Mientras Trump promete a los países árabes que la anexión israelí “no
ocurrirá”, da la espalda a la destrucción, al despojo, a la pobreza, a la
violencia de los colonos y a los abusos militares en Cisjordania, permitiendo
que el tormento continúe: no hay alto el fuego.
Palestinos junto a una carretera destruida tras una
operación militar israelí en la ciudad cisjordana de Tubas, la semana pasada.
Foto Majdi Mohammed / AP
En Cisjordania, nadie ha oído hablar del alto el fuego en
Gaza: ni el ejército, ni los colonos, ni la Administración Civil, y, por
supuesto, tampoco los tres millones de palestinos que viven bajo su tiranía. No
sienten en absoluto el fin de la guerra.
De Yenín a Hebrón, no hay ningún alto el fuego a la
vista. Desde hace dos años reina en Cisjordania un régimen de terror, bajo la
cobertura de la guerra en la Franja, que sirve como pretexto dudoso y cortina
de humo, y no hay señales de que vaya a terminar.
Todos los decretos draconianos impuestos a los palestinos
el 7 de octubre siguen vigentes; algunos incluso se han endurecido. La
violencia de los colonos continúa, al igual que la implicación del ejército y
la policía en los disturbios. En Gaza muere y se desplaza menos gente, pero en
Cisjordania todo sigue como si no existiera ningún alto el fuego.
La administración Trump, tan activa y resuelta
en Gaza, cierra los ojos ante Cisjordania y se miente a sí misma sobre la
situación allí. Bloquear la anexión le basta. “No sucederá porque di mi palabra
a los países árabes”, declaró el presidente Donald Trump la semana pasada,
mientras a sus espaldas Israel hace todo lo posible en Cisjordania para
destruir, despojar, maltratar y evitar cualquier posibilidad de vida.
Colonos israelíes lanzan piedras hacia aldeanos
palestinos durante un ataque al pueblo cisjordano de Turmus Ayya, en junio.
Foto Ilia Yefimovich / dpa
A veces parece que el jefe del Mando Central del ejército
israelí, Avi Bluth, fiel y obediente a su superior —el ministro de Finanzas
Bezalel Smotrich, también ministro en el Ministerio de Defensa—, está llevando
a cabo un experimento humano, junto con los colonos y la policía: veamos cuánto
podemos atormentarlos antes de que estallen.
La esperanza de que su ansia de abuso se apaciguara junto
con los combates en Gaza se desvaneció. La guerra en la Franja no era más que
una excusa. Cuando los medios evitan Cisjordania y la mayoría de los israelíes
—y de los usamericanos— no se preocupan realmente por lo que ocurre allí, el
tormento puede continuar.
El 7 de octubre fue, en efecto, una oportunidad
histórica para que los colonos y sus colaboradores hicieran lo que no se habían
atrevido a hacer durante años.
La familia Zaer Al Amour, en las colinas del sur de
Hebrón —una región a menudo sometida a la violencia de colonos y militares—,
monta guardia por turnos desde el atardecer hasta la mañana para proteger sus
tierras.
Foto Wisam Hashlamoun / Anadolu vía AFP
Ya no es posible ser palestino en Cisjordania. No ha sido
destruida como Gaza, no han muerto decenas de miles de personas, pero la vida
allí se ha vuelto imposible. Es difícil imaginar que el férreo control de
Israel pueda durar mucho más sin una explosión de violencia —justificada, esta
vez.
Entre 150 000 y 200 000 palestinos de Cisjordania que
trabajaban en Israel están desempleados desde hace dos años. Dos años sin un
solo séquel de ingresos. Los salarios de decenas de miles de empleados de la
Autoridad Palestina también se redujeron drásticamente debido a la retención
por parte de Israel de los impuestos que recauda para dicha Autoridad.
La pobreza y la miseria están por todas partes. También
los bloqueos y los puestos de control; nunca ha habido tantos, y durante un
período tan prolongado. Ahora son cientos.
Cada asentamiento tiene puertas de hierro cerradas, o que
se abren y cierran por turnos. Es imposible saber qué está abierto y qué no —y,
más importante aún, cuándo. Todo es arbitrario. Todo ocurre por la presión de
los colonos, que han convertido al ejército israelí en su siervo sumiso. Así es
cuando Smotrich es el ministro de Cisjordania.
Una casa incendiada durante los disturbios de 2023 en la
aldea de Huwara. Smotrich ya hablaba en 2021 de un “Plan decisivo”.
Foto Amir Levi
Aproximadamente 120 nuevos puestos avanzados de
colonización, casi todos violentos, se han establecido desde el maldito 7 de
octubre, abarcando decenas de miles de hectáreas, todos con el apoyo del
Estado. No pasa una semana sin nuevos puestos avanzados; también es inédita la
magnitud de la limpieza étnica que buscan: Hagar Shezaf informó el viernes que,
durante la guerra de Gaza, los habitantes de 80 aldeas palestinas de
Cisjordania huyeron por miedo a los colonos que se habían apoderado de sus
tierras.
El rostro de Cisjordania cambia a diario. Lo veo con mis
propios ojos asombrados. Trump puede presumir de haber detenido la anexión,
pero la anexión está más arraigada que nunca.
Desde el centro de mando que el ejército usamericano
estableció en Kiryat Gat se puede quizá ver Gaza, pero no se ve Kiryat Arba, la
colonia cercana a Hebrón.
Cisjordania clama por una intervención internacional
urgente, tanto como la Franja de Gaza. Soldados —usamericanos, europeos,
emiratíes o incluso turcos—: alguien debe proteger a sus indefensos habitantes.
Alguien debe rescatarlos de las garras del ejército israelí y de los colonos.
Imagina a un soldado extranjero en un puesto de control
deteniendo a los matones colonos en su camino hacia un pogromo. Un sueño.