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Sergio Rodríguez Gelfenstein
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12/09/2023

Chile, el golpe y los gringos
Texto de Gabriel García Márquez (1974)

Gabriel García Márquez, Alternativa, 1974

Aunque escrito hace tiempo, el presente texto no pierde validez ya que explica con sencillez y claridad, sobre todo a las jóvenes generaciones, la caída del Gobierno Allende, y señala a los ejecutores directos e indirectos del golpe de Estado.

A fines de 1969, tres generales del Pentágono cenaron con cuatro militares chilenos en una casa de los suburbios de Washington. El anfitrión era el entonces coronel Gerardo López Angulo, agregado aéreo de la misión militar de Chile en los Estados Unidos, y los invitados chilenos eran sus colegas de las otras armas. La cena era en honor del Director de la escuela de Aviación de Chile, general Toro Mazote, quien había llegado el día anterior para una visita de estudio.

Los siete militares comieron ensalada de frutas y asado de ternera con guisantes, bebieron los vinos de corazón tibio de la remota patria del sur donde había pájaros luminosos en las playas mientras Washington naufragaba en la nieve, y hablaron en inglés de lo único que parecía interesar a los chilenos en aquellos tiempo: las elecciones presidenciales del próximo septiembre.

A los postres, uno de los generales del Pentágono preguntó qué haría el ejército de Chile si el candidato de la izquierda Salvador Allende ganaba las elecciones. El general Toro Mazote contestó:

«Nos tomaremos el palacio de la Moneda en media hora, aunque tengamos que incendiarlo»

Uno de los invitados era el general Ernesto Baeza actual director de la Seguridad Nacional de Chile, que fue quien dirigió el asalto al palacio presidencial en el golpe reciente, y quien dio la orden de incendiarlo. Dos de sus subalternos de aquellos días se hicieron célebres en la misma jornada: el general Augusto Pinochet, presidente de la Junta Militar, y el general Javier Palacios, que participó en la refriega final contra Salvador Allende.

También se encontraba en la mesa el general de brigada aérea Sergio Figueroa Gutiérrez, actual ministro de obras públicas, y amigo íntimo de otro miembro de la Junta Militar, el general del aire Gustavo Leigh, que dio la orden de bombardear con cohetes el palacio presidencial.

El último invitado era el actual almirante Arturo Troncoso, ahora gobernador naval de Valparaíso, que hizo la purga sangrienta de la oficialidad progresista de la marina de guerra, e inició el alzamiento militar en la madrugada del once de septiembre.

Aquella cena histórica fue el primer contacto del Pentágono con oficiales de las cuatro armas chilenas. En otras reuniones sucesivas, tanto en Washington como en Santiago, se llegó al acuerdo final de que los militares chilenos más adictos al alma y a los intereses de los Estados Unidos se tomarían el poder en caso de que la Unidad Popular ganara las elecciones. Lo planearon en frío, como una simple operación de guerra, y sin tomar en cuenta las condiciones reales de Chile.

El plan estaba elaborado desde antes, y no sólo como consecuencia de las presiones de la International Telegraph & Telephone (I.T.T), sino por razones mucho más profundas de política mundial. Su nombre era «Contingency Plan». El organismo que la puso en marcha fue la Defense Intelligence Agency del Pentágono, pero la encargada de su ejecución fue la Naval Intelligency Agency, que centralizó y procesó los datos de las otras agencias, inclusive la CIA, bajo la dirección política superior del Consejo Nacional de Seguridad.

Era normal que el proyecto se encomendara a la marina, y no al ejército, porque el golpe de Chile debía coincidir con la Operación Unitas, que son las maniobras conjuntas de unidades norteamericanas y chilenas en el Pacífico. Estas maniobras se llevaban a cabo en septiembre, el mismo mes de las elecciones y resultaba natural que hubiera en la tierra y en el cielo chilenos toda clase de aparatos de guerra y de hombres adiestrados en las artes y las ciencias de la muerte.

