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01/09/2025

G. THOMAS COUSER
Cómo me convertí en antisemita

Toda mi vida sentí una fuerte afinidad con las personas judías, pero ahora que mi empleador, la Universidad de Columbia, ha adoptado la definición de antisemitismo de la IHRA*, de repente me encuentro calificado de “antisemita” porque me opongo a la opresión de los palestinos.

G. Thomas Couser, Mondoweiss, 31-8-2025
Traducido por
Tlaxcala

G. Thomas Couser tiene un doctorado en estudios americanos de la Universidad Brown. Enseñó en el Connecticut College de 1976 a 1982, y luego en la Universidad Hofstra, donde fundó el programa de estudios sobre la discapacidad, hasta su jubilación en 2011. Se incorporó a la facultad del programa de medicina narrativa de Columbia en 2021 e introdujo un curso sobre estudios de la discapacidad en el plan de estudios en 2022. Entre sus obras académicas se encuentran Recovering Bodies: Illness, Disability, and Life Writing (Wisconsin, 1997), Vulnerable Subjects: Ethics and Life Writing (Cornell, 2004), Signifying Bodies: Disability in Contemporary Life Writing (Michigan, 2009) y Memoir: An Introduction (Oxford, 2012). También publicó ensayos personales y Letter to My Father: A Memoir (Hamilton, 2017).

En El Sol también sale de Ernest Hemingway, se le pregunta a Mike Campbell cómo se arruinó. Él responde: “De dos maneras. Gradualmente y luego de repente”. Podría decir lo mismo sobre mi antisemitismo. La manera gradual implicó la evolución de mi pensamiento sobre Israel. La manera repentina implicó la adopción de una definición controvertida del antisemitismo por parte de la Universidad de Columbia, donde soy profesor adjunto.

Toda mi vida me consideré filosemita, en la medida en que era algo. Crecí en Melrose, un suburbio blanco de clase media de Boston, y no tuve amigos o conocidos judíos en mi juventud. (Melrose no era una ciudad exclusivamente WASP –blanca, anglosajona y protestante–: había muchos italousamericanos e irlandousmericanos, pero en mi clase de secundaria de 400 estudiantes solo había uno o dos judíos). Eso cambió en el verano de 1963, después de mi primer año de secundaria, cuando participé en una sesión de verano en la Academia Mount Hermon. Mi compañero de cuarto era judío, al igual que varios de mis compañeros de clase. Nos llevábamos bien, y supongo que encontraba sus intereses y valores más intelectuales y maduros que los de mis compañeros en casa.

En Dartmouth, esa tendencia continuó. Mi compañero de cuarto era judío; mi fraternidad incluía a varios judíos (entre ellos Robert Reich). Apreciaba su humor irreverente, sus ocasionales expresiones en ídish y su escepticismo laico. Cuando mis amigos judíos me decían que podía pasar por judío, lo tomaba como un cumplido.

Pese a mis amigos judíos, Israel era un desconocido para mí. Conocía, por supuesto, su historia. Mi generación creció leyendo el Diario de Ana Frank o viendo la obra teatral basada en él, un clásico del teatro escolar (incluso, o especialmente, en suburbios sin judíos como el mío). El Holocausto era una historia sagrada. Pero no tenía un interés particular en el Estado de Israel, ni ninguna idea sobre él. No lo necesitaba.

Con la conscripción militar acechándonos, muchos de mi generación estaban contra la guerra; mis amigos y yo ciertamente lo estábamos. Por eso me sorprendió que, durante la Guerra de los Seis Días de 1967, algunos de mis amigos judíos se entusiasmaran con la guerra, jactándose incluso de que servirían con gusto en el ejército israelí. Evidentemente, tenían un interés en el destino de Israel que yo no compartía, lo cual era un poco misterioso para mí. Pero suponía que su juicio estaba bien fundado; la guerra era justificada, a diferencia de lo que hoy considero un acaparamiento de tierras. En todo caso, esa guerra terminó rápidamente.

Poco después de graduarme, un amigo cercano de Dartmouth (judío) y su esposa judía, a quien conocía desde Mount Hermon, me presentaron a una de sus compañeras de clase en Brandeis. Salimos juntos, nos enamoramos y nos casamos. Claro que no fue tan sencillo. En ese entonces, no era fácil encontrar un rabino que aceptara celebrar el matrimonio de un protestante y una judía laica. Después de varias entrevistas infructuosas, contratamos a un rabino que era capellán en Columbia. Nos divorciamos unos cinco años después, pero el fracaso de nuestro matrimonio no tuvo nada que ver con diferencias religiosas, y seguimos siendo amigos.

En las décadas siguientes obtuve un doctorado en estudios americanos y enseñé literatura americana en el Connecticut College y luego en Hofstra. Como profesor, tuve muchos estudiantes y colegas judíos (especialmente en Hofstra) y me llevé bien con ellos.

Pero Israel siempre estaba en segundo plano. Deliberadamente evitaba reflexionar críticamente sobre él. Recuerdo haberle dicho a un amigo judío (cuya hija vivía en Jerusalén) que no me “interesaba” Israel. Sentía que era demasiado “complicado”. No solo eso, sino que también era fuente de divisiones y polémicas, y no quería tomar partido. Otras cuestiones políticas me parecían más importantes.

Por supuesto, estaba al tanto del movimiento de boicot a Israel, que había atraído a muchos académicos, incluidos algunos a quienes quería y admiraba. Aunque apoyaba el desinversión en Sudáfrica, desconfiaba del boicot a Israel. Si me hubieras preguntado alrededor del 2000, habría respondido: “¿Por qué centrarse en Israel?”. Eso implicaba que, aunque el país podía ser problemático, había otros regímenes opresivos en el mundo.



