01/01/2022

FREDERIC WEHREY
Marruecos: Las múltiples repercusiones de la rebelión del Rif (1921-1926)

Frederic Wehrey (bio), The New York Review of Books, 18/12/2021
Traducido del inglés por
S. Seguí, Tlaxcala

La revuelta bereber de la década de 1920, que fue un movimiento anticolonial que sirvió de modelo para los que le siguieron, sigue resonando a lo largo de un siglo de historia.

 

El grabado representa a al-Jattabi a caballo liderando a los rebeldes del Rif contra las fuerzas españolas, Marruecos, años 20; Apic/Getty Images

Una noche del pasado mes de octubre, tomé un autobús en Rabat, la capital marroquí, para un trayecto nocturno hasta la costa mediterránea. Tras unas horas, nos adentramos en las montañas del Rif, con el vehículo gimiendo y balanceándose en las curvas cerradas. El Rif, una cadena montañosa relativamente reciente, geológicamente más joven que las cumbres más conocidas del Atlas y menos grandiosa que éstas, se eleva abruptamente desde el mar en su parte norte, pero cae en suaves escarpaduras hacia el sur.

El paisaje resultaba premonitorio en la penumbra de la luna: elevados macizos alfombrados de monte bajo, bosquecillos de cedros y abetos, y profundos barrancos amurallados por peñascos de piedra caliza. No era difícil entender cómo, hace cien años, este terreno infundía temor en los corazones de los jóvenes reclutas de España, país que gobernaba el norte de Marruecos como protectorado, al enfrentarse a una feroz insurgencia de los indígenas amazig, también conocidos como bereberes.

“La peor guerra, en el peor momento, en el peor lugar del mundo”, escribió un periodista español sobre el conflicto de cinco años conocido como la Guerra del Rif.

Los combates comenzaron a principios de junio de 1921, cuando tribus rifeñas tendieron una emboscada a un pequeño contingente de fuerzas españolas en un afloramiento rocoso de la franja norte del Rif conocido como Monte Ubarrán. En retrospectiva, este enfrentamiento no fue más que la primera escaramuza de una batalla mucho más importante y, desde el punto de vista español, catastrófica, que tuvo lugar un mes más tarde en el cercano pueblo de Annual y sus alrededores. El “desastre de Annual”, como se conoce hoy en día en España, supuso la muerte de al menos 13.000 soldados españoles a manos de sólo 3.000 rifeños. A lo largo de dieciocho días, los combatientes asediaron a unos soldados españoles y tropas nativas mal entrenados, situados en puestos avanzados protegidos con sacos de arena, privándoles de provisiones y agua -algunos soldados llegaron a beber su orina- y reduciéndolos con disparos o armas blancas mientras las tropas españolas se retiraban a toda prisa hacia el enclave español de Melilla. El comandante de campo español, general Manuel Fernández Silvestre, conocido por su imprudencia, pereció en la refriega, posiblemente por suicidio. Sus restos nunca se encontraron.

 

El campamento español de Annual tras su captura por los rifeños, Marruecos, 21 de julio de 1921. Foto12/UIG vía Getty Images

Sin embargo, el rey de Marruecos, Mohamed VI, parece reacio a insistir en el asunto con el gobierno español por temor a que empeoren las tensiones diplomáticas entre ambos países, tensiones relacionadas con otros asuntos bilaterales, como la migración africana y marroquí a los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, en el norte de Marruecos, y el deseo del gobierno marroquí de asegurarse el apoyo de España a su posición en el conflicto del Sahara Occidental. Sin embargo, hay otra razón para la vacilación del monarca, y es una razón más cercana a “palacio”. El significado mismo de la Guerra del Rif y sus implicaciones para la identidad nacional y la construcción del Estado dentro del reino son asuntos controvertidos y profundamente sensibles en Marruecos.

Fue la peor debacle militar de la historia moderna de España y posiblemente la derrota más severa que cualquier ejército colonial europeo había sufrido entonces en el continente africano, superando incluso la derrota de 1896 del ejército italiano en la batalla de Adua en Etiopía. Sus consecuencias se extendieron por el norte de África, el Mediterráneo y Asia, llegando incluso a Estados Unidos, donde despertó la simpatía del público por la causa rifeña y electrizó a los panafricanistas negros estadounidenses, como los seguidores de Marcus Garvey. El centenario de Annual, en julio de este año, pasó prácticamente desapercibido en el mundo anglófono, pero sigue siendo un gran motivo de orgullo entre los amazig de las montañas del Rif, un legado inquietante para la monarquía marroquí y un trauma nacional persistente en España.