Por esa época, Henry Kissinger dijo en privado a un grupo de chilenos: “No me interesa ni sé nada del Sur del Mundo, desde los Pirineos hacia abajo”. El Contingency Plan estaba entonces terminado hasta su último detalle, y es imposible pensar que Kissinger no estuviera al corriente de eso, y que no lo estuviera el propio presidente Nixon.

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23/12/2021

JORGE MAJFUD
El terrorismo de la guerra contra el terrorismo

Jorge Majfud, 22/12/2021

Cuando se habla de drogas, se culpa a los productores, no a los consumidores. Pero cuando se habla de armas, se culpa del mal a los consumidores, no a los productores. La razón estriba, entiendo, en el lugar que ocupa el poder.

El congreso de Estados Unidos acaba de aprobar la construcción de un Memorial de la Guerra contra el Terrorismo a construirse no muy lejos del monumento a Lincoln, “para honrar aquellos que sirvieron en el conflicto más largo de la historia de la Nación”. No será el primero, ya que existe el Global War on Terrorism Memorial en Georgia, para que las nuevas generaciones nunca olviden el sacrificio de El país de las leyes que, como Superman, lucha “por la libertad y la justicia” en el mundo. Narrativa para niños educados en Disney World y para adultos que valoran la fé sobre la razón: el mundo se reduce a la lucha del Bien contra el Mal y nosotros somos los guardianes del Bien, del Destino manifiesto.

 

Memorial de  la Guerra Global contra el Terrorismo, Vineland, New Jersey, inaugurado en 2019

Como siempre, los mitos están recargados de olvidos estratégicos. Ni siquiera se trató del conflicto más largo, ya que sólo la guerra de despojo, no de la tribu sino de la Nación Seminole se extendió desde 1816 hasta mediados del siglo XIX. Antes de convertirse en mascota de un equipo de fútbol, los seminoles fueron verdaderos héroes en una verdadera guerra de defensa contra el despojo de su territorio en Florida y contra una abismal diferencia de poder militar. Al igual que otros pueblos despojados y masacrados por el fanatismo anglosajón, fueron considerados salvajes (terroristas) que, según el discurso de la Unión del presidente Andrew “Mata Indios” Jackson de 1832,  “nos atacaron primero sin que nosotros los provocásemos”.

El 31 de agosto de 2021, el presidente Joe Biden anunció el “fin de la guerra contra el terrorismo”. (Naturalmente, como escribimos hace veinte años, el negocio de la guerra se desplazará al Extremo Oriente. Habrá una Segunda Guerra Fría en el ciberespacio, no sin los fuegos de la primera.) Como ningún presidente estadounidense puede hablar de amor sino de guerra, el bueno de Biden, con un estilo muy Obama, ha advertido: “permítanme dejarlo bien claro: si buscas hacerle daño a Estados Unidos… debes saber que nunca te perdonaremos. No lo olvidaremos. Te perseguiremos hasta los confines de la Tierra y pagarás por tu ofensa”. Una copia literal de las advertencias de recordar y castigar las defensas y ofensas ajenas que se leen por miles en los anales de la historia de los últimos doscientos años. 

Sólo la “Guerra contra el terrorismo” oculta las raíces del problema de la misma forma que la “Guerra contra las drogas”, diseñada, según sus autores, para criminalizar a negros y latinos. (También Pekin ha usado ese ideoléxico de “Guerra contra el terrorismo” para justificar la violación de los derechos humanos del pueblo Uighur.) El nombre “Guerra contra el terrorismo” y la obligación de no olvidar ocultan un olvido sistemático, como la destrucción de democracias en Oriente Medio (como la de Irán en 1953), la desestabilización de gobiernos seculares (como el de Afganistán en los años 70), la  creación de milicias descontroladas (como los Muyahidín o los Contras en los 80), las Guerras perdidas y genocidas (como Vietnam en los 60 o Irak en los 2000). Como los más recientes bombardeos indiscriminados en Siria e Irak, filtrados por accidente pero probados como recurso sistemático. (Luego, mejor criminalizar a quienes nos descubrieron matando, como es el caso de Julian Assange.) Como la detención indefinida de sospechosos derivada de la Ley Patriota de 2003, la cual se ha extendido de forma obscena a los inmigrantes pobres. Porque los pobres son siempre sospechosos. Porque este es El país de las leyes, como les gusta repetir a los pobres que logran pasar y hacerse de papeles y papelitos.

