along with the supersonic missile responses from Iran that shattered Israel’s Iron Dome, are encouraging other countries to intervene to stop the massacres committed daily with impunity by the fanatical soldiers led by Netanyahu. Israel is not so invulnerable; it has already been demonstrated. And a tiny country like Yemen understands that it can play a role by controlling the Red Sea, through which navigates a large part of the fuel and goods of international trade. In a world where the rules of coexistence and respect between nations are violated, the continuation of such violations by other interested parties is authorized. Israel is risking being erased from the map because of its persistent defiance of peace and international morality.

If the Israeli army arrogates to itself the right to kidnap ships in international waters, it is validating the Houthis attacking ships carrying weapons, goods, or fuel through the Bab el-Mandeb Strait, the southern entrance to the Red Sea, through which pass ships loaded with oil that supply not only Israel but also Europe and the United States. The ships of this last country will also suffer. Oil prices may rise. The world economy could be affected. The law of the jungle is expanding across the planet; an uncertain future could mark international relations.

The dispute over markets and global trade routes is a chessboard for Russia, China, Europe, and the United States. None of them cares about the fate of Palestine. They are concerned with how they position themselves against their rivals. Each time a new war front opens for the U.S., Russians and Chinese take advantage of it. They are interested in seeing the U.S. exhausted by helping its Israeli partners. Hence, bears and dragons do not enter energetically to defend Palestine. That is how political economy works. Small countries like Yemen and Lebanon (Hezbollah) do more for Gazans than the great powers. Arab governments also fail to agree on how to support their Palestinian brothers or how to confront the Zionist challenge.

Only the peoples save the peoples. Other initiatives will be indispensable to halt the genocide. There is no military power that saves lives in Gaza. No government dares to intercede for the massacred Palestinians. None wants to “get into trouble”; each one looks to its own interest. So far, only Indonesia has offered 20,000 soldiers for an improbable army of salvation. No one believes in armies of salvation.

Gaza is alone. Its inhabitants continue to fall under the murderous bullets of Netanyahu. After Hiroshima and Nagasaki, the Palestinian genocide is the greatest failure of humanity.
The Zionist leadership is determined to exterminate the people of Gaza. It has been doing so since 1947, when its British partners deliberately settled them in Palestinian territory.
Their hatred and fear (lack of love) have led them to consider all Palestinians as terrorists.
They say the same about those who try to bring them aid.
Fascism is reigning, and we have not realized it.

TIGRILLO L. ANUDO
Le flottiglie che vengono sequestrate ogni giorno


Tigrillo L. Anudo, 6 ottobre 2025
Tradotto da Tlaxcala

Español English Français عربية

Il mondo cambia poco. Si ripetono schemi storici. Il passato non se n’è mai andato. La cosificazione degli esseri umani continua. La colonizzazione è all’ordine del giorno. La pirateria nelle acque internazionali rinasce con altri attori (chi si è infine tenuto gli aiuti e gli averi degli occupanti della flottiglia umanitaria diretta a Gaza?). Vengono definiti “terroristi” coloro che intraprendono azioni a favore della giustizia.


Il sequestro della Flottiglia Globale Sumud, che portava aiuti umanitari al popolo tormentato di Gaza, è ciò che accade quotidianamente in molti paesi. Sta accadendo proprio ora in Ecuador, Perù, Argentina, dove le politiche neoliberiste sottomettono la popolazione alla fame, alla mancanza di assistenza sanitaria, di istruzione, di alloggio, di lavoro — a una morte lenta.

La differenza è che non si tratta di flottiglie che viaggiano per mare. Sono flottiglie di investimento sociale che restano sequestrate nei Congressi e nelle Assemblee pluto­cratiche e corrotte. La differenza sta nel fatto che questa pratica del capitalismo globale diventa più visibile in una nazione invasa, massacrata e umiliata dall’ideologia sionista, concezione di uno Stato suprematista che realizza una pulizia etnica contro coloro che considera “inferiori” e “terroristi”.

