Tigrillo L.
Anudo, 16-2-2025
No se trata de seguir ciegamente al presidente Gustavo
Petro. Se trata de comprender sus formas y contenidos en el ejercicio de su gobierno.
Siempre, teniendo como referencia la coherencia con el proyecto político para
el cual fue elegido. La lealtad no se pide sólo para el presidente o para los
ministros, sino, ante todo, hacia el proyecto.
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Al presidente Petro lo seguimos apoyando porque encarna el proyecto del cambio. Lo logró dilucidar, transmitir, impulsar, de tal modo que nadie mejor que él para abanderarlo y desarrollarlo inicialmente. Él propició la esquiva juntanza, él encontró las llaves para entrar a la presidencia, también vislumbró el camino para avanzar hacia una primera etapa del cambio. Es el líder que tiene mejor dibujado el proyecto en su mente.
El cambio anhelado no se logra en 4 años. Requiere mínimo
entre 12 y 20 años, es decir, otros 4 gobiernos progresistas. Lo que se
estructuró durante 215 años no se puede desestructurar, corregir y mejorar en
poco tiempo. En Colombia reinan la ilegalidad, la corrupción, los grupos
multicrimen, la impunidad y la injusticia. El Estado está tomado por clanes
políticos y mafias controladoras de rentas legales e ilegales. Cada
departamento es un feudo cuyos dueños son la Delincuencia Política Organizada
–DPO-, redes de contratistas, narcos, paracos, carteles empresariales, extorsionistas
y reductos “guerrilleros”. La población trabajadora es objeto de despojo y burla
en la danza de las ganancias ilícitas. Colombia es un remedo de país, un Estado
fallido donde no opera la justicia.
El cambio que queremos es estructural. Hay que reinventar
a Colombia. Más que ajustarla es volverla a moldear y configurar. Pero por algo
hay que empezar. El presidente Petro ya puso la primera piedra. Corresponderá a
las nuevas generaciones educadas, revolucionarias y leales al proyecto político
poner otras piedras. Tendremos que elegir un congreso con mayorías leales al
proyecto progresista en el 2026. Igualmente, debemos apoyar a un candidato
presidencial que prosiga la juntanza, que tenga carácter y que también sea leal
al proyecto.
No se trata de egos y estigmas. Se trata de consolidar el
proyecto político.
Todo aquél que ayude a conservar y profundizar el
proyecto será bienvenido al proyecto. Todo aquel que busque puestos dentro del
proyecto, poniendo por encima sus egos e intereses personales, no le sirve al
proyecto. El proyecto no tiene dueño ideológico. No es exclusivamente de la
izquierda, ni del “centro”, ni de los liberales progresistas. El proyecto es de
las ciudadanías libres, de los partidistas y sin partido, de todo aquel que
quiera reconstruir a Colombia, contribuir al cambio, jugársela por la paz, el
progreso con justicia social y la desaparición de la impunidad.
¡Que se vayan todos los ministros que tienen aspiraciones
electorales! Los directores también. No están jugándosela con el proyecto.
Están por su ego, por seguir trepando en la escalera política. Así no es.
No podemos seguir reproduciendo el sistema de casta
política que creó el Frente Nacional. Un segmento privilegiado de funcionarios
partidistas que cooptaron el Estado, se hicieron ricos y humillaron a los
ciudadanos con su desatención y sus pésimas gestiones.
Los servidores públicos son servidores del pueblo que los
eligió. Su principal función es ejecutar los compromisos adquiridos con el
pueblo, hacerlos bien.
El objetivo del gobierno en el año y medio que le resta
es ejecutar el Plan Nacional de Desarrollo. Los ministros, en su mayoría, no
estaban ejecutando, no estaban liderando, a pesar de que tenían toda la
autonomía para gestionar. El presidente solo no puede hacer lo que le
corresponde a su equipo. Se necesita gente con carácter, liderazgo, iniciativa
y capacidad de trabajo para sacar adelante el proyecto político. Por eso es que
Petro mantiene a Laura Sarabia y a Armando Benedetti. Porque además de esas
virtudes, ellos son negociadores con otras fuerzas políticas. Ellos están
contribuyendo al proyecto sin pertenecer a la línea dura del proyecto
El presidente Petro no fue presa de una rabieta, tampoco incurrió
en un acto autoritario, menos en un “despelote” que se le salió de las manos.
No actuó ni arbitraria ni individualistamente en el manejo que le dio al Consejo
de ministros del pasado 4 de febrero. Como jefe del Gabinete solicitó una
rendición de cuentas que se convirtió sorpresivamente en un semi mitin de los
funcionarios por la ratificación de Sarabia y Benedetti en los cargos elegidos.
