Luis E.Sabini Fernández, 27/5/2021
Franco Bifo Berardi anota una cuestión
clave de nuestra modernidad: “la extinción de la mente crítica”.
Su sola enunciación nos da la pauta de la
trascendencia de su planteo.
Berardi observa con sagacidad y precisión
una serie de pautas que ilustran ese proceso de extinción.
Fundamentalmente, registra “la saturación de la atención social”
dada por “la velocidad y la intensidad de
la infoestimulación” que nos absorbe casi permanentemente.
Mirado etimológicamente, el fenómeno desnuda
toda su gravedad: eso que nos absorbe, so pretexto de nutrirnos
informacionalmente, nos deja absortos. Y por lo tanto anonadados. Y esa
absorción a que somos sometidos capta nuestra mente casi ininterrumpidamente; y
es lo que nos elabora ya no sólo absortos sino mentecatos. Porque el origen de
esa palabreja es tener la mente captada: mente
captus (cogido de mente). Mentecato.
El Roto
Imagen
y/o palabra
Aun bien diagnosticado el fenómeno,
entiendo hay un fallo en el abordaje de Berardi: en todo caso, observa una vía
de extinción de la mente crítica, pero entiendo deja a un lado por lo menos
otra, no menos importante: la sustitución de la palabra por la imagen en
nuestra relación con la realidad (y su insoslayable temporalidad). Sustitución
o desplazamiento que implica la presentización de nuestra relación con el
mundo.
Cuando sobreviene el auge de la imagen, a
mediados del Siglo XX, había un motto que abonaba esa expansión formidable de
lo comunicacional: “una imagen vale,
otorga el conocimiento vivencial, más que mil palabras”.
Y es cierto. Lo que obviábamos entonces es
que una palabra, la palabra, también puede brindarnos mil imágenes, enriquecer
nuestro interior, mediante asociaciones, derivaciones. A diferencia de la
imagen que nos impacta y a menudo nos deja “sin palabras”, la palabra no nos da
la imagen, sino que nos permite a nosotros “hacerla”; véase, por ejemplo, esta
frasecita (atribuida a Eduardo Galeano): “La
realidad imita a la tele.” Todo el mundo que se abre a nuestro discurrir...
Una buena verificación de la elaboración de
imágenes desde la palabra nos la da la lectura de, por ejemplo, una novela que,
después de nuestra lectura, se pasa al cine y alcanzamos a ver dicha versión.
Vemos entonces cómo habíamos hecho “la película” antes, en nuestro interior; a
menudo mucho más rica y variada que la confección cinematográfica.
La palabra, entonces, despierta nuestras
reflexiones y consiguientes imágenes, y en los mejores casos, nos embarca en
nuevas búsquedas. Abre nuestras mentes.
La imagen tiene todo el atractivo de lo
visual, y por eso mismo no necesita tanto de la palabra como de la emoción
desnuda. Es más elemental. Tiene enorme carga emocional, evocativa.
La palabra, en cambio, es la que
caracteriza nuestra humanidad. Somos humanos porque tenemos la palabra. La
imagen es algo compartido con buena parte del mundo animal.
Pero los animales viven en el puro presente
porque la temporalidad, hasta donde sabemos, les es ajena, al menos
relativamente ajena. Los animales que llamamos “superiores” tienen por ejemplo pasado,
porque es lo que revela el ejercicio de la memoria, tan presente. Que revela su
experiencia.
Pero nuestra temporalidad; pasado,
presente, futuro, es algo específicamente humano. Que podemos plasmar en imagen
y en palabra.