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05/08/2022

Luis E. Sabini Fernández
Perro, nuevo vástago humano

 Luis E. Sabini Fernández, 4/8/2022

Vivimos tiempos cada vez más acelerados.

Los cambios climáticos otrora, se medían o se sentían en siglos. Hoy parece que los tenemos en años, en muy pocos años. El s. XXI parece un siglo distinto, cualitativamente, del s XX, por ejemplo, en la aceleración de los acontecimientos.

Tardó siglos la descomposición del British Empire.

Y décadas la del comunismo soviético.

Sin embargo, nos parece estar ahora en eras más aceleradas. Un cambio sustancial del concepto de salud, que fue hasta hace muy poco ‘estado normal`, ‘sin enfermedad’, hoy la industria laboratoril y las administraciones médicas a su servicio nos lo presentan como lo que se obtendría mediante asistencias y coberturas permanentes, y con “vacunas” como el pasaporte seguro.

Lo mismo nos parece ver con la trama fiduciaria. Se supone que lo  financiero está al servicio de los bienes económicos que se nos dice tenemos, tendremos o tendríamos. Esa red financiera, mundial, con dólares, yuanes, libras, euros, rublos, yenes, que ha parido, como la abuela, criptomonedas, también parece en descomposición crecientemente acelerada…

Y esto de los ritmos cada vez más acelerados (de transformación, cambio, liquidación) parece aplicarse también a la familia… humana.

De la familia tradicional, multigeneracional, hemos pasado, en los medios urbanos, más bien comprimidos en superficies cada vez menores, a familias nucleares, también llamadas tipo. Hasta hace un tiempo: pa, ma e hijos (óptimamente, dos).

Pero los cambios sobrevienen galopantes. Aparece una generación de parejas monofiliales, que ignora (por ignorancia supina o deliberadamente) el desastre psíquico de China con sus quince o veinte años de familias con un solo hijo (casi siempre varones, no porque la biología haya decidido cambiar nuestra estructura genética, sino porque las parejas generalmente elegían tener sólo varones como reaseguro de su vejez, con lo cual se acrecentó el infanticidio sobre niñas, con una diferencia demográfica sustancial entre niños y niñas, una consiguiente miseria afectiva en la vida adulta de una buena cantidad de varones, y, no menos importante, una distorsión de los procesos de socialización con hijos únicos…

Pero el pasaje de la familia tipo (de 4) a la de 3 (padre madre vástago, un trío distinto a otro esquema familiar muy reciente, también de 3 o de 2 miembros; (familias monoparentales) tomó escasas décadas (ni medio siglo, me atrevería a estimar).


Del hijo al perro

Y una nueva configuración familiar se va haciendo cada vez más visible y relevante: pareja con perro.  Pareja joven con perro. Pareja que por su propia naturaleza; escasa, insegura, o por su visión crecientemente conflictiva del “estado del mundo”, opta por no tener hijos (o por lo menos, posterga la decisión de tenerlos o no).

Por lo tanto, la afectividad no erótica se libra por el canal pet. Hay que decirlo en inglés, no solo porque el colonialismo mental que nos gobierna a diario desde los medios de incomunicación de masas nos marque como sociedad colonizada, sino porque el fenómeno al que estamos apuntando se inicia en el sitio desde el cual más se ha impulsado la modernidad actual: EE.UU.

El país con cementerios suntuosos y solemnes para sus mascotas; el idioma en que el tradicional “it” para animales (y cosas), que reservaba el she y el he para humanos, se ha modificado radicalmente porque hoy en día se usa ella (she) y él (he) para perras y perros.

La pareja con perro genera toda una red de afectividades que sin duda refleja necesidades de nuestro presente; el perro es fiel, incondicional, afectivamente seguro, Así mirado, el perro gratifica a su dueño/a, que seguramente no conseguirá tal grado de apego desde muchas otras relaciones (ya sea con humanos, instituciones u otros animales, como el gato, por ejemplo).