20/12/2021

GRAHAM PEEBLES
Etiopía: Batalla histórica por la madre de África

Graham Peebles, CounterPunch, 17/12/2021
Traducido del inglés por
Sinfo Fernández, Tlaxcala


La indignación que sienten los etíopes ante el ataque terrorista respaldado por Occidente contra su país se está extendiendo por todo el Cuerno de África y partes del continente. Un gran movimiento de solidaridad está emergiendo a medida que los vecinos de Etiopía, Eritrea, Somalia, Sudán y Kenia unen sus fuerzas para oponerse al terror, a la injerencia imperial y a las mentiras y la desinformación de los medios de comunicación dominantes.


La victoria etíope en la batalla de Adua contra las tropas invasoras italianas, 2 de marzo de 1896-Arte popular etíope, años 1940

 

A la vista de la duplicidad y los subterfugios de Estados Unidos, se ha vuelto a poner de manifiesto la relación deformada y destructiva que existe entre los Estados africanos y las perniciosas potencias imperiales. Los sentimientos preexistentes de desconfianza y rabia se están reforzando y se está comprendiendo una vieja verdad: Que para ser verdaderamente independientes, las naciones del continente deben unirse; solo entonces se pondrá fin a la explotación, la manipulación y la injusticia.

 

Como dijo el Dr. Kwame Nkrumah, el primer primer ministro y presidente de Ghana: “Si nosotros [las naciones africanas] no formulamos planes para la unidad y tomamos medidas activas para formar una unión política, pronto estaremos luchando y guerreando entre nosotros, con los imperialistas y colonialistas tras las bambalinas tirando de cables despiadados para que nos degollemos unos a otros en aras de sus diabólicos propósitos en África”.

 

El asalto del Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF, por sus siglas en inglés) en Etiopía, apoyado por Estados Unidos, “en aras de sus diabólicos propósitos en África”, no es solo un intento de derrocar al gobierno democráticamente elegido e instalar al terrorista TPLF, sino que es un intento de desestabilizar toda la región. El Cuerno de África tiene una gran importancia estratégica, y Etiopía se encuentra en su centro: desestabilizar al país y afectar a toda la región; instalar un régimen dictatorial etnocéntrico (TPLF) y sembrar la división, envenenando la atmósfera de entendimiento mutuo y cooperación que está construyéndose en la región.

 

La relación entre Etiopía y Eritrea es fundamental para la cohesión regional. Reconociendo este hecho, inmediatamente después de asumir el cargo, el primer ministro Abiy Ahmed trabajó para poner fin a la guerra fronteriza de veinte años -instigada por el TPLF con el apoyo de Estados Unidos- con Eritrea; por esta labor unificadora, que fue en gran medida pasada por alto por los medios de comunicación occidentales en ese momento, Abiy fue premiado  con el premio Nobel de la Paz en 2019.

 

Impactantes violaciones de EE.UU.

 

Desde el 3 de noviembre de 2020, cuando las fuerzas del TPLF perpetraron su traición y atacaron la Base del Mando Norte en Etiopía (una acción que muchos sospechan que estaba sancionada por Estados Unidos), matando a soldados federales y robando armas, la administración Biden se ha mantenido firme detrás de los terroristas. Ha intentado sistemáticamente empañar la reputación del gobierno y ha impuesto una serie de sanciones económicas potencialmente devastadoras contra Etiopía, entre ellas la de aconsejar a sus ciudadanos que no viajen a Etiopía, lo que repercute en el turismo, que es un sector de gran crecimiento. Otros países, como el Reino Unido, Alemania y Francia, felices de sumarse al alarmismo, han seguido su ejemplo, como era de esperar.

