Los diarios Le Monde y Libération se negaron a publicar este llamado. Fue publicado por el diario L’Humanité
Leer en inglés The Global Sumud Flotilla: Grasping the Scope of a Transnational Citizens' Resistance
La
guerra del Estado de Israel contra Gaza es una política de destrucción masiva,
pero también una política de crueldad. Ya no se trata solo de producir
discursos que califican a ciertas poblaciones de criminales, enemigos o
«animales»; se trata de producir cadáveres.
El
espectáculo del genocidio nos deja atónitos, pero la destrucción no es el final
de todo: inicia nuevas formas de gobernar y, en todo el mundo, mucho más allá
de Gaza, nuevos sujetos desvitalizados, atónitos, paralizados. Lo queramos o
no, la escena se desarrolla entre tres: los asesinos, los asesinados y los
espectadores.
Nosotros,
los espectadores, nos convertimos en una población reducida a percibirse, con
vergüenza y rabia, como impotente, atrapada en su punto más frágil: la
sensibilidad ante lo obsceno, mezclada con el terror y la fascinación; y luego
una progresiva desensibilización ante ese mismo espectáculo. Esta política de
crueldad busca destruir la imaginación, encerrar la subjetividad en la
abyección, impedir que podamos imaginar un futuro.
Apunta
a nuestros vínculos, a nuestra capacidad de apego; aísla a los individuos, hace
sospechoso cualquier movimiento de empatía e intimida cualquier crítica con
amenazas tácitas, pero perfectamente claras. Crea un mundo en el que la
pertenencia política se negocia en un consentimiento por defecto, un
consentimiento por ausencia de reacción ante el sufrimiento exhibido. Un pacto
implícito de gobierno.
“El valor anima al valor”
Este
silencio adopta múltiples formas: statu quo institucional, justificación,
terror bruto, repugnancia, confusión de responsabilidades (“¿quién hace qué y
por qué?”), ambigüedad cognitiva —de la que la propaganda rusa ha hecho un arte
(“¿qué importa si es verdad o no?”).
No se trata solo de ocultar los crímenes y
hacer invisible el sufrimiento. Lo que debe permanecer invisible, esta vez, es
también nuestra reacción ante ese sufrimiento. Las pequeñas cobardías a las que
nos acorralan y nos acostumbran: son precisamente ellas las que permiten el
establecimiento del fascismo. La gran deseabilidad que generan el sentido, la
dignidad y el valor es lo que asusta a los genocidas y a sus colaboradores: el
hecho de que el valor fomenta el valor. Por supuesto, no solo existe Gaza en el
mundo: la guerra destroza otros lugares y a muchas personas, a veces más, y con
mayor indiferencia.
Pero desde hace dos años, se nos muestra el
espectáculo de la destrucción en Gaza al mismo tiempo que se nos pide que no lo
nombremos, que no nos indignemos, que no reconozcamos nuestra responsabilidad
como miembros de países occidentales que arman al Estado de Israel y avalan sus
crímenes. Esta contradicción nos asfixia y nos amputa como sujetos, frente a
Gaza, pero también frente al resto del mundo y de la vida.
Por eso el silencio nos concierne. La Flotilla
Global Sumud, formada por una cincuentena de barcos que hoy navegan hacia Gaza,
responde directamente a este dispositivo. Denuncia alto y claro, en nombre del
derecho internacional. Pero, sobre todo, actúa en otro registro: el del cuerpo.
Al subir a un barco, al cruzar el mar, ellos y
ellas, ciudadanos de todo el mundo, se toman el tiempo del cuerpo y se exponen
al peligro de una travesía bajo la amenaza del ejército israelí. Según el
derecho internacional, esta acción pacifista y humanitaria es totalmente legal.
El peligro proviene únicamente de la impunidad concedida al gobierno israelí.
La flotilla, «una respuesta pacífica, humanitaria,
transnacional y popular»
Sería
fácil burlarnos de este gesto amateur. Mientras tanto, ponen en juego su
vulnerabilidad para responder a la vulnerabilidad masacrada de otros. No se
exhiben: ¡dan la vuelta al espectáculo! Oponen a la puesta en escena de la
crueldad un contraespectáculo, en el que las personas no se reducen a su
potencial devenir cadáver y a su ser espectadores mudos.
Van,
actúan y nos recuerdan la posibilidad que siempre tenemos de levantarnos, a la
escala minúscula de cada una de nuestras vidas. Porque responder con nuestros
cuerpos a lo que se hace a otros cuerpos mantiene abierto el horizonte de un
mundo común.
Esta obstinación resuena con otros gestos que, en los últimos años, han transformado el Mediterráneo en un escenario de resistencia. Mientras las fronteras de Europa se militarizan y se cierran, los ciudadanos del sur global las desafían lanzándose al mar, afirmando su derecho igualitario a un futuro, a una vida digna. Contra estas políticas migratorias mortíferas, ciudadanos europeos han fletado barcos de rescate.