La noticia de la derrota de Annual sumió a España en una crisis política. Provocó que la opinión pública exigiera el abandono del protectorado español en el norte que existía desde 1912 mediante un acuerdo con Francia, que gobernaba el territorio del sur. Contribuyó al derrocamiento del gobierno parlamentario en España y al establecimiento de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Y estimuló una campaña de venganza y reconquista en Marruecos por parte de los militares españoles que permitió el meteórico ascenso de un joven oficial español llamado Francisco Franco Bahamonde.

 

Francisco Franco, entonces segundo jefe de la Legión Extranjera española, Marruecos, 1921. Archivo Histórico Universal/UIG vía Getty Images

Ascendiendo al mando del temido Tercio de Extranjeros, o Legión Extranjera Española, el diminuto y barrigón futuro dictador se apoyaría en veteranos españoles y marroquíes de la Guerra del Rif como tropas de choque en su asalto a la República Española durante la Guerra Civil Española de 1936 a 1939; de hecho, el primer acto de Franco al unirse al golpe rebelde fue asumir el control del Ejército Español de África en Marruecos. Los historiadores han argumentado que los primeros años de lucha en Marruecos contribuyeron a forjar una identidad supremacista, autoritaria y militarista entre la llamada corriente africanista dentro del cuerpo de oficiales español, un chovinismo que más tarde apuntaló la deshumanización por parte de los “nacionales”, y la persecución homicida, de los republicanos durante la Guerra Civil española.

“Sin África, apenas puedo explicarme a mí mismo”, dijo Franco a un periodista en 1938.

En particular, una facción de la línea dura dentro del ejército español se empeñó en vengarse de la humillación de Annual, y hacerlo de la manera más despiadada posible. El alto mando español y el gobierno militar de Primo de Rivera decidieron utilizar armas químicas en Marruecos para superar la superioridad combativa de los rifeños. A partir de 1923, y posiblemente antes, las fuerzas españolas lanzaron, por medio de artillería y más tarde por avión, grandes cantidades de gas mostaza -entonces también conocido como iperita, tras su uso en la Batalla de Ypres durante la Primera Guerra Mundial- así como fosgeno, difosgeno y cloropicrina sobre combatientes y civiles por igual en todo el Rif. Era la primera vez en la historia que estas armas se utilizaban ampliamente desde el aire y contra civiles, pero su despliegue pasó prácticamente desapercibido o sin comentarios en Occidente. (Los esfuerzos de posguerra de la Sociedad de Naciones y de las organizaciones humanitarias para conseguir su prohibición, como se hizo mediante el Protocolo de Ginebra en 1925, se centraron principalmente en sus efectos sobre los europeos blancos y los combatientes regulares, más que sobre los súbditos coloniales rebeldes).

Esta guerra química, mantenida durante mucho tiempo en secreto, fue el peor ejemplo de las atrocidades coloniales de España en Marruecos. Hasta que los archivos españoles y otros europeos abrieron sus registros a los investigadores en las últimas décadas, los testimonios sobre el empleo de gas venenoso y otros abusos españoles se limitaban principalmente a las tradiciones orales rifeñas, como un poema épico llamado “Poema de Dhar (Monte) Ubarrán”, que inmortalizaba la victoria inicial de los rifeños y los sufrimientos posteriores. En un acto público celebrado el pasado verano con motivo de su traducción del tarafit, dialecto amazig local, al español por dos eruditos marroquíes, un funcionario cultural de España en Melilla reconoció la importancia de este relato rifeño para los lectores hispanos. Los activistas del Rif con los que hablé sostienen que estos gestos no son suficientes: España aún no ha admitido formalmente su uso de armas químicas durante la Guerra del Rif, y mucho menos ha pedido disculpas o pagado reparaciones, a pesar de que algunos ministros y políticos, especialmente los catalanes de izquierda, han planteado la cuestión ante el parlamento español.

La ausencia de arrepentimiento oficial no ha hecho sino espolear a los activistas rifeños, dada la presunta relación entre las toxinas contenidas en esas armas y los índices desproporcionadamente altos de cáncer que se dan en las montañas del Rif. Prácticamente todas las familias de la zona que conocí aparentemente habían perdido a un pariente cercano a causa de la enfermedad, conocida como akhenzir en el dialecto local. “Creía que el akhenzir era una enfermedad que se padecía al cumplir los cuarenta años”, me dijo un profesor de inglés del Rif llamado Mohamed Daoudi.

*

Aparte de su clamoroso impacto sobre la política española, la batalla de Annual catapultó a la fama al carismático líder del movimiento anticolonial del Rif, Muhammad ibn 'Abd al-Karim al-Jattabi. Antiguo juez (qadi) de una destacada tribu amazig y ex editor de la sección árabe de un periódico en español, al-Jattabi había reunido en el verano de 1921 en una eficaz coalición de combate a unos rifeños frecuentemente enfrentados entre sí.

