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09/10/2025

Por fin visité Palestina… Esta es mi experiencia en la cárcel israelí tras mi detención junto a mis compañer@s de la Global Sumud Flotilla

Lyna Al TabalRai Al Youm, 8-10-2025
Traducido por Tlaxcala

“Por fin visitaste Palestina”: así terminaba el mensaje que me envió mi amiga y hermana Um al-Qasam, esposa del luchador encarcelado Marwan Barghouti.

Sí, finalmente visité Palestina, una visita dolorosa y hermosa, un paso entre dos heridas.

Vi el desierto del Naqab [“Neguev”] extenderse ante mí en una inmovilidad infinita.

Lo contemplé durante dos horas por una rendija estrecha en un camión metálico cerrado, que ni siquiera serviría para transportar mercancías deterioradas.

Pero la ocupación quiso probar nuestra capacidad de soportar el silencio bajo presión, bajo el calor sofocante, el frío de sus aires acondicionados y el ruido ensordecedor…

Sin embargo, ver la tierra de Palestina hizo que el tiempo se detuviera; las torturas favoritas de la ocupación dejaron de importar.

Cuando el camión se detuvo frente al aeropuerto, antes de deportarnos, nos amenazaron con volver a arrestarnos si levantábamos señales de victoria…

Un ejército fuertemente armado, el cuarto del mundo, un Estado nuclear, que tiembla ante unos dedos levantados…

¿Qué clase de fuerza es esta que se aterra ante un símbolo?

Salimos con calma, la cabeza en alto, cantando una canción suave sobre Palestina, lanzando consignas y señales de victoria.

Luego vi las montañas ante mí… la cadena del Ras al-Rumman [“Monte Ramon”] extendiéndose hasta el horizonte.

Aquel momento fue de silencio absoluto, calma y una sensación espiritual que nunca había experimentado.

Y les aseguro: Ver Palestina… lo vale todo.

 



En las celdas israelíes

Busquen las montañas del Rumman en Google… luego cierren los ojos e imagínenlas frente a ustedes.

Éramos un grupo que quería navegar y romper el bloqueo de Gaza en una misión humanitaria y no violenta.

Llevábamos harina, medicinas, y lo que queda de conciencia y humanidad.

Ya conocen el resto: nos secuestraron en aguas internacionales, bajo el sol y en medio del mar.

Pero nos acercamos a Gaza…

La vimos al amanecer: sí, la vimos, aunque éramos prisioneros, bajo el cielo de Palestina.

La operación de interceptación fue “profesional”, como le gusta al ejército israelí describir sus crímenes:

ilegal, inhumana, pero justificada, como siempre.

Nos llevaron al puerto de Ashdod, donde comenzó el circo israelí habitual: insultos, amenazas…

El mismo odio, el mismo lenguaje, la misma arrogancia, el mismo racismo de siempre.

Nos arrojaron en camiones indignos de transportar personas o incluso basura.

Una policía me empujó dentro de una celda metálica de metro y medio, apenas suficiente para cuatro respiraciones humanas.

Golpeé mi cabeza contra la pared de metal; por un instante creí que me había disparado.

A mi lado se sentó Rima Hassan, eurodiputada, que me dijo:

“También me golpearon… probablemente nos lleven a aislamiento, pero al menos estamos juntas.”

Reímos, porque cuando el miedo se agota, se convierte en una fría ironía.

Poco después, la policía arrojó dentro de la celda a una mujer argelina de setenta años llamada Zubeida, exdiputada, acompañada de Sirin, una joven activista.

Cuatro mujeres de tres continentes encerradas en una jaula que ni siquiera contiene sus respiraciones.

El ambiente era asfixiante, el aire, mezcla de violencia y amenaza.

Nuestros cuerpos empapados en sudor; y cuando el calor nos abrasó, decidieron encender el aire frío — no por misericordia, sino como parte de una ingeniería del tormento: frío… calor… frío… calor.