Pues bien, basta decir que mi pregunta encontró su respuesta en la reacción desproporcionada de Israel al ataque de Hamás del 7 de octubre. No necesito repasar los acontecimientos de los últimos dos años. Las imágenes incesantes de la ofensiva genocida contra los gazatíes transformaron gradualmente mi actitud hacia Israel: de la indiferencia benevolente de mi juventud y la cautela prudente de la madurez a una hostilidad y una ira crecientes. Esta hostilidad se aplica, por supuesto, no solo al régimen israelí, sino también al apoyo usamericano que recibe. Siento que nuestra complicidad en este horror inflige una herida moral constante a quienes se oponen, sobre todo porque nos sentimos impotentes para detenerlo.

Me persiguen las palabras de Aaron Bushnell, que se inmoló en protesta: “A muchos de nosotros nos gusta preguntarnos: ‘¿Qué habría hecho yo si hubiera vivido en la época de la esclavitud? ¿O del Jim Crow en el Sur? ¿O del apartheid? ¿Qué haría si mi país cometiera un genocidio?’ La respuesta es: lo estás haciendo. Ahora mismo”. Tras permanecer mucho tiempo inactivo, me uní a Jewish Voice for Peace y contribuyo al BDS, gestos menores que alivian un poco mi conciencia.

Mi actitud hacia Israel ha evolucionado a lo largo de las décadas, y esa evolución se ha acelerado en los últimos años. Creo que represento a innumerables personas más. Fuera de Europa Occidental, Israel es cada vez más visto como una nación paria. Y en USA, su aliado y financiador más fiel, las encuestas muestran un declive en el apoyo a Israel.

Al mismo tiempo, la definición de antisemitismo según la Alianza internacional para el recuerdo del Holocausto se ha ampliado de tal forma que ahora se aplica no solo al odio hacia las personas judías, sino también a críticas al Estado israelí que me parecen obvias, justas, legítimas y moralmente necesarias. Después de todo, varias instituciones internacionales y académicas con autoridad para emitir tales juicios han concluido que Israel es un Estado de apartheid que comete genocidio.

Como profesor adjunto de medicina narrativa en Columbia, me consternó la reciente aceptación por parte de la universidad de esta definición ampliada de antisemitismo, en respuesta a la presión ejercida por la administración Trump, que busca castigar a la institución por su supuesta tolerancia hacia las protestas.

A los administradores universitarios les gusta declarar que “El antisemitismo no tiene cabida” en sus instituciones. Pero saben que un gran número de profesores y estudiantes son antisemitas según la definición que han adoptado. ¿Qué significa para mí, y para otros profesores como yo, críticos de Israel, enseñar en una institución que implícitamente nos califica de antisemitas? Quizá no se nos despida, pero sin duda se nos desanima de hablar.

Esa definición parece lamentable en varios sentidos. Ante todo, me parece lógicamente errónea, porque confunde las actitudes hacia un Estado étnico con las actitudes hacia la etnia privilegiada por ese Estado. Esa distinción puede ser difícil de hacer en la práctica, pero es bastante clara conceptualmente. Como le gusta señalar a Caitlin Johnstone, si los palestinos odian a los judíos, no es por su religión o etnicidad, sino porque el Estado judío es su opresor.

Confundir la crítica a Israel con el odio a los judíos puede ser un medio manifiestamente práctico de descartar las críticas difamando a los opositores, y ello alimenta el discurso sobre el aumento del antisemitismo. Pero eso ignora el papel del genocidio cometido por Israel en esta aparente tendencia. Además de los actos verdaderamente antisemitas, ciertas actividades antiisraelíes o antisionistas han sido consideradas antisemitas. Si el antisemitismo ha aumentado, no es en un vacío histórico.

En cualquier caso, esta definición ampliada podría resultar contraproducente. Borrar la distinción entre el Estado de Israel y las personas judías corre el riesgo de extender el odio hacia Israel a toda la comunidad judía. Además, la definición de la IHRA corre el riesgo de debilitar o incluso suprimir el estigma del antisemitismo. Si oponerse a la empresa genocida de Israel me convierte a mí (y a tantas personas que admiro) en antisemita, ¿dónde está el problema? Cuando era más joven, me habría horrorizado ser acusado de antisemitismo. Hoy, puedo encogerme de hombros.

Finalmente, como miembro de larga data de la ACLU, me preocupa mucho lo que esta definición implica para la libertad de expresión y la libertad académica. En circunstancias normales, el tema de Israel no estaría en mis pensamientos ni en la agenda de mis clases en Columbia. Pero ahora será, de alguna manera, el elefante en la habitación, ¿verdad? Seré hiperconsciente de la posibilidad de que cualquier alusión a Gaza pueda señalarse como una amenaza para los estudiantes judíos. Lamentablemente, si yo mismo y otros críticos de Israel (muchos de ellos judíos) somos ahora antisemitas, es porque Israel y la IHRA nos han hecho así.

NdT

*Véase Definición del Antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto


 

G. THOMAS COUSER
Comment je suis devenu antisémite


Toute ma vie, j’ai ressenti une forte affinité avec les personnes juives, mais maintenant que mon employeur, l’université Columbia, a adopté la définition de l’antisémitisme de l’IHRA*, je me retrouve soudainement qualifié d’« antisémite » parce que je m’oppose à l’oppression des Palestiniens.

G. Thomas Couser, Mondoweiss, 31/8/2025

Traduit par Tlaxcala

G. Thomas Couser est titulaire d’un doctorat en études américaines de l’université Brown. Il a enseigné au Connecticut College de 1976 à 1982, puis à l’université Hofstra, où il a fondé le programme d’études sur le handicap, jusqu’à sa retraite en 2011. Il a rejoint la faculté du programme de médecine narrative de Columbia en 2021 et a introduit un cours sur les études du handicap dans le programme d’études en 2022. Parmi ses ouvrages universitaires, citons Recovering Bodies: Illness, Disability, and Life Writing (Wisconsin, 1997), Vulnerable Subjects: Ethics and Life Writing (Cornell, 2004), Signifying Bodies: Disability in Contemporary Life Writing (Michigan, 2009) et Memoir: An Introduction (Oxford, 2012). Il a également publié des essais personnels et Letter to My Father: A Memoir (Hamilton, 2017).

