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09/10/2025

Por fin visité Palestina… Esta es mi experiencia en la cárcel israelí tras mi detención junto a mis compañer@s de la Global Sumud Flotilla

Lyna Al TabalRai Al Youm, 8-10-2025
Traducido por Tlaxcala

“Por fin visitaste Palestina”: así terminaba el mensaje que me envió mi amiga y hermana Um al-Qasam, esposa del luchador encarcelado Marwan Barghouti.

Sí, finalmente visité Palestina, una visita dolorosa y hermosa, un paso entre dos heridas.

Vi el desierto del Naqab [“Neguev”] extenderse ante mí en una inmovilidad infinita.

Lo contemplé durante dos horas por una rendija estrecha en un camión metálico cerrado, que ni siquiera serviría para transportar mercancías deterioradas.

Pero la ocupación quiso probar nuestra capacidad de soportar el silencio bajo presión, bajo el calor sofocante, el frío de sus aires acondicionados y el ruido ensordecedor…

Sin embargo, ver la tierra de Palestina hizo que el tiempo se detuviera; las torturas favoritas de la ocupación dejaron de importar.

Cuando el camión se detuvo frente al aeropuerto, antes de deportarnos, nos amenazaron con volver a arrestarnos si levantábamos señales de victoria…

Un ejército fuertemente armado, el cuarto del mundo, un Estado nuclear, que tiembla ante unos dedos levantados…

¿Qué clase de fuerza es esta que se aterra ante un símbolo?

Salimos con calma, la cabeza en alto, cantando una canción suave sobre Palestina, lanzando consignas y señales de victoria.

Luego vi las montañas ante mí… la cadena del Ras al-Rumman [“Monte Ramon”] extendiéndose hasta el horizonte.

Aquel momento fue de silencio absoluto, calma y una sensación espiritual que nunca había experimentado.

Y les aseguro: Ver Palestina… lo vale todo.

 



En las celdas israelíes

Busquen las montañas del Rumman en Google… luego cierren los ojos e imagínenlas frente a ustedes.

Éramos un grupo que quería navegar y romper el bloqueo de Gaza en una misión humanitaria y no violenta.

Llevábamos harina, medicinas, y lo que queda de conciencia y humanidad.

Ya conocen el resto: nos secuestraron en aguas internacionales, bajo el sol y en medio del mar.

Pero nos acercamos a Gaza…

La vimos al amanecer: sí, la vimos, aunque éramos prisioneros, bajo el cielo de Palestina.

La operación de interceptación fue “profesional”, como le gusta al ejército israelí describir sus crímenes:

ilegal, inhumana, pero justificada, como siempre.

Nos llevaron al puerto de Ashdod, donde comenzó el circo israelí habitual: insultos, amenazas…

El mismo odio, el mismo lenguaje, la misma arrogancia, el mismo racismo de siempre.

Nos arrojaron en camiones indignos de transportar personas o incluso basura.

Una policía me empujó dentro de una celda metálica de metro y medio, apenas suficiente para cuatro respiraciones humanas.

Golpeé mi cabeza contra la pared de metal; por un instante creí que me había disparado.

A mi lado se sentó Rima Hassan, eurodiputada, que me dijo:

“También me golpearon… probablemente nos lleven a aislamiento, pero al menos estamos juntas.”

Reímos, porque cuando el miedo se agota, se convierte en una fría ironía.

Poco después, la policía arrojó dentro de la celda a una mujer argelina de setenta años llamada Zubeida, exdiputada, acompañada de Sirin, una joven activista.

Cuatro mujeres de tres continentes encerradas en una jaula que ni siquiera contiene sus respiraciones.

El ambiente era asfixiante, el aire, mezcla de violencia y amenaza.

Nuestros cuerpos empapados en sudor; y cuando el calor nos abrasó, decidieron encender el aire frío — no por misericordia, sino como parte de una ingeniería del tormento: frío… calor… frío… calor.