Nos llevaron al centro de detención, a las secciones 5 y 6; las mujeres fueron repartidas en 14 celdas.

A mí me asignaron la celda número 7. Un número bonito… pero me trajo mala suerte la primera noche: a las 4 de la madrugada, irrumpió en la celda el ministro Itamar Ben Gvir, símbolo de la desgracia.

Dijo con arrogancia:

“Soy el ministro de Seguridad Nacional.”

Entró con su tropa y sus perros policiales a amenazar a mujeres dormidas.

Me preguntó mi nacionalidad.

Guardé silencio.

¿Qué pasaría si dijera libanesa?

No… preferí dormir antes que abrir una batalla.

Le habría dicho:

“Ben Gvir, antes de hablar o moverte, consulta a la inteligencia artificial; al menos ella tiene algo de inteligencia.

Tu estupidez, si fuera energía renovable, iluminaría todo el desierto del Naqab, y quizás también la oscuridad de tu mente.”

Por la mañana, nos despertaban para el conteo: 14 mujeres, cada mañana y cada noche.

El número nunca cambiaba, pero insistían en repetirlo, especialmente de noche.

Nosotras reíamos y volvíamos a dormir.

Casi no había comida, no había agua, las amenazas de muerte o de gas eran constantes.

Sin derechos, sin abogado, sin médico, sin medicinas — ni siquiera paracetamol.

Cada día nos llevaban a una jaula parecida a las de Guantánamo, de unos 15 metros cuadrados, donde amontonaban a 60 mujeres bajo el sol del Naqab durante 5 o 7 horas, con la excusa de llevarnos ante un juez… que a veces ni aparecía.

Una vez, un policía me apuntó con su arma a la cabeza porque no tenía las manos detrás de la espalda:

“Te voy a matar”, dijo con seriedad patética.

Le sonreí.

Nuestro juego favorito era desafiarles:

“¡Vamos, mátame!”

“¡Mátennos!”

Palabras con las que apagábamos el miedo, como quien apaga una vela y luego la vuelve a encender.

La policía israelí no entendía de qué planeta veníamos. Los agotamos.

Cantábamos, gritábamos “¡Viva Palestina!”, los mirábamos directo a los ojos, con firmeza y una sonrisa que quizá los avergonzaba.

Uno de ellos me dijo:

“Lo que están haciendo… está bien.”

No niego mi miedo: tuve miedo, estaba tensa, cansada.

El peor escenario siempre rondaba.

Pero quien tiene la razón no teme reclamar justicia, ¿verdad?

Seguíamos gritando; ellos venían con armas, gas, perros; se iban; volvíamos a empezar.

Lo más hermoso que leí en mi vida estaba grabado en las paredes de las celdas:

nombres, tallados con uñas o con la bala de un bolígrafo hallado tras la ventana:

Abu Iyad, Abu Ma’mun, Abu Omar, Abu Mohammed, de Beit Lahia, Jabalia, Hay al-Amal, Shuja’iyya, norte de Gaza.

Escribieron sus fechas de detención; la última: 28 de septiembre.

Habían escribido: “Nos trasladaron hoy…”

Quizás vaciaron las celdas para nosotras.

En la celda 7 estaban también:

 ·       Judith, la más joven, alemana, 18 años;

·        Lucía, diputada española;

·        Marita, activista sueca;

·        Jona, política y cantante usamericana;

·        Zubeida, exdiputada argelina;

·        Hayat, periodista de Al Jazeera;

·        Patty, diputada griega;

·        Dara, directora griega…

De culturas distintas, pero una sola voz tras los barrotes: “¡Viva Palestina!”

Decidí tratar a los carceleros como lo haría una jurista: documentar primero, luego clasificar.

Había:

  • ·        el “bueno”, que me pasaba noticias en secreto: fecha de liberación, visita de los cónsules;
  • ·        el “malo”, que lanzaba balas de odio con la mirada cada mañana;
  • ·        el “indiferente”, que ni odiaba ni amaba, solo ejecutaba… un robot administrativo sin conciencia.

