Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
Dellair Youssef es un periodista, escritor y cineasta sirio. Ha dirigido varias películas, como The Princes of the Bees, Exile, Banyas: The Beginnings y Clothesline. También es autor de Tales of this Time, publicado en 2014, y Good Morning Lovelies, publicado en 2020. Youssef vive en Berlín. @dellair_youssef
Las escuelas públicas de Siria
son feas, se parecen a una cárcel y son a menudo violentas. Tal situación no es
fruto del azar, sino de un diseño, argumenta Dellair Youssef.
Las escuelas en Siria son como prisiones. Tienen altos muros y barrotes en las ventanas, y tanto los profesores como las profesoras golpean a sus alumnos con palos de todos los tamaños, colores y formas. Los instructores militares, no muy diferentes de los oficiales del ejército, solían imponer castigos de tipo militar.
Tras el inicio del llamado “proceso de desarrollo y modernización” y el ascenso de Bashar al-Asad a la presidencia a principios de la década de 2000, esos instructores militares fueron sustituidos por profesores. Al igual que sus predecesores, mantenían una vigilancia constante sobre los alumnos y estaban obsesionados con la disciplina. La mayoría de ellos eran antiguos oficiales del ejército o voluntarios de los servicios de seguridad y mujabarat. Su misión seguía siendo en gran medida la misma, sólo cambiaban sus títulos.
La violencia que tiene lugar dentro de estas escuelas, además de otros factores vinculados con las condiciones sociales y la relación de las escuelas con el régimen, empuja a muchos estudiantes a abandonar los estudios en las diversas etapas. ¿Qué hay detrás de este fracaso escolar?
Recuerdos de la escuela en Siria
Las escenas de violencia que presencié durante más de una década de asistir a las escuelas sirias, desde los primeros cursos hasta la secundaria, son demasiado numerosas para contarlas.
En el último año de la escuela primaria, cuando mis compañeros y yo estábamos en sexto grado a la tierna edad de 11 o 12 años, asistí a la escuela Mohieddine bin Arabi en el barrio Rukn al-Din de Damasco. Una de las profesoras solía golpear tanto a los niños como a las niñas. Una vez golpeó brutalmente a un niño de mi clase y después le dio una patada. Luego le dobló el brazo al chico por la espalda y le obligó a apoyarse en su rodilla, rompiéndole el brazo. Volvió a la escuela al día siguiente con el brazo enyesado y se vio obligado a pedir disculpas a la profesora.
Más adelante, en octavo curso, por alguna razón, los alumnos tomaron la costumbre de quemar sus libros de texto al terminar sus cursos. Así que el guía de la escuela -el encargado de realizar determinadas tareas logísticas para las clases- se fue un día de la escuela pensando que los alumnos le tendrían miedo y dejarían de quemar sus libros. Al fin y al cabo, tenía fama de ser violento y de golpear a todo el que se interpusiera en su camino con lo que llevara encima.
Así pues, salió por la puerta principal y se quedó esperando en medio del patio de la escuela, que da a la puerta exterior. Y entonces se inició una especie de rebelión. Los alumnos empezaron a tirarle los libros y era como una escena sacada de una película: él, allí, en medio del patio de la escuela con los libros golpeándole por todos lados. A la mañana siguiente, temprano, entró en cada aula, una por una, voceando dos o tres nombres de cada una. Al parecer, sus espías entre los alumnos le habían dado los nombres de los que habían participado en la campaña de lanzamiento de libros del día anterior. Llamó por su nombre a dos alumnos de mi clase y empezó a golpearles y a maldecir a sus madres delante de nuestra profesora, que, asustada, escondió la cara detrás de un libro. Luego echó a los dos alumnos de la clase y cuando volvieron, un rato después, estaban cubiertos de sangre. No se les permitió lavársela.