Nos llevaron al centro de detención, a las secciones 5 y 6; las mujeres fueron repartidas en 14 celdas.

A mí me asignaron la celda número 7. Un número bonito… pero me trajo mala suerte la primera noche: a las 4 de la madrugada, irrumpió en la celda el ministro Itamar Ben Gvir, símbolo de la desgracia.

Dijo con arrogancia:

“Soy el ministro de Seguridad Nacional.”

Entró con su tropa y sus perros policiales a amenazar a mujeres dormidas.

Me preguntó mi nacionalidad.

Guardé silencio.

¿Qué pasaría si dijera libanesa?

No… preferí dormir antes que abrir una batalla.

Le habría dicho:

“Ben Gvir, antes de hablar o moverte, consulta a la inteligencia artificial; al menos ella tiene algo de inteligencia.

Tu estupidez, si fuera energía renovable, iluminaría todo el desierto del Naqab, y quizás también la oscuridad de tu mente.”

Por la mañana, nos despertaban para el conteo: 14 mujeres, cada mañana y cada noche.

El número nunca cambiaba, pero insistían en repetirlo, especialmente de noche.

Nosotras reíamos y volvíamos a dormir.

Casi no había comida, no había agua, las amenazas de muerte o de gas eran constantes.

Sin derechos, sin abogado, sin médico, sin medicinas — ni siquiera paracetamol.

Cada día nos llevaban a una jaula parecida a las de Guantánamo, de unos 15 metros cuadrados, donde amontonaban a 60 mujeres bajo el sol del Naqab durante 5 o 7 horas, con la excusa de llevarnos ante un juez… que a veces ni aparecía.

Una vez, un policía me apuntó con su arma a la cabeza porque no tenía las manos detrás de la espalda:

“Te voy a matar”, dijo con seriedad patética.

Le sonreí.

Nuestro juego favorito era desafiarles:

“¡Vamos, mátame!”

“¡Mátennos!”

Palabras con las que apagábamos el miedo, como quien apaga una vela y luego la vuelve a encender.

La policía israelí no entendía de qué planeta veníamos. Los agotamos.

Cantábamos, gritábamos “¡Viva Palestina!”, los mirábamos directo a los ojos, con firmeza y una sonrisa que quizá los avergonzaba.

Uno de ellos me dijo:

“Lo que están haciendo… está bien.”

No niego mi miedo: tuve miedo, estaba tensa, cansada.

El peor escenario siempre rondaba.

Pero quien tiene la razón no teme reclamar justicia, ¿verdad?

Seguíamos gritando; ellos venían con armas, gas, perros; se iban; volvíamos a empezar.

Lo más hermoso que leí en mi vida estaba grabado en las paredes de las celdas:

nombres, tallados con uñas o con la bala de un bolígrafo hallado tras la ventana:

Abu Iyad, Abu Ma’mun, Abu Omar, Abu Mohammed, de Beit Lahia, Jabalia, Hay al-Amal, Shuja’iyya, norte de Gaza.

Escribieron sus fechas de detención; la última: 28 de septiembre.

Habían escribido: “Nos trasladaron hoy…”

Quizás vaciaron las celdas para nosotras.

En la celda 7 estaban también:

 ·       Judith, la más joven, alemana, 18 años;

·        Lucía, diputada española;

·        Marita, activista sueca;

·        Jona, política y cantante usamericana;

·        Zubeida, exdiputada argelina;

·        Hayat, periodista de Al Jazeera;

·        Patty, diputada griega;

·        Dara, directora griega…

De culturas distintas, pero una sola voz tras los barrotes: “¡Viva Palestina!”

Decidí tratar a los carceleros como lo haría una jurista: documentar primero, luego clasificar.

Había:

  • ·        el “bueno”, que me pasaba noticias en secreto: fecha de liberación, visita de los cónsules;
  • ·        el “malo”, que lanzaba balas de odio con la mirada cada mañana;
  • ·        el “indiferente”, que ni odiaba ni amaba, solo ejecutaba… un robot administrativo sin conciencia.