Luego llegó el “entretenimiento cultural”:

Nos obligaron a ver una película propagandística sobre el 7 de octubre.

Nos negamos, gritamos: “¡Detengan el genocidio en Gaza!”

Se enfurecieron. Nos negamos otra vez.

Fue nuestra última pequeña batalla, y también la ganamos.

Olvidé decirles: estábamos en la cárcel del Naqab llamada en hebreo Ketziot, que durante la primera Intifada se conocía como Ansar 2.

La ventana de mi celda daba a un terreno, donde había un cartel gigante de Gaza destruida, con la frase “La Nueva Gaza” en árabe y un enorme y arrogante banderín israelí.



Así fue mi visita a Palestina: una fiesta de tortura, amenazas, y prisión temporal en una tierra ocupada.

Pero vi las montañas, vi Gaza desde lejos, y vi el miedo israelí de cerca.

Sí, finalmente, visité Palestina.

Y la historia continúa…

Espérennos en diciembre, porque los barcos se detienen un poco, pero van a seguir navegando.

Enfin, j’ai visité la Palestine… Voici mon expérience dans la prison israélienne après mon arrestation et celle de mes compagnes et compagnons de la Global Sumud Flotilla

Lyna Al TabalRai Al Youm, 8/10/2025
Traduit par Tlaxcala

« Enfin, tu as visité la Palestine » : c’est ainsi que s’achevait le message que m’a adressé mon amie et sœur Oum Al-Qassam, l’épouse du résistant emprisonné Marwan Barghouti.
Oui, enfin, j’ai visité la Palestine — une visite douloureuse et belle à la fois, un passage entre deux blessures…

J’ai vu le désert du Naqab [“Néguev”] s’étendre devant moi, figé dans une immobilité infinie. Je l’ai observé pendant deux heures à travers une fente étroite d’un camion métallique fermé, impropre même au transport de marchandises avariées.
Mais l’occupation avait décidé de tester notre capacité à supporter le silence sous la pression, la chaleur extrême, le froid glacial de leurs climatiseurs et le vacarme qu’ils produisent…
Pourtant, voir la terre de Palestine a suspendu le temps : les rituels préférés de torture de l’occupant n’avaient plus d’emprise.

Quand le camion s’est arrêté, devant l’aéroport, pour nous expulser, ils nous ont menacés de nous arrêter à nouveau si nous faisions le signe de la victoire…

Une armée lourdement armée — la quatrième au monde — et un État nucléaire qui tremble devant des doigts levés !
Quelle est donc cette puissance qui s’effraie d’un simple symbole ?

Nous sommes sortis dans le calme, la tête haute, chantant une douce chanson pour la Palestine, lançant des slogans et des signes de victoire.
Puis j’ai vu les montagnes devant moi… la chaîne du Ras al-Rumman [“Mont Ramon”] s’étendant jusqu’à l’horizon.
Ce moment fut silence, paix, et émotion spirituelle inédite…
Et je vous l’assure : voir la Palestine… vaut tout.



Dans les cellules israéliennes

Cherchez les montagnes du Rumman sur Google, puis fermez les yeux… imaginez-les devant vous.

Nous étions un groupe ayant voulu naviguer pour briser le blocus de Gaza dans une mission humanitaire et non violente.
Nous transportions de la farine, des médicaments et ce qui reste de conscience et d’humanité…
Vous connaissez la suite : nous avons été kidnappés dans les eaux internationales, sous le soleil et en mer.
Mais nous nous étions approchés de Gaza… nous l’avons vue à l’aube : oui, nous avons vu Gaza, alors même que nous étions prisonniers, sous le ciel de la Palestine.

L’opération d’interception fut, selon les termes de l’armée israélienne, « professionnelle » — autrement dit : illégale, inhumaine, mais comme toujours présentée comme justifiée.

Ils nous ont conduits au port d’Ashdod, où le cirque israélien habituel a commencé : insultes, menaces… la même haine inchangée depuis des décennies.
La même langue, la même arrogance, le même racisme.