Dans Le soleil se lève aussi d’Ernest Hemingway, on demande à Mike Campbell comment il a fait faillite. Il répond : « De deux façons. Progressivement, puis soudainement. » Je pourrais dire la même chose à propos de mon antisémitisme. La façon progressive a impliqué l’évolution de ma pensée sur Israël. La façon soudaine a impliqué l’adoption d’une définition controversée de l’antisémitisme par l’université Columbia, où je suis professeur adjoint.

Toute ma vie, je me suis considéré comme philosémite, si tant est que je sois quelque chose. Ayant grandi à Melrose, une banlieue blanche de classe moyenne de Boston, je n’avais aucun ami ou connaissance juif dans ma jeunesse. (Melrose n’était pas une ville exclusivement WASP (blanche, anglosaxonne et protestante : il y avait beaucoup d’Italiens et d’Irlandais usaméricains, mais dans ma classe de lycée de 400 élèves, il n’y avait qu’un ou deux Juifs.) Cela a changé à l’été 1963, après ma première année de lycée, lorsque j’ai participé à une session d’été à la Mount Hermon Academy. Mon camarade de chambre était juif, tout comme plusieurs élèves de ma classe. Nous nous entendions bien, et je suppose que je trouvais leurs intérêts et leurs valeurs plus intellectuels et plus mûrs que ceux de mes camarades de classe chez moi.

À Dartmouth, cette tendance s’est poursuivie. Mon colocataire était juif ; ma fraternité comptait plusieurs Juifs (dont Robert Reich). J’appréciais leur humour irrévérencieux, leurs expressions yiddish occasionnelles et leur scepticisme laïc. Lorsque mes amis juifs me disaient que je pouvais passer pour un Juif, je le prenais comme un compliment.

Malgré mes amis juifs, Israël était une inconnue pour moi. Je connaissais bien sûr son histoire. Ma génération a grandi en lisant le Journal d’Anne Frank ou en voyant la pièce de théâtre qui en a été tirée, un incontournable du théâtre lycéen (même, ou surtout, dans les banlieues sans Juifs comme la mienne). L’Holocauste était une histoire sacrée. Mais je n’avais aucun intérêt particulier pour l’État d’Israël, ni aucune idée à son sujet. Je n’en avais pas besoin.

Avec la conscription militaire qui nous guettait, beaucoup de gens de ma génération étaient contre la guerre ; mes amis et moi l’étions certainement. J’ai donc été surpris lorsque, pendant la guerre des Six Jours de 1967, certains de mes amis juifs se sont enthousiasmés pour la guerre, se vantant même de servir volontiers dans l’armée israélienne. De toute évidence, ils avaient un intérêt pour le sort d’Israël qui me manquait, ce qui était un peu mystérieux pour moi. Mais je supposais que leur jugement était fondé ; la guerre était justifiée, contrairement à ce que je considère aujourd’hui comme accaparement de terres. De toute façon, cette guerre a rapidement pris fin.

Peu après avoir obtenu mon diplôme, un ami proche de Dartmouth (juif) et sa femme juive, que je connaissais depuis Mount Hermon, m’ont présenté une de ses camarades de classe à Brandeis. Nous sommes sortis ensemble, sommes tombés amoureux et nous sommes mariés. Bien sûr, ça n’a pas été si simple que ça. À l’époque, il n’était pas facile de trouver un rabbin qui accepterait de célébrer le mariage d’un protestant et d’une juive laïque. Après plusieurs entretiens infructueux, nous avons engagé un rabbin qui était aumônier à Columbia. Nous avons divorcé environ cinq ans plus tard, mais l’échec de notre mariage n’avait rien à voir avec des divergences religieuses, et nous sommes toujours amis.

Au cours des décennies suivantes, j’ai obtenu un doctorat en études américaines et j’ai enseigné la littérature américaine au Connecticut College, puis à l’université Hofstra. En tant que professeur, j’avais de nombreux étudiants et collègues juifs (en particulier à Hofstra) et je m’entendais bien avec eux.

Mais Israël était toujours présent en arrière-plan. J’évitais délibérément d’y réfléchir de manière critique. Je me souviens avoir dit à un ami juif (dont la fille vit à Jérusalem) que je ne « m’intéressais pas » à Israël. J’avais le sentiment que c’était trop « compliqué ». Pas seulement ça, mais aussi source de divisions et de controverses, et je ne voulais pas prendre parti. D’autres questions politiques étaient plus importantes à mes yeux.

Bien sûr, j’étais au courant du mouvement de boycott d’Israël, qui avait rallié de nombreux universitaires, y compris des personnes que j’aimais et admirais. Même si je soutenais le désinvestissement en Afrique du Sud, je me méfiais du boycott d’Israël. Si vous m’aviez posé la question vers 2000, j’aurais répondu : « Pourquoi s’en prendre à Israël ? » Cela sous-entendait que même si le pays pouvait poser problème, il existait d’autres régimes oppressifs dans le monde.



Eh bien, il suffit de dire que ma question a trouvé sa réponse dans la réaction disproportionnée d’Israël à l’attaque du Hamas le 7 octobre. Je n’ai pas besoin de revenir sur les événements des deux dernières années. Les images incessantes de l’assaut génocidaire contre les Gazaouis ont progressivement fait évoluer mon attitude envers Israël, passant de l’indifférence bienveillante de ma jeunesse et de la méfiance prudente de l’âge mûr à une hostilité et une colère croissantes. Cette hostilité s’applique bien sûr non seulement au régime israélien, mais aussi au soutien usaméricain dont il bénéficie. J’ai le sentiment que notre complicité dans cette horreur inflige une blessure morale constante à ceux qui s’y opposent, d’autant plus que nous nous sentons impuissants à y mettre fin.

