Milena Rampoldi, ProMosaik,, 2-1-2022
Traducido por María Piedad Ossaba y Fausto Giudice, Tlaxcala
Hablé con el profesor Michael
Schneider (nacido en 1943) sobre el tema de la COVID-19 y la relación entre la
medicina y el totalitarismo. Schneider es un escritor y socialista
comprometido, conocido entre otras cosas por haber participado en el movimiento
estudiantil de 1968, por ser el autor de “Neurose und
Klassenkampf” [Neurosis
y lucha de clases, Siglo XXI, 1979) y por haber fundado el primer
teatro callejero socialista en Berlín Oeste. Se distingue por su crítica
perspicaz del status quo, y por lo tanto también de la degeneración “coronaviral”
reinante, que contiene numerosos elementos no sólo políticos, sino también
neuróticos. Pero dicha crítica es diferente. El poder es diferente hoy en día.
Y el totalitarismo de hoy es diferente.
En esta era coronaviral, el
vínculo entre medicina, el poder y el totalitarismo escapa a muchos, ¿por qué
es así?
Si el vínculo entre medicina,
poder y totalitarismo escapa a tantas personas en la crisis de la Corona, es ante
todo por la naturaleza de esta nueva narrativa, extremadamente refinada y
eficaz en su impacto sobre la psicología de las masas: que el Sars-Cov-2 es un
virus asesino que amenaza a toda la humanidad y contra el que hay que “hacer la
guerra”, como anunció el presidente francés en abril de 2020. En tiempos de
guerra y crisis, el gobierno y los ciudadanos casi siempre se mantienen unidos.
La “guerra contra el Corona y sus nuevos “mutantes peligrosos” se asemejan a 1984 de Orwell, donde la gente es constantemente movilizada y empujada en guerras
ficticias contra nuevos enemigos que nadie ve jamás.
Aún más sofisticado, incluso de
un genio casi sádico (en el sentido de la guerra psicológica): la narrativa (elaborada
por los servicios secretos y los laboratorios de ideas usamericanos) de un
enemigo invisible y corrosivo que puede atacar en cualquier lugar y en
cualquier momento y que puede esconderse en cada uno de nosotros, en tu vecino,
tu compañero de trabajo, incluso en tus familiares más queridos y, a fortiori
en ti mismo.
El postulado de la “persona
enferma sin síntomas”, que pone en peligro a todos los demás como un “súper
contaminante”, es especialmente insidioso, ya que alimenta la sospecha de todos
contra todos y conduce a una inversión completa de la carga de la prueba: en la
lucha contra el enemigo invisible, no todos los hombres son potencialmente
sanos, pero potencialmente enfermos. Cada persona es un caso sospechoso aún no
verificado y un peligro y debe demostrar su inocencia mediante hallazgos (pruebas)
o vacunaciones actualizadas diariamente. Si no lo hace, el aislamiento y las
restricciones de desplazamiento son medidas de autodefensa autorizadas por la sociedad.
Este relato es nuevo y tiene
éxito en particular porque pone a su servicio, por encima de todo, ideales
comunitarios como la solidaridad, la responsabilidad hacia los demás, etc. que
son justamente apreciados por la izquierda. Es por eso que la mayoría de los
izquierdistas, socialdemócratas y socialistas de izquierda no reconocen su
carácter pérfido, especialmente porque se han convertido precisamente en
víctimas de su fe en el Estado en este momento, durante la crisis de la Corona:
el hecho de que tras treinta años de
privatizaciones neoliberales y políticas claras de corte (especialmente en el
campo de la salud), el Estado, hasta entonces débil, tome de repente las
riendas y haga de la salud de los ciudadanos la máxima suprema de su acción, es
considerado por ellos como la prueba de la dimensión ética recuperada de la
política. Pero, ¿por qué las élites dirigentes, por otra parte sin escrúpulos,
habrían decidido detener la máquina mundial del lucro frente a un agente patógeno
que afecta casi exclusivamente a los “improductivos”, los mayores de 80 años?
John Melhuish Strudwick, Un Hilo
Dorado, 1885