Siquiera ocurrió lo que ocurrió. Ese “accidentado” Consejo de ministros mostró
debilidades en algunos funcionarios. Por un lado, deslealtad al presidente. No
han internalizado la estrategia política adoptada por el jefe de Estado, quien
conduce el proyecto. Al proyecto lo conduce Petro (su creador y ganador en las
urnas con ese mandato). El proyecto no es conducido por sus ministros y
directores. El verdadero conductor del proyecto escogió la estrategia de jugar
con varias fuerzas políticas en el durísimo y arduo propósito de democratizar
un proceso de cambio en un país desmembrado. Y a esas fuerzas políticas
pertenecen o le juegan los funcionarios estigmatizados.
Por otro lado, hay funcionarios del alto gobierno que son
presa de la enfermedad infantil del izquierdismo al considerar que en el
gobierno deben estar sólo los que más han batallado por el cambio durante sus
vidas, por tanto, no debería dársele cabida a otros. Eso es sectarismo aquí y
en Cafarnaúm. Pareciera que aún no tenemos una lectura objetiva y holística del
contexto político colombiano, y menos acerca del talante de los actores que se
apropiaron del Estado. También es decepcionante ver en el Consejo de ministros
cómo una ministra brillante (quizás la mejor del gabinete) expresa que “no se
puede sentar junto a Benedetti”. Reveló un feminismo y discriminación extremos.
Así no es. No podemos derivar a crucificarnos desde los juicios los unos a los
otros. O escuchar a Francia Márquez hablando de “la falta de transparencia y la
corrupción galopante”. O a un director, también brillante y leal al proyecto,
quejarse como un estudiante ante el profesor porque una compañerita no envió
sus representantes a un evento. ¿Dónde queda el respeto al otro?, ¿dónde la
lealtad, el perdón, la aceptación del diferente, la comprensión y la compasión?
¿Cómo avanzar así hacia el amor eficaz que proponía el sacerdote revolucionario
Camilo Torres Restrepo?
Y no es que no se deban quejar. Sino que también hay
formas y momentos para hacerlo. Manifestarlo en un Consejo transmitido por
todos los canales nacionales cuando el objetivo del evento era una rendición de
cuentas y la urgencia de acelerar las ejecuciones, no era la mejor opción. Pero
se dio y hay que analizarlo.
Quienes más deberían mostrar estrategia y táctica no lo
hacen y se enfrascan en discusiones desgastantes y dañinas para el proyecto. No
se apropian de la estrategia y táctica del presidente; no hay sintonía con el
ajedrez de éste en las formas de conducir el proceso. Esto si es delicado
porque puede socavar desde dentro todo el proyecto.
Tenemos que apropiarnos del proyecto. El proyecto
político es ante todo un proyecto reformista democrático de ajustes dentro de
la democracia burguesa, el cual requiere del apoyo de fuerzas de diverso color
político e ideológico. No se sostiene privilegiando posiciones de izquierda de
línea dura. Tampoco sembrando divisiones inútiles dentro del gobierno. Lo
fundamental es ir sumando ejecuciones, ir avanzando en la disputa del
presupuesto para inversiones que favorecen al pueblo. Pensarnos cómo contribuimos
al proceso proyectando los cambios a corto, mediano y largo plazo.
Hay gente que no percibe ni experimenta ningún cambio.
Hay otros que valoran los cambios reales en cuestiones como los golpes que han
sufrido los carteles de la droga (incautaciones históricas), la entrega de
tierras a campesinos, el liderazgo internacional del presidente, las reformas
tributaria y pensional, la estabilidad económica, las fuerzas policiales que ya
no le sacan los ojos ni asesinan a los manifestantes, el uso de los bienes de
la SAE a favor del pueblo, las mejoras salariales de los militares, etc.
También hay individuos que conciben el cambio como transformaciones estructurales
o de fondo que no se están produciendo. Hay otros quienes pensamos que el
cambio ya empezó en agosto del año 2022 con la elección de un proyecto
progresista opuesto en sus principios a la agenda neoliberal de los que
gobernaron durante 215 años.
La tarea principal, entonces, es ejecutar los compromisos
adquiridos con el pueblo. Cumplir al 100% el Plan Nacional de Desarrollo. Pero,
además, intentar una y otra vez reformas que no van a dejar hacer por la
desventaja numérica de los progresistas en el parlamento. Intentar liberar o
mejorar las condiciones de reclusión de los cientos de jóvenes condenados
injustamente durante el estallido social. Hacer realidad la reducción de las
tarifas de servicios públicos. Convocar a las empresas privadas que tienen
concesiones a través de peajes en carreteras para renegociar su permanencia y
las tarifas de cobro. Disminuir la vacuna del 4 X 1.000. Cumplir con los
Acuerdos de Paz. Involucrar más a las fuerzas militares en acciones con la
sociedad civil. Neutralizar los focos de desestabilización terrorista por parte
de grupos narco-criminales (el ELN vendió su alma al narcotráfico). Desarrollar
a fondo la sustitución de cultivos ilícitos y llevar el desarrollo a las
regiones cocaleras. Profundizar la Reforma Agraria. Poner a funcionar a toda
máquina el Ministerio de la Igualdad, uno de los que más puede incidir contra
la injusticia social en la Colombia profunda.