Ils nous ont jetées dans des camions — des véhicules impropres au transport, ni d’êtres humains, ni même de marchandises.
Une policière m’a poussée dans une cellule métallique d’à peine un mètre et demi, suffisant à peine pour quatre souffles humains.
Ma tête a heurté le mur de métal. L’espace d’un instant, j’ai cru qu’elle m’avait tiré dessus.
À côté de moi, s’est assise Rima Hassan, députée européenne. Elle s’est tournée vers moi :

“Ils m’ont frappée aussi. Ils vont probablement nous mettre à l’isolement, mais au moins, on est ensemble.”
Nous avons ri. Car quand la peur s’épuise, elle devient ironie froide.

Peu après, la policière a jeté dans la cellule une femme algérienne septuagénaire nommée Zubaida, ancienne députée, accompagnée de Sirine, une jeune militante.

Quatre femmes de trois continents, dans une cage où même leurs souffles n’avaient pas de place.
L’air était irrespirable, saturé de violence et de menace.
Nos corps trempés de sueur ; puis, quand la chaleur est devenue insupportable, ils ont allumé la clim glaciale — non par pitié, mais comme partie d’une ingénierie du supplice : chaud… froid… chaud… froid.

                                   

Ils nous ont ensuite transférées vers le centre de détention, dans les sections 5 et 6, répartissant les femmes dans 14 cellules.
Moi, j’ai été placée dans la cellule numéro 7. Un joli chiffre, ai-je pensé, jusqu’à la première nuit, à quatre heures du matin :
le ministre Itamar Ben Gvir, symbole du malheur, a fait irruption dans notre cellule, accompagné de sa troupe et de ses chiens policiers.
Il s’est présenté : “Je suis le ministre de la sécurité nationale”, et s’est mis à menacer des femmes endormies.

Il m’a demandé ma nationalité. J’ai gardé le silence.
Et si je disais “libanaise” ?  Non. Mieux vaut dormir que déclencher une bataille.

Je lui dis en mon for intérieur : “Ben Gvir, avant d’agir ou de parler, consulte l’intelligence artificielle, elle au moins possède un peu d’intelligence.
Ton idiotie, si elle était une énergie renouvelable, éclairerait tout le Néguev, et peut-être aussi l’obscurité de ton esprit.”

Le matin, ils nous réveillaient pour le comptage : 14 femmes, matin et soir, encore et encore…
Le nombre ne changeait jamais, mais ils insistaient, surtout la nuit.
Nous riions à chaque comptage et nous rendormions.

Pas de nourriture, presque pas d’eau, menaces constantes d’exécution ou de gaz.
Aucun droit : pas d’avocat, pas de médecin, pas de médicaments, pas même du paracétamol.

Chaque jour, ils nous emmenaient vers une cage semblable à celles de Guantánamo, de 15 mètres carrés, où ils entassaient 60 femmes sous le soleil du Néguev pendant 5 à 7 heures, sous prétexte de voir un juge… qui parfois n’apparaissait même pas.
Un policier a pointé son arme sur ma tête parce que je n’avais pas mis mes mains derrière mon dos :

“Je vais te tuer,” a-t-il dit sérieusement.
Je lui ai souri.

Notre jeu préféré : leur répondre d’une seule voix —

“Vas-y, tue-moi !”
“Tuez-nous !”
Des mots pour éteindre la peur, comme on souffle sur une bougie avant de la rallumer.

Les policiers israéliens ne comprenaient pas d’où nous venions… Nous les avons épuisés.
Nous chantions, nous criions “Vive la Palestine”, fixant leurs yeux avec fermeté et sourire ; peut-être les avons-nous honteusement désarmés.
L’un d’eux m’a dit : “Ce que vous faites, c’est… bien.”

Je ne nierai pas ma peur : j’ai eu peur, j’étais tendue, épuisée.
Mais la justice, on n’a pas peur de la réclamer, encore et encore, n’est-ce pas, mon ami ?

