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07/12/2024

«La destrucción de Gaza definirá a partir de ahora nuestras vidas y las de nuestros hijos": el testimonio de un soldado israelí

 Anónimo, Haaretz , 28/11/2024
Traducido por Luis Casado

El autor es un soldado de combate de reserva, que ha participado en las operaciones terrestres israelíes en el Líbano y en la Franja de Gaza durante el último año.
Lo importante es reflejar lo que está ocurriendo para el público israelí. Sacar las cosas a la superficie. Para que la gente no diga después que no lo sabía.

El norte de la Franja de Gaza, este mes. ¿Cómo encuentra una persona la fuerza para levantarse ante el horror? Foto: Omar Al-Qattaa / AFP


Lo verdaderamente sorprendente es la rapidez con la que todo parece normal y razonable. Al cabo de unas horas, uno se esfuerza por impresionarse ante la magnitud de la destrucción, murmurando para sus adentros frases como «Esto es una locura», pero lo cierto es que uno se acostumbra bastante rápido.

Se convierte en algo banal, kitsch. Otro montón de piedras.
Aquí había probablemente un edificio de una institución oficial, aquellas eran viviendas y esta zona era un barrio. En cualquier dirección que mires, ves montones de barras de refuerzo, arena, hormigón y bloques de hormigón. Botellas de agua de plástico vacías y polvo. Hasta el horizonte. Hasta el mar. La mirada se desplaza hasta un edificio que sigue en pie.

«¿Por qué no han derribado este edificio?», pregunta mi hermana por WhatsApp después de que le enviara una foto. «Y también», añade, “¿por qué demonios has ido allí?”.

Por qué estoy aquí tiene menos interés. Yo no soy la historia aquí. Y esto tampoco es una acusación contra las Fuerzas de Defensa de Israel. Eso tiene cabida en otra parte, en editoriales, en el Tribunal Penal Internacional de La Haya, en universidades de USA, en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Lo importante es reflejar lo que está ocurriendo para el público israelí. Sacar las cosas a la superficie. Para que la gente no diga después que no lo sabía. Yo quería saber lo que estaba pasando aquí.

Eso es lo que les dije a todos mis amigos, demasiados para contarlos, que me preguntaron:

«¿Por qué fuiste a Gaza?».

- ¿Qué hacía yo mientras mi país mataba civiles en Gaza?
- Las FDI se preparan para permanecer en Gaza hasta fines de 2025, como mínimo. Esto es lo que parece... - Seis meses después de la primera batalla, las fuerzas israelíes regresan a Shujaiyeh

No hay mucho que decir sobre la destrucción. Está por todas partes. Salta a la vista cuando te acercas a lo que solía ser un barrio residencial desde el punto de vista de un dron: un jardín cultivado rodeado por un muro roto y una casa pulverizada. Una choza improvisada con techo de hojalata al fondo de un callejón.

Manchas oscuras en la arena, una junto a otra: Aparentemente había algún tipo de arboleda allí. Tal vez un olivar. Ahora es la temporada de recogida de la aceituna. Y hay algo de movimiento: una persona subida a un montón de escombros, recogiendo leña en una acera, aplastando algo con una piedra. Todo ello visto desde la trayectoria de vuelo de un dron.

Cuanto más te acercas a las rutas logísticas - Netzarim, Kissufim, Philadelphi - menos estructuras quedan en pie. La destrucción es enorme, y está aquí para quedarse. Y esto es lo que la gente necesita saber: esto no se borrará en los próximos 100 años.

Por mucho que Israel intente hacerlo desaparecer, difuminarlo, la destrucción en Gaza definirá nuestras vidas y las de nuestros hijos a partir de ahora. Es el testimonio de un desenfreno. Un amigo escribió en la pared de la sala de operaciones: «A la calma responderá la calma, a Nova responderá la Nakba». Los mandos del ejército han adoptado este grafiti.

Para un ojo militar, la destrucción es inevitable. Luchar contra un enemigo bien equipado en una zona urbana densamente poblada significa la destrucción de edificios a gran escala, o la muerte segura de los soldados. Si un comandante de brigada tuviera que elegir entre la vida de los soldados bajo su mando o arrasar el territorio, un F-15 cargado de bombas ya estaría dirigiéndose a la pista de aterrizaje de la base aérea de Nevatim y una batería de artillería estaría alineando las miras.

Nadie va a correr riesgos. Esto es la guerra.
Israel puede luchar así gracias al flujo de armamento que recibe de USA, y la necesidad de controlar el territorio con un mínimo de mano de obra está al límite. Esto es cierto tanto en Gaza como en Líbano.

La principal diferencia entre Líbano y el infierno amarillo que nos rodea son los civiles. A diferencia de las aldeas del sur del Líbano, los civiles siguen aquí. Arrastrándose de un nudo de lucha a otro, arrastrando mochilas sobrecargadas, jerricanes. Madres con niños caminan penosamente por la carretera. Si tenemos agua, se la damos.

Las capacidades tecnológicas de las IDF se han desarrollado de manera impresionante en esta guerra. La potencia de fuego, la precisión, la recogida de información por drones: Son un contrapeso a los submundos que Hamás y Hezbolá construyeron durante muchos años.