El cambio en marcha es invisible y lento porque tiene
muchas resistencias. La estructura socioeconómica que recibió el gobierno del
Pacto Histórico tiene fundamentos y raíces clientelares, injustas y corruptas.
El Estado heredado es un inmenso aparato totalmente cooptado por la
Delincuencia Política Organizada –DPO- y grupos criminales satélites de ésta.
La policía está corrompida. El ejército está lleno de Zapateiros bandidos y
sediciosos. La tierra hermosa y fértil está en manos de terratenientes parasitarios,
paramilitares y empresarios mimados. Los departamentos son haciendas en poder de
toda laya de vividores de las rentas legales e ilegales. Las mejores
oportunidades para salir de pobre siempre las brinda la ilegalidad. ¿Cómo
transformar un país tan envilecido?
Pero también debemos decir que este proyecto político
tendría que ir de menos a más. Del reformismo hacia los cambios estructurales. De
gobiernos reformistas a gobiernos de la revolución estructural. El reformismo
necesita otros 4 años de gobierno. En este gobierno que entró en su última
recta, difícilmente se lograrán otras reformas significativas. El Congreso
saboteará todos los intentos con el fin de desprestigiar al Pacto Histórico
para las elecciones del 2026. El presidente Petro y sus coequiperos en el
legislativo han librado duras batallas y han conseguido importantes conquistas
gracias también a Roy Barreras (otro indeseable) y a apoyos liberales,
conservadores y “centristas”. Se impone cuidar los huevitos que contra viento y
marea no se han roto en el gallinero.
Hoy en día, es inviable lo que proponen algunos compañeros,
como, por ejemplo, dejar de pagar la deuda externa, eliminar las 7 bases
militares gringas, desconocer los tratados leoninos de libre comercio, abolir
el parlamento, ignorar las instituciones, tomar y destruir el Estado burgués,
que la clase obrera se tome los medios de producción, eliminar la propiedad
privada, etc. Las condiciones no están dadas para emprender alguna de esas
reivindicaciones. Colombia sí debe avanzar hacia una revolución
que permita la reconstrucción de un país muy distinto al que tenemos hoy;
Colombia será un país potente, justo y digno. Pero esa revolución debe pasar
primero por otras revoluciones, la primera, una revolución cultural educativa.
Los “valores” y disvalores tradicionales que han dominado la cultura colombiana
son los que han impulsado a elegir gobiernos verdugos del pueblo, gobiernos que
vendieron la patria, gobiernos que han gobernado con los peores gánsteres y
hampones. Esta realidad no se va a transformar fácilmente; requiere una
revolución cultural; posicionar en el imaginario colectivo otros valores, los
valores de la paz, la justicia social, la empatía, la solidaridad, el trabajo
honrado, el enriquecimiento lícito, la información veraz (la verdad histórica),
el amor eficaz, la cooperación. Otra revolución previa será la de la justicia.
Mientras en Colombia no haya justicia soberana, eficiente, imparcial,
restaurativa, no habrá cambios estructurales. En nuestro país es más respetado
el ladrón exitoso que el profesor, el campesino o el artista. Mientras haya
impunidad no habrá Patria.
Así que el camino es largo y lleno de huecos. Respiremos
profundo y pensemos. ¿Vamos a defender egos o vamos a rodear la defensa del
proyecto político? ¿Vamos a dividirnos con estigmatizaciones moralistas y
sectarias, para facilitar de ese modo el regreso del fascismo criollo al poder?
La oposición está al acecho como hienas alrededor de la presa. Lo primero que
hará si vuelve a gobernar es destruir la Jurisdicción Especial para la Paz
–JEP-, el organismo que ha revelado cómo eliminaban las voces inconformes con
el proyecto de la ultraderecha.
Posdata: Es importante transmitir los
Consejos de ministros siempre y cuando haya una metodología, un respeto a la intervención
de cada ministro, un apoyo en herramientas visuales y tecnológicas para
informar sobre las ejecuciones en los ministerios, departamentos y unidades.
Estas transmisiones educarán y empoderarán a la población. Los principios de
esas transmisiones deben ser transparencia y pedagogía.