Nous criions, ils arrivaient avec armes, gaz et chiens ; ils repartaient ; nous recommencions.

Le plus beau texte que j’aie jamais lu était gravé sur les murs de ces cellules :
des noms, gravés à l’ongle ou avec la pointe d’un stylo trouvé près d’une fenêtre :
Abou Iyad, Abou Ma’moun, Abou Omar, Abou Mohammed de Beit Lahia, Jabaliya, Hay Al-Amal, Al-Shuja’iyya, Nord de Gaza.
Ils avaient écrit leurs dates d’arrestation, la dernière était le 28 septembre.
Ils avaient écrit : “On nous a transférés aujourd’hui…”
Peut-être avaient-ils vidé la cellule pour nous.

Dans la cellule n°7, il y avait aussi :

  • Judith, la plus jeune, 18 ans, allemande ;
  • Lucía, députée espagnole ;
  • Marita, militante suédoise ;
  • Jona, chanteuse et politicienne usaméricaine ;
  • Zubaida, députée algérienne ;
  • Hayat, correspondante d’Al-Jazeera ;
  • Patty, députée grecque ;
  • Dara, réalisatrice grecque…

Nous étions de cultures différentes, mais derrière les barreaux, une seule voix : “تحيا فلسطين – Vive la Palestine !”

J’ai décidé de traiter les geôliers comme le ferait une juriste : documenter d’abord, puis classer.
Il y avait :

  • le “gentil”, celui qui me transmettait en secret des infos : date de libération, visite des consuls ;
  • le “méchant”, dont le regard chaque matin tirait des balles de haine ;
  • l’“indifférent”, ni haineux ni bienveillant — un robot administratif sans conscience.

Puis est venu le “divertissement culturel” :
ils nous ont forcées à regarder un film de propagande sur le 7 octobre.
Nous avons refusé, avons crié : “Arrêtez le génocide à Gaza !”
Ils sont devenus fous. Nous avons refusé encore.
Ce fut notre petite bataille finale, et nous l’avons gagnée.

J’ai oublié de vous dire : nous étions dans la prison du Néguev — en hébreu : Ketziot — appelée Ansar 2 pendant la première Intifada.
La fenêtre de ma cellule donnait sur un terrain vague, où se dressait un immense panneau montrant Gaza détruite, surmontée de l’inscription “La Nouvelle Gaza” en arabe, et en dessous, un grand drapeau israélien, arrogant.

Ainsi fut ma visite de la Palestine :
une fête de torture, de menaces, et de détention temporaire sur une terre occupée.
Mais j’ai vu les montagnes, j’ai vu Gaza de loin, et j’ai vu de près la peur israélienne.

Oui… enfin, j’ai visité la Palestine.

Et l’histoire n’est pas finie…
Attendez-nous en décembre, car les navires font une pause, mais continueront de naviguer.

05/05/2024

REBECCA RUTH GOULD
Littérature carcérale palestinienne et lutte pour la liberté
Présentation du roman “Les trois principes premiers”de Wissam Rafidi

 Rebecca Ruth Gould, Books Are Our Superpower, 26/4/2024
Traduit par Fausto Giudice, Tlaxcala

Dans son introduction à la traduction anglaise en 2024 de son roman الأقانيم الثلاثة (Les trois principes premiers, publié pour la première fois en arabe en 1998), Wissam Rafidi, ancien prisonnier politique et actuel professeur d'université, cite l'écrivain palestinien emblématique et symbole de la résistance révolutionnaire Ghassan Kanafani. Dans sa nouvelle Retour à Haïfa publiée en 1969, Kanafani écrit : « en dernière analyse, l'homme est une cause ».

Pour les non-initiés à la lutte palestinienne, ces mots peuvent sembler quelque peu énigmatiques. Qu'est-ce que cela signifie exactement de dire que « l'homme » - signifiant ici « l'humain » - est une cause ? Une cause de quoi ? Une cause pour qui ?

