Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
Roland Chrisjohn, autor principal de Dying to Please You: Indigenous Suicide in Contemporary Canada (Morir para complacerte: el suicidio indígena en el Canadá contemporáneo), se enfrenta a esta trágica negación por parte de los profesionales de la salud mental: al medicalizar y considerar como enfermedad la tendencia al suicidio provocada por determinadas sociopolíticas, están permitiendo el sufrimiento y aumentando el suicidio. Chrisjohn es un onyota'a:ka de las tribus iroquesas, tiene un doctorado en psicología y actualmente es profesor asociado en el Departamento de Estudios Nativos de la Universidad de Santo Tomás, en Canadá (los coautores de Dying to Please You son Shaunessy M. McKay y Andrea Odessa Smith).
Chrisjohn -para que sea lo más fácil posible para todos, salvo para los psiquiatras completamente obtusos- documenta que durante los años del traslado intensivo de los judíos alemanes a los campos de concentración, su tasa de suicidio fue al menos cincuenta veces mayor que la de los alemanes no judíos; y a continuación recuerda a los profesionales de la salud mental: “No se diseñó ni se llevó a cabo ni un solo estudio científico-social para establecer por qué los judíos se comportaban de esa manera, ni hubo urgencia aparente alguna por descubrir la ‘dinámica interna’ del suicidio judío”.
De forma cáustica, aunque correcta, Chrisjohn señala que “el ‘tratamiento adecuado’ para el ‘problema del suicidio judío’ no era enviar animadores a lo que quedaba de sus comunidades, sino la eliminación del sistema de crueldad indecible que destruía sus vidas”. En lugar de aumentar el acceso a los tratamientos de salud mental, nos recuerda que era necesario un tratamiento muy diferente: “Fueron, de hecho, Zhukov y Patton, y las fuerzas que comandaron, quienes acabaron con la opresión que puso fin a la tormenta de suicidios que envolvió a los judíos”.
Así, para Chrisjohn, la mera lógica debería informarnos de que “el ‘tratamiento adecuado’ para el ‘problema del suicidio indígena’ no es enviar animadoras a nuestras comunidades; es la eliminación del sistema que está destruyendo nuestras vidas”. Este análisis del suicidio indígena en Canadá en Dying to Please You se aplica a otros pueblos oprimidos.
Vigilia con velas en la Primera Nación Attawapiskat en el norte de Ontario, Canadá, el 15 de abril de 2016, tras una ola de suicidios de jóvenes y niños. Foto Chris Wattie / Archivo Reuters
Suicidios de agricultores en la India
En el número actual de la revista Ethical Human Psychology and Psychiatry aparece el artículo “Farmers' Protests, Death by Suicides, and Mental Health Systems in India: Critical Questions”. Su autor es el psicólogo Sudarshan Kottai, que creció en la India rural en una familia dedicada a la agricultura y actualmente enseña en la Universidad de Cristo, en Bangalore (India). Kottai, al igual que Chrisjohn, está indignado por la forma en que la mayoría de los profesionales de la salud mental abordan el suicidio de su pueblo: “Sin embargo, la corriente principal de los discursos sobre salud mental cierra los ojos y los oídos ante los factores sociopolíticos más amplios que afectan a la situación de los agricultores, incluido el suicidio, reduciéndolos simplemente a un problema de salud mental que debe tratarse mediante consejos y psicofármacos”.
Antes de volver al análisis de Kottai, veamos primero algunos antecedentes sobre el asombroso número de suicidios de agricultores en la India. En 2014, P Sainath informó (BBC): “Un total de 296.438 agricultores se han suicidado en la India desde 1995”. Y en 2021, Salimah Shivji informó (CBC): “En la comunidad agrícola de la India se está produciendo un promedio de 28 suicidios cada día”.
La causa de esta epidemia de suicidios de agricultores en la India es la desesperación ante sus medios de vida: las deudas y la bancarrota provocadas por las políticas gubernamentales. Shivji explica que, a mediados de la década de 1960, el gobierno indio introdujo subsidios para animar a los agricultores a cultivar variedades de arroz y trigo de alto rendimiento, con el fin de que el país fuera autosuficiente en esos cereales. Sin embargo, esto acabó causando problemas a los agricultores, como señala: “Todos esos arrozales de alto rendimiento hídrico provocaron el agotamiento de las aguas subterráneas de la zona. Muchos agricultores invirtieron dinero en cavar pozos más profundos y en plaguicidas para proteger sus cultivos, pero los costes se dispararon, provocando una deuda aplastante para muchos”.