Je suis hanté par les paroles d’Aaron Bushnell, qui s’est immolé par le feu en signe de protestation : « Beaucoup d’entre nous aiment se demander : « Que ferais-je si j’avais vécu à l’époque de l’esclavage ? Ou du Jim Crow dans le Sud ? Ou de l’apartheid ? Que ferais-je si mon pays commettait un génocide ? » La réponse est : vous le faites. En ce moment même. » Après être resté longtemps inactif, j’ai rejoint Jewish Voice for Peace et je contribue au BDS, des gestes mineurs qui apaisent un peu ma conscience.

Mon attitude envers Israël a donc évolué au fil des décennies, et cette évolution s’est accélérée ces dernières années. Je pense être représentatif d’innombrables autres personnes. En dehors de l’Europe occidentale, Israël est de plus en plus considéré comme une nation paria. Et aux USA, son allié et bailleur de fonds le plus fidèle, les sondages d’opinion montrent un déclin du soutien à Israël.

Dans le même temps, la définition de l’antisémitisme, selon l’Alliance internationale pour la mémoire de l’Holocauste, a été élargie de sorte qu’elle s’applique désormais non seulement à la haine du peuple juif, mais aussi aux critiques de la nation israélienne qui me semblent évidentes, justes, légitimes et moralement nécessaires. Après tout, diverses institutions internationales et universitaires habilitées à porter de tels jugements ont conclu qu’Israël est un État d’apartheid qui commet un génocide.

En tant que professeur adjoint en médecine narrative à Columbia, j’ai été consterné par l’acceptation récente par l’université de cette définition élargie de l’antisémitisme, en réponse à la pression exercée par l’administration Trump, qui cherche à punir l’institution pour sa prétendue tolérance à l’égard des manifestations.

Les administrateurs universitaires aiment faire des déclarations telles que « L’antisémitisme n’a pas sa place » dans leurs institutions. Mais ils savent qu’un grand nombre de professeurs et d’étudiants sont antisémites selon la définition qu’ils ont adoptée. Que signifie pour moi, et pour d’autres professeurs comme moi, qui sommes critiques à l’égard d’Israël, d’enseigner dans une institution qui nous qualifie implicitement d’antisémites ? Nous ne serons peut-être pas licenciés, mais nous sommes certainement découragés de nous exprimer.

Cette définition semble regrettable à plusieurs égards. Tout d’abord, elle me semble logiquement erronée, car elle confond les attitudes envers un État ethnique avec les attitudes envers l’ethnie privilégiée par cet État. Cette distinction peut être difficile à faire dans la pratique, mais elle est assez claire sur le plan conceptuel. Comme Caitlin Johnstone aime à le souligner, si les Palestiniens haïssent les Juifs, ce n’est pas à cause de leur religion ou de leur ethnicité, mais parce que l’État juif est leur oppresseur.

Confondre le reproche fait à Israël avec la haine des Juifs peut être un moyen manifestement pratique d’écarter les critiques en diffamant ses adversaires, et cela soutient le discours sur la montée de l’antisémitisme. Mais cela ignore le rôle du génocide commis par Israël dans cette tendance apparente. Outre les actes véritablement antisémites, certaines activités anti-israéliennes ou antisionistes ont été considérées comme antisémites. Si l’antisémitisme a augmenté, ce n’est pas dans un vide historique.

Quoi qu’il en soit, cette définition élargie pourrait finalement s’avérer contre-productive. Effacer la distinction entre l’État d’Israël et les personnes juives risque d’inviter à étendre la haine d’Israël à l’ensemble de la communauté juive. En outre, la définition de l’IHRA risque d’affaiblir ou de supprimer la stigmatisation de l’antisémitisme. Si l’opposition à l’entreprise génocidaire d’Israël fait de moi (et de tant de personnes que j’admire) un antisémite, où est le problème ? Quand j’étais plus jeune, j’aurais été horrifié d’être accusé d’antisémitisme. Aujourd’hui, je peux hausser les épaules.

Enfin, en tant que membre de longue date de l’ACLU, je suis très préoccupé par les implications de cette définition pour la liberté d’expression et la liberté académique. Dans le cours normal des choses, le sujet d’Israël ne serait pas dans mes pensées ni à l’ordre du jour dans ma classe à Columbia. Mais ce sera en quelque sorte l’éléphant dans la pièce, n’est-ce pas ? Je serai hyper conscient de la possibilité que toute allusion à Gaza puisse être signalée comme une menace pour les étudiants juifs. Malheureusement, si moi-même et d’autres critiques d’Israël (dont beaucoup sont eux-mêmes juifs) sommes désormais antisémites, c’est parce qu’Israël et l’IHRA nous ont rendus tels.

NdT

*Voir La définition opérationnelle de l’antisémitisme par l’Alliance internationale pour la mémoire de l’Holocauste


 

02/04/2024

REBECCA RUTH GOULD
“Nouvel antisémitisme” : ces mots qui tuent
Comment le mythe du “Juif collectif” protège Israël des critiques : un livre d’Antony Lerman


Rebecca Ruth Gould, deterritorialization,  30/3/2024
Traduit par Fausto Giudice, Tlaxcala

Dans Whatever Happened to Antisemitism ? Redefinition and the Myth of the ‘Collective Jew’ [Qu’est-il advenu de l’antisémitisme ? La redéfinition et le mythe du “Juif collectif”](Pluto Books, 2022), Antony Lerman examine ce qui est arrivé à l’antisémitisme au cours des cinq dernières décennies. Comment l’effort de définition de l’antisémitisme s’est-il aligné sur la réduction au silence des discours critiques à l’égard d’Israël ? L’histoire est complexe et n’a jamais été racontée avec autant de détails et de profondeur que dans ce livre.