 

17/12/2021

JEREMY SCAHILL
El misterioso caso de Joe Biden y el futuro de las guerras con drones

 Jeremy Scahill, The Intercept, 15/12/2021
Traducido del inglés por
Sinfo Fernández, Tlaxcala

Jeremy Scahill es corresponsal y editor general (uno de los tres editores fundadores) de The Intercept. Es reportero de investigación, corresponsal de guerra y autor de los best-sellers internacionales: “Dirty Wars: The World Is a Battlefield” y “Blackwater: The Rise of the World's Most Powerful Mercenary Army”. Ha informado desde Afganistán, Iraq, Somalia, Yemen, Nigeria, la antigua Yugoslavia y otros lugares del mundo. Scahill ha sido corresponsal de seguridad nacional para The Nation y Democracy Now! El trabajo de Scahill ha desencadenado varias investigaciones en el Congreso y ha ganado algunos de los más altos honores del periodismo. Recibió dos veces el prestigioso premio George Polk, en 1998, por sus reportajes sobre el extranjero y, en 2008, por “Blackwater”. Scahill es productor y guionista de la premiada película “Dirty Wars”, estrenada en el Festival de Cine de Sundance de 2013 y nominada al Oscar.

La gestión del ataque en Kabul es una señal ominosa de que, aunque Biden se ha comprometido a revisar el programa de drones, sigue estando arraigado un prolongado mecanismo de autoexoneración.

Durante el último año, el número de ataques con aviones no tripulados de los que se ha informado ha caído en picado. El presidente Joe Biden no autorizó ni un solo ataque conocido durante los primeros seis meses de su presidencia antes de romper la racha con una serie de ataques con drones contra Al Shabab en Somalia en julio. A pesar de la notable reducción, al menos dos de los ataques llevados a cabo bajo el mandato de Biden han acabado con la vida de civiles, incluido el ya famoso ataque del 29 de agosto en Kabul, Afganistán, que asesinó a 10 civiles, siete de ellos niños. Aunque el conjunto de datos sobre los ataques con drones de Biden es minúsculo, el resultado de sus ataques conocidos presenta una tasa de mortalidad civil espantosa. En el caso del golpe en Afganistán, el 100% de las víctimas fueron civiles.

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25/10/2021

PETER MAASS
Colin Powell fue un buen hombre que ayudó a destruir Iraq

Peter Maass (bio en español), The Intercept, 18/10/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
 

Como secretario de Estado en 2003, Powell mintió en las Naciones Unidas sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq.

“Me entristece que Colin Powell haya muerto sin ser juzgado por sus crímenes en Iraq". -  Muntadher Alzaidi


Colin Powell ha sido aclamado, a su muerte, como un pionero. Ciertamente lo fue.

Criado en el sur del Bronx por padres inmigrantes, Powell se graduó en el City College de Nueva York y ascendió en las filas del ejército estadounidense hasta convertirse en jefe del Estado Mayor Conjunto bajo el mandato del presidente George H. W. Bush durante la Guerra del Golfo Pérsico. Posteriormente, como es bien sabido, fue el primer secretario de Estado negro de EE. UU. durante la presidencia de George W. Bush. Falleció el 18 de octubre pasado, a los 84 años de edad, por complicaciones relacionadas con la covid-19.

Sus contemporáneos en EE. UU. no encuentran suficientes palabras de elogio. “Colin Powell fue la estrella del norte para una generación de altos oficiales militares estadounidenses, incluido yo”, escribió el almirante retirado James Stavridis. Para Richard Haass, que dirige el Consejo de Relaciones Exteriores, Powell fue “la persona intelectualmente más honesta que he conocido”.