La vie de Kanafani, artiste révolutionnaire et créatif - bien connu de tous les écrivains palestiniens - nous indique le sens de ces mots. En affirmant que l'homme est une cause, Kanafani insiste sur le maintien de l'humanisme et de l'humanité, même face à la violence israélienne brutale et à des décennies de colonisation. L'humanité passe toujours en premier : c'est la base de la lutte et sa justification ultime. En citant Kanafani comme son mentor spirituel, Rafidi s'inscrit dans une longue tradition de fiction révolutionnaire, en arabe et au-delà.

Le remarquable roman carcéral de Rafidi est le dernier épisode d'une longue tradition de littérature carcérale palestinienne, qui comprend Walid Daqqa, décédé d'un cancer dans une prison israélienne en avril 2024, Nasser Abu Srour et Mahmud Isa.

La politique de la fiction révolutionnaire

On peut dire que la fiction révolutionnaire est née dans les romans russes du XIXe siècle, tels que Que faire ? de Nikolaï Tchernychevski (1863), et Les possédés (1871-1872) de Fiodor Dostoïevski. La tradition a connu un nouvel essor dans la littérature arabe, avec notamment La neige entre par la fenêtre (1969) de l'écrivain syrien Hanna Mina*.

La fiction révolutionnaire se définit par ses objectifs : comment renverser l'ordre existant de la société contemporaine. Toutes les fictions révolutionnaires ne prônent pas activement la révolution - la critique brutale de l'hypocrisie révolutionnaire par Dostoïevski en est un exemple - mais la fiction révolutionnaire palestinienne le fait certainement.

The Trinity of Fundamentals est une œuvre de fiction révolutionnaire dans le sens où elle a été écrite par un révolutionnaire autoproclamé qui a été emprisonné en raison de ses affiliations politiques. Peut-être plus important encore, il s'agit également d'une œuvre de fiction révolutionnaire parce qu'elle nous aide à imaginer un monde meilleur, fondé sur la conviction que l'humanité est elle-même une cause.

Comment le roman a été écrit et conservé

L'existence de La Trinité des fondamentaux est un miracle en soi. Le roman a été composé entre 1993 et 1995, pendant l'incarcération de Rafidi dans le cam de détention de Ketziot**, dans le désert du Naqab/Néguev (connue par de nombreux Palestiniens sous le nom de Naqab-Ansar 3), alors qu'il rêvait d'être libéré. Afin de dissimuler le manuscrit en cours aux gardiens, les codétenus de Rafidi ont copié des passages du roman en écriture miniature et ont fourré ces extraits dans des capsules de pilules qu'ils ont ensuite fait passer en contrebande dans d'autres prisons.

Le roman a finalement été publié en arabe à Damas en 1998. Il arrive maintenant dans le monde anglophone grâce à 1804 Books et au Mouvement de la jeunesse palestinienne, Mohamed Tutunji ayant rédigé une première version. La traduction se lit bien, même si elle s'écarte par endroits de l'original arabe.

Alors que le manuscrit circulait clandestinement d'une cellule de prison à l'autre, Rafidi, qui languissait dans sa propre cellule, pensait que celui-ci avait été perdu à jamais. En effet, alors qu'il était sur le point d'achever son récit, un gardien a découvert les méthodes utilisées par les prisonniers pour faire passer le manuscrit en contrebande et l'a confisqué.

À l'insu de Rafidi et du gardien israélien, le manuscrit existait en deux exemplaires. Trois codétenus de Rafidi avaient copié le roman sur du papier suffisamment petit pour tenir dans des capsules de médicaments, qui ont ensuite été passées en contrebande dans six prisons, jusqu'à ce que l'auteur découvre en 1996 que le manuscrit qu'il croyait perdu était largement lu par des prisonniers palestiniens.