Nei paesi menzionati sono sequestrati i diritti umani di altre etnie (indigeni, afrodiscendenti, contadini, operai meticci), operano regimi dittatoriali, repressivi e antidemocratici. Non uccidono con aerei bombardieri e intelligenza artificiale, ma con la negazione della dignità umana, ignominia resa invisibile dai mezzi di comunicazione imprenditoriali e dagli apparati educativi che programmano analfabeti politici.

Tutto è articolato. Daniel Noboa (presidente dell’Ecuador), Dina Boluarte (presidente del Perù) e Javier Milei (presidente dell’Argentina) sono alleati del governo sionista di Netanyahu. Come loro, Donald Trump (presidente degli Stati Uniti) e altri presidenti di nazioni europee fanno affari con il regime di Israele che difendono. Anche se alcuni governi europei hanno respinto a parole le azioni terroristiche dello Stato israeliano in Palestina (tra questi Italia e Spagna), hanno finito per abbassare la testa di fronte al genocidio. Non c’è fermezza nel rifiuto. Hanno paura di assumere posizioni decise, non vogliono uscire dal Club dei potenti complici del mondo.

Il governo degli USA segue l’ideologia sionista, è il suo riferimento. È l’alleato naturale di coloro che incarnano ciò che è più caratteristico del capitalismo 2.0: usura, controllo delle banche e del sistema finanziario, gestione delle industrie più redditizie, produzione di armi e tecnologie di sorveglianza, servizi di spionaggio e tecniche di combattimento contro i “nemici interni”, sviluppi di Intelligenza Artificiale che aumentano lo sfruttamento del lavoro e la disoccupazione. Il capitalismo 2.0 fa avanzare la tecnologia e arretra l’umanità.

Israele insegna agli USA come fare affari, coinvolgendoli come partner in un ambizioso progetto alberghiero in territorio palestinese. Né il Diritto Internazionale né i Diritti Umani fermano il tasso di profitto. Il mondo politico elitario continua, in gran parte, a essere molto permissivo con il genocidio a Gaza. Conviene loro. Sono i fili invisibili degli interessi commerciali e diplomatici che predominano nell’agenda delle politiche estere. Prevale l’economia politica, non l’etica né la solidarietà internazionale.

Nemmeno i romanzi distopici del XX secolo avevano previsto l’utopia negativa che il mondo vive oggi. Un piccolo paese con un esercito potente, sostenuto dall’impero usamericano, “difende” il proprio diritto a commettere un genocidio. Inoltre, considera l’atto di portare cibo, acqua, medicine e altri aiuti umanitari a un popolo bloccato come atti terroristici finanziati da Hamas. Si concede il permesso di imporre un blocco marittimo alla Striscia di Gaza (da 17 anni), sottomettendola alla sete, alla fame e alla mancanza di medicinali. Si permette anche di violare il diritto al mare abbordando imbarcazioni che si trovano in acque internazionali.

A chi importa la Palestina?

Come affrontare il pericolo rappresentato dal terrorismo di Stato di Israele? Le marce e le flottiglie umanitarie sono più simboliche che efficaci. Tuttavia, sono preziose e devono continuare, perché rendono visibile l’infame offensiva di una macchina che uccide bambini e donne. Esistono anche campagne di boicottaggio contro le imprese che finanziano il terrorismo dell’esercito sionista. Anche la loro portata è limitata, ma si aggiungono al clamore per la pace. Il presidente Petro ha proposto un Esercito di Salvezza dell’Umanità, ma non c’è stata una risposta tempestiva per realizzarlo. Il presidente Trump ha annunciato un “Piano di Pace” recolonizzatore per fermare la “guerra” (non dice genocidio) e amministrare la Striscia di Gaza con Tony Blair (assassino di asiatici). Un inganno e una beffa per il mondo. Annullano l’autodeterminazione dei popoli con un colpo di penna, decidono per la Palestina.

