Luis E. Sabini Fernández, 10-2-2025
Frederick Soddy (1877-1956) fue un economista formidable de origen británico. Si uno rastrea su nombre aparece de inmediato su premio Nobel en Química, 1921. Y nada más.
En sus años jóvenes fue químico, aportó conceptos como el
de isótopo y diversas contribuciones al conocimiento de la radiactividad en sus
tempranas etapas del cambio de siglo. Pero el trascurso y desenlace de la 1GM
con el profuso uso de gases tóxicos, le provocó una crisis de conciencia que
repercutió en su labor profesional.
Recién laureado en Química, se zambulló investigando en
economía y como ajeno a toda capilla, logró tener una visión menos
condicionada, más independiente, de la economía en general que la habitual en
las capillas ad usum.
Le tocó ser contemporáneo con el arrollador movimiento
del dinero y las inversiones transnacionales, el protagonismo creciente del
interés compuesto, la financiarización.
Y se puso en guardia. Su sólida base de método científico le permitió navegar
con soltura y penetración en una disciplina como la economía que luchaba por
devenir ciencia y que a la vez bregaba
–colmo de pretensiones− por constituirse en clave de bóveda del conocimiento de la sociedad.
Sus observaciones a principios de los ’20 arrancó la
furia de la colegiatura de los economistas, que salieron a defender “su
quintita”: no tenía derecho a hablar de economía quien era químico: una penosa
defensa mediante el manido “zapatero a tus zapatos”, un recurso ad hominem que cuestiona al autor sin abordar
la realidad y los cuestionamientos en sí.
Soddy distinguió claramente economía y finanzas. Y
consideró lo económico como un esfuerzo para inteligir el mundo y a las
finanzas, en cambio, en escamotearlo. Conoció el fruto amargo de la Crisis de
1929.
Respecto de la idea de los préstamos a interés, condenó como insensata la política cada vez más afianzada de poder “vivir de los intereses” (sobre todo el compuesto), que consideraba que iba totalmente en contra de las leyes de la entropía (que expresa, por el contrario, el agotamiento del valor de los bienes).[1]
Soddy ridiculizaba la pretensión de realismo de lo
financiero refiriéndose a la presencia, en los balances −que se supone reflejan
y revelan la realidad−, de, por ejemplo, cerdos negativos.
En Uruguay, cambiando apenas de animal titular, se ha
llegado a la comercialización de vacas negativas. Vacas ausentes. Vacas que no
son. Finanzas que no es economía, ni es, por cierto, económica.
Y se abre un precipicio ante nosotros. Sobre las riquezas
del país. Las del suelo. El agua, por ejemplo. O las vacas. ¿Tendremos, como se
desprende de los consabidos censos, “12 millones de cabezas”? ¿O habrá allí,
las que también son negativas?
El aporte de Soddy a la química resulta insoslayable. Su
aporte a la economía, aunque negado por “colegas comprometidos” de su tiempo,
parece cada vez más insoslayable todavía.
¿Qué diría Soddy con su formidable anclaje en la realidad
acerca del nuevo proyecto monetario basado en monedas virtuales del
criptomundo, impulsado por el presidente con pretensiones de césar universal?
Advertimos su sabiduría y lucidez ante estos
neoeconomistas financierizados que abandonan el materialismo decimonónico
alegando que es sólido, sin vuelo, y adoptan el creacionismo, tan caro a
sentimientos bíblicos (sentimientos que, mal que nos pese, carecen de todo
pensamiento).
[1]
Interesante advertir que este economista británico adopta en pleno siglo
XX una posición grosso modo coincidente la de la Iglesia Católica en el siglo
XVI, cuando impugnara el valor y sentido de los préstamos a interés, que
diversas iglesias protestantes y banca judía fomentaban. La Iglesia Católica no
aceptaba entonces una ganancia del capital por sí mismo, sin transformar o
procesar bienes. Hay un eco no tan remoto de esta cuestión en obras como El mercader de Venecia, del genial
William Shakespeare.
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