Gracias a las armas incautadas en Annual y al rescate que pagaron los españoles por los prisioneros capturados, al-Jattabi y sus lugartenientes demostraron en los años siguientes ser unos comandantes guerrilleros magistrales, apoderándose de casi todo el territorio gobernado por los españoles en el norte de Marruecos. Entre 1921 y 1926, cuando sus fuerzas fueron derrotadas por la fuerza militar combinada de España y Francia, al-Jattabi presidió un estado autónomo al que llamó República del Rif. Dotada de un gabinete ministerial, bandera, tribunales, sistema telefónico y planes para imprimir moneda, la república declaró su independencia de España y también, implícitamente, del dominio del sultán de Marruecos, que se había visto obligado a colaborar de forma servil con las potencias coloniales europeas.

 

Muhammad ibn 'Abd al-Karim al-Jattabi en audiencia en el exilio, sin fecha. Bettmann vía Getty Images

Se trataba de una vergonzosa afrenta a la autoridad de la dinastía árabe alauita que, alegando su ascendencia divina del profeta Mahoma, había gobernado Marruecos durante siglos. Y el desafío de la región persistió durante décadas: en 1958-1959, no mucho después de que Marruecos lograra la independencia, el Rif estalló en protestas contra la monarquía por su abandono de la empobrecida región. Para entonces, al-Jattabi vivía exiliado en El Cairo, pero seguía siendo un actor político importante, emitiendo comunicados de apoyo a la revuelta e incluso apelando al presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser en busca de apoyo. El régimen marroquí respondió con una implacable represión dirigida por el entonces príncipe heredero Hassan II, que subió al trono en 1961. Miles de personas murieron durante la represión, que -en un sombrío eco de los crímenes de guerra de la España colonial, incluido el bombardeo aéreo de poblaciones del Rif.

Esta pauta de protesta rifeña aplastada con brutalidad se repitió en 1984 como parte de una racha más amplia, a nivel nacional, de encarcelamientos, desapariciones y asesinatos dirigidos por el Estado durante el gobierno del rey Hassan II, conocidos hoy como los “años de plomo”. Sólo con la muerte del rey en 1999 y la subida al trono del actual monarca Mohamed VI se rompió el ciclo de violencia. El nuevo rey llevó a cabo algunas modestas reformas económicas en la región e inició en un programa de reconciliación que, aunque defectuoso, permitió la rehabilitación parcial de al-Jattabi -o, en opinión de algunos activistas del Rif, su apropiación- al poner su nombre a escuelas y avenidas.

Sin embargo, estos cambios superficiales apenas compensaron la continua marginación económica y política del Rif. La región seguía sufriendo un fuerte desempleo y olas de emigración a Europa, circunstancias que acabarían por reavivar el movimiento de protesta.

En octubre de 2016, Mohsen Fikri, un pobre pescador de la ciudad portuaria rifeña de Alhucemas, murió aplastado por un compactador de basura cuando intentaba recuperar una captura de pez espada confiscada por la policía. Para muchos en el Rif, la forma abominable de su muerte parecía personificar la insensibilidad oficial que durante mucho tiempo había asolado la región, y pronto se produjeron sentadas y marchas. Un mes más tarde, éstas se convirtieron en un movimiento de protesta generalizado que se conoció como Hirak al-Rif (Movimiento del Rif). Su larga lista de reivindicaciones incluía el desarrollo económico y las nuevas infraestructuras, así como el fin de la designación de la región como “zona militar” por parte del reino. En un renovado impulso para que el régimen aborde el histórico sufrimiento rifeño debido al akhenzir, los manifestantes también pidieron la construcción de un centro de tratamiento del cáncer.

 

Una pancarta con la imagen de al-Jattabi en una protesta amazig contra el gobierno marroquí por la liberación de presos y mayores derechos, Rabat, 2013. Foto Fadel Senna/AFP vía Getty Images

Una vez más, los jóvenes activistas resucitaron el recuerdo y los símbolos de la Guerra del Rif portando pancartas con el retrato y las citas de al-Jattabi y ondeando la bandera de su República del Rif. Sin embargo, a diferencia del pasado, esta última iteración de la disidencia fue amplificada por las redes de la diáspora y los medios sociales. “Esta nueva generación tiene herramientas más que suficientes para hacer que ‘el palacio’ escuche”, me dijo una joven activista y empresaria de Nador, una ciudad costera rifeña.

