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11/01/2025

BENOÎT GODIN
Cuarenta años después de su muerte, la batalla de Éloi Machoro no cesa

Benoît Godin, Billets d’Afrique, enero de 2025
Traducido por Fausto Giudice, Tlaxcala

Benoît Godin es periodista francés y activista de la asociación Survie, que lucha contra la Franciáfrica. Autor del documental radiofónico Le combat ne doit pas cesser : Éloi Machoro, un super-héros pour Kanaky


El 12 de enero de 1985, el GIGN [Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional ] mató a tiros a Éloi Machoro, poniendo fin a dos meses de un levantamiento que sacudió el orden colonial en Nueva Caledonia y reveló al mundo la existencia del pueblo canaco y su lucha contra la dominación francesa. Cuarenta años después, esa lucha sigue siendo dolorosamente actual.
¿Quién tomó la decisión de fusilar a Éloi Machoro y a uno de sus compañeros de armas, Marcel Nonarro, el 12 de enero de 1985? ¿Edgard Pisani, Alto Comisario de la República Francesa, que acababa de llegar a Nueva Caledonia con amplios poderes para hacer frente a una situación casi insurreccional? ¿Alguien superior en París? ¿O los hombres del GIGN enviados al lugar, los mismos que habían sido humillados un mes y medio antes por Machoro y sus camaradas y que supuestamente se habían excedido en sus órdenes? Cuarenta años después, la pregunta sigue en pie.
Pero, ¿es realmente tan importante? El verdadero culpable de este doble asesinato -porque lo fue- es conocido: fue el Estado francés, siempre implacable frente a los pueblos que se rebelan contra el yugo colonial. Esa mañana, Francia eliminó a uno de los hombres más odiados por los blancos de Nueva Caledonia (el anuncio de su muerte fue recibido con aullidos de júbilo en la plaza central de Numea). Era la figura emblemática del primer gran levantamiento canaco de posguerra (e incluso desde las guerras de 1878 y 1917), que marcó el inicio de la fase más dura del periodo conocido como los «acontecimientos».

Un hombre sobre el terreno

¿Quién era Éloi Machoro? Antes de aquellas terribles semanas que sacudieron el orden colonial, ya era una destacada figura local, elegido miembro de la Asamblea Territorial. Junto con Yeiwéné Yeiwéné y, sobre todo, Jean-Marie Tjibaou, era uno de los representantes más destacados de la joven generación canaca que, en 1977, tomó las riendas del partido político más antiguo del archipiélago, la Unión Caledonia (UC), transformándolo en un movimiento independentista. En 1981, Éloi Machoro se convirtió incluso en Secretario General del partido tras el asesinato de su predecesor, Pierre Declercq. Como tal, se encargó de organizar la vida del partido. Este hombre de fácil acceso y carisma evidente se desplazaba constantemente por los cuatro puntos cardinales del país, en contacto con militantes de todas las edades e incluso de todos los orígenes. Era un hombre de terreno. Y es allí, sobre el terreno, donde se le encuentra, lógicamente, a finales de 1984, al frente de una parte de las fuerzas canacas.

La urna rota

Hay muchas similitudes entre los levantamientos canacos de entonces y esta primavera de 2024, y una de las más evidentes es la forma en que se desencadenaron. Entonces, la restricción del electorado ya estaba en el centro de las reivindicaciones independentistas. Se trataba de contrarrestar los efectos de casi siglo y medio de colonización, que había acabado con los indígenas en minoría en su propia tierra. Los socialistas en el poder en París se negaron a tenerlo en cuenta: impusieron un nuevo estatuto, conocido como Estatuto Lemoine (nombre del Secretario de Estado encargado de los departamentos y territorios franceses de ultramar), y el 18 de noviembre de 1984 organizaron elecciones territoriales abiertas a todos. Esto fue demasiado para la mayoría de las organizaciones independentistas, lideradas por la UC, que formaron el Front de libération nationale kanak et socialiste (FLNKS) y llamaron a un «boicot activo» de las elecciones. El día D, el territorio ardía en manifestaciones, carreteras bloqueadas, ayuntamientos ocupados e incluso incendiados.

