Jonathan Pollak, Haaretz, 25-10-2025
Traducido por Tlaxcala
Milicias de colonos israelíes, respaldadas por soldados, están devastando comunidades palestinas: golpean a los habitantes, incendian los cultivos, destruyen automóviles y matan animales.
Jonathan Pollak, que acompaña a los agricultores palestinos durante la cosecha de la aceituna, relata lo que ha visto — y cómo estuvo a punto de pagar con su vida.
Los árboles del sur dan un fruto extraño,
Sangre en las hojas y sangre en la raíz,
Cuerpos negros colgando en la brisa del sur,
Frutos extraños colgando de los álamos.
Escena pastoral del valiente sur,
Los ojos desorbitados y la boca torcida,
El perfume dulce y fresco de las magnolias,
Luego el súbito olor de carne quemada.
He aquí un fruto para los cuervos,
Para la lluvia, el viento y el sol,
Hasta que caiga de los árboles,
He aquí una cosecha extraña y amarga.
— “Strange Fruit”, de Abel Meeropol
Un atacante israelí enmascarado utiliza una honda contra los cosechadores
en el pueblo de Beita, a comienzos de este mes. Para muchos agricultores, el
incentivo económico de completar la cosecha se ha desvanecido casi por
completo, mientras el peligro mortal crece sin cesar.
Foto Jaafar
Ashtiyeh / AFP
Una violencia desbordada
Los dos últimos años han sido un período de violencia
israelí sin freno. En la Franja de Gaza, esa violencia alcanzó proporciones
monstruosas, pero en Cisjordania los palestinos también han sufrido lo suyo.
Cada lugar tiene su propio tipo de violencia. Aquí, en Cisjordania, la
violencia israelí es ejercida de manera conjunta por todas las fuerzas
presentes: el ejército, la policía, la policía fronteriza, el Shin Bet
(servicio de seguridad interior), el sistema penitenciario, los coordinadores
de seguridad de los asentamientos y, por supuesto, los civiles israelíes.
Con frecuencia, esos civiles van armados con palos, barras de metal o piedras;
otros llevan armas de fuego. Son milicias que actúan fuera de la ley, pero bajo
su protección.
A veces son los civiles quienes inician los ataques y las fuerzas oficiales los
cubren; a veces ocurre lo contrario. El resultado es siempre el mismo.
Desde el comienzo de la cosecha de aceitunas, la violencia israelí en Cisjordania —planificada y organizada— ha alcanzado niveles sin precedentes. Ya antes de empezar la cosecha, la violencia golpeó Duma, Silwad, Nur Shams, Mu'arrajat, Kafr Malik y Mughayyir a-Deir. Es el destino de las comunidades rurales palestinas abandonadas frente a las fortalezas israelíes.
Muerte y pogromos
Mohammed al-Shalabi corrió por su vida, sin saber que
corría hacia la muerte, cuando una camioneta gris con israelíes armados lo
persiguió junto con otros diez hombres. Su cuerpo fue hallado horas más tarde:
tenía un disparo por la espalda y señales de brutal violencia.
Lo mismo ocurrió con Saifeddin Musallet, atacado, que logró huir un tiempo
antes de colapsar. Yació inconsciente durante horas, mientras soldados y
civiles israelíes recorrían las colinas en busca de más víctimas. Fue el 11 de
julio de 2025, durante el pogromo de Jabal al-Baten, al este de Ramala.
Aún no sabía que estaban muertos, pero conocía el miedo a morir. Unas horas antes, una multitud de israelíes había invadido al-Baten, y jóvenes palestinos de los pueblos vecinos de Sinjil y al-Mazra’a ash-Sharqiya salieron a bloquearlos. Al principio lograron hacerlos retroceder, pero pronto llegó una camioneta gris con hombres armados.

Civiles israelíes atacando a agricultores, sus tierras y vehículos durante el ataque a Beita, el 10 de octubre. Veinte personas resultaron heridas, una de ellas por disparos con munición real. Crédito: Jaafar Ashtiyeh/AFP
La camioneta embistió a un palestino. Mientras ayudaba a trasladar al herido, tuvimos que correr; los días anteriores habían dejado claro lo que sucede a quien no logra escapar.
No lo logramos. Un grupo de israelíes enmascarados, armados con porras de policía, nos alcanzó. Golpes en el rostro, en las costillas, en la espalda. Patadas, puñetazos, polvo. Largos minutos de violencia salvaje.
Con los rostros hinchados y morados, fuimos nosotros —y no ellos— los arrestados por los soldados cuando llegaron.
Mientras esperábamos ser llevados a la comisaría, la camioneta recogió a varios israelíes que merodeaban alrededor de los jeeps del ejército y la policía, y se dirigió hacia Sinjil, donde había una ambulancia y un coche civil. Fue el comienzo del linchamiento, con todas las variables del patrón de violencia israelí: las fuerzas oficiales y las milicias privadas, cada una desempeñando su papel.
La cosecha profanada
Durante generaciones, la recolección de aceitunas fue
mucho más que una actividad económica: era un pilar de la vida cultural
palestina. Familias enteras, incluidas mujeres y niños, reunidas bajo los
árboles; canciones populares; la preparación de qalayet bandura
—cebollas, tomates y pimientos picantes cocidos al fuego— a la sombra del
olivar.
Convertir esa tradición en un acto marcado por el miedo y la vigilancia va más
allá de la expulsión física de los palestinos: busca romper el vínculo
emocional con la tierra, borrar la cultura, disolver la identidad. No es casual
que esa descripción recuerde los artículos del derecho internacional que hablan
de aniquilación.