Aun así, el régimen acusó a los manifestantes de sedición y separatismo. Hasta un millar de personas fueron detenidas, muchas de ellas simplemente por expresar su apoyo en Facebook, y docenas han denunciado que fueron torturadas durante su detención. Algunos permanecen en prisión hasta el día de hoy, mientras que otros han huido del país y nunca han regresado.

*

Poco después de medianoche, en algún lugar de las alturas del Rif, el autobús se detuvo bruscamente en un control policial. Informados de antemano del horario y del manifiesto de pasajeros, los agentes subieron, recorrieron el pasillo, detuvieron a un joven marroquí y lo sacaron del autobús. Esperamos mientras lo interrogaban en una furgoneta sin ventanas durante media hora; terminado su interrogatorio pudo retomar su lugar en el autobús, y partimos de nuevo. Esto era sólo un anticipo, según me enteré, de los cercos de seguridad que rodean las ciudades del Rif, restricciones que, según se dice, se han reforzado debido a la pandemia.

Al llegar a Alhucema al amanecer, me dirigí a su amplia plaza con vistas al Mediterráneo. Fue en estas costas donde, en 1925, los españoles y los franceses organizaron un gran desembarco anfibio con tanques y apoyo aéreo que marcó el principio del fin de la República del Rif de al-Jattabi. Al norte de la plaza se encontraba el juzgado y la comisaría de policía donde la población local se había reunido la noche de la muerte de Fikri en 2016.

Quedé con Farid El Hamdaoui, un profesor de cuarenta y ocho años, para tomar un café en la plaza. Farid había asistido a esa vigilia. “Estábamos conmocionados cuando ocurrió”, me dijo. “Me quedé despierto hasta las 5 de la mañana”.

A lo largo de los meses de manifestaciones que siguieron, logró escabullirse de la red de las fuerzas de seguridad, pero su sobrino no tuvo tanta suerte. Detenido en 2017, el joven fue trasladado a prisiones del Rif y Casablanca donde permaneció durante tres años, lo que llevó a su tío a organizar, junto con las familias de otros detenidos, una campaña para conseguir su liberación. Al mismo tiempo, El Hamdaoui cambió su activismo a otro medio más sutil y posiblemente más poderoso.

Aparte de su trabajo como profesor, es vocalista y guitarrista principal de una banda de tres personas llamada Rifana, que, según él, pretende “renovar” la música tradicional del Rif. Lo hace con un estilo que él describe como una fusión de reggae y canciones amazig centenarias, entre ellas el “Poema de Dhar Ubarrán”.

“Los niños lo escuchan y creen que están oyendo algo nuevo”, me dijo. “De hecho, su origen es bastante antiguo”. La mayoría de las letras que canta no son abiertamente políticas, aunque El Hamdaoui lo ve todo como parte de “una lucha artística, cultural, histórica, asociativa y médica”.

Este último aspecto está muy presente para El Hamdaoui. El día antes de conocernos, su suegra de cincuenta y cinco años había muerto de cáncer; y no era ni mucho menos el primer pariente que perdía a causa de la enfermedad. Aunque reconoce que hay que seguir investigando la epidemiología completa, una de sus canciones más quejumbrosas, “Thithet”, o “La verdad” en tarifit, culpa directamente al legado tóxico de las armas químicas españolas utilizadas durante la Guerra del Rif:

Sabemos toda la verdad

Pero queremos que confeséis y reveléis todo

Del mismo modo que el dolor de mi corazón habla de los muchos tormentos soportados

Del mismo modo que las rosas crecen en las tumbas de las víctimas de vuestros crímenes.

El Hamdaoui no es el único artista que ha recurrido a la experiencia colonial del Rif para arrojar una dura luz sobre las desigualdades actuales. Una novela recientemente publicada, Las puertas del amanecer, de Mustafa Oueriaghli, narra las penurias de una familia desgarrada por los trastornos de la guerra del Rif y las depredaciones de los españoles. En su largometraje de 2017, Iperita, el director cinematográfico Mohamed Bouzaggou retrata a un veterano de la fuerza aérea española que, angustiado por la culpa, viaja al Rif décadas después de la guerra para buscar el perdón de los lugareños. Las poblaciones rifeñas que visita son lugares de desolación, asolados por la indiferencia oficial y su venenosa herencia. En una escena, un profesor marroquí llega desde fuera del Rif para ocupar un puesto en un aula desaliñada en la que hay sólo tres alumnos. “Todo el mundo está muerto, ¿quién va a hacer niños?”, le preguntan.