 

 El hacha de Eloi, por Miriam Shwamm

Esa mañana, Éloi Machoro y un grupo de activistas invadieron el ayuntamiento de Canala, su ciudad natal, en la costa este de Grande Terre. Armado con un tamioc, un hacha tradicional, destrozó la urna. Fue un gesto impactante, inmortalizado por el corresponsal del diario local. La foto dio la vuelta al mundo. La lucha del pueblo canaco salió de repente a la luz, y tenía un rostro: el rostro severo de Éloi Machoro, con gorra, gafas de sol y un espeso bigote.
Fue el punto de partida de una historia épica tan deslumbrante como influyente para los canacos de Nueva Caledonia. Dos días después, Éloi Machoro y otros activistas de Canala se unieron a los canacos en Thio, unos cuarenta kilómetros más al sur, para ocupar la gendarmería. Desalojaron las instalaciones al cabo de un día, pero inmediatamente iniciaron un «asedio» del municipio: durante casi un mes, los independentistas retuvieron Thio, estableciendo barricadas y controlando todas las vías de acceso.
Aunque Canala era ahora abrumadoramente canaca, Thio seguía teniendo una gran población de caldoches (como se conocía a los caledonios de origen europeo) y seguía siendo un bastión de la derecha colonial. Su alcalde, Roger Galliot, acaba de crear la sección local del Frente Nacional. Pero más allá del simbolismo político, Thio representaba también un reto económico de primer orden: alberga una de las mayores minas de níquel del mundo. El níquel es la principal fuente de riqueza de Nueva Caledonia, una ganancia inesperada para el Estado francés, pero de la que el pueblo canaco nunca se ha beneficiado, a excepción de unos pocos empleados.

Ministro de Seguridad de Kanaky

Machoro, que se convirtió en ministro de Seguridad del gobierno provisional de Kanaky proclamado por el FLNKS, dirigió la ocupación. Él y sus hombres recorrieron las casas de los colonos para confiscar sus armas. Pero al mismo tiempo exigió a sus militantes una disciplina a toda prueba. El alcohol, los saqueos e incluso los simples daños estaban prohibidos. A los que no cumplían se les reprendía severamente (por no decir otra cosa) y se les enviaba directamente a casa. La mina estaba cerrada, pero todo el equipo estaba cuidadosamente protegido. No se trataba sólo de preservar las herramientas económicas indispensables para el futuro país independiente, sino también de mostrar una cara ejemplar a los periodistas que se apresuraron a acudir a Thio. Machoro los recibió con gusto y concedió numerosas entrevistas, consciente de que la causa canaca necesitaba apoyo exterior, tanto dentro de la potencia administradora como a escala internacional.
El 1 de diciembre, el GIGN intentó invadir la comuna para poner fin a la ocupación. Pero no fue así: decenas de canacos, armados con fusiles confiscados a los caldoches, les rodearon nada más bajar de los helicópteros Puma, les desarmaron y les obligaron a marcharse. Fue una bofetada en la cara de los gendarmes, los mismos que se encontrarían unas semanas más tarde cerca de La Foa. El episodio dejó huella en la mente de la gente, reforzando el aura de Machoro en el mundo canaco... y creando psicosis entre los europeos, para quienes Machoro se convirtió en el enemigo público número uno. Sin embargo, Machoro era cualquier cosa menos un fanático brutal. Tras la masacre de diez canacos (entre ellos dos hermanos de Jean-Marie Tjibaou) perpetrada el 5 de diciembre en el valle del Hienghène por pequeños colonos, se opuso a algunos de sus hombres, que querían vengarse de los blancos aislados en sus casas de Thio. Su acción probablemente evitó un baño de sangre.
Por otra parte, Machoro no tenía intención de retroceder ante el Estado y sus aliados «leales». Si acabó respetando a regañadientes (y haciendo respetar) la orden del FLNKS de levantar los cortes de carretera emitida a mediados de diciembre, fue para preparar inmediatamente, con un grupo de militantes decididos, un nuevo golpe: el asedio de La Foa, al otro lado de Grande Terre. Casi una declaración de guerra a los ojos del Estado: equivalía a atacar una comuna «caldoche» y, sobre todo, a cortar la Ruta Territorial 1, muy estratégica, que une Numea, la capital, con el norte de la isla. El 11 de enero de 1985, en vísperas de entrar en acción, Machoro y una treintena de compañeros se apostaron a unos kilómetros, en una granja de la meseta de Dogny. Localizados, fueron rodeados por los gendarmes. A primera hora de la mañana siguiente, los francotiradores hicieron su trabajo sucio.