Lerman écrit en tant que figure centrale des débats sur l’antisémitisme. En plus d’être un observateur de longue date de la lutte contre l’antisémitisme, il a également participé à l’élaboration de cette histoire. Il a été directeur de l’Institut des affaires juives* à partir de 1991, et c’est à ce titre qu’il a fondé le rapport mondial sur l’antisémitisme, qui a été publié de 1992 à 1998.

 
Anthony Lerman, lors d’une présentation de son livre au Musée juif de Hohenems, en Autriche, en novembre 2022

Lerman décrit et documente les pressions intenses qu’il a subies pour aligner le programme de recherche de son institut sur le projet d’étude de l’antisémitisme de l’université de Tel-Aviv, financé par le Mossad. En fin de compte, le refus de Lerman de s’aligner sur les objectifs sionistes et pro-israéliens des organisations israéliennes et usaméricaines a fait de lui la cible d’attaques de la part de l’establishment. Il a décidé de démissionner de son poste en 2009, afin d’écrire de manière indépendante sur le sujet de l’antisémitisme, libre de toute contrainte institutionnelle.

S’appuyant sur des décennies de recherches empiriques approfondies, Lerman nous guide de manière experte à travers les nombreux changements qui ont eu lieu dans la signification de l’antisémitisme au cours des dernières décennies. Comme il le souligne, même si l’attention du monde s’est déplacée vers le soi-disant « nouvel antisémitisme" »centré sur la critique d’Israël, le « nouvel antisémitisme » n’a pas remplacé l’ancien antisémitisme, qui prospère même à une époque où la quasi-totalité de la censure se concentre sur le « nouvel antisémitisme ».

Lerman rejoint d’autres chercheurs, tels que la théoricienne critique interdisciplinaire Esther Romeyn, pour considérer le nouvel antisémitisme comme « un champ de gouvernance transnational" »qui est « contrôlé par des “acteurs” institutionnels et humains ». Ces acteurs comprennent les Nations unies, l’UNESCO, l’Organisation pour la sécurité et la coopération en Europe (OSCE), la Commission européenne, diverses institutions communautaires, ainsi qu’une foule de politiciens et d’experts en la matière. Ces organisations « définissent, inventent des outils et des technologies de mesure, analysent, formulent des déclarations politiques et des programmes, et élaborent des “interventions” pour traiter et corriger » ce qu’elles considèrent comme le “nouvel antisémitisme”, qu’elles confondent souvent avec l’antisionisme et les critiques à l’égard d’Israël.

En d’autres termes, le discours qui mobilise les sociétés contre le “nouvel antisémitisme” est un outil de gouvernance, et pas seulement - ni même principalement - une praxis antiraciste. Cet outil de gouvernance s’est avéré de plus en plus utile aux États occidentaux ces dernières années dans leurs efforts pour réprimer le discours et l’activisme propalestiniens.

Une perspective historique

En expliquant comment le vieil antisémitisme a été reconfiguré en “nouvel antisémitisme” dans l’imaginaire politique des États et des institutions d’Europe et d’Amérique du Nord, Lerman identifie le 11 septembre comme le tournant décisif. Le 11 septembre marque également un tournant dramatique dans la guerre contre le terrorisme. À partir de ce moment, les attaques disproportionnées menées par les grandes puissances mondiales contre l’Afghanistan, l’Irak, le Xinjiang, le Cachemire et maintenant Gaza ont commencé à être considérées comme nécessaires et acceptables pour le maintien de l’ordre mondial.

Au moment même où l’antisémitisme était redéfini pour englober la critique d’un État-nation spécifique - Israël - les plus grandes puissances militaires du monde affirmaient leur droit à se défendre contre les insurgés terroristes et d’autres acteurs non étatiques sans tenir compte de la proportionnalité. Cette intersection entre la guerre et le discours politique sur l’antisémitisme est révélatrice car, comme l’affirme Lerman de manière lapidaire, « On ne peut pas faire la guerre à une abstraction ».

Les sections historiques (chapitres 3, 5 et 7) comptent parmi les parties les plus convaincantes de l’ouvrage. Elles documentent les défis lancés à l’État d’Israël et à l’idéologie politique du sionisme à l’ONU, ainsi que les institutions qui se sont développées en réponse à ces défis entre les années 1970 et 2000. L’un des principaux enseignements de la trajectoire historique esquissée par Lerman est que le “nouvel antisémitisme” n’est pas aussi nouveau que nous l’imaginons généralement. La tendance à confondre les critiques de gauche à l’égard d’Israël avec l’antisémitisme peut être observée dans les déclarations de responsables israéliens datant des années 1970.

En 1975, les Nations unies ont adopté la résolution 3379, qui qualifie le sionisme de « forme de racisme et de discrimination raciale ». Pourtant, dès 1973, le ministre israélien des Affaires étrangères, Abba Eban, avait perçu le sens de la marche et s’était rendu compte de l’hostilité des pays du Sud et de certains courants de gauche à l’égard d’Israël. « La nouvelle gauche est l’auteur et le géniteur du nouvel antisémitisme », affirmait Eban. Se projetant dans l’avenir, Eban ajoutait que « l’une des tâches principales de tout dialogue avec le monde des Gentils [goyim, non-juifs] est de prouver que la distinction entre l’antisémitisme et l’antisionisme n’est pas une distinction du tout ». Dans cette première déclaration, nous pouvons discerner l’idée maîtresse des débats sur l’antisémitisme qui allaient consumer les institutions communautaires et politiques juives jusqu’à aujourd’hui.

Bien que le livre de Lerman soit aujourd’hui l’étude définitive sur le sujet, il est nécessaire de signaler quelques erreurs de typographie et de translittération. Par exemple, il est impossible de savoir où commence une citation de Romeyn à la page 9 (paragraphe quatre). Plus important encore, nakba est mal orthographié en tant que naqba à la page 3. Espérons que les éditeurs procéderont à une relecture approfondie pour la prochaine édition.