A pocos kilómetros al este de Alhucemas se encuentra la ciudad de Ajdir, bombardeada repetidamente por los españoles, incluso con munición química, antes de ser capturada y saqueada por las tropas españolas. En su día, el propio Al-Jattabi vivió aquí, cuando la ciudad era la capital de facto de su República del Rif. Hoy en día, lo único que queda es un edificio administrativo que los españoles construyeron posteriormente y que ahora es un cascarón de hormigón pintarrajeado e invadido por la maleza y los olivos, aunque para los activistas del Rif el lugar es un espacio sagrado.

“Abd al-Krim al-Jattabi hizo una interpretación radical de lo que debía ser un Marruecos independiente”, me dijo más tarde, en Rabat, un antropólogo marroquí llamado Zakaria Rhani. “Y también los activistas de Hirak [al-Rif]. Al izar su bandera, estaban expresando una nueva forma, más subversiva, de pertenecer a Marruecos”.

Rhani forma parte de un equipo de investigadores marroquíes que estudian las memorias colectivas de la violencia colonial y poscolonial en el Rif. El trabajo de campo para el proyecto ha estado plagado de riesgos; los servicios de seguridad marroquíes acosaron a una  colega suya que realizaba entrevistas en la región, mientras que unos rifeños suspicaces la interrogaban sobre detalles etnográficos clásicos del Rif para verificar su buena fe académica y asegurarse de que ella misma no era un agente de la policía.

Le pregunté a Zakaria sobre la batalla de Annual y las quejas que había escuchado de los activistas rifeños de que el régimen marroquí había restado importancia al centenario. Antes, yo había ido al lugar de la batalla. Lo único que queda en pie en el árido valle que rodea el pueblo de Annual es un modesto monumento de piedra que resume la victoria en árabe. Cerca hay una pequeña placa que dice: “Recuerda tu historia”, en árabe y en tifinag, la escritura utilizada para escribir las lenguas amazig. ¿Pero de qué historia se trata?

“Annual se ha nacionalizado”, explica Zakaria. “No podemos decir que no se celebre en absoluto... sólo que se celebra de forma diferente. El Estado lo celebra, pero sin decir concretamente de quién es obra la victoria”.


Para mí, la ilustración más clara de esta ambigüedad fue el anuncio del gobierno marroquí en octubre de la emisión de un sello de correos que conmemora la batalla. La pintura del sello representa una figura con la imagen de al-Jattabi encima de un caballo blanco, que se alza sobre soldados españoles aterrorizados, con un telón de fondo de terreno montañoso y combates lejanos. Esta iconografía ha provocado críticas entre los activistas amazig del Rif.

“El cuadro es un disparate”, me dijo Abdelmajid Azuzi, funcionario de enseñanza de Alhucema. Está hecho en un estilo arabizado, explicó, señalando el caballo. “Nadie montaba a caballo en la guerra del Rif... al fin y al cabo eran montañas”, se rió.

La intención de esta elección estética, dijo, era insultantemente clara: ocultar el carácter distintivo de las contribuciones rifeñas y amazig a la lucha anticolonial de Marruecos y presentar al monarca marroquí como un sustituto de al-Jattabi.

A lo largo de toda la guerra que siguió a su victoria en Annual, al-Jattabi esperaba que los ciudadanos estadounidenses vieran en su lucha contra el colonialismo del Viejo Mundo similitudes con su propia lucha revolucionaria por la independencia siglo y medio atrás. Lo cual resultó ser, en general, una suposición correcta, gracias en parte a la cobertura de la resistencia rifeña por parte de periodistas estadounidenses, en particular Vincent Sheean, del Chicago Tribune, que realizó dos penosos viajes al Rif y entrevistó a al-Jattabi. El rostro del líder rifeño apareció en la portada de la revista Time en 1925, y las luchas de su autodenominada república impulsaron la creación de una organización benéfica en Massachusetts, la American Friends of the Rif. Al-Jattabi incluso inspiró una opereta en Broadway. Sin embargo, la política de Washington hacia el conflicto fue de estricta neutralidad.

Fue una posición que los franceses trataron de cambiar, ya que habían intervenido en la Guerra del Rif en 1925 del lado de los españoles después de que el protectorado marroquí de Francia, a veces conocido como el empire chérifien, se viera amenazado por las incursiones de al-Jattabi hacia el sur. Ante la escasez de personal en su ejército, especialmente de pilotos, y deseoso de cambiar la opinión estadounidense a su favor, París recurrió a una táctica de relaciones públicas.

En el verano de 1925, el ejército francés reclutó a un grupo de dieciséis aviadores estadounidenses, algunos de los cuales habían servido en las fuerzas francesas durante la Primera Guerra Mundial. En realidad, los pilotos estaban a las órdenes del recién llegado comandante francés en Marruecos, el mariscal Philippe Pétain, el “León de Verdún” que más tarde sería la figura del régimen de Vichy en la Segunda Guerra Mundial.

