Ramzy
Baroud, 7/6/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Se nos quiere hacer creer
que se está haciendo historia en Israel tras la formación de una coalición
gubernamental ideológicamente diversa, que por primera vez incluye un partido
árabe, Ra'am, o Lista Árabe Unida.
Si vamos a aceptar esta
lógica, el líder de Ra'am, Mansour Abbas, es un impulsor y agitador de la
historia, de la misma forma que Naftali Bennett, del partido de extrema derecha
Yamina, y Yair Lapid, el supuesto “centrista” de Yesh Atid -Esperanza Nueva-, son
también hacedores de historia. ¡Qué extraño!
Dejando a un lado los
titulares sensacionalistas de los medios y las hipérboles, el nuevo gobierno de
Israel es un intento desesperado de los políticos israelíes para desalojar del
poder a Benjamin Netanyahu, el primer ministro del país con más años ocupando
cargo. Si bien Lapid es bastante nuevo en la política contenciosa de Israel,
Bennett y Abbas son unos oportunistas por excelencia.
Lapid es un expresentador
de televisión. A pesar de sus afirmaciones de ideologías centristas, sus
opiniones políticas son tan “correctas” como puedan parecer. El problema es que
personajes como Bennett, Ayelet Shaked, también de Yamina, y por supuesto el
propio Netanyahu, entre otros, han reubicado el centro del espectro político de
Israel más hacia la derecha, hasta el punto de que la derecha se ha convertido
en el centro y la ultraderecha en la derecha. Así es como los políticos
neofascistas y extremistas de Israel lograron convertirse en hacedores de reyes
en la política de su país. Bennett, por ejemplo, quien en 2013 se jactó de “haber
matado a muchos árabes” en su vida, se convertirá en el primer ministro de
Israel.
Es en este extraño
contexto en el que debemos entender la posición de Mansour Abbas. Sus escasos
cuatro escaños en la Knesset israelí han hecho que su partido fuera crucial en
la formación de la coalición que se creó a propósito para derrocar a Netanyahu.
Ra'am no representa a las comunidades árabes palestinas de Israel y, al unirse
al gobierno, Abbas ciertamente no está haciendo historia en términos de
encontrar puntos en común entre árabes y judíos en un país que es justamente
reconocido, tanto por grupos israelíes como internacionales por los derechos
humanos, como apartheid.
Al contrario, Abbas se
mueve contra la corriente de la historia. En un momento en el que los
palestinos por toda la Palestina histórica -los territorios palestinos ocupados
y el actual Israel- se están finalmente unificando en torno a una narrativa
nacional común, Abbas insiste en redefinir la agenda palestina simplemente para
asegurarse un puesto para sí mismo en la política israelí, haciendo así,
supuestamente, “historia”.
Pero incluso antes de que
Abbas estrechara la mano de Bennett y otros extremistas israelíes que abogan
por la matanza de palestinos como algo natural, dejó claro que estaba dispuesto
a unirse a un gobierno liderado por Netanyahu. Esta es una de las razones de la
escisión de la coalición política árabe, en otro tiempo unida, conocida como
Lista Conjunta.
Después de su reunión con
Netanyahu en febrero, Abbas justificó su impactante cambio con tópicos
políticos poco convincentes, como “uno necesita poder mirar hacia el futuro y
construir un futuro mejor para todos”, etc.
El hecho de que Netanyahu
fuera en gran medida responsable de la desesperada perspectiva de las
comunidades palestinas de Israel parecía completamente irrelevante para Abbas,
quien inexplicablemente estaba interesado en unirse a cualquier futura alianza
política, aunque incluyera a los actores políticos más chovinistas de Israel. Lamentablemente,
aunque no es sorprendente, eso es lo que ha ocurrido.
La posición de Abbas se
volvió imposible de sostener en mayo durante la guerra israelí que coordinó bien
el ataque contra Gaza con los ataques racistas contra las comunidades
palestinas en Jerusalén, la Cisjordania ocupada y todo Israel. Pero, incluso
entonces, cuando los palestinos pudieron articular finalmente una narrativa
común que vincula la ocupación, el asedio, el racismo y el apartheid en
Jerusalén, Cisjordania, Gaza e Israel, Abbas insistió en desarrollar una
posición única que le permitiera mantener sus posibilidades de alcanzar el
poder a cualquier precio.
Aunque fueron las
comunidades árabes palestinas las que sufrieron ataques sistemáticos por parte
de las turbas y la policía judías israelíes, Abbas pidió a su comunidad que “fuera
responsable y se comportara con prudencia”, y que “mantuviera el orden público
y acatara la ley”. Incluso repitió directrices similares que utilizan los
políticos judíos israelíes de la derecha, ya que afirmó que las “protestas
populares pacíficas” de las comunidades palestinas dentro de Israel se han
vuelto “de confrontación”, creando así un equilibrio moral donde las víctimas
del racismo se han convertido de alguna manera en responsables de su propia
situación.
La posición de Abbas no ha
cambiado desde la firma del acuerdo de coalición del 2 de junio. Su narrativa
política es casi apolítica, ya que insiste en reducir la lucha nacional del
pueblo palestino a la mera necesidad de desarrollos económicos, no muy
diferente de la propia propuesta de “paz económica” de Netanyahu en el pasado.
Peor aún, Abbas desvincula intencionalmente el estado de pobreza y
subdesarrollo en las comunidades palestinas de la discriminación racial
defendida por el Estado, que constantemente infrafinancia a las comunidades
árabes mientras gasta cantidades exuberantes de fondos en los ilegales
asentamientos judíos que se construyen en las tierras palestinas depuradas
étnicamente.
“Hemos alcanzado un nivel
importante de acuerdos en varios campos que sirven a los intereses de la
sociedad árabe y que brindan soluciones para los problemas candentes que padece:
la planificación, la crisis de vivienda y, por supuesto, la lucha contra la
violencia y el crimen organizado”, dijo triunfalmente Abbas el 2 de junio, como
si la arraigada desigualdad, incluida la violencia comunitaria y el crimen
organizado, no fueran resultados directos del racismo, la desigualdad
socioeconómica y la alienación y marginación política.
Abbas no ha hecho
historia. No es más que un ejemplo del político egoísta y una expresión directa
de la desunión endémica en el cuerpo político árabe palestino dentro de Israel.
Lamentablemente, el éxito
sin precedentes de la Lista Conjunta Árabe tras las elecciones de marzo de 2020
ha culminado ahora en un final trágico, en el que personas como Abbas se
convierten en el molesto “representante” de una comunidad despierta y con
conciencia política.
En realidad, Mansour
Abbas, un político árabe palestino que está dispuesto a encontrar puntos en
común con extremistas y “asesinos árabes” orgullosos de serlo, solo se
representa a sí mismo. El futuro dará fe de esta afirmación.
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