La historia es muy diferente en Iraq, donde millones de personas comparten probablemente los sentimientos de Muntadher Alzaidi, quien memorablemente lanzó sus zapatos sobre George W. Bush durante una conferencia de prensa en 2008 en Bagdad. En su reacción a la muerte de Powell, Alzaidi solo expresaba su tristeza por el hecho de que no se enfrentara a un juicio por crímenes de guerra por su papel fundamental en la invasión de Iraq. “Estoy seguro de que el tribunal de Dios le estará esperando”, escribió Alzaidi en Twitter.

07/10/2021

JONATHAN COOK
El plan de la CIA para envenenar a Assange no era necesario. USA había encontrado una forma “legal” para hacerlo desaparecer

Jonathan Cook, 30/9/2021

Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala

Una investigación de Yahoo News revela que, durante gran parte de 2017, la CIA sopesó utilizar medios totalmente extrajudiciales para hacer frente a la supuesta amenaza que suponía Julian Assange y su plataforma de denunciantes WikiLeaks. La agencia había planeado secuestrarlo o asesinarlo.

A pesar de lo impactante de las revelaciones -que exponen el enfoque totalmente anárquico de la principal agencia de inteligencia estadounidense-, la investigación de Yahoo tiende a oscurecer más que a iluminar el panorama en su conjunto.

No es que a Assange se le haya privado de su libertad durante más de una década a causa de una operación no ejecutada por la CIA, sino que, más bien, se le ha mantenido en diversas formas de cautiverio -desaparecido- mediante la colaboración de varios gobiernos nacionales y sus agencias de inteligencia, con la ayuda de los sistemas legales y los medios de comunicación, que han violado sistemáticamente sus derechos y el debido proceso legal.

La realidad de los años de persecución de Assange es mucho peor incluso que la imagen de una CIA matona, vengativa y ansiosa de poder expuesta en el reportaje de Yahoo.

Más de 30 exfuncionarios de alto nivel que sirvieron en la Agencia, en la inteligencia  exterior estadounidense o en la administración de Trump, ayudaron a reconstruir para Yahoo los diversos componentes del plan de la CIA. Muestran que la agencia consideró dos opciones principales para abordar el problema de Assange, además de los movimientos secretos que sentaron las bases para procesar al fundador de WikiLeaks en los tribunales estadounidenses.

Uno de los planes era secuestrar a Assange en la embajada de Ecuador en Londres, donde había buscado asilo político desde 2012.

El objetivo era llevarlo de contrabando a Estados Unidos -violando la soberanía de Ecuador y del Reino Unido- en una operación que habría tenido todas las características de una “entrega extraordinaria”. Ese era el procedimiento ilegal que Estados Unidos utilizaba tras el 11-S para secuestrar a sospechosos en la “guerra contra el terrorismo” para enviarlos, habitualmente, a “sitios negros” donde eran torturados y retenidos sin supervisión judicial.

La otra propuesta de la CIA era asesinar a Assange o, quizás más exactamente, cometer un asesinato extrajudicial para silenciarlo de una vez por todas. Se dice que envenenarlo fue uno de los métodos considerados.

Hay que tener en cuenta estos escenarios cuando nos remontamos a 2012, al momento en que Assange decidió buscar refugio en la embajada de Ecuador temiendo la ira de Estados Unidos por la revelación de sus crímenes de guerra en Afganistán e Iraq.

Ningún periodista corporativo dio crédito a sus preocupaciones. De hecho, las ridiculizaron. Estas últimas revelaciones confirman lo que resultaba obvio para muchos de nosotros: Assange tenía muy buenas razones para buscar asilo político.

Deseo de venganza

Examinemos ese panorama en conjunto oscurecido por la información sobre el plan de la CIA.