El líder del equipo estadounidense era un soldado de fortuna llamado Charles Sweeny.  Originario de San Francisco, “rubicundo y con cara de halcón”, hijo de un rico industrial, según un perfil que de él hizo el New Yorker en 1940, que había sido expulsado dos veces de West Point por infracciones disciplinarias. Después sirvió en la Legión Extranjera francesa durante la Primera Guerra Mundial, en la que fue gravemente herido y condecorado por su valor. En la Constantinopla de la posguerra, conoció a Ernest Hemingway, que se convertiría en su amigo íntimo durante las dos décadas siguientes. Pero en una carta de agosto de 1925 a Gertrude Stein, el escritor se burló de los motivos de Sweeny para ayudar a los franceses durante la Guerra del Rif, sugiriendo incluso que Sweeny había elegido el bando equivocado:

Charley Sweeney [sic] y un puñado de antiguos capitanes, comandantes y tenientes coroneles, se van a luchar contra los rifeños. Toda una “hazaña”. Pero cuando ya has conseguido la Legión de Honor, ¿qué te importa todo? Puedo entender que se luche por Abd-el-Krimmy [sic] contra los franceses, aunque no sea atractivo; pero ir deliberadamente a luchar por [los franceses] en Marruecos no por la aventura ni por curiosidad, nada de eso, sino por una altas motivaciones de orden moral... hay que admitir que es conmovedor.

Con el pintoresco héroe de guerra Sweeny al mando, los franceses esperaban que el escuadrón se ganara el favor del público y del gobierno estadounidense. De hecho, el plan fracasó estrepitosamente. Los mercenarios llevaron a cabo efectivamente numerosas misiones de apoyo a los franceses durante su breve despliegue, hasta 470, según un recuento. Pero muchas de estas salidas implicaban el bombardeo deliberado de civiles. Como uno de los aviadores estadounidenses, Paul Ayres Rockwell, admitió en su diario: “Se convirtió en parte de nuestra tarea ir y bombardear las aldeas que habían escapado a la destrucción... para tratar de aterrorizarlas para que abandonaran la causa de Abd-el-Krim”.

A lo largo del mes de septiembre de 1925, la escadrille bombardeó la ciudad de Chefchauen, en la parte occidental de las montañas del Rif conocida como Jbala. Establecida originalmente, en 1471, como fortaleza contra una invasión portuguesa, pronto se convirtió en un refugio para musulmanes y judíos que huían de la persecución española en Andalucía. A lo largo de los siglos, la ciudad adquirió una especie de estatus sagrado gracias a sus numerosas órdenes sufíes, mezquitas y mausoleos. Hoy en día, es conocida sobre todo por los extranjeros como una parada obligatoria, aunque algo apartada, en el circuito turístico de Marruecos, conocida como la Ciudad Azul por los edificios pintados de azul e índigo de su casco antiguo.

 

Chefchauen, Marruecos, 2019. Duffour / Andia / Universal Images Group a través de Getty Images

Caminando por sus calles una tarde, encontré pocas señales de la destrucción que sufrió Chefchaouen durante este breve y menos conocido episodio de aventurismo militar estadounidense, salvo el minarete de una mezquita que, según supe por los lugareños, había sido bombardeada y luego reparada con un estilo arquitectónico diferente al de las demás. En una zawiya del siglo XVII, o escuela sufí, conocí a un septuagenario erudito islámico, historiador y antiguo concejal de la ciudad llamado Ali al-Raisuni.

“Llamamos a 1925 'El año del avión'“, me dijo en el patio de baldosas de la escuela, refiriéndose a las historias orales que se habían transmitido sobre las incursiones de los estadounidenses en la ciudad y los defensores que devolvieron el fuego, armados sólo con rifles.

Los franceses habían elegido Chefchaouen, explicó al-Raisuni, porque era el “nido de la yihad”, un centro de apoyo material y moral para la resistencia rifeña. Sin embargo, cuando la ciudad fue bombardeada, la fuerza principal de la guerrilla había huido, y la mayoría de los muertos fueron civiles. Para conmemorar a las víctimas, al-Raisuni se dirigió a la ciudad de Guernica, en España, lugar del tristemente célebre bombardeo fascista de 1937 que inspiró el cuadro de Pablo Picasso, para que adoptara una resolución conjunta contra los bombardeos terroristas.