Hoy,
ciudadanos del sur y del norte se embarcan juntos en una flotilla financiada y
organizada exclusivamente con donaciones privadas de todo el mundo, en amistad
entre todas las religiones y creencias. No hay más salvados ni salvadores: solo
personas que se arriesgan con sus cuerpos para romper el mecanismo de la
crueldad. Su gesto se nutre del coraje de los habitantes de Gaza, que siguen en
pie y que, entre el hambre y los bombardeos, organizan en el sur del enclave la
solidaridad hacia quienes huyen una vez más de la ciudad de Gaza, completamente
evacuada, «limpia» por el fuego.
Ante
esta destrucción, ha surgido una respuesta pacifista, humanitaria,
transnacional y popular en forma de flotilla. Se trata de una contrapolítica de
la empatía, que se compromete en la relación de fuerzas en el terreno de lo
sensible, afirmando que podemos rechazar la impotencia y la vergüenza, y que
nuestros cuerpos pueden conectarse con los de Gaza, aprendiendo de su tradición
de perseverancia como resistencia —el «sumud»— que ahora es una brújula global.
“La Flotilla Global Sumud rompe el estupor y da un nuevo
impulso a la imaginación”
Sin
embargo, esta acción solo tiene un débil eco en los medios de comunicación. Las
salidas de los barcos rara vez se cuentan, o se reducen a iniciativas
marginales, ingenuas, narcisistas y condenadas al fracaso. Como si se tratara
de minimizar lo que, sin embargo, altera profundamente la lógica impuesta. “No
cambiará nada. Se confiscarán los cargamentos y se detendrá a los participantes”.
Pero
persistir en actuar a pesar de todo no es ingenuidad: este tipo de acción
desenmascara la arquitectura del pacto de silencio. Apartarse de él,
ridiculizarlo, calificarlo de utópico, es prolongar el estupor, situando lo
razonable del lado de la impotencia. La posición de neutralidad es un material
conductor de la crueldad. La Flotilla Global Sumud rompe el estupor y da un
nuevo impulso a la imaginación. Es una expedición humanitaria, pero también
genera un escenario político al que cada uno, en cada nivel y en cada lugar,
puede decidir unirse.
Hay que proteger a estos ciudadanos embarcados en nombre de la dignidad humana, ante la incapacidad de nuestros gobiernos para actuar.
➤ Puede firmar este texto
en el siguiente enlace https://linktr.ee/ResistanceCitoyenneTransnat
Lista de los 57 firmantes :
Swann Arlaud (actor), Judith Butler (filósofa), Kaouter Ben Hania (directora), Carolina Bianchi (directora de escena y performer), François Chaignaud (coreógrafo), Grégoire Chamayou (filósofo), Antoine Chevrollier (director), Francesca Corona (directora artística), Angela Davis (filósofa), Virginie Despentes (escritora), Rokhaya Diallo (autora, directora), Alice Diop (directora), Mati Diop (directora), Penda Diouf (autora y directora), Elsa Dorlin (filósofa), Eva Doumbia (autora y directora de teatro), Dominique Eddé (escritora), Annie Ernaux (escritora), Sepideh Farsi (directora), Mame Fatou Niang (profesora universitaria), Hassen Ferhani (director), Hélène Frappat (escritora), Verónica Gago (filósofa), Joana Hadjithomas (artista, directora), Arthur Harari (director), Khalil Joreige (artista, director), Kiyemis (poeta), Ariane Labed (actriz y directora), Melissa Laveaux (autora y compositora), Aïssa Maïga (actriz, directora, guionista y productora), Guslagie Malanda (actriz), Chowra Makaremi (antropóloga del CNRS), Catherine Malabou (filósofa y profesora de filosofía en la Universidad de California en Irvine), Maguy Marin (coreógrafa), Phia Ménard (malabarista, intérprete, coreógrafa y directora), Noémie Merlant (actriz y directora), Dorothée Munyaneza (coreógrafa, bailarina y música), Marie NDiaye (escritora), Olivier Neveux (profesor de estudios teatrales en la ENS de Lyon), Rachid Ouramdame (coreógrafo), Verena Paravel (cineasta, antropóloga), Joel Pommerat (director de escena), Sephora Pondi (actriz), Paul Preciado (filósofo y escritor), Lia Rodrigues (coreógrafa), Elias Sanbar (escritor), Céline Sciamma (directora), Rita Laura Segato (antropóloga), Benjamin Seroussi (comisario), Adam Shatz (escritor), Maboula Soumahoro (Black History Month Association), Justine Triet (directora), Jasmine Trinca (actriz y directora), Virgil Vernier (director), Gisèle Vienne (coreógrafa, directora y artista), Eyal Weizman (director de Forensic Architecture) y Maud Wyler (actriz).