Luego llegó el “entretenimiento cultural”:

Nos obligaron a ver una película propagandística sobre el 7 de octubre.

Nos negamos, gritamos: “¡Detengan el genocidio en Gaza!”

Se enfurecieron. Nos negamos otra vez.

Fue nuestra última pequeña batalla, y también la ganamos.

Olvidé decirles: estábamos en la cárcel del Naqab llamada en hebreo Ketziot, que durante la primera Intifada se conocía como Ansar 2.

La ventana de mi celda daba a un terreno, donde había un cartel gigante de Gaza destruida, con la frase “La Nueva Gaza” en árabe y un enorme y arrogante banderín israelí.



Así fue mi visita a Palestina: una fiesta de tortura, amenazas, y prisión temporal en una tierra ocupada.

Pero vi las montañas, vi Gaza desde lejos, y vi el miedo israelí de cerca.

Sí, finalmente, visité Palestina.

Y la historia continúa…

Espérennos en diciembre, porque los barcos se detienen un poco, pero van a seguir navegando.

05/10/2025

GIDEON LEVY
Si, hay que llorar por la sangre derramada: pasarán generaciones antes de que Gaza olvide el genocidio

 Gideon LevyHaaretz, 5-10-2025

Traducido por Tlaxcala

Hace falta un grado extraordinario de optimismo para no estar abatido —o aguafiestas— ante el acuerdo sobre Gaza. Pero se puede: la propuesta tiene sus aspectos positivos.


Palestinos inspeccionan los daños en un barrio residencial tras una operación israelí en la zona, el sábado.
Foto Ebrahim Hajjaj / REUTERS


No se trata de un acuerdo de paz entre Israel y Gaza, lo cual habría sido mucho mejor, sino de un acuerdo que USA impuso a Israel. Desde hace tiempo está claro que solo un acuerdo impuesto puede hacer que Israel cambie. Aquí está. Una señal de esperanza en la continuación de políticas coercitivas usamericanas, sin las cuales nada se movería.

Decenas de miles de vidas se han salvado este fin de semana. El miedo, el hambre, las enfermedades, el sufrimiento y las penurias de más de dos millones de personas podrían empezar a disminuir. El domingo, al menos, tendrán su primera noche de sueño sin la amenaza de los bombardeos sobre sus cabezas expuestas. Cientos de personas más recuperarán su libertad: los 20 rehenes israelíes con vida, los 250 prisioneros palestinos condenados a cadena perpetua en Israel y los 1.800 residentes de Gaza, en su mayoría inocentes, detenidos en Israel.

Sí, en la misma frase: los prisioneros palestinos también tienen familias que han soportado meses o años de angustia e incertidumbre sobre el destino de sus seres queridos. La mayoría merece ser liberada por fin. Ninguno de los 1.800 detenidos de Gaza que serán liberados ha sido juzgado. Ellos también fueron secuestrados. Es mejor no comparar las condiciones de detención: fueron terribles en ambos lados. Por tanto, su liberación es motivo de alegría para todos: todos los cautivos y todas las familias.

Este acuerdo restaura el orden en las relaciones entre Estados Unidos e Israel: Israel es el Estado cliente y Estados Unidos la superpotencia. En los últimos años, esas definiciones se habían difuminado por completo, hasta el punto de que, especialmente durante las administraciones de Obama y Biden, a veces parecía que Israel era el patrón y Estados Unidos su protectorado. Por fin hay un presidente estadounidense que se atreve a utilizar el enorme poder a su alcance para dictar las acciones de Israel. Las medidas impuestas por Donald Trump son buenas para Israel, aunque pocos lo admitan.

