Gideon Levy, Haaretz, 29-10-2025
Traducido por Tlaxcala
Por fin, todos somos Itamar Ben-Gvir. Una misma línea une a Naftali Bennett, Yair Lapid y Avigdor Lieberman —la esperanza de la oposición— con Ben-Gvir, el gran espantajo: nacionalismo, fascismo y militarismo que solo difieren en los matices más mínimos. Entre el gobierno más derechista de la historia de Israel y quienes aspiran al poder, no hay más que cincuenta tonos de derecha.
Por eso, todo ese discurso sobre una «fractura
nacional» y sobre «las elecciones más importantes de la historia del país» —ese
cliché que circula estos días— es una mentira. Israel no tiene un Zohran
Mamdani, ni lo tendrá en mucho tiempo. Pero Ben-Gvires nos sobran.
La temporada electoral ha comenzado, y nadie como
Lapid para identificar rápidamente el espíritu de la época —el fascismo— y
subirse a su ola. Es el producto más caliente del mercado desde el 7 de
octubre, y Lapid ya lo reparte con entusiasmo.
Esta semana, el «líder de la oposición» prometió
apoyar una ley que prohíba votar a quienes no se alisten en el ejército. Ni en
Esparta ni en la super-Esparta se habrían atrevido a imaginar una medida tan
militarista. Allí tal vez se habrían avergonzado. Los árabes, los
ultraortodoxos, los discapacitados, los enfermos, los criminales y los
impedidos serían arrojados al Nilo. No forman parte de nuestra democracia, ¿por
qué no deportar entonces a todos los que no sirven? ¿Quitarles la ciudadanía?
¿O tal vez meterlos en campos?
Según Lapid, servir en el ejército es lo que te da acceso
a los derechos básicos. Si no matas niños en Gaza, querido israelí, Lapid te
quitará tu carné de elector. Supuestamente, el pueblo, golpeado y marcado por
años de Benjamín Netanyahu, debería ahora ver en una figura como esta una
fuente de esperanza.
La mayor esperanza de la oposición es aún más
desalentadora. «En el Néguev está surgiendo un Estado palestino», advirtió
Bennett esta semana a los residentes de la ciudad de Omer. «Si no actuamos,
despertaremos ante un 7 de octubre en el Néguev.» Los ciudadanos beduinos de
Israel, el grupo más desfavorecido y desposeído de la sociedad, serían entonces
Hamás. El peligro que representan sería otro 7 de octubre.
Si Ben-Gvir habla así, ¿para qué necesitamos a
Bennett? ¿Por su buen inglés? ¿Por sus modales refinados? ¿Por su servicio
militar en una unidad de comandos? ¿Por tener una esposa que no anda con una
pistola en el cinturón? ¿Por vivir en Ra’anana (y no en Tel Rumeida)?
Para Bennett, no menos que para Ben-Gvir, esta tierra
es solo para los judíos. Los beduinos, algunos de los cuales fueron expulsados
al Néguev desde otras partes de Israel, no son sus hijos. Son una amenaza que
hay que contener. Pero la realidad es que el Néguev les pertenece tanto como a
Bennett o a los buenos ciudadanos de Omer.
El Néguev es lo que les quedó después de haber sido
despojados de sus tierras, de que se destruyera el tejido de sus vidas y se los
confinara en corrales miserables. Algunos no son agradables, es cierto:
conducen de manera temeraria, tienen más de una esposa y son violentos. Eso
debe corregirse, pero sin violar sus derechos civiles, que no pueden negarse.
Bennett, como Lapid, es un hombre sombrío. Ambos creen
que los derechos se otorgan por la bondad del Estado, como un regalo o una
recompensa por una conducta (a sus ojos) correcta. Eso es fascismo en su peor
expresión —y Lieberman, el más veterano fascista de los tres, se les unirá con
entusiasmo. Él también está a favor de negar el derecho al voto a quienes no
ayudaron a librar la guerra ni a cometer sus crímenes. Él también ve a los
beduinos como invitados no deseados en este país.
La semejanza fascista entre coalición y oposición no
es casual. Se llama sionismo. En 2025, ya no se puede defender esta ideología
nacional sin ser fascista o militarista. Es ahora la esencia misma del
sionismo. Quizá lo haya sido desde el principio, y la honestidad exige que lo
reconozcamos.
Netanyahu y Bennett, Ben-Gvir y Lapid son sionistas
como casi todos los israelíes. En lo que respecta a la tierra, creen en la
supremacía judía y en la mentira de un Estado judío y democrático. El fascismo
es la consecuencia inevitable de ello. Ya no es posible ser sionista sin ser
fascista.


 