Shivji cita a Vikas Rawal, profesor de economía especializado en problemas agrarios de la Universidad Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi. Rawal informa de que el 90% de los agricultores de la India no pueden cubrir los costes básicos de fertilizantes, semillas, pesticidas y otros equipamientos, pero tienen pocas opciones y por ello se endeudan más. La mayoría de los agricultores indios trabajan parcelas minúsculas, y Rawal explica que su coste de producción ha subido pero que se les está haciendo competir con el mundo. Rawal concluye: “Esto ha exprimido tanto los ingresos de los agricultores que básicamente se están viendo obligados a... suicidarse”.
Sudarshan Kottai, en su artículo Ethical Human Psychology and Psychiatry, observa que, aunque ahora se sabe que el sufrimiento de los agricultores indios ha sido causado por factores sociopolíticos “incluido el papel del Estado en la promoción del agrocapitalismo”, los profesionales de la salud mental “casi siempre lo enmarcan como un problema de salud mental al que hacer frente mediante el aumento de psicofármacos”.
Para contrarrestar este encuadre, el objetivo de Kottai es destacar la relación entre el Estado neoliberal y la angustia de los agricultores: “Las políticas gubernamentales que pretenden integrar la agricultura nacional en los mercados globales han dado lugar a la comercialización de la agricultura basada en la ideología neoliberal, lo que ha provocado la pérdida de los modos tradicionales de agricultura, el aumento del coste de la misma, la dependencia de créditos informales con altos intereses y una mayor susceptibilidad a las fluctuaciones del mercado internacional”. Al citar “Voices of Farmer-Widows Amid the Agrarian Crisis in India” (en Women's Studies in Communication), que analizaba los suicidios de agricultores en Maharashtra, India, Kottai informa de que las viudas de esos agricultores “achacan los suicidios de sus maridos a deudas impagables”.
Kottai se muestra exasperado por sus colegas profesionales de la salud mental, señalando que “los agricultores son etiquetados, responsabilizados de su ‘depresión’ y ‘ansiedad’, exhortándoles a cambiar y adaptarse a los injustos estatutos instituidos por el Estado”. Al agricultor, angustiado por las deudas y las políticas agrarias contrarias a sus necesidades, se le diagnostica depresión “sin profundizar en el estrés tóxico y crónico que encuentra a diario”. Para Kottai, “tratar al agricultor con asesoramiento individual, psicoterapias y medicamentos equivale a la individualización, el psicocentrismo, el reduccionismo biológico y la medicalización de un problema sociopolítico complejo”.
Los profesionales de la salud mental de la corriente dominante posibilitan las estructuras opresivas que son responsables de causar la angustia. Kottai observa: “Aquí, el clínico, en nombre del tratamiento, comete una doble violencia: no reconoce la causa del sufrimiento y ‘trata’ individualmente al pobre agricultor por un problema político que requiere soluciones sistémicas. En consecuencia, el cerebro del ‘agricultor inadaptado’ se convierte en el lugar de intervención a expensas de las estructuras patológicas y las políticas injustas. La capacidad de los agricultores para actuar contra la opresión del Estado queda enterrada al percibir que ellos mismos son la fuente de su angustia”.
¿Qué pueden hacer los profesionales?
Al explicar a los profesionales de la salud mental y al público en general que la causa fundamental del suicidio entre su gente es sociopolítica y no una enfermedad cerebral, Roland Chrisjohn y Sudarshan Kottai hacen una labor eficiente para fomentar la rebelión contra el statu quo sociopolítico en lugar de -como hacen la mayoría de los profesionales- permitirlo. Hay otras cosas que los profesionales pueden hacer para ayudar.
Kottai propone a Rachel Morley como modelo. Morley, psicóloga clínica y profesional psicosocial de la Cruz Roja británica, es la autora del artículo de 2015 “Witnessing Injustice: Therapeutic Responsibilities” (en el Journal of Critical Psychology, Counseling and Psychotherapy). Para Morley, cuando se trabaja con víctimas de la violencia social y política, las responsabilidades terapéuticas incluyen “dar testimonio” de las historias de injusticia. Morley dice a los profesionales de la salud mental que es su responsabilidad ética y terapéutica decir lo inmencionable: “Los terapeutas están en una posición privilegiada como testigos de los testimonios de sus clientes sobre los abusos de los derechos humanos. Al actuar como testigos secundarios estamos ayudando a alguien a ser el testigo principal de lo que le ha sucedido, a ubicar sus experiencias dentro de una narrativa autobiográfica de sus vidas y a ver su respuesta y resistencia, así como el trauma al que se ha visto sometido. Las responsabilidades que recaen sobre los testigos son escuchar adecuadamente, responder éticamente reconociendo la humanidad del narrador, admitiendo la justicia de la demanda y ayudando a encontrar formas comunitarias de reconocimiento y reparación”.
