Traducido
del inglés por Sinfo Fernández
Zaki Kaf Al-Ghazal es responsable de medios y divulgación en el Syrian British Council. Ha terminado sus estudios de teoría legal y política en la Universidad de York, y actualmente se prepara para el doctorado en la Facultad de Derecho de la misma universidad.
Los sirios se manifiestan en la ciudad de Idlib contra las elecciones presidenciales celebradas en las zonas bajo control del régimen de Asad, el 26 de mayo de 2021 (Foto: Izzeddin Idilbi/Anadolu Agency)
Las elecciones, por lo general, son asuntos competitivos, con candidatos y partidos políticos que rivalizan para atraerse la atención del público durante las semanas y meses previos a la votación. Si bien no todas las elecciones son asuntos reñidos, debería haber una sensación de competencia, incluso de incertidumbre. Sin embargo, cuando una elección es como un partido de fútbol en el que los árbitros son parciales; la mayoría de tus jugadores tienen prohibido jugar y, en cualquier caso, no pueden entrenar antes del partido; el equipo contrario comienza con una ventaja de 5-0; y el campo de juego favorece literalmente a tus oponentes, estamos frente a un problema serio. Es justo decir que incluso este ejemplo de partido de fútbol amañado, en el que todos conocen el resultado de antemano, se queda corto al examinar las recientes “elecciones” presidenciales en Siria.
La única sorpresa fue que Bashar Al-Asad recibió el 95,1% de los votos y no el 99% que el pueblo sirio ha visto en muchas elecciones anteriores durante la época de su padre Hafiz Al-Asad. Es plausible, sin embargo, que el dictador sirio quisiera dejar un pequeño hueco para hacerlo más “realista”, aunque con tal margen, y dadas las condiciones en las que se llevó a cabo la votación, es evidente que esta elección fue fraudulenta. El hecho de que Occidente haya condenado ampliamente esta farsa es bienvenido, pero el temor a la normalización con el régimen de Asad sigue siendo muy real.
Siria es un Estado fallido. Con una economía impulsada por el tráfico de drogas, también es un narcoestado. Asad permanece en el poder; un criminal de guerra no puede fácilmente rehabilitarse. Se ha derramado demasiada sangre, debería estar en La Haya enfrentándose a un juicio por crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, no gobernando el país. Por tanto, es motivo de preocupación que varios Estados árabes estén transitando ya el camino de la normalización; Emiratos Árabes Unidos y Bahréin han reabierto sus embajadas en Damasco, y se habla de que la Liga Árabe volverá a acoger a Siria por primera vez desde su expulsión hace casi diez años.
Además, millones de sirios que están viviendo en el país no pudieron emitir su “voto”. Esta falsa elección ha sido ilegítima y ha sido esencialmente utilizada por el régimen como una distracción del horrendo estado de la economía, consecuencia de los años de mala gestión de su gobierno. Irónicamente, el número publicado de votos emitidos fue casi el doble del número de personas llamadas a votar, entonces, ¿de dónde salieron todos esos votos?
(Viñeta Mohammed Sabaaneh/Middle East Monitor)
Se puede argumentar que el régimen ha utilizado estas “elecciones” para intentar recuperar la narrativa del conflicto. Se ha cumplido recientemente el décimo aniversario del levantamiento. Siria ha estado pasando por una situación de cambio continuo desde que el régimen respondió a los manifestantes con violencia desde el primer día. Esta “elección” ha sido una cínica estratagema del régimen para demostrar que el levantamiento terminó y que Asad, al haber sido “reelegido”, tiene legitimidad y no se va a ir a ninguna parte. No podemos permitir que esta narrativa arraigue; cualquier victoria que el régimen afirme haber obtenido es pírrica. Es una “victoria” donde la mitad de la población de antes de la guerra está desplazada, el 10% de sus habitantes han muerto y resulta imposible reconocer el país por lo que fue; todo ello por aferrarse al poder.
Gran parte de la culpa de esto recae en la comunidad internacional. Iniciativas como el comité constitucional, que podría decirse que tenía potencial, se han utilizado como distracción y los sirios se sienten engañados. Más allá de las palabras de condena, se ha hecho poco y el pueblo sirio habla abiertamente de que el mundo les ha abandonado durante la última década. Asad también lo siente así, gracias al apoyo que recibe de Rusia e Irán; por su parte, Israel también desea mantenerlo en el poder. Además, los recientes acontecimientos que dieron lugar a que Siria, un par de días después de la farsa de las elecciones presidenciales, fuera elegida como miembro de la junta ejecutiva de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dejan un sabor amargo en la boca. Es casi como un regalo de felicitación para Asad por “ganar” con el 95,1% de los votos.
Hay una gran ironía enfermiza en que a un régimen que ha atacado y bombardeado repetidamente hospitales y cometido crímenes de guerra se le conceda un puesto en la junta ejecutiva de la principal organización de salud del mundo. La OMS tiene serias preguntas que responder, porque lo ocurrido es claramente inaceptable. Cabe señalar que el ministro de Salud sirio, Hassan Ghabache, que representará a su país en la junta ejecutiva de la OMS, figura en la lista de sanciones financieras de Gran Bretaña desde marzo y en la lista de sanciones europeas desde noviembre pasado. También es bien sabido que en Siria incluso las políticas sanitarias están controladas por las fuerzas de seguridad. Esto ha sido bien cubierto por Jett Goldsmith, un investigador de la sociedad civil de Colorado, quien informó de todo ello tras su entrevista con la representante de la OMS en Siria hace unas semanas.
En lugar de normalizar las relaciones con el régimen de Asad a través del Consejo de Seguridad de la ONU y otras organizaciones como la OMS, la ONU debería expulsar a Siria hasta que haya un cambio de régimen. Hay que rechazar cualquier normalización del dictador, y los líderes mundiales deben dejar este punto bien claro. Después de diez largos años de derramamiento de sangre, lucha y muerte, el pueblo sirio se merece algo mucho mejor.
No obstante, existe un peligro real de que todo el mundo a Siria; un peligro real de que la reconstrucción de Siria quede en manos de los Estados del Golfo, que están entrando en pactos con Asad para distanciarlo de Irán. Sería un fracaso para el arte de gobernar y para la diplomacia. Y, en última instancia, un fracaso en la lucha por la libertad y la dignidad en todo el mundo.
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