Ataï (izquierda) y Machoro, pintados por Élia Aramoto en una marquesina de autobús en Poindimié. Foto Hamid Mokaddem, 1990

La respuesta a la brutalidad colonial

Cuarenta años después, Éloi Machoro sigue siendo un icono en el mundo canaco, sobre todo entre los jóvenes, al mismo nivel que el gran jefe Ataï, que dirigió la guerra de 1878 contra los ocupantes franceses y con quien se le compara a menudo. Su retrato está en todas partes: camisetas, pancartas, muros tribales, barrios populares de Numea, redes sociales... Desaparecido antes de la época de los acuerdos, Machoro encarna una lucha sin cuartel contra esta colonización que nunca termina. El 4 de abril de este año, al margen de una conferencia de prensa organizada en las oficinas de la UC en Numea, los periodistas fueron recibidos por un hacha clavada en una urna... Cuando se trata de actuar sobre el terreno, se invoca el espíritu del viejo Éloi.
Sin embargo, sigue habiendo cierta incomprensión en torno a este hombre relativamente desconocido, casi tanto por parte de sus partidarios como de sus adversarios. Unos y otros mantienen una leyenda que, dorada u oscura, pinta más o menos el mismo cuadro, el de un Che Guevara oceánico de línea dura. Que tiene poco que ver con la realidad... Porque, aunque murió con un fusil en la mano, Machoro nunca disparó un solo tiro -ni siquiera antes de ser abatido, contrariamente a la primera versión de las «fuerzas del orden» que pretendían justificar su crimen.
En realidad, era un hombre muy abierto al diálogo, como otros dirigentes de la UC de la época. En 1983, junto a Yeiwéné y Tjibaou, participó en la mesa redonda de Nainville-les-Roches, durante la cual el movimiento independentista tendió la mano a las demás comunidades del archipiélago, reconocidas como «víctimas de la historia». Si Éloi Machoro se planteó la cuestión de recurrir a formas de acción más radicales, sólo fue en respuesta al desprecio y la brutalidad del sistema colonial. En esto, su camino sigue el de su pueblo, que siempre ha estado abierto al intercambio, pero que siempre ha chocado con un Estado francés encerrado en su lógica imperialista criminal. Nunca se insistirá lo suficiente en que el estallido de cólera popular de la noche del 13 de mayo de 2024, después de que la Asamblea Nacional votara el proyecto de ley constitucional de descongelación del censo electoral, se produjo tras meses de movilización masiva y pacifista de las fuerzas independentistas, en primer lugar canacas...
En una carta escrita el 17 de noviembre de 1984, la víspera del boicot activo, y durante mucho tiempo presentada erróneamente como su última, Éloi Machoro escribió estas palabras que aún se recuerdan: « La lucha no debe detenerse, ni por falta de líderes ni por falta de combatientes ». Si el pueblo canaco ha dado desde entonces la impresión de ser menos combativo, fue únicamente porque daba una oportunidad al proceso de descolonización apuntalado por los Acuerdos de Matignon y luego de Numea. Siguiendo el lema de Machoro, nunca abandonó la lucha por su emancipación y por la independencia de Kanaky-Nueva Caledonia. El año pasado lo demostró una vez más.



 

BENOÎT GODIN
Forty years after his death, Éloi Machoro's battle continues unabated

Benoît Godin, Billets d’Afrique, January 2025
Translated by Fausto Giudice, Tlaxcala

Benoît Godin is a French journalist and activist with the Survie association, which fights against Françafrique. Author of the radio documentary Le combat ne doit pas cesser : Éloi Machoro, un super-héros pour Kanaky 


On 12 January 1985, the GIGN [National Gendarmerie Intervention Group] shot dead Éloi Machoro, bringing to a halt two months of an uprising that shook the colonial order in New Caledonia and revealed to the world the existence of the Kanak people and their fight against French domination. Forty years on, that struggle is still painfully relevant today.

