Gideon Levy, Haaretz,
24-8-2028
Traducido
por Tlaxcala
Se dice que el sueño del presidente de USA es recibir el Premio Nobel de la Paz en Oslo, pero el lugar que le corresponde es la Corte Penal Internacional de La Haya. Nadie más que Donald Trump tiene tanta responsabilidad en la masacre de Gaza. Si quisiera, él (y solo él) podría, con una simple llamada telefónica, poner fin a esta terrible guerra y a la matanza de los rehenes israelíes.
Trump hace un anuncio desde la Casa Blanca el viernes. Foto Andrew Caballero-Reynolds/AFP
No lo ha hecho. Trump no solo no ha llamado, sino que sigue financiando, armando y apoyando la maquinaria bélica israelí como si nada estuviera pasando. Es su último fan. La semana pasada, calificó al comandante en jefe de Israel, el primer ministro Benyamin Netanyahu, de «héroe de guerra». Rápidamente se atribuyó el mismo dudoso honor, añadiendo: «Supongo que yo también lo soy», con su característica modestia.
El presidente de USA cree que alguien que lleva a cabo un
genocidio en Gaza es un héroe. También cree que alguien que lanza bombarderos
desde su oficina para una operación única y sin riesgo contra Irán es un héroe. Esa es la mentalidad del hombre más poderoso del
mundo.
Vincular a Trump con el Premio Nobel de la Paz es como
convertir la noche en día, la mentira en verdad y al autor de la guerra más
terrible de este siglo en una combinación del reverendo Martin Luther King Jr.
y el Dalai Lama, ambos galardonados con el premio. Trump y Nelson Mandela en el
mismo barco. No hay límites para lo grotesco, y todo corre a nuestra costa.
Si Netanyahu y Trump merecen un premio, es uno que,
afortunadamente, aún no se ha creado: el Premio al Genocidio.
Dos impactantes informes publicados el viernes no dejaron
lugar a dudas sobre el carácter genocida de la guerra.
La Iniciativa de Clasificación Integrada de la Seguridad
Alimentaria, o IPC, respaldada por la ONU y máxima autoridad mundial en crisis
alimentarias, confirmó que más de 500 000 personas en la ciudad de Gaza y sus alrededores se enfrentan a condiciones
catastróficas de hambruna en el nivel más alto. Las Fuerzas de Defensa de
Israel están listas para invadir esta ciudad hambrienta, y Trump está dando luz
verde, apoyo internacional y armas a esta brutal invasión.
Al mismo tiempo, el sitio web de noticias israelí +972 Magazine, su sitio hermano en hebreo Local Call (o Sikha Mekomit) y el
diario británico The Guardian revelaron una base de datos de
inteligencia militar israelí que indica que el 83 % de los palestinos asesinados
por las FDI en la guerra hasta ahora eran civiles, una proporción
extremadamente alta incluso en comparación con las guerras más horribles, como
las de Bosnia, Irak y Siria. Según los propios datos de las FDI, solo uno de
cada seis palestinos muertos eran hombres armados. Cinco de cada seis eran
civiles inocentes, en su mayoría mujeres y niños. Como sospechábamos, como
sabíamos, esto es un genocidio. USA lo respalda.
Trump ha prestado su apoyo a esta guerra, pero aún se
atreve a soñar con el Premio Nobel de la Paz. La opinión pública usamericana se
mantiene impasible, al igual que el presidente. Solo una llamada telefónica de
la Casa Blanca podría detener la matanza y, mientras tanto, no hay señales de
que el presidente vaya a hacerla. Respaldado por un vasto aparato de
inteligencia, 16 agencias con enormes presupuestos, Trump dijo que vio en la televisión que había «hambre real» en Gaza.
Pero la televisión de Trump aparentemente no lo
conmocionó lo suficiente como para llevar a cabo la única operación de rescate
que USA puede y debe realizar: ordenar a Israel que cumpla con un alto el fuego
total e inmediato. El Israel de Netanyahu no puede desafiar el terror del
mundo. Además, Trump está haciendo todo lo posible para impedir que otros
países impongan sanciones a Israel con el fin de detener el genocidio. Europa
está en pie de guerra, pero paralizada por el miedo que le tiene, al igual que
las organizaciones internacionales.
El político judío usamericano que también es ministro del
gabinete israelí, Ron Dermer, logró engañar a la Casa Blanca y a sus 16
agencias de inteligencia para que creyeran que la sangre es lluvia, incluso
lluvia bendita para USA. El resultado: el padre del plan de la Riviera de Gaza,
el presidente de Estados Unidos de América, es ahora un kahanista declarado.
Quiere un Premio Nobel de la Paz por ello.