Experiencias como ésta nos hicieron odiar la escuela. Odiábamos a los profesores y no teníamos ningún deseo de asistir a las clases, que en realidad no tenían como objetivo educarnos. Nuestra única tarea era memorizar todo lo que nos enseñaban para poder aprobar los exámenes y pasar al siguiente curso.
Este odio, esta falta de sentimiento de pertenencia al lugar, esta falta de ilusión por un futuro mejor, empujaba a muchos estudiantes (yo incluido) a saltarse las clases. Tras salir de casa por la mañana y despedirnos de nuestras familias, nos reuníamos con nuestros amigos cerca del edificio de la escuela. Desde allí, nos íbamos sencillamente a otro sitio.
En la escuela primaria, recuerdo que nos escapábamos del colegio para ir a nadar o jugar al fútbol, y en la secundaria apenas conocía a los profesores de algunas asignaturas. Nos íbamos a casa de nuestros amigos para ver películas o leer libros que estaban fuera del programa escolar. A veces nos reuníamos en el famoso café al-Kamal, en el centro de Damasco, para fumar argileh y jugar a las cartas.
El diseño escolar y el régimen sirio
Las escuelas en Siria, como otros edificios gubernamentales, están diseñadas para que sean feas. Son grandes, para dar cabida a muchos estudiantes. Esos enormes edificios son de un color marrón terroso en el exterior y suelen estar decorados con eslóganes que glorifican al dictador Hafez al-Asad, o con citas que ha pronunciado, o con dibujos de él y de sus hijos, entre ellos Basil al-Asad, que murió en un accidente de coche en 1994, y Bashar, que más tarde heredaría el poder de su padre.
Recuerdo que solía haber dos puertas principales: una que daba directamente a la calle para los profesores y administradores, y otra que daba al patio que rodeaba el edificio de la escuela. Allí se reunían los alumnos por las mañanas, durante los descansos entre clases y para la clase de gimnasia.
Como en las prisiones, este patio está rodeado por un muro exterior. El edificio está conectado con el mundo exterior a través de un gran portón de hierro, que se abre una sola vez a primera hora de la mañana para recibir a los alumnos y otra vez al final de la jornada escolar para que los niños puedan salir.
El edificio de la escuela, que suele tener tres o cuatro plantas, está dividido en salas, cada una de las cuales se denomina “división” (o “shaabeh” en árabe). Esto se asemeja a las “divisiones” del Partido Baaz Árabe Socialista, que ha sido el partido dominante en la vida política siria desde la década de 1960.
Cada “división” de la escuela tiene entre 40 y 55 alumnos y en cada pupitre se sientan tres niños. El profesor nunca habla directamente con una niña o un niño durante las clases, ya que el gran número de niños en cada aula hace que no pueda dedicar tiempo individual a los alumnos.
En las reuniones matutinas, y antes de comenzar las clases, los alumnos permanecen en situación de firmes en filas ordenadas, una fila por cada “división”. A continuación, los niños recitan los cánticos matutinos, los himnos nacionales, las alabanzas al Partido Baaz y los saludos que glorifican al presidente de la República, como: “Una nación árabe/con un mensaje eterno/Nuestros objetivos: Unidad, Libertad, Socialismo/Nuestro líder para toda la eternidad es al-Amin Hafez al-Asad”. O bien uno de los profesores recita: “Mi camarada de vanguardia, prepárate para construir una sociedad árabe unificada y defenderla”. Entonces los alumnos deben responder levantando la mano derecha en pequeños saludos nazis: “¡Siempre estoy preparado!”
Por supuesto, las escuelas están divididas por sexos. Después de la escuela primaria, que es mixta, los chicos continúan sus estudios en escuelas solo para chicos, y las chicas van a escuelas solo para chicas, con la excepción de las escuelas de élite (cada gran ciudad de Siria tiene una) y algunas academias privadas y extranjeras. Pero solo los muy ricos pueden pagar la matrícula mensual de estas últimas.