Who took the decision to shoot Éloi Machoro and one of his comrades in arms, Marcel Nonarro, on 12 January 1985? Edgard Pisani, the French Republic's High Commissioner, who had just arrived in New Caledonia with extensive powers to deal with a quasi-insurrectionary situation? Someone higher up in Paris? Or the GIGN men sent to the scene, the same ones who had been humiliated a month and a half earlier by Machoro and his comrades and who had allegedly gone beyond their orders? Forty years on, the question remains.

 But is it really that important? The real culprit in this double murder - for it was one - is known: it was the French state, always implacable when confronted with peoples rebelling against the colonial yoke. That morning, France eliminated one of the men most hated by the whites of New Caledonia (the announcement of his death was greeted by howls of joy in the central square of Nouméa). He was the emblematic figure of the first major post-war Kanak uprising (and even since the wars of 1878 and 1917), which marked the beginning of the hardest phase of the period known as the ‘events’.

 A man on the ground

Who was Éloi Machoro? Before those terrible weeks that shook the colonial order, he was already a leading local figure, elected to the Territorial Assembly. Along with Yeiwéné Yeiwéné and above all Jean-Marie Tjibaou, he was one of the most prominent representatives of the young Kanak generation who, in 1977, took over the reins of the archipelago's oldest political party, the Union calédonienne (UC), transforming it into a pro-independence movement. In 1981, Éloi Machoro even became the party's Secretary General after the assassination of his predecessor, Pierre Declercq. In this role, he was responsible for organising the life of the party. This man of easy approachability and obvious charisma was constantly on the move in the four corners of the country, in contact with activists of all ages and even of all origins. He was a man on the ground. And so it was there, on the ground, that he was to be found, quite logically, at the end of 1984, leading part of the Kanak forces.

 The broken ballot box

 There are many similarities between the Kanak uprisings of that time and this Spring of 2024, and one of the most obvious is the way they were triggered. Back then, restricting the electorate was already at the heart of the pro-independence demands. The aim was to counter the effects of almost a century and a half of colonisation, which had ended up with the indigenous people in a minority on their own land. The Socialists in power in Paris refused to take this into account: they imposed a new statute, known as the Lemoine Statute (named after the Secretary of State in charge of the French overseas departments and territories), and organised open territorial elections on 18 November 1984. This was too much for most pro-independence organisations, led by the UC, who formed the Front de libération nationale kanak et socialiste (FLNKS) and called for an ‘active boycott’ of the elections. On D-Day, the territory was ablaze with demonstrations, blocked roads, occupied town halls and even arson attacks.

 Eloi's axe, by Miriam Shwamm

That morning, Éloi Machoro and a group of activists invaded the town hall in Canala, his home town on the east coast of Grande Terre. Armed with a tamioc, a traditional axe, he smashed the ballot box. It was a powerful gesture, immortalised by the local daily's correspondent. The photo went around the world. The struggle of the Kanak people suddenly came into the open, and it had a face: the severe face of Éloi Machoro, wearing a cap, sunglasses and a thick moustache.

It was the starting point of an epic story that was as dazzling as it was influential for Kanaky-New Caledonia. Two days later, Éloi Machoro and other activists from Canala joined the Kanaks in Thio, some forty kilometres further south, to occupy the gendarmerie. They vacated the premises after a day, but immediately began a ‘siege’ of the commune: for almost a month, the pro-independence fighters held Thio, setting up roadblocks and controlling all access routes.