Al pensar en las epidemias de suicidio en poblaciones sometidas a una opresión atroz, es importante tener presente el ejemplo de los campos de concentración. El superviviente de Auschwitz, Viktor Frankl, relató en su obra “Man’s Search for Meaning”: “La idea del suicidio ha sido contemplada por casi todos, aunque haya sido por breve tiempo”. Es normal que las personas que se enfrentan a una opresión insoportable se planteen el suicidio.
Desgraciadamente, los profesionales de la salud mental pueden hacer que sea más probable actuar sobre los pensamientos suicidas. Algunos individuos no actúan sobre sus pensamientos suicidas porque se inhiben de actuar por alguna razón -por ejemplo, la preocupación por su efecto en los amigos y familiares sobrevivientes-; sin embargo, los tratamientos médicos pueden ser desinhibidores. En concreto, mientras que el alcohol es comúnmente conocido por servir como “coraje líquido”, otras drogas psicotrópicas -incluyendo medicamentos psiquiátricos como los antidepresivos- también pueden aumentar la tendencia al suicidio y desinhibirle a uno para actuar sobre los pensamientos suicidas. Uno de los mayores fracasos de los profesionales de la salud mental contemporáneos -especialmente en el caso de los psiquiatras que ven rutinariamente a sus pacientes cada dos o tres meses para una “gestión de la medicación” de diez minutos- es sencillamente que no conocen a sus pacientes; y por ello estos profesionales son incapaces de emitir un juicio informado sobre si un fármaco psicotrópico puede ayudar a aliviar el dolor insoportable o, por el contrario, será desinhibidor y aumentará la probabilidad de que los pensamientos suicidas se conviertan en acciones suicidas.
Piensen en esto. Si eres un suicida debido a una horrible opresión sociopolítica (como la que sufrieron los judíos alemanes, los indígenas norteamericanos y los granjeros indios), ¿preferirías que te etiquetaran como enfermo mental y te trataran como tal, o que te vieran como una desafortunada víctima de la opresión sociopolítica y te proporcionaran una guía de supervivencia? Una de esas guías de supervivencia es The Survivor: Anatomy of Life in the Death Camps (El superviviente: una anatomía de la vida en los campos de exterminio), escrito por Terrence Des Pres. The Survivor examina las memorias y los relatos de los supervivientes de los campos de concentración nazis y del Gulag soviético, tanto de los famosos (Viktor Frankl, Primo Levi, Elie Wiesel, Bruno Bettelheim y Aleksandr Solzhenitsyn) como de los no famosos.
Los supervivientes, informa Des Pres, reconocieron que quizás el factor más importante para sobrevivir fue simplemente la buena suerte, pero también fueron útiles para poder enfrentar la degradación y la humillación extremas las estrategias que les permitieron no sentirse abrumados por estos dolores. Estas estrategias -muy diferentes de los “tratamientos” de salud mental habituales hoy en día- incluían: (1) un distanciamiento periodístico para dar testimonio como una obligación para con los que no sobrevivieron y como un vehículo para la justicia futura; (2) descubrir el propósito de la propia supervivencia; (3) un oscuro sentido del humor que no niega los dolores de la injusticia, la humillación y la degradación, pero que los transforma en absurdos y en risas; (3) la resistencia colectiva, la cooperación y el altruismo con los compañeros de prisión, que permitían un cierto sentido de la dignidad y libertad en vez de centrarse completamente en el propio sufrimiento; y (4) los respiros temporales de una existencia infernal centrándose en las bellezas de la naturaleza fuera del campo de exterminio, como un árbol en la distancia o una puesta de sol.
Por último, para los jóvenes profesionales de la salud mental que aspiran a que no les utilicen para permitir la opresión, algunas palabras que me llenaron de energía al principio de mi carrera fueron las del historiador Howard Zinn (en su capítulo The Coming Revolt of the Guards en “A People's History of the United States”): “En una sociedad altamente desarrollada, el establishment no puede sobrevivir sin la obediencia y la lealtad de millones de personas que reciben pequeñas recompensas por mantener el sistema en funcionamiento: los soldados y la policía, los profesores y los ministros, los administradores y los trabajadores sociales, los técnicos y los obreros, los médicos, los abogados… se convierten en los guardianes del sistema, en los amortiguadores entre las clases altas y bajas. Si dejan de obedecer, el sistema cae”.
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