Poner fin a la guerra es, por supuesto, algo bueno para Gaza, pero también es bueno para Israel. No es momento de enumerar todos los terribles daños que esta guerra ha causado a Israel, algunos irreversibles. El mundo no olvidará pronto el genocidio; pasarán generaciones antes de que Gaza olvide.
Detener la guerra ahora es el mal menor para un Israel que ha perdido su rumbo. En los últimos meses, el país ha estado al borde del colapso moral y estratégico. El tío Donald lo devuelve a sus dimensiones originales y tal vez lo encamine hacia un rumbo distinto.

Israel podría haber evitado esta guerra, que solo lo ha perjudicado. Pero también podría haber gestionado su final de otra manera. Negociaciones directas con Hamas y gestos de buena voluntad podrían haber cambiado el curso. Una retirada completa de la Franja de Gaza y la liberación de todos los prisioneros habrían señalado un nuevo comienzo. Pero Israel, como siempre, eligió actuar de otra forma: hacer solo lo que se le impuso.

Gaza, e incluso Hamas, terminan esta guerra de pie. Golpeados, ensangrentados, exhaustos, empobrecidos, pero en pie. Gaza se ha convertido en una Hiroshima, pero su espíritu sigue vivo. La causa palestina había desaparecido por completo de la agenda internacional —otro momento de paz con Arabia Saudí y los palestinos se habrían convertido en los indios americanos de la región— y entonces llegó la guerra y los devolvió a la cima de la agenda mundial. El mundo los ama, el mundo siente compasión por ellos.

No hay consuelo para los habitantes de Gaza, que han pagado un precio indescriptible —y el mundo podría volver a olvidarlos—, pero por ahora, están en el centro del mundo.

Este momento debe aprovecharse para cambiar el estado de ánimo en Israel: es hora de que los israelíes abran los ojos y vean lo que han hecho.
Quizás no valga la pena llorar por la leche derramada, pero la sangre derramada es diferente. Es hora de abrir la Franja de Gaza a los medios y decirles a los israelíes: “Miren, esto es lo que hemos hecho.”
Es hora de aprender que confiar únicamente en la fuerza militar conduce a la devastación.
Es hora de entender que en Cisjordania estamos creando otro Gaza.
Y es hora de mirar de frente y decir: Hemos pecado, hemos actuado con maldad, hemos transgredido.

28/08/2025

RUWAIDA AMER
Maryam era mi amiga. Israel la mató, junto con otros cuatro periodistas de Gaza

Tras el ataque aéreo contra el hospital Nasser, nuestro llamamiento es más urgente que nunca: los reporteros palestinos necesitan protección internacional inmediata, de lo contrario la voz de Gaza quedará silenciada.

Ruwaida Amer, +972, 27-8-2025
Traducido por Tlaxcala

Maryam Abu Daqqa, 8 de octubre de 2020. (Cortesía de la familia Abu Daqqa)

Maryam Abu Daqqa era mi amiga. Era fotoperiodista y madre. El lunes fue asesinada por el ejército israelí en un «doble ataque» contra el hospital Nasser, junto con otros cuatro periodistas. Tenía 32 años.

Conocí a Maryam en 2015 durante un curso de fotografía en el centro italiano de Gaza, donde ella era una de las alumnas. Me atrajo su energía. Recuerdo que pensé que hablaba muy rápido, como si tuviera más ideas que tiempo para expresarlas.

Era de Abasan, al este de Jan Yunis, una ciudad agrícola famosa por sus frutas, verduras y su deliciosa gastronomía. Cada vez que hacía un reportaje sobre la agricultura en esa región, sabía que podía recurrir a ella. Siempre estaba dispuesta a ayudar, y sus fotos del pueblo y sus habitantes nunca dejaban de inspirarme.

Al principio, no sabía que Maryam era madre. Un día, antes de la guerra, mientras trabajaba en Abasan, oí a un niño llamarla: «¡Mamá!». Me sorprendió. Ella se rió y me presentó a su hijo. «Este es Jaith», me dijo con orgullo. «Es mi hombre y me protegerá cuando sea mayor». Me dijo que todo su trabajo era para él.