Une prochaine édition sera certainement nécessaire. Les controverses autour de l’antisémitisme en relation avec Israël-Palestine, documentées dans ce livre historique, sont susceptibles de s’intensifier dans un avenir prévisible, alors que la guerre génocidaire d’Israël contre Gaza se poursuit et que la menace d’un nettoyage ethnique plane sur la Cisjordanie. Nous devrions également être reconnaissants à Lerman d’avoir un livre objectif, fondé sur des principes et érudit pour nous guider à travers ces désastres.

*NdT : fondé en 1941 à New York sous les auspices du Congrès Juif Mondial, l’Institute of Jewish Affairs a déménagé à Londres en 1965 et a été renommé Institute for Jewish Policy Research en 1996

Pour lutter contre le racisme, nous avons besoin d’une approche matérialiste

Sur la politique de définition de l’antisémitisme - et de résistance à l’antisémitisme

Rebecca Ruth Gould, ILLUMINATION-Curated, 20 février 2024
Traduit par Fausto Giudice, Tlaxcala

Pendant la première Intifada (1987-1993), l’artiste palestinien Sliman Mansour a commencé à dépeindre l’érosion des frontières de la Palestine par l’occupation militaire israélienne.

Les artistes palestiniens étaient engagés dans un boycott des produits israéliens, et Mansour n’avait accès qu’aux matériaux locaux qui pouvaient être obtenus sans commerce avec Israël : bois, cuir, boue, henné, teintures naturelles et objets trouvés.

À partir d’un mélange de bois, de boue et de teintures naturelles, il a produit une image tridimensionnelle de la Palestine, qu’il a appelée "Shrinking Object" (objet qui rétrécit). Vu en trois dimensions, le cadre de Mansour s’agrandit à mesure que la Palestine s’éloigne du champ de vision.

 

Shrinking Object ( (شئ متقلص), boue sur bois, 1996 , par Sliman Mansour

Bien qu’elle ait été créée en 1996, l’image d’une Palestine qui se rétrécit est encore plus prégnante aujourd’hui. Au cours des décennies écoulées, les frontières de la Palestine ont encore reculé. Elles ont été recouvertes par des centaines de colonies israéliennes qui ont effectivement effacé la frontière entre la Palestine et Israël et rendu obsolète le concept d’une solution à deux États.

J’ai choisi “Shrinking Object” comme couverture de mon livre, Erasing Palestine. L’image illustre parfaitement le parallèle entre l’effacement des terres palestiniennes par l’expansion du régime de colonisation et la réduction au silence de l’activisme palestinien en Europe et en Amérique du Nord.

03/06/2023

LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ
Est-ce que critiquer l’État d’Israël, c’est de l’antisémitisme ?
Argentine : Wolff contre Pietragalla

Luis E. Sabini Fernández, uy.press, 1/6/2023
Traduit par Fausto Giudice, Tlaxcala

Depuis que l’IHRA a redéfini l’antisémitisme non plus comme un rejet de la judéité en soi, mais comme un rejet de l’israélité, le monde a connu une vague d’accusations d’antisémitisme d’une ampleur sans précédent.


Carlos Latuff

En Argentine, la dernière péripétie en date de cette vague a été la plainte judiciaire de Waldo Wolff contre Horacio Pietragalla. Il s’agit respectivement du secrétaire aux Affaires publiques de la ville autonome de Buenos Aires [membre de la coalition macriste Cambiemos]  et du secrétaire aux Droits humains  du gouvernement Fernández-Kirchner [Frente de Todos, péroniste], et la plainte a été déposée en ce même mois de mai 2023.

Wolff (à g.) et Pietragalla

Nous craignons que, bien que l’IHRA doive être considérée comme connue urbi et orbi, il vaille la peine de décrire ce qui se cache derrière ce sigle, qui, nous l’imaginons, ne sera connu que d’une poignée de personnes.

L’Alliance internationale pour la mémoire de l’Holocauste est une organisation fondée en 1998. Un retard considérable, si l’on considère qu’elle invoque ce qui s’est passé pendant l’ère nazie, plus d’un demi-siècle auparavant.

Il est également remarquable de constater que la “solution finale” mise en œuvre par les nazis en 1942 a été “socialisée” sous le nom d’“Holocauste”, non pas en 1945, à la fin de la Seconde Guerre mondiale, comme on pourrait l’imaginer, mais lorsque Hollywood a produit un matériel cinématographique qui a sensibilisé les foules. En 1978, avec la série Holocauste[1]. Deux aspects de la question ont été médiatisés : un univers concentrationnaire avec la mort comme protagoniste et sa désignation même.

Pourquoi a-t-il fallu plus de trois décennies pour généraliser une désignation dont “les faits historiques présentés” nous laissent penser qu’elle était immédiate ?

Et pourquoi a-t-il fallu attendre au total plus d’un demi-siècle (1945-1998) pour mettre en place une institution se référant à un événement aussi clair ?

On ne va pas croire que c’est par manque de moyens financiers ou de soutien médiatique. Si l’on a pu constater quelque chose lors des procès de Nuremberg en 1945 (pas le congrès nazi de 1935 dans la même ville, mais ceux du tribunal mis en place par les puissances victorieuses à la fin de la Seconde Guerre mondiale), c’est que tout a été orchestré sans difficulté et que sa structure administrative était tenue par des juifs. Ce qui amena des membres de l’armée usaméricaine, à remarquer, lors des sessions du procès, qu’une telle entreprise, bien que louable et compréhensible, nuisait à la crédibilité des instances du procès et qu’il aurait été préférable de laisser certains domaines couverts par du personnel d’origine différente afin de donner plus de respectabilité à ce qui avait été réalisé.