Fiche d’identité du détenu Wissam Rafidi

Une histoire de vie, de révolution et d'amour

La révolution pour laquelle le protagoniste du roman, Kan'an Subhi, vit et est prêt à mourir est celle du Front populaire de libération de la Palestine (FPLP), une organisation militante à laquelle appartenait Kanafani et que Rafidi a rejointe à l'âge de 16 ans.

Le roman retrace les neuf années (1982-1991) pendant lesquelles Kan'an mène une vie clandestine en Cisjordanie occupée, déménageant de maison en maison pour garder une longueur d'avance sur les autorités militaires israéliennes, qui ont proscrit le FPLP.

La famille de Kan'an lui conseille de sortir de la clandestinité, afin qu'après avoir purgé sa peine, il puisse éventuellement mener une vie normale, mais il a reçu des instructions du FPLP de ne pas se rendre et de ne pas rompre avec la discipline du parti. Les engagements révolutionnaires intransigeants de Kan'an déterminent la structure générale du roman. Pourtant, ses principes politiques coexistent avec un vaste éventail de vies, allant de l'amour passionné à la douleur intense.

En effet, le titre - une traduction plus littérale de l'arabe Al-Aqanim Al-Thalatha serait Les trois hypostases - fait référence aux trois principes que Rafidi considère comme constitutifs du sens de toute chose : la vie, la révolution, l'amour. La tâche de Kan'an, qu'il ne parvient pas à accomplir à la fin du roman, est d'unir ces trois principes en un tout.

Alors que la plupart des ouvrages sur les prisons se concentrent sur l'expérience de l'incarcération, The Trinity of Fundamentals est un roman sur la vie en dehors de la prison, écrit depuis une cellule de prison. L'histoire est racontée à la troisième personne, mais filtrée par le point de vue de Kan'an. Le récit de l'existence clandestine de Kan'an est entrecoupé de digressions historiques éclairantes qui enrichissent considérablement le récit et donnent un aperçu des conditions de la résistance palestinienne tout au long des années 1980.

Entre les explications sur le rôle du FPLP dans la formation de l'activisme étudiant, nous découvrons l'amour de Kan'an pour sa camarade Mouna et les tensions que ses engagements révolutionnaires entraînent dans leur relation. Mouna recherche le bonheur, pas l'action révolutionnaire. Elle est dépeinte de manière quelque peu unidimensionnelle, comme une femme pour qui « l'activité de résistance n'a qu'une influence superficielle, comme du rouge à lèvres ». Au fur et à mesure qu'elle s'efface de sa vie, Mouna devient pour Kan'an un vague souvenir, transformé en « shrapnel d'une image ».

D'autres femmes, comme Hind, son dernier amour avant son emprisonnement, sont encore plus éphémères. Dans la mémoire de Kan'an, Hind est un « éclair qui vous donne le souvenir d'une blessure ». Ces deux femmes sont comparées par le narrateur à des serre-livres qui marquent le début et la fin de son existence clandestine.

Lorsqu'il est capturé par les Israéliens, il consolide « son alliance avec son moi révolutionnaire » et se prépare « à entrer dans la nouvelle phase de confrontation » avec l'État d'Israël, celle d'un prisonnier politique. À travers l'histoire du passage à l'âge adulte d'un prisonnier politique, Rafidi articule un récit central de la littérature carcérale palestinienne. Ce même thème revient dans la fiction d'autres écrivains palestiniens emprisonnés, tels que Walid Daqqa.

Internationalisme palestinien contre domesticité usaméricaine

Comme d'autres romans révolutionnaires, La trinité des fondamentaux est imprégné d'un didactisme sincère. Après tout, il ne s'agit pas seulement de l'histoire d'un individu et de sa quête d'épanouissement personnel ; c'est aussi l'histoire du peuple palestinien dans sa résistance à l'occupation coloniale israélienne. Avec ses longues mais instructives digressions historiques et politiques, The Trinity of Fundamentals a plus en commun avec un roman comme Guerre et Paix ou Que faire ? qu'avec les derniers lauréats du Booker ou du prix Pulitzer.