While Canala was now overwhelmingly Kanak, Thio still had a large population of Caldoches (as Caledonians of European origin were known) and remained a stronghold of the colonial right. Its mayor, Roger Galliot, has just set up the local branch of the Front National. But beyond the political symbolism, Thio also represented a major economic challenge: it is home to one of the largest nickel mines in the world. Nickel is New Caledonia's main source of wealth, a windfall for the French state, but one from which the Kanak people have never benefited, with the exception of a few employees

Kanaky's Minister for Security

 Machoro, who became Minister for Security in the provisional government of Kanaky proclaimed by the FLNKS, led the occupation. He and his men went round the homes of the settlers to confiscate their weapons. But at the same time, he demanded unfailing discipline from his militants. Alcohol, looting and even simple damage were forbidden. Those who failed to comply were severely reprimanded (to say the least) and sent straight home. The mine was shut down, but all the equipment was carefully protected. The aim was not only to preserve the economic tools that were essential to the future independent country, but also to show an exemplary face to the journalists who rushed to Thio. Machoro was happy to receive them and gave many interviews, well aware that the Kanak cause needed outside support, both within the administering power and internationally.

On 1 December, the GIGN tried to invade the commune to put an end to the occupation. But it was not to be: dozens of Kanak, armed with rifles seized from the Caldoches, surrounded them as soon as they got off the Puma helicopters, disarmed them and forced them to leave. It was a slap in the face for the gendarmes - the same ones who were to be found a few weeks later near La Foa. The episode left its mark on people's minds, reinforcing Machoro's aura in the Kanak world... and creating psychosis among Europeans, for whom Machoro became public enemy number one. Yet Machoro was anything but a brutal fanatic. After the massacre on 5 December in the Hienghène valley of ten Kanak (including two of Jean-Marie Tjibaou's brothers) by small settlers, he opposed some of his men, who wanted to take revenge on the isolated whites holed up in their homes in Thio. His action probably prevented a bloodbath.

On the other hand, Machoro had no intention of backing down in the face of the State and its ‘loyalist’ allies. If he ended up reluctantly respecting (and ensuring respect for) the FLNKS order to lift the roadblocks issued in mid-December, it was to immediately prepare, with a group of determined militants, for a new coup: the siege of La Foa, on the other side of Grande Terre. Almost a declaration of war in the eyes of the State: it was tantamount to attacking a ‘Caldoche’ commune and above all to cutting off the highly strategic Territorial Route 1 linking Nouméa, the capital, to the north of the island. On 11 January 1985, on the eve of taking action, Machoro and around thirty companions took up position a few kilometres away in a farm on the Dogny plateau. Spotted, they were surrounded by gendarmes. Early the next morning, the snipers did their dirty work.


Ataï (left) and Machoro, painted by Élia Aramoto on a bus shelter in Poindimié. Photo Hamid Mokaddem, 1990

 Responding to colonial brutality

 Forty years on, Éloi Machoro remains an icon in the Kanak world, particularly among young people, on a par with the great chief Ataï who led the war of 1878 against the French occupiers and to whom he is often compared. His portrait is everywhere: T-shirts, banners, tribal walls, Nouméa's working-class neighbourhoods, social networks... Having disappeared before the time of the agreements, Machoro embodies an uncompromising struggle against this colonisation that never ends. On 4 April this year, on the sidelines of a press conference organised at the UC offices in Nouméa, journalists were greeted by an axe stuck in a ballot box... When it comes to action on the ground, the spirit of old Éloi is invoked.

 However, there is still a certain misunderstanding surrounding this relatively unknown man, almost as much on the part of his supporters as his opponents. Both sides maintain a legend which, whether golden or obscure, paints more or less the same picture, that of a hard-line Oceanian Che Guevara. Which has little to do with reality... Because although he died with a rifle in his hand, Machoro never fired a single shot - not even before being shot, contrary to the first version of the ‘law enforcers’ seeking to justify their crime.

He was in fact a man who was very open to dialogue - like other UC leaders at the time. In 1983, alongside Yeiwéné and Tjibaou, he took part in the Nainville-les-Roches round table, during which the pro-independence movement reached out to the other communities in the archipelago, who were recognised as ‘victims of history’. While Éloi Machoro raised the question of resorting to more radical forms of action, it was only in response to the contempt and brutality of the colonial system. In this, his path follows that of his people, who have always been open to exchange, but who have always come up against a French state locked in its criminal imperialist logic. It cannot be stressed enough that the outburst of popular anger on the evening of 13 May 2024, after the National Assembly voted on the constitutional bill to unfreeze the electoral roll, followed months of massive, pacifist mobilisation by the pro-independence forces, first and foremost the Kanak...