Ahmed Rahma, Türkiye

Tutto indica che il disordine che distrugge il Diritto Internazionale potrà essere compensato solo con l’uso della forza da parte di nuovi e audaci attori. Gli Houthi dello Yemen, un paese povero devastato dalla guerra, hanno osato lanciare droni e missili su Israele; lo fanno per solidarietà con la Palestina, per farsi sentire come nazione ignorata e colpita, per motivi storico-religiosi, per strategia, per calcolo politico, perché hanno la dignità e il coraggio che mancano alle nazioni ricche. Queste azioni, insieme alle risposte con missili supersonici dell’Iran che hanno fatto a pezzi la Cupola di ferro di Israele, stanno incoraggiando altri paesi a intervenire per fermare i massacri impuniti che ogni giorno commettono i militari folli guidati da Netanyahu. Israele non è così invulnerabile, è già stato dimostrato. E un paese minuscolo come lo Yemen capisce di poter giocare un ruolo controllando il Mar Rosso, attraverso il quale naviga gran parte dei combustibili e delle merci del commercio internazionale. In un mondo dove si violano le regole della convivenza e del rispetto tra le nazioni, si autorizza la continuazione di tali violazioni da parte di altri interessati. Israele rischia di essere cancellato dalla mappa per la sua persistente sfida alla pace e alla moralità internazionale.

Se l’esercito israeliano si arroga il diritto di sequestrare navi in acque internazionali, sta legittimando che gli Houthi attacchino le navi che trasportano armi, merci o combustibili attraverso lo Stretto di Bab el-Mandeb, l’entrata sud del Mar Rosso, attraverso cui passano le navi cariche di petrolio che riforniscono non solo Israele, ma anche Europa e Stati Uniti. Anche le navi di quest’ultimo paese soffriranno. I prezzi del petrolio possono aumentare. L’economia mondiale potrebbe essere colpita. La legge della giungla si espande sul pianeta; un futuro incerto potrebbe segnare le relazioni internazionali.

La disputa dei mercati e delle rotte commerciali mondiali è una partita a scacchi tra Russia, Cina, Europa e Stati Uniti. Nessuno di loro si preoccupa del destino della Palestina. Si preoccupano di come si posizionano di fronte ai loro avversari. Ogni volta che si apre un nuovo fronte di guerra per gli Stati Uniti, russi e cinesi ne approfittano. Sono interessati a vedere gli USA logorarsi aiutando i loro soci israeliani. Ecco perché orsi e draghi non entrano con forza a difendere la Palestina. È così che funziona l’economia politica. Piccoli paesi come lo Yemen e il Libano (Hezbollah) fanno di più per i gazawi che le grandi potenze. I governi arabi non riescono nemmeno a mettersi d’accordo su come sostenere i loro fratelli palestinesi, né su come affrontare la sfida sionista.

Solo i popoli salvano i popoli. Altre iniziative saranno indispensabili per fermare il genocidio. Non esiste potere militare che salvi vite a Gaza. Nessun governo osa intercedere per i palestinesi massacrati. Nessuno vuole “mettersi nei guai”, ciascuno guarda al proprio interesse. Finora, solo l’Indonesia ha offerto 20.000 soldati per un improbabile esercito di salvezza. Nessuno crede negli eserciti di salvezza.

Gaza è sola. I suoi abitanti continuano a cadere sotto i proiettili assassini di Netanyahu. Dopo Hiroshima e Nagasaki, il genocidio palestinese è il più grande fallimento dell’umanità.
La cupola sionista è determinata a sterminare gli abitanti di Gaza.
Lo fa dal 1947, quando i suoi alleati britannici li posizionarono deliberatamente nel territorio palestinese.
Il loro odio e la loro paura (mancanza di amore) li hanno portati a considerare tutti i palestinesi come terroristi.
Dicono lo stesso di coloro che cercano di portare loro aiuti.

Il fascismo sta regnando, e non ce ne siamo accorti.