Je dis cela entièrement dans un esprit de louange. Le sérieux et le didactisme du roman sont en décalage avec la plupart des romans anglophones contemporains, dans lesquels la quête du héros pour la réalisation de soi se déroule dans un monde tourné vers l'intérieur, qui ne tient guère compte des injustices globales.

Une autre qualité qui distingue ce livre de la plupart des romans de langue anglaise est son mélange unique de faits et de fiction. (À cet égard, le roman rappelle celui d'un merveilleux écrivain palestinien de cette plateforme, Ramsey Hanhan 🇵🇸 🌍, auteur de l'autobiographie romancée Fugitive Dreams). Dans l'introduction, Rafidi lui-même décrit La trinité des fondamentaux comme un « roman fictif de la vie clandestine ».

En effet, au milieu du récit, nous avons droit à une histoire de la lecture en prison. Le narrateur nous raconte comment la littérature a « nourri » Kan'an et a également « renforcé sa fibre morale, cultivé son goût pour l'art et la beauté, attisé en lui les flammes de l'inimitié envers les tyrans, stimulé son opposition à toutes les manifestations d'oppression ».

Parmi les romans qui se sont révélés essentiels à l'éducation littéraire de Kan'an, citons La neige entre par la fenêtre (1969), de Hanna Mina, et le classique soviétique Et l’acier fut trempé (1932), de Nikolaï Ostrovsko. Cependant, les œuvres qui inspirent Kan'an ne sont pas toutes ouvertement politiques ; elles comprennent des œuvres de fiction de l'écrivain brésilien Jorge Amado et de l'écrivain saoudien Abderrahmane Mounif.

Bien établi en Russie et dans d'autres traditions littéraires révolutionnaires, le genre de l'autobiographie romancée n'a pas encore réussi à s'imposer en anglais, où l'on préfère généralement que les faits soient étroitement séparés des fictions.

Réunir le personnel et le politique

La séparation de la fiction usaméricaine entre le politique et le personnel se fait à son détriment, comme le montre la comparaison avec les engagements politiques qui animent la fiction palestinienne et arabe. Selon Rafidi, cette séparation du politique et du personnel a conduit à une société dans laquelle « la quête libérale d'enterrer les concepts et les points de départ révolutionnaires, et de semer le doute à leur sujet, a atteint des proportions sans précédent ».

L'évolution de la conscience révolutionnaire de Kan'an au cours de sa vie dans la clandestinité acquiert une acuité particulière dans le contexte du génocide en cours à Gaza. Rafidi nous fait réfléchir sérieusement à ce que signifie se consacrer à une cause et tout sacrifier pour la libération collective.

Comme Kan'an le conseille à Mouna lorsqu'elle met en doute sa lutte révolutionnaire : « Arme-toi de détermination et cela rendra l'impossible possible ». En nous armant de détermination, La Trinité des fondamentaux devient un roman non seulement pour notre époque, mais aussi pour toutes les générations futures. Puisse-t-il nous aider à imaginer collectivement un avenir dans lequel la révolution pour laquelle Kan'an lutte atteindra ses objectifs.

NdT

*Hanna Mina (1924-2018), considéré comme le père du roman arabe moderne, reste un inconnu pour l’édition francophone. Sur ses plus de 40 romans, un seul a été publié en français en 1986, traduit par Abdellatif Laâbi : Soleil en instance.

** La prison de Ketziot, dans le désert du Naqab/Néguev, est le plus grand camp de détention d’Israël et du monde. Ouverte pendant le première Intifada en 1988, elle hébergeait en 1990 6 216 prisonniers palestiniens. Fermée en 1995, elle fut réouverte en avril 2002. En 2010, de nouvelles sections ont été ouvertes pour des immigrants irréguliers érythréens et soudanais. Le camp a fait l’objet de nombreux rapports critiques d’organisations de défense des droits humains. En décembre 2023, une enquête a été ouverte sur 19 gardiens suite à la mort violente sous les coups d’un membre du Fatah détenu, Tair Abu Asab.