Al igual que en el caso de la ciudad vasca, la reacción en Estados Unidos –entonces bajo la influencia del internacionalismo liberal wilsoniano y que se consideraba, aunque de forma miope, una voz anticolonial en la escena mundial– contra el bombardeo de Chefchaouen fue rápida y virulenta, y contribuyó a la disolución de la escuadrilla francesa en noviembre. El Secretario de Estado, Frank B. Kellogg, amenazó a los aviadores estadounidenses con penas de prisión, incluyendo la pérdida de la ciudadanía, por violar las leyes estadounidenses. Mientras tanto, las páginas editoriales de los periódicos de todo el país arremetieron contra los mercenarios por matar a civiles y por involucrar a Estados Unidos en una guerra colonial de agresión contra un pueblo con el que Estados Unidos no tenía nada en contra. “Bombarderos estadounidenses y bebés del Rif”, titulaba Literary Digest. “En cuanto a estos soldados de fortuna estadounidenses, la guerra en Marruecos es simplemente un asesinato”, opinaba el Seattle Union Record.

“Es un negocio indeciblemente sucio”, se hacía eco el Pittsburgh Post. Sweeny y sus compañeros de aventura, continuaba el artículo, “habrían actuado más en consonancia con el espíritu de su tierra natal si se hubieran ofrecido como voluntarios para luchar por los rifeños, en lugar de contra ellos”. Un llamamiento aún más explícito para ayudar a los rifeños vino de Negro World, el periódico de la Asociación Universal para el Mejoramiento de los Negros (UNIA) panafricana de Marcus Garvey.

“El coronel Charles Sweeney [sic], un irlandés, ha lanzado el guante a los africanos de todo el mundo”, argumentaba un ensayo, poco después del asalto a Chefchaouen. “Si, como afirma el Sr. Sweeney, ésta es una guerra de blancos, este escritor también cree que es una guerra de negros”. El artículo concluía con una petición de un “contingente de voluntarios africanos de América para luchar contra los franceses”.

Con ello se ejemplifica la simpatía sostenida por el movimiento de al-Jattabi entre las voces panafricanistas y afroamericanas. En un número tras otro de la década de 1920, y especialmente durante el año clave de la guerra, 1925, los periódicos negros de toda América alabaron a los combatientes rifeños como ejemplos de anticolonialismo y liberación africana. La UNIA de Garvey fue especialmente activa en su apoyo, destacando la guerra en sus reuniones en Harlem y otras ciudades.

Sin embargo, los escritores negros también estaban atentos a los límites de la solidaridad africana expuestos por el conflicto. La publicación Afro-American, con sede en Baltimore, aplaudió a al-Jattabi por intentar establecer “una nación negra independiente en el norte de África”, pero lamentó que el líder rifeño estuviera siendo derrotado por “los propios hombres negros”, las tropas coloniales senegalesas que los franceses emplearon en su campaña contra los rifeños.

“Este asunto confunde las cosas”, se hizo eco The Chicago Defender, otro destacado periódico negro. “El negro puede ser llamado por el blanco para luchar contra el negro por la supremacía del blanco”. A pesar de ello, el autor continuaba diciendo a los lectores afroamericanos que efectivamente tenían un “representante” entre los rifeños.

El periódico se refería a un joven negro de 20 años de San Francisco llamado Wesley Williams que, durante un periodo de vagabundeo y penuria, se había alistado en la Legión Extranjera francesa en Burdeos, pero que luego desertó en Marruecos para unirse a las fuerzas de al-Jattabi. La noticia de la implicación de Williams fue anunciada por primera vez por Sheean, del Chicago Tribune, que lo había conocido durante un viaje informativo al Rif en 1925. Según Sheean, Williams, un “joven mulato agudo y simpático”, proporcionó al periodista estadounidense atención médica (por un ataque de malaria) y le dijo que estaba trabajando en proyectos de construcción en la base de al-Jattabi en Ajdir. Para el autor del artículo del Defender, por supuesto, Williams cumplía un valioso propósito retórico: ser un negro americano que se oponía al blanco y acomodado Sweeny, que luchaba contra los africanos en nombre de los imperialistas.

Williams fue un precursor involuntario de un internacionalismo más decidido que cristalizaría una década más tarde, cuando los negros estadounidenses organizaron campañas de reclutamiento y recaudación de fondos para defender a Etiopía (entonces conocida como Abisinia) contra la invasión fascista italiana de 1935-1936. Impedidos de tomar parte activa en la lucha de la guerra de África Oriental por las leyes estadounidenses, casi un centenar de voluntarios negros encontrarían rápidamente en la Guerra Civil española una lucha igualmente digna en el extranjero contra la injusticia racial y la opresión a la que se enfrentaban en casa, uniéndose a otros trescientos hombres y mujeres estadounidenses que se arriesgaron a ser procesados penalmente para ayudar al asediado gobierno republicano. “Esto no es Etiopía, pero servirá”, escribió en un relato un miembro negro estadounidense del Batallón Abraham Lincoln, la unidad de voluntarios estadounidenses racialmente integrada que luchaba contra los franquistas.