El ataque en el que Mohammed y Saif fueron asesinados fue
otro episodio particularmente atroz de una larga serie de pogromos. He perdido
la cuenta de los funerales a los que he asistido en los últimos meses.
Y como si la violencia no bastara, en los últimos años se ha sumado el colapso
climático. Los olivos dan abundante fruto un año y casi nada al siguiente. Este
año fue de escasez, agravado por la falta de lluvias en invierno y las olas de
calor de primavera, que secaron los árboles y provocaron la caída de los
brotes.
Enteras arboledas quedaron estériles, sin contar los árboles arrancados. Para
muchos agricultores, el beneficio económico casi ha desaparecido, mientras el
riesgo de muerte crece sin cesar.
Agricultores y activistas palestinos cosechando aceitunas cerca de la aldea de Turmus Ayya este mes. Una amplia coalición se ha movilizado para apoyar a los agricultores. Foto Hazem Bader / AFP
Resistir: la campaña Zeitun 2025
A pesar de la represión y del riesgo de cárcel, la
campaña Zeitun 2025 se puso en marcha: una amplia coalición, desde la izquierda
palestina hasta facciones de Fatah, organizada para apoyar a los agricultores
durante la cosecha.
Los activistas elaboraron mapas de riesgo, clasificando zonas según su nivel de
peligro y necesidad. Pero la primera noche de la cosecha, decenas de soldados
irrumpieron en la casa de Rabia Abu Naim, uno de los coordinadores de la
campaña, y lo encarcelaron sin juicio bajo “detención administrativa”.
Rabia es de al-Mughayyir, al este de Ramala, epicentro de la violencia de
colonos y militares. Allí fueron asesinados Mohammed y Saif. Allí también el
ejército arrancó 8.500 árboles, mientras los colonos, bajando de las colinas,
destrozaban cientos más.
Algunos querrán creer que la situación no es tan grave, que “hay violencia de ambos lados”, que la policía investiga, que hay razones secretas para encarcelar a Rabia. Bien: que sigan creyendo en cuentos de hadas.
La temporada de los pogromos
El primer día de la cosecha, hace dos semanas, la
violencia cayó como un diluvio.
En Jurish, colonos israelíes atacaron con palos a los recolectores e impidieron
que llegaran a sus tierras. En Duma, el pueblo donde en 2015 fue asesinada la
familia Dawabsheh, fueron los soldados quienes bloquearon el acceso, alegando
“coordinación de seguridad”.
En Kafr Thulth, colonos mataron varias cabras. En Far'ata dispararon con fuego
real contra agricultores, y los soldados, presentes, no intervinieron. En
Kobar, el pueblo del líder palestino encarcelado Marwan Barghouti, arrestaron a
campesinos por trabajar en sus propios olivares.
El punto culminante fue Beita, al sur de Nablus. Ese
viernes 10 de octubre, unos 150 cosechadores se dirigieron a los olivares
cercanos a un nuevo puesto de colonos. Allí fueron atacados por una fuerza
combinada de soldados y civiles: golpes, disparos, incendios, vehículos
destruidos.
Veinte heridos, uno de ellos por bala. Tres periodistas agredidos: Yaafar
Ashtiya, cuya cámara y coche fueron incendiados; WahaY Bani Moufleh, con una
pierna rota; y Sayah al-Alami. Ocho automóviles quemados y una ambulancia
volcada.
Rabia Abu Naim fotografiado por un soldado. En vísperas de la cosecha de aceitunas, el ejército irrumpió en su casa y lo puso bajo detención administrativa. Crédito: Avishay Mohar / Activestills
Ejército y colonos, un solo frente
Los días siguientes hubo decenas de ataques en Burqa,
al-Mughayyir, Lubban al-Sharqiya, Turmus Ayya y otros pueblos.
El ejército no se limita a mirar: acompaña a los atacantes, cierra los ojos o
actúa directamente.
En Burin declaró todo el pueblo “zona militar cerrada”, impidiendo incluso la
entrada de sus propios habitantes. Treinta y dos activistas solidarios fueron
arrestados por sentarse en una sala de estar.
El 17 de octubre, en Silwad, los ataques duraron horas:
ambulancias destrozadas, vehículos robados, árboles talados.
Una camioneta gris —la misma— llegó con jóvenes armados que declararon la zona
“cerrada”. Poco después, el ejército llegó y expulsó a los agricultores… pero
no a los agresores.
Yo estaba allí.
Al marcharnos, un coche con jóvenes israelíes nos persiguió por una carretera
estrecha y sinuosa al borde de un acantilado. Las imágenes del pogromo de Jabal
al-Baten me vinieron a la mente. Logramos llegar al pueblo
sanos y salvos.
Palestinos de la aldea de Kobar, cerca de Ramala, de camino a la cosecha de aceitunas. Los residentes que trabajaban en sus propias tierras fueron detenidos por las Fuerzas de Defensa de Israel. Crédito: Hazem Bader / AFP
Y sigue
Cientos de incidentes, grandes y pequeños, se suceden uno
tras otro.
En Turmus Ayya, hombres enmascarados golpearon a una anciana en la cabeza;
sufre una hemorragia cerebral y está hospitalizada en Ramala. Dos activistas
fueron heridos; cinco coches incendiados.
Y la cosecha apenas va por la mitad. Los ataques continuarán hasta el final, y
más allá.
Rabia, el coordinador de Zeitun 2025 encarcelado, lo había dicho antes de ser detenido: “Si los olivos del pueblo desaparecen, recogeremos las bellotas de los robles. Y si ya no hay bellotas, recogeremos las hojas.”



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