In a letter written on 17 November 1984, the eve of the active boycott, and for a long time wrongly presented as his last, Éloi Machoro wrote these words that are still remembered: ‘ The fight must not stop, for lack of leaders or for lack of fighters ’. If the Kanak people have since given the impression that they were less combative, it was only because they were giving the decolonisation process underpinned by the Matignon and then Nouméa Accords a chance. Following Machoro's motto, it never gave up the fight for his emancipation and for the independence of Kanaky-New Caledonia. The past year has proved this once again.



BENOÎT GODIN
Quarante ans après sa mort, le combat d’Éloi Machoro n’a pas cessé


Benoît Godin, Billets d’Afrique, janvier 2025

Benoît Godin est un journaliste français, militant de l’association Survie, qui lutte contre la Françafrique. Auteur du documentaire radiophonique Le combat ne doit pas cesser : Éloi Machoro, un super-héros pour Kanaky

Le 12 janvier 1985, le GIGN abattait Éloi Machoro, portant un coup d’arrêt à deux mois d’un soulèvement qui secoua l’ordre colonial en Nouvelle-Calédonie, et révéla à la face du monde l’existence du peuple kanak et de son combat contre la domination française. Quarante ans après, ce dernier reste douloureusement d’actualité.
Qui a pris la décision d’abattre, le 12 janvier 1985, Éloi Machoro et l’un de ses compagnons de lutte, Marcel Nonarro ? Edgard Pisani, haut-commissaire de la République, fraîchement débarqué en Nouvelle-Calédonie avec des pouvoirs étendus pour faire face à une situation quasi insurrectionnelle ? Quelqu’un de plus haut placé à Paris ? Les hommes du GIGN envoyés sur place, ceux-là même qui avaient été humiliés un mois et demi plus tôt par Machoro et ses camarades et qui auraient outrepassé les ordres ? Quarante ans après, la question reste soulevée.
Mais est-elle au fond si importante ? Le véritable responsable de ce double assassinat – car c’en est un – est connu : c’est l’État français, toujours implacable lorsqu’il est confronté à des peuples en rébellion contre le joug colonial. Ce matin-là, la France éliminait l’un des hommes le plus honnis des Blancs de Nouvelle-Calédonie (l’annonce de sa mort sera accueillie par des hurlements de joie sur la place centrale de Nouméa). La figure emblématique du premier grand soulèvement kanak d’après-guerre (et même depuis les guerres de 1878 et 1917), qui marqua les débuts de la phase la plus dure de la période dite des « événements ».

Un homme de terrain

Qui est-il, Éloi Machoro ? Avant ces semaines terribles qui secouèrent l’ordre colonial, il est déjà une personnalité locale de premier plan, élu à l’Assemblée territoriale. Avec Yeiwéné Yeiwéné et surtout Jean-Marie Tjibaou, il est l’un des représentants les plus en vue de cette jeune génération kanak qui prit, en 1977, les rênes du plus ancien parti politique de l’archipel, l’Union calédonienne (UC), le transformant en un mouvement pro-indépendance. En 1981, Éloi Machoro en est même devenu le secrétaire général après l’assassinat de son prédécesseur, Pierre Declercq. À ce titre, il a pour mission d’organiser la vie du parti. Cet homme au contact aisé et au charisme évident est ainsi continuellement en déplacement aux quatre coins du territoire, au contact des militant·e·s de tous âges et même de toutes origines. C’est un homme de terrain. Et c’est donc là, sur le terrain, qu’on le retrouve en toute logique fin 1984, menant une partie des forces vives kanak.