De 1945 à une bonne partie des années 1970, la vision des vicissitudes vécues par les juifs, les Rroms, les homosexuels, les socialistes, les chrétiens, les communistes et les anarchistes sous le Troisième Reich a fait l’objet de diverses descriptions, dont l’une était l’Holocauste.[2] Après la Seconde Guerre mondiale, l’un des qualificatifs les plus utilisés, pour tenter d’être à la hauteur de l’ampleur des dégâts, fut celui de génocide.

Au-delà des descriptions de ce qui s’est passé pendant le Reich nazi et dans ses camps de concentration, l’IHRA innove en élargissant la notion d’antisémitisme à Israël.

Il convient de revoir la caractérisation de l’antisémitisme par l’IHRA :

-             L’antisémitisme est une certaine perception des Juifs qui peut s’exprimer par la haine des Juifs ;

-             les manifestations physiques et rhétoriques de l’antisémitisme sont dirigées contre des personnes juives ou non juives et/ou leurs biens ;

-             Les manifestations peuvent inclure des attaques contre l’État d’Israël conçu comme une collectivité juive ;

-             sur le pouvoir des Juifs en tant que collectivité, par exemple, mais pas exclusivement, le mythe de la conspiration juive mondiale ou le contrôle des médias par les Juifs ;

-             de reprocher aux Juifs en tant que peuple ou à Israël en tant qu’État d’avoir inventé ou exagéré l’Holocauste ;

-             accuser les citoyens juifs d’être plus loyaux envers Israël, ou envers les priorités supposées des Juifs du monde entier, qu’envers les intérêts de leur propre pays ;

-             établir des comparaisons entre la politique actuelle d’Israël et celle des nazis ;

-             tenir les Juifs pour responsables des actions de l’État d’Israël.

Il s’agit là d’une longue énumération, certainement incomplète, de ce que l’IHRA entend dénoncer comme étant “antisémite”. Il s’agit d’un mélange qui n’aide certainement pas à clarifier les zones opaques ou les zones de conflit.

Il dénonce le fait que l’État d’Israël soit conçu comme “une collectivité juive”. Qu’est-ce qu’il est censé être d’autre : un État laïque, une association commerciale ?

Il rejette le fait que les Juifs soient considérés comme un collectif dans les médias. Mais il est clair que les trolls israéliens du journalisme travaillent ensemble.

Après un massacre de grande ampleur[3] dans la bande de Gaza par les militaires israéliens qui ont eu la sincérité ou la stupidité de la baptiser “Opération Plomb Durci” (2008-2009), ils ont presque immédiatement frappé les médias de masse avec un nouveau style d’argumentation, organisé par The Israel Project. Le Global Language Dictionary, qui s’ouvre sur “un glossaire de mots qui marchent”  (A GLOSSARY OF WORDS THAT WORK).

Il s’agit clairement d’une conception militaire de la confrontation, même si, dans cet exemple, elle s’exerce par le biais des dictionnaires (et des mots).

Dans le décalogue des interdictions que nous avons transcrit, il est nié qu’il puisse y avoir des Juifs qui soient plus loyaux envers Israël qu’envers leur pays d’origine. Qu’on le veuille ou non, il s’agit d’un phénomène assez répandu et on ne comprend pas son déni, alors qu’il s’agit même d’affaires judiciaires très médiatisées. [4]

Nous ne comprenons pas non plus d’où vient l’impossibilité de comparer des croyances racistes ou des politiques qui privilégient une ethnie par rapport à d’autres dans une société donnée, comme dans le cas d’Israël.

L’un des commandements du “décalogue” interdit de considérer que les Juifs sont responsables “des actions de l’État d’Israël”. Seront-ils donc responsables des actions du Danemark, du Sénégal ou de la Bolivie ? Et en Israël, qui sera responsable - les chiites, les bouddhistes, les catholiques, les libres penseurs ?

En bref : nous ne comprenons pas les intentions de l’IHRA. Et ce qu’elle veut et ce que nous comprenons est de mauvais augure. Une audace politique sans précédent : la politique comme impunité. Et le remplacement de l’analyse et de la critique politiques par une liste d’“interdits de penser”.

Wolff accuse Pietragalla « [...] d’avoir affirmé que l’existence d’Israël est un processus colonisateur et raciste après avoir participé officiellement à une exposition photographique rappelant la “Nakba”, l’exode massif des Palestiniens qui a suivi la création de l’État israélien ».

Wolff soutient-il qu’Israël n’ait pas eu de processus colonisateur et raciste ? Qu’est-ce que les aliyas, par exemple, et l’obligation d’intégrer les kibboutzim exclusivement avec des Juifs ? Comment cela s’appelle-t-il en espagnol ? J’ai l’impression que Pietragalla connaît mieux notre langue.

Wolff a affirmé que les déclarations du ministre « sont dirigées contre les institutions des communautés et sont donc considérées comme antisémites ». Ici, celui qui semble ne pas comprendre l’espagnol ou ignorer les causalités est l’auteur de cette approche, ou celui qui la transcrit. Nous ne comprenons pas pourquoi certaines institutions seraient “antisémites”.

Aux difficultés linguistiques du dernier défi de Wolff s’ajoute notre malaise face à sa gestion du temps : il affirme que l’on ne peut accepter ce qu’il considère comme une excuse : la sympathie de Pietragalla pour “une commémoration tardive”.

Ça veut dire quoi, commémoration tardive ?  La Nakba fait référence à la date à laquelle Israël a généralisé son Plan Dalet (15 mai 1948). Un plan à feu et à sang, qui a fait des milliers de morts et des centaines de milliers de déplacés. Pour Wolff, « il n’est pas nécessaire d’affirmer que l’existence d’Israël est un processus colonisateur et raciste » pour s’emparer par la force du territoire palestinien.