A través del diseño de estos edificios escolares, los métodos de enseñanza, la violencia constante y los eslóganes que los niños deben repetir cada día desde que cumplen seis años hasta que se gradúan a los 18, el sistema lava el cerebro a los alumnos. El objetivo: convertir a estos niños en la próxima generación del Estado baazista, y continuar el círculo de violencia y autoridad dictatorial. Esto facilita el control de la sociedad, sembrando el miedo constante al líder y al régimen e instalando la imagen del líder en todas partes vigilando constantemente a todo el mundo como el Gran Hermano en 1984.
En su película A Flood in Baath Country, el director de cine sirio Omar Amiralay muestra la condición siria y la autoridad del régimen del Baaz, encabezado por Hafez al-Asad y después por su hijo Bashar, a través de los detalles de la sociedad, incluido el control de las escuelas por parte del Partido Baaz. Amiralay consiguió ver esta sociedad a través de una lente microscópica, examinando una escuela en un pequeño pueblo sirio. No es de extrañar que la mayoría de las películas de Amiralay fueran prohibidas en su país.
Las condiciones sociales en Siria y la “huida” de la escuela
El Dr. Mustafa Hejazi escribe sobre las llamadas sociedades “atrasadas” en su libro Subdesarrollo social: Una introducción a la sociología de los oprimidos. En un intento de comprender la violencia que describe como “el azote de la sociedad”, Hejazi explica: “La autoridad no conoce otro método para dirigirse [a la sociedad] que el terror y la opresión, el sometimiento sin límites, que da paso a la falta de honestidad. Las reacciones de esta autoridad son violentas y directas y adquieren un carácter material. La estructura social que sustenta esta situación está congelada y es rígida, y no incluye ninguna válvula de seguridad."
Hejazi añade más adelante que “la relación de opresión, con toda la supresión, el terror y el engaño que conlleva, deja tras de sí una situación muy especial, que genera violencia en todas sus formas”.
La relación entre la violencia regenerativa y la opresión en todos los niveles de la sociedad siria, argumenta, conduce a un sentimiento constante de persecución entre los miembros de esa sociedad. Hejazi se refiere a este sentimiento como “la dimensión psicológica-relacional de la agresión”. Según Hejazi, esta dimensión “actúa en dos direcciones: volcar la agresión sobre los demás y perjudicarlos, o ser víctima de la agresión y el engaño”.
Tal vez esta teoría explique la relación de la violencia ejercida contra los niños sirios en el hogar, en las escuelas y en todos los círculos de la sociedad con el proceso de “huida” practicado y perfeccionado por todos los sirios. Desde el nacimiento, y luego en la primera infancia, los niños escapan de casa, temerosos de la violencia de sus padres. Luego, como estudiantes, huyen de la violencia y la opresión de sus profesores. Más tarde, como adultos, los hombres huyen del servicio militar obligatorio por miedo a los oficiales, y las mujeres huyen de la violencia doméstica de sus maridos. Tanto las empleadas como los empleados huyen de la opresión de sus jefes, y al final, todos huyen de los agentes de seguridad, que a su vez temen a sus oficiales de mayor rango, llegando a la cúspide de la pirámide de autoridad. El escritor e investigador Jad al-Karim al-Jabai escribe en su libro Modernidad sin límites en la libertad individual: “En nuestro país, una persona sigue siendo un martillo o un yunque”.
Esta relación de dependencia se basa principalmente en la violencia y el miedo. La institución educativa -escuelas, universidades e institutos de aprendizaje- trabaja para perpetuar y regenerar esta violencia en un círculo interminable, de modo que quienes son maltratados por la violencia se vuelven ellos mismos violentos.
En su famoso libro La vida humana, el poeta y escritor sirio Mamduh Adwan explica: “Las sociedades represivas y reprimidas generan un dictador en el alma de cada uno de sus miembros. A su vez, cada miembro de esas sociedades, por muy perseguido que esté, está preparado de antemano para practicar esa misma opresión contra los que caen bajo su autoridad, quizá con más violencia y brutalidad”.
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