Desde el comienzo de la guerra, había visto a Maryam varias veces sobre el terreno. Siempre nos saludábamos y nos asegurábamos de que todo iba bien, pero no hablábamos mucho. Siempre estábamos cansadas y estresadas. Los únicos momentos en los que realmente podíamos hablar eran en el hospital de Jan Yunis, donde ella solía ir a hacer reportajes.

Recuerdo haberla conocido durante la ofensiva israelí sobre Rafah en mayo de 2024. Mi camarógrafo se había visto obligado a huir hacia el norte, a Deir al-Balah, dejándome filmar sola con mi teléfono. Maryam apareció en la unidad de cuidados intensivos del hospital europeo, donde estaba entrevistando a un médico usamericano. Al ver que tenía problemas con mi cámara, inmediatamente me ayudó a ajustar la configuración y me dio algunos consejos. Parecía agotada y apenas podía caminar. Era una faceta de ella que no estaba acostumbrada a ver.

Los palestinos se despiden de los periodistas muertos en un ataque aéreo israelí frente al hospital Nasser en Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el 25 de agosto de 2025. (Abed Rahim Khatib/Flash90)

Antes de que se marchara, la abracé y le pedí que tuviera cuidado. Temía por ella; sabía que había estado trabajando en las peligrosas zonas del este de Jan Yunis unas semanas antes. La última vez que la había visto fue en abril, en el hospital Nasser, el mismo lugar donde, unos meses más tarde, sería asesinada por el ejército israelí.

El día en que Maryam fue asesinada junto con otras 19 personas durante el ataque al hospital, yo estaba cerca con mi familia en el campamento de refugiados de Jan Yunis. Una explosión ensordecedora sacudió el suelo. Mi madre sugirió que tal vez se trataba de una casa que había sido alcanzada, pero cuando finalmente encontré señal de Internet y consulté las noticias, la verdad me quedó clara. El dolor y la incredulidad eran abrumadores.

Pensé en su hijo, Jaith, el chico al que ella solía llamar su protector, al que cuidaba con tanto esmero. Pensé en su padre, al que le había donado un riñón para salvarle la vida. Pensé en mi amiga, audaz, aventurera, siempre atenta con los demás.

No hay palabras para describir lo que sentimos.

Desde octubre de 2023, Israel ha matado al menos a 230 periodistas en la Franja de Gaza, más que el número total de periodistas muertos en todo el mundo durante los tres años anteriores, según el Comité para la Protección de los Periodistas. Solo en el último mes, 11 periodistas de Gaza han muerto en ataques israelíes, entre ellos Maryam.

El 10 de agosto, cinco periodistas murieron cuando el ejército israelí atacó una tienda de campaña de periodistas situada justo a las afueras del hospital Al-Shifa, en la ciudad de Gaza. Ese día, mientras revisaba mi teléfono en busca de información sobre un posible alto el fuego, comencé a recibir mensajes de colegas en el extranjero que me preguntaban cómo estaba y si estaba bien. Alarmada, recurrí a los grupos de noticias, que estaban inundados de los primeros informes sobre el ataque.

Un periodista palestino llora la muerte de Anas Al-Sharif y otros colegas tras el mismo ataque israelí, en Gaza, el 11 de agosto de 2025. (Yousef Zaanoun/Activestills)

Entre los seis nombres mencionados, uno de ellos me llamó la atención: Anas Al-Sharif. No era amiga íntima de Anas, solo había hablado con él unas cuantas veces sobre la actualidad en el norte de Gaza, pero sentía que lo conocía bien gracias a sus reportajes.

Aunque llevaba menos de dos años como reportero, Anas había dejado una huella indeleble. A sus 28 años, casado y padre de dos hijos, Anas recorría sin descanso el norte de Gaza, recopilando testimonios de los habitantes y documentando el genocidio en curso con una honestidad inquebrantable. Incluso después de perder a su padre en un ataque aéreo israelí en diciembre de 2023, se negó a abandonar su misión de decir la verdad, mientras soportaba las mismas privaciones que sus vecinos.