Uno se encuentra contemplando durante horas desde la distancia a un civil que arrastra una maleta durante unos kilómetros por la carretera de Salah al-Din. El sol abrasador cae sobre él. Y tratas de comprender: ¿Es un artefacto explosivo? ¿Es lo que le queda de vida?

Observas a la gente que se arremolina cerca del recinto de tiendas de campaña en medio del campo, busca artefactos explosivos y mira fijamente los dibujos en la pared en tonos grises de carboncillo. Aquí, por ejemplo, hay un dibujo de una mariposa.

Esta semana he vigilado con drones un campo de refugiados. Observé a dos mujeres que caminaban de la mano. Un joven que entró en una casa medio destruida y desapareció. ¿Quizá es un operativo de Hamás y vino a entregar un mensaje a través de una entrada oculta a un túnel donde hay rehenes?

Desde una altura de 250 metros, seguí a alguien que iba en bicicleta por lo que antes había sido una carretera en los límites del barrio: una excursión vespertina en medio de una catástrofe. En uno de los cruces, el ciclista se detuvo cerca de una casa de la que salían unos cuantos niños, y luego continuó adentrándose en las profundidades del propio campo de refugiados.

Todos los tejados tienen agujeros provocados por los bombardeos. En todos ellos hay barriles azules para recoger el agua de lluvia. Si ves un barril en la carretera, tienes que avisar al centro de control, y marcarlo como posible artefacto explosivo. Aquí hay un hombre horneando pitas. A su lado hay un hombre durmiendo en un colchón.

¿Por la fuerza de qué inercia sigue la vida? ¿Cómo puede una persona despertarse en medio de un horror como éste y encontrar fuerzas para levantarse, buscar comida, intentar sobrevivir? ¿Qué futuro le ofrece el mundo? Calor, moscas, hedor, agua sucia. Pasa otro día.

Espero al escritor que vendrá a escribir sobre esto, a un fotógrafo que lo documentará, pero sólo estoy yo. Los demás luchadores, si tienen algún pensamiento herético, se lo guardan para ellos.

No estamos hablando de políticos porque nos lo han preguntado, pero la verdad es que sencillamente no interesa a nadie que haya hecho 200 días de servicio en la reserva este año. Las reservas se están colapsando.

Cualquiera que se presente es ya indiferente, molesto por problemas personales o por otros asuntos. Hijos, despidos, estudios, cónyuges. Despidieron al ministro de Defensa. Einav Zangauker, cuyo hijo Matan es rehén en algún lugar de aquí.

Han llegado los bocadillos de schnitzel [escalope vienés, NdT].
Los únicos que se emocionan por algo son los animales. Los perros, los perros. Mueven la cola, corren en grandes manadas, juegan entre ellos. Persiguen los restos de comida que ha dejado el ejército. Aquí y allá se atreven a acercarse a los vehículos en la oscuridad, intentan arrastrar una caja con salchichas cabanossi [versión israelí de las salchichas de cerdo de origen polaco, kosherizadas con carne de pollo o pavo, NdT]. y son ahuyentados por una cacofonía de gritos. También hay muchos cachorros.

Durante las dos últimas semanas, la izquierda israelí se ha preocupado de que el ejército se atrinchere en las rutas este-oeste de la Franja de Gaza. La ruta de Netzarim, por ejemplo. ¿Qué no se ha dicho al respecto? Que está siendo pavimentada, que hay bases de cinco estrellas en ella. Que las FDI están allí para quedarse, que sobre la base de esta infraestructura el proyecto de asentamientos en la Franja volverá a crecer.

No descarto estas preocupaciones. Hay suficientes locos que sólo esperan la oportunidad. Pero las rutas de Netzarim y Kissufim son zonas de combate, áreas entre enormes concentraciones de palestinos. Una masa crítica de desesperación, hambre y angustia. Esto no es Cisjordania. El atrincheramiento a lo largo de la ruta es táctico.

Más que para garantizar el control civil del territorio, está diseñado para proporcionar seguridad a unos soldados agotados. Las bases y los puestos avanzados consisten en estructuras portátiles que pueden desmontarse y retirarse en un convoy de camiones en pocos días. Por supuesto que esto podría cambiar.

Para todos nosotros, desde los que están en la sala de control hasta el último de los combatientes, está claro que el gobierno no sabe absolutamente nada sobre cómo proceder a partir de aquí. No hay objetivos hacia los que avanzar, ni capacidad política para retroceder. Excepto en Jabalya, apenas hay combates. Sólo en los bordes de los campamentos. E incluso esto es parcial, por miedo a que haya rehenes. El problema es diplomático, no militar ni táctico.

Y por lo tanto está claro para todos que seremos llamados para otra ronda, para exactamente las mismas misiones. Seguirán viniendo reservistas, pero menos.

¿Dónde está la línea entre entender la «complejidad» y la obediencia ciega?

¿Cuándo te has ganado el derecho a negarte a participar en un crimen de guerra?

Eso interesa menos. Lo que interesa más es cuándo despertará la corriente dominante israelí, cuándo surgirá un líder que explique a los ciudadanos en qué terrible lío estamos metidos y quién será el primer portador de kipá que me llame traidor.

Porque antes de La Haya, antes de las universidades usamericanas, antes de la condena en el Consejo de Seguridad, esto es ante todo un asunto interno para nosotros.

Y para 2 millones de palestinos.