Sin embargo, al llegar a España, estos voluntarios negros y sus partidarios -sobre todo el poeta Langston Hughes, que cubrió la guerra como corresponsal de un periódico- se angustiaron al encontrar, una vez más, a compatriotas africanos en las filas del enemigo: las decenas de miles de soldados marroquíes que sirvieron a las órdenes de Francisco Franco. “Sé que España solía pertenecer a los moros”, escribió Hughes en un despacho de 1937 para el Afro-American. “Ahora los moros han venido de nuevo a España como carne de cañón en los ejércitos fascistas”.  

*

Con la derrota de al-Jattabi en 1926, la oposición armada rifeña prácticamente se derrumbó, aunque los enfrentamientos esporádicos continuarían hasta el año siguiente. Una década más tarde, al lanzar su rebelión contra la Segunda República de España desde su protectorado en el norte de Marruecos, Franco y sus conspiradores del ejército se apoyaron en gran medida en las tropas marroquíes del Ejército de África, los llamados “regulares”, y en otros auxiliares nativos. También reclutaron en Marruecos soldados adicionales, incluso del Rif, y algunos miembros de la tribu de al-Jattabi se unieron incluso a la guardia personal de Franco.

Esta trágica e irónica coda de la Guerra del Rif persiste hasta hoy como una fuente de malestar para los habitantes de la región. Algunos de los reclutas rifeños en el bando de los nacionalistas ya eran colaboradores de larga data con los españoles y otros fueron coaccionados. Muchos, sin embargo, parecen haber sido atraídos simplemente por los incentivos financieros de Franco y el imperativo de la supervivencia; a mediados de la década de 1930, la sequía y las malas cosechas habían llevado al Rif al borde de la hambruna. Además, Franco hizo propaganda a los rifeños sobre una coalición católico-islámica para luchar contra los comunistas y anarquistas españoles “impíos” que luchaban entre los republicanos, aunque la eficacia de este mensaje sigue siendo objeto de debate entre los historiadores.

Por su parte, al-Jattabi fue exiliado por los franceses a la isla de Reunión, en el océano Índico, poco después de su rendición. Nunca volvería a Marruecos. En 1947, mientras navegaba por el Canal de Suez camino del sur de Francia, escapó del cautiverio francés saltando del barco y encontró asilo en Egipto. Murió en El Cairo en 1963, a la edad de ochenta y un años, y fue enterrado allí, a pesar de los llamamientos de los activistas del Rif a la monarquía marroquí para que se repatriaran sus restos.

 

Una multitud tras el cortejo fúnebre de Al-Jattabi, El Cairo, Egipto, febrero de 1963. AFP vía Getty Images

Aparte de su efecto dinamizador de los sucesivos levantamientos rifeños durante su vida, el legado de Al-Jattabi siguió haciéndose sentir más allá de Marruecos. En 1948 creó en El Cairo un Comité para la Liberación del Magreb Árabe, con el que trató de prestar ayuda política y militar a las luchas anticoloniales en todo el norte de África. Su campaña de guerra irregular fue citada apreciativamente por el líder revolucionario chino Mao Zedong, y al parecer también influyó en algunas de las tácticas del campo de batalla de la Revolución Cubana (1953-1959). Fidel Castro y su primera cohorte de combatientes, incluido el Che Guevara, se instruyeron en la guerra de guerrillas en México, antes de la famosa expedición del Granma, con un veterano de la Legión Extranjera española nacido en Cuba llamado Alberto Bayo, que había luchado en la Guerra del Rif. Tomando lo que había aprendido de sus encuentros con las fuerzas de al-Jattabi, Bayo les enseñó “lo que debe hacer un guerrillero para romper el perímetro cuando está rodeado, basándose en su experiencia de las veces que los marroquíes de Abd el-Krim, en la guerra del Rif, rompieron las líneas españolas”, dijo Castro a su biógrafo.

En cuanto a Wesley Williams, el legionario afroamericano combatiente en las filas rifeñas, prácticamente desapareció de la historia escrita, reapareciendo solo brevemente en las memorias de Vincent Sheean, publicadas en 1934. En ellas, Sheean afirma haber recibido una carta de Williams años después de la Guerra del Rif. Recuperado por los franceses al concluir el conflicto, se salvó de un pelotón de fusilamiento solo a través de los buenos oficios del Departamento de Estado, y finalmente regresó a la costa del Pacífico de California.

“Había aceptado un trabajo como camarero en un barco de vapor”, escribe Sheean, “y pensaba en sus días en la Legión como algo extraño e improbable que le había sucedido a otra persona”.

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