Il n’est pas nécessaire d’argumenter... parce que c’est faux ? ou parce que c’est gênant ? Et si Israël n’était pas un État colonialiste et raciste (concepts pratiquement interchangeables), comment et pourquoi la Nakba aurait-elle eu lieu ?

Wolff ne demande pas grand-chose. Il pense pouvoir détecter un kirchnérisme anti-israélien caché (peut-être exprimé alors, dans les années 1940, sous forme de péronisme) parce que l’Argentine n’a pas soutenu le rapport de l’ONU sur la question palestinienne en 1948... et qu’elle l’a fait... en 1949. D’autre part, l’Argentine “péroniste” a accueilli sur son territoire un important contingent de Juifs déplacés ou persécutés en Europe (rappelons que l’Argentine était, avant la montée du sionisme, le siège de nombreux Juifs déplacés des pays pays européens).

Bien qu’en 1948 la plupart des États dits latino-américains aient approuvé le rapport majoritaire des Nations unies, plusieurs l’ont fait, comme l’Argentine l’année suivante, la Colombie, le Chili, le Mexique, le Honduras et le Salvador, sans qu’aucune agression anti-israélienne manifeste n’ait été constatée.

En résumé, ce qui met Wolff mal à l’aise, c’est que Pietragalla se réfère à des aspects factuels et incontestables comme le fait colonial et son frère siamois, le racisme, et ne s’en tienne pas à ce à quoi le gouvernement argentin a souscrit ;[5] la reconnaissance de la définition de l’“antisémitisme” que l’Etat d’Israël et ses alliés les plus proches diffusent partout depuis quelques années, qui consiste à nier nombre des critiques “sensibles” faites à l’Etat d’Israël, de son histoire, de ses fondements, de ses budgets.

La DAIA avait également critiqué Pietragalla, pour exactement la même raison, et Wolff reprend cette remise en cause, « pour avoir criminalisé l’Etat d’Israël et délégitimé son droit à l’existence ».

Mais au-delà des épithètes et des qualifications, il est sain de s’en tenir aux faits historiques, et ceux-ci nous apprennent que les sionistes se sont emparés après une opération militaire de la quasi-totalité du territoire palestinien, ce qui ne coïncide même pas avec le découpage entrevu par l’ONU, qui était déjà très favorable à un futur État israélien, prévoyant 53% d’un territoire habité par une minorité juive. Le plan Dalet a porté la superficie du futur État juif à 78 % de la Palestine historique. En d’autres termes, le plan sioniste n’a pas tenu compte de l’offre de l’ONU et a fait “sa propre récolte” manu militari. Basé sur la souffrance des juifs aux mains du nazisme, le plan sioniste n’a pas tenu compte de l’offre de l’ONU. Les Palestiniens - musulmans, chrétiens et, au début, même juifs - se sont demandé, ainsi qu’aux “autorités” de l’ONU, pourquoi les Palestiniens devaient payer pour les “pots cassés” des conflits d’autres peuples.

Il n’y a pas eu de réponse.

Ce qui existait, en revanche, c’était la procédure “coutumière” entre vainqueurs et vaincus, et en particulier entre les peuples de seigneurs et les peuples auxquels la puissance planétaire n’accordait pas d’entité, de personnalité, de maturité. A cet égard, il est très instructif de lire les arguments des progressistes de l’ONU à la fin des années 1940 sur ce conflit.

Jorge García Granados, ambassadeur du Guatemala auprès de l’ONU et nommé juriste principal pour traiter le différend, écrit : « Les Arabes soutiennent que la Palestine a été cédée à la partie intéressée : la population du pays selon eux. Mais l’article 1 du traité de Lausanne établit la renonciation turque [... sans aucune référence aux habitants] ».

L’équipe juridique de l’ONU administrait les “biens en déshérence” que la défaite de la Turquie (et de l’Allemagne et de l’Autriche) après la Première Guerre mondiale avait laissés “libres”.

Et García Granados ne trouve aucun passage du traité entre vainqueurs et vaincus dans lequel il est établi [...] « qu’ils [les Palestiniens] sont une partie intéressée ». Et le juriste précis d’en appeler aux: « [...] principes généraux [selon lesquels] seuls les États souverains peuvent être des sujets en droit international ». [6] Il est donc clair que les Palestiniens, malgré leur lutte pour l’indépendance, leur lutte pour l’émancipation (locale ou panarabe) peuvent être ignorés. Car le droit international donne force de loi aux Etats déjà constitués (qui ne l’ont pas perdue en étant vaincus). Bref, c’est le Royaume-Uni, qui vient de céder un territoire à l’armée israélienne, ou les USA avec leur déploiement géopolitique transcontinental, qui décident.

C’est ça l’histoire. Avec des lacunes, inévitablement, mais sans interdits préalables.

Notes

[1] Basée sur un roman de Gerald Green, la mini-série “Holocauste”, réalisée par Marvin Chomsky, a été diffusée à la télévision US en avril 1978. Elle a connu un grand succès auprès du public, ce qui a incité l télévision argentine à l'acheter. Sa diffusion, annoncée pour la fin de l'année 1978, n’a eu lieu qu'en décembre 1981.[NdT]

[2]   Une appellation erronée s'il en est, puisque bibliquement, l'holocauste était l'offrande d'animaux sacrifiés par les rabbins à leur dieu.

[3]  Je fais référence aux opérations militaires d'artillerie et de bombardement dans les villes et quartiers civils palestiniens peuplés, qui ont entraîné le massacre de centaines d'enfants, par exemple, et de civils en général. Ampleur : des milliers d'êtres humains tués.

[4]  Affaire Pollard, USA, 1998. Ce n’était ni la première ni la dernière.

[5]  Le gouvernement argentin a adopté la définition de l'antisémitisme de l'IHRA en 2020, assimilant ainsi l'antisionisme à l'antisémitisme.

[6]   "Justification" dans Así nació Israel, Biblioteca Oriente, Buenos Aires, 1949.