L’urne brisée

Les similitudes entre les soulèvements kanak d’alors et de ce printemps 2024 ne manquent pas, et l’une des plus évidentes, c’est leur déclencheur. À l’époque déjà, la restriction du corps électoral est au cœur des revendications indépendantistes. Il s’agit de contrer les effets de près d’un siècle et demi de colonisation de peuplement qui ont fini par mettre en minorité le peuple autochtone sur ses propres terres. Les socialistes au pouvoir à Paris refusent d’en tenir compte : ils imposent un nouveau statut, dit Lemoine (du nom du secrétaire d’État en charge des Dom-Tom), et organisent le 18 novembre 1984 des élections territoriales ouvertes à tous. C’en est trop pour la plupart des organisations indépendantistes, UC en tête, qui se rassemblent au sein du Front de libération nationale kanak et socialiste (FLNKS) et appellent au « boycott actif » du scrutin. Le jour J, le territoire s’embrase : manifestations, routes bloquées, mairies occupées, voire incendiées…


La hache d’Éloi, par Miriam Shwamm

Ce matin-là, Éloi Machoro envahit avec un groupe de militants la mairie de Canala, commune de la côte est de la Grande Terre dont il est originaire. Armé d’un tamioc, une hache traditionnelle, il brise l’urne électorale. Un geste puissant, immortalisé par la correspondante du quotidien local. La photo va faire le tour du monde. La lutte du peuple kanak apparaît soudain au grand jour, et elle a un visage : celui – sévère, arborant casquette, lunettes de soleil et épaisse moustache – d’Éloi Machoro.
C’est le point de départ d’une épopée aussi fulgurante que marquante pour la Kanaky-Nouvelle-Calédonie. Deux jours après, Éloi Machoro et des militant·e·s de Canala rejoignent les Kanak de Thio, une quarantaine de kilomètres plus au sud, pour en occuper la gendarmerie. Ils libèrent les lieux au bout d’une journée, mais entreprennent dans la foulée le « siège » de la commune : pendant près d’un mois, les indépendantistes vont tenir Thio, dressant des barrages, contrôlant tous ses accès.
Si Canala est alors très majoritairement kanak, Thio compte encore une large population de Caldoches (comme sont surnommés les Calédoniens d’origine européenne) et demeure un bastion de la droite coloniale. Son maire, Roger Galliot, vient d’ailleurs de créer la section locale du Front national. Mais au-delà du symbole politique, Thio représente aussi un enjeu économique de taille : elle abrite l’une des plus importantes mines de nickel du monde. Nickel qui est la principale richesse de la Nouvelle-Calédonie, une manne pour l’État français, mais dont les Kanak n’ont jamais profité, exception faite de quelques employés.

Ministre de la Sécurité de Kanaky

Machoro, qui devient ministre de la Sécurité du gouvernement provisoire de Kanaky proclamé par le FLNKS, mène l’occupation. Lui et ses hommes font le tour des habitations des colons pour confisquer leurs armes. Mais, en parallèle, il exige de ses militants une discipline sans faille. L’alcool et tout pillage, ou même simple dégradation, sont proscrits. Ceux qui ne respectent pas les consignes se font durement réprimander (pour le moins) et sont renvoyés illico chez eux. La mine est à l’arrêt, mais tout le matériel est soigneusement protégé. Il s’agit tout à la fois de préserver les outils économiques indispensables au futur pays indépendant, mais aussi de montrer un visage exemplaire aux journalistes qui se précipitent à Thio. Machoro les reçoit volontiers, multiplie les interviews, bien conscient que la cause kanak a besoin de soutiens extérieurs, au sein de la puissance administrante comme à l’international.
Le 1er décembre, le GIGN tente d’envahir la commune pour mettre fin à l’occupation. C’est raté : des dizaines de Kanak, équipés des fusils saisis aux Caldoches, les encerclent dès leur descente des hélicoptères Puma et les désarment, puis les obligent à quitter les lieux. Un camouflet pour les gendarmes – ceux-là même que l’on retrouvera quelques semaines plus tard du côté de La Foa. L’épisode marque les esprits, renforçant l’aura de Machoro dans le monde kanak… et la psychose chez des Européens pour qui Machoro devient l’ennemi public numéro un. Celui-ci est pourtant tout sauf un fanatique brutal. Après le massacre le 5 décembre dans la vallée de Hienghène de dix Kanak (dont deux frères de Jean-Marie Tjibaou) par des petits colons, il s’oppose à certains de ses hommes, désireux de se venger sur les Blancs isolés et terrés chez eux à Thio. Son action empêche très probablement un bain de sang.
En revanche, Machoro n’entend plus reculer face à l’État et ses alliés « loyalistes ». S’il finit par respecter (et faire respecter) à contrecœur la consigne de levée des barrages lancée mi-décembre par le FLNKS, c’est pour tout de suite préparer, avec un groupe de militants déterminés, un nouveau coup d’éclat : le siège de La Foa, de l’autre côté de la Grande Terre. Presque une déclaration de guerre aux yeux de l’État : cela revient à s’en prendre à une commune « caldoche » et surtout à couper la très stratégique Route territoriale 1 qui relie Nouméa, la capitale, au nord de l’île. Le 11 janvier 1985, à la veille de passer à l’action, Machoro et une trentaine de compagnons prennent position à quelques kilomètres de là, dans une ferme située sur le plateau de Dogny. Repérés, ils sont encerclés par les gendarmes. Le lendemain, au petit matin, les tireurs d’élite feront leur sale besogne.

