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23/11/2021

REINALDO SPITALETTA
Hitler despierta en Tuluá, Colombia


Reinaldo Spitaletta, Sombrero de mago, El Espectador, 23/11/2021

En la fría Tunja [capital del Boyacá], y muy enruanado, vieron caminar a Adolf Hitler en 1954, hasta fotografía le tomaron, y después, por asuntos de salud, pobrecito, lo curiosearon en los termales de Paipa. Se cuenta incluso que Laureano Gómez, falangista de ley hasta cuando tuvo que prosternarse a los Estados Unidos, uno de los ganadores de la Segunda Guerra, le tributó homenajes al Führer. Los “Leopardos”, buenos oradores greco-quimbaya-caldenses, eran simpatizantes del nazismo.

Laureano, para “lamberle” a los gringos, les armó y envió a Corea el batallón Colombia. Y así borró, o eso creyó, su pasado de simpatías por la falange española y la esvástica germana. En Medellín, en los años de la Segunda Guerra, con numerosa presencia de simpatizantes nazis, el Detective 100 reportó que en el Banco Alemán-Antioqueño, gerenciado por Reinhard Gundlach y cónsul alemán en esta ciudad, había distribución de propaganda nazi y una red militante que incluía farmaceutas y algunos cerveceros.

 “Al llegar la propaganda al Banco, el señor Gundlach obliga a sus subalternos a leerla, comentarla y celebrarla y luego es enviada al señor Adolfo Stober, Jefe de propaganda y quien se ocupa de la representación de casas alemanas fabricantes de productos farmacéuticos. El señor Stober se encarga luego, por sí mismo y por medio de sus agentes y de la colonia nazi, de repartirla entre sus adeptos y entre sus posibles seguidores, a quienes van ganando con una habilidad asombrosa”, apunta el Detective 100, según se narra en “Una colectividad honorablemente sospechosa:

El fantasma de Hitler (algunos aseguran que no murió en Berlín en 1945, sino que escapó y viajó a Sudamérica) ha concretado su ominosa materialidad en movimientos neonazis, racistas y defensores del genocidio. Es inconcebible que haya, como existen, por ejemplo en Colombia, adoradores de un perpetrador de crímenes de lesa humanidad.

Lo acaecido en la Escuela de Policía de Tuluá no es solo una demostración de insólitos afectos por un sistema político de horrores, que condujo a la humanidad a una destrucción como nunca antes se había visto en la historia, sino un síntoma de la crasa ignorancia de los miembros de esa institución. Y, como diría un francés, más que una arbitrariedad, se trató de una estupidez, que tiene tanta historia como la maldad.