Jonathan
Cook, CounterPunch,
18/8/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Al llevar varios años escribiendo sobre los medios de comunicación, me he vuelto cada vez más sensible a la forma en que, como consumidores de noticias, estamos sometidos a la ideología, las arenas invisibles y cambiantes de nuestro sistema de creencias.
Por supuesto, esas creencias no son innatas. ¿Cómo podrían serlo? No nacemos con un software precargado como el de un ordenador, aunque nuestro “hardware” mental pueda moldear el tipo de información que somos capaces de procesar y cómo lo hacemos.
Y, a pesar de lo que podamos imaginar, nuestro sistema de creencias no se ha autogenerado realmente, sino que viene dictado por las experiencias de la vida. No son solo los acontecimientos del mundo real los que determinan nuestros valores y puntos de vista. Los acontecimientos y las experiencias se interpretan y se les da un significado en virtud de esas creencias y valores. Por eso es muy posible, incluso común, que tengamos creencias contradictorias al mismo tiempo: como preocuparnos por la amenaza que supone el cambio climático para el futuro de nuestros hijos, mientras apoyamos sistemas políticos comprometidos con la construcción de más carreteras y pistas de aterrizaje.
Los psicólogos tienen un término para este fenómeno: disonancia cognitiva.
La ideología no es un fenómeno que se produzca por sí mismo, sino que nuestro paisaje ideológico se construye socialmente y se nos impone en gran medida desde el exterior. La ideología enmarca las experiencias para nosotros, añadiendo una capa oculta de interpretación que nos anima a dar sentido al mundo de forma útil. Por tanto, la pregunta más liberadora que podemos hacernos es: ¿a quién le resulta útil una determinada ideología?
(Foto: Jeffrey St. Clair)