Ataï (à gauche) et Machoro, peinture d’Élia Aramoto sur un abribus à Poindimié. Photo Hamid Mokaddem, 1990.

Répondre à la brutalité coloniale

Quarante ans après, Éloi Machoro reste une icône dans le monde kanak, pour sa jeunesse notamment, au même rang que le grand chef Ataï qui mena la guerre de 1878 contre l’occupant français et à qui il est souvent comparé. Son portrait est partout : T-shirts, banderoles, murs des tribus ou des quartiers populaires nouméens, réseaux sociaux… Disparu avant le temps des accords, Machoro incarne une lutte sans concession contre cette colonisation qui n’en finit pas. Le 4 avril dernier, en marge d’une conférence de presse organisée au local de l’UC à Nouméa, une hache plantée dans une urne accueillait les journalistes… Quand il faut revenir aux actions de terrain, on invoque l’esprit du vieux Éloi.
Un certain malentendu persiste pourtant autour de cet homme assez mal connu, presque autant du côté de ses partisans que de ses opposants. Les deux camps entretiennent en effet une légende qui, dorée ou obscure, dresse finalement plus ou moins le même portrait, celui d’un Che Guevara océanien jusqu’au-boutiste. Ce qui a peu à voir avec la réalité… Car s’il meurt un fusil à la main, Machoro n’aura jamais tiré un seul coup de feu – pas même avant d’être abattu, contrairement à la première version des « forces de l’ordre » cherchant à justifier leur crime.
C’est en réalité un homme qui s’est montré largement ouvert au dialogue – à l’instar des autres responsables de l’UC de l’époque. Il participe d’ailleurs en 1983, aux côtés de Yeiwéné et Tjibaou, à la table-ronde de Nainville-les-Roches, durant laquelle les indépendantistes tendront la main aux autres communautés de l’archipel, reconnues comme « victimes de l’Histoire ». Si Éloi Machoro se pose la question du recours à des modes d’action plus radicaux, ce n’est qu’en réponse au mépris et à la brutalité du système colonial. En cela, son parcours épouse celui de son peuple, toujours ouvert à l’échange, mais se heurtant, jusqu’à aujourd’hui, à un État français enfermé dans sa logique impérialiste criminelle. On ne rappellera jamais assez que l’explosion de colère populaire au soir du 13 mai 2024, après le vote par l’Assemblée nationale du projet de loi constitutionnelle actant le dégel du corps électoral, faisait suite à des mois de mobilisation massive et pacifiste des forces indépendantistes, et kanak en premier lieu…
Dans une lettre rédigée le 17 novembre 1984, veille du boycott actif, et longtemps présentée à tort comme sa dernière, Éloi Machoro écrivait ces mots restés dans les mémoires : « Le combat ne doit pas cesser, faute de leaders ou faute de combattants ». Si le peuple kanak a pu depuis donner l’impression qu’il était moins combatif, ce n’était que parce qu’il donnait une chance au processus de décolonisation porté par les accords de Matignon, puis de Nouméa. Suivant le mot d’ordre de Machoro, il n’a en réalité jamais renoncé à la lutte pour son émancipation et pour l’indépendance de la Kanaky-Nouvelle-Calédonie. L’année écoulée nous l’a encore prouvé.

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