De hecho, todos los periodistas de Gaza se han enfrentado en los últimos dos años al hambre, al desplazamiento y a la pérdida de sus hogares y familiares, mientras intentaban transmitir la cruda realidad de Gaza al mundo entero. Yo también pasé largas horas en las calles sin refugio.

Mi madre, que está enferma y aún se recupera con dificultad de una operación de columna, camina a mi lado y al de mi hermana mientras buscamos un lugar, cualquier lugar, donde refugiarnos.

Me encanta mi trabajo como periodista, al igual que mi trabajo como profesora, pero estoy devastada y aterrorizada.

Llevo más de 680 días trabajando sin descanso, con cortes constantes de Internet, sin electricidad, sin un refugio seguro y sin medio de transporte. He seguido reportando desde el comienzo de la guerra porque creo en esa misión, pero lo hago sabiendo que cada día podría ser el último. No hay palabras para describir lo que sentimos como periodistas ante la pérdida sucesiva de nuestros colegas.

¿Por qué Israel ataca a los periodistas palestinos en Gaza? Es sencillo. Somos los únicos que podemos documentar y transmitir lo que realmente está sucediendo sobre el terreno. Cada imagen, cada testimonio, cada programa que producimos rompe el muro del discurso oficial de Israel. Eso nos convierte en peligrosos: al registrar los desplazamientos de población, la hambruna y los bombardeos incesantes, exponemos las acciones de Israel ante el mundo entero.

El lugar donde se produjo un ataque aéreo israelí contra el hospital Nasser de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el 25 de agosto de 2025. (Abed Rahim Khatib/Flash90)

Por eso nos atacan deliberadamente. Las cámaras se consideran armas y quienes las sostienen, combatientes. Nuestra mera presencia amenaza la capacidad de Israel para continuar con su política genocida, por lo que hace todo lo posible por eliminarnos.

Una necesidad desesperada de protección

A principios de mes, tras dos años de presión por parte de los medios de comunicación internacionales, el primer ministro Benyamin Netanyahu declaró que Israel permitiría la entrada de periodistas extranjeros en Gaza para que fueran testigos de los «esfuerzos humanitarios de Israel» y de las «manifestaciones civiles contra Hamás». A falta de detalles o de un calendario, es difícil no ver en ello una nueva mentira. Pero incluso si se permitiera a la prensa internacional acceder libremente y sin obstáculos a la Franja de Gaza, ¿de qué serviría si los periodistas palestinos en Gaza siguieran sin protección?

Estamos cansados de trabajar sin parar desde hace dos años, sin descanso ni seguridad, en un estado de ansiedad permanente, temiendo ser asesinados en cualquier momento. Y si pedimos a nuestros colegas internacionales que entren en Gaza para dar a conocer al mundo la brutal realidad que allí se vive, sabemos que sus reportajes no diferirán de lo que ya hemos documentado.

Cuando un periodista de la CNN acompañó a un avión jordano que lanzaba ayuda sobre Gaza este mes y vio el enclave desde la ventanilla del avión, describió «una vista panorámica de lo que han causado dos años de bombardeos israelíes... una devastación total en vastas zonas de la Franja de Gaza, un desierto de ruinas impactante». Esto es lo que llevamos diciendo desde hace casi dos años sobre el terreno: la destrucción de Gaza por parte de Israel es masiva y no hará más que continuar mientras no termine la guerra.

Cuando tenía 9 años, mi casa en el campo de refugiados de Jan Yunis fue destruida por una excavadora israelí. Esa imagen nunca me ha abandonado. Y cuando vi a los periodistas esforzándose por contarle al mundo lo que le había pasado a mi casa, decidí que yo también quería ser periodista.

Creo que los periodistas tienen un valor inmenso, pero en Gaza los matan ante los ojos del mundo entero y nadie hace nada. Tememos perder a otros colegas y necesitamos desesperadamente la protección internacional, antes de que Israel consiga silenciar la voz de Gaza.