06/09/2021

SAMUEL MOYN
La tragedia de Michael Ratner y la nuestra, o cómo la Guerra contra el terrorismo ha sido “humanizada” hasta eternizarla

 

Por Samuel Moyn, The New York Review of Books, 1/9/2021

Traducido por del inglés por S. Seguí y Sinfo Fernández, Tlaxcala

 

Samuel Moyn (1972) es titular de la cátedra Henry R. Luce de jurisprudencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Yale, y profesor de historia en dicha Universidad. Entre sus publicaciones se encuentran The Last Utopia: Human Rights in History (2010), Christian Human Rights (2015), Not Enough: Human Rights in an Unequal World (2018) y Humane: How the United States Abandoned Peace and Reinvented War (2021). Ha escrito para Boston Review, Chronicle of Higher Education, Dissent, The Nation, The New Republic, The New York Times y Wall Street Journal. @samuelmoyn

 

La carrera de Michael Ratner, este veterano abogado especialista en derechos constitucionales constituye un estudio de caso de cómo los humanitarios estadounidenses acabaron higienizando la guerra contra el terrorismo en lugar de oponerse a ella.

Michael Ratner tras presentar una demanda en un tribunal alemán contra el ejército estadounidense por los abusos infringidos a prisioneros en Abu Ghraib. Berlín, 30 de noviembre de 2004. Foto Sean Gallup/Getty Images

Poco después del 11 de septiembre de 2001, el presidente George W. Bush anunció la nueva política que exigía el nuevo tipo de guerra. Los presuntos terroristas de Al Qaeda serían juzgados por comisiones militares que ofrecían una reducida protección a los acusados, y los tribunales ordinarios, con sus garantías y protecciones habituales, quedarían al margen. Los detenidos tendrían que ser “tratados humanamente”, decía el anuncio, y los juicios tendrían que ser “completos y justos”. Pero no se especificaba ninguna norma de tratamiento para los “terroristas” procesados que reflejara las normas internacionales.

“Bueno, estamos jodidos”, comentó el abogado de derechos civiles Joseph Margulies a su esposa, Sandra Babcock, defensora pública con un profundo interés en los derechos humanos en el mundo, mientras desayunaban en cocina de Minneapolis mientras leía el periódico. El anuncio de Bush parecía ser un intento transparente de crear una segunda vía jurídica para los terroristas, que no requiriera las conocidas salvaguardias del proceso penal, ni siquiera las normas de guerra prescritas por las Convenciones de Ginebra de 1949.

“Deberíamos llamar a Michael Ratner”, respondió Sandra.

Lo hicieron. Ratner, un antiguo activista estudiantil contra la guerra de Vietnam, había hecho toda su carrera en el Centro para los Derechos Constitucionales (CCR, por sus siglas en inglés), donde se había hecho un nombre como destacado abogado de la acusación. En 2001, era el presidente del grupo; para muchos, él era en realidad el Centro para los Derechos Constitucionales. Ratner consideró la orden de Bush inequívocamente “el toque de difuntos para la democracia en este país” y se lanzó a la acción.

Tres años después, el desesperado desafío legal que Ratner lideró contra el montaje de las comisiones militares parecía estar dando sus frutos. Habían conseguido que Shafiq Rasul, un ciudadano británico al que los estadounidenses habían acorralado en Afganistán en 2001 e internado en la prisión usamericana de la bahía de Guantánamo, en la isla de Cuba, fuera liberado sin juicio y devuelto a casa. Pero otros demandantes seguían en el caso Rasul contra Bush que Ratner había llevado. Al fallar el caso unos meses después de la liberación de Rasul, el Tribunal Supremo sostuvo, por 6 votos a 3, que los tribunales federales podían ejercer su poder de suspender el derecho de habeas corpus, y por lo tanto controlar indefinidamente la detención de acusados terroristas detenidos. Providencialmente para la acusación de Ratner, apenas unos días después de que el Tribunal Supremo escuchara los argumentos orales del caso, se filtraron unas fotos escandalosas de abusos a prisioneros por parte de las fuerzas estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib, en Iraq. Sin duda, esto influyó en la decisión del tribunal.

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