31/10/2025

Todos los israelíes somos Itamar Ben-Gvir
Ya no es posible ser sionista sin ser fascista

Gideon Levy, Haaretz, 29-10-2025

Traducido por Tlaxcala

Por fin, todos somos Itamar Ben-Gvir. Una misma línea une a Naftali Bennett, Yair Lapid y Avigdor Lieberman —la esperanza de la oposición— con Ben-Gvir, el gran espantajo: nacionalismo, fascismo y militarismo que solo difieren en los matices más mínimos. Entre el gobierno más derechista de la historia de Israel y quienes aspiran al poder, no hay más que cincuenta tonos de derecha.

Por eso, todo ese discurso sobre una «fractura nacional» y sobre «las elecciones más importantes de la historia del país» —ese cliché que circula estos días— es una mentira. Israel no tiene un Zohran Mamdani, ni lo tendrá en mucho tiempo. Pero Ben-Gvires nos sobran.


Fuerzas israelíes hacen guardia junto a una puerta cerrada durante la cosecha de aceitunas en el pueblo de Kobar, cerca de Ramala, en la Cisjordania ocupada. Sábado. Foto Mohamad Toroman/Reuters

La temporada electoral ha comenzado, y nadie como Lapid para identificar rápidamente el espíritu de la época —el fascismo— y subirse a su ola. Es el producto más caliente del mercado desde el 7 de octubre, y Lapid ya lo reparte con entusiasmo.

Esta semana, el «líder de la oposición» prometió apoyar una ley que prohíba votar a quienes no se alisten en el ejército. Ni en Esparta ni en la super-Esparta se habrían atrevido a imaginar una medida tan militarista. Allí tal vez se habrían avergonzado. Los árabes, los ultraortodoxos, los discapacitados, los enfermos, los criminales y los impedidos serían arrojados al Nilo. No forman parte de nuestra democracia, ¿por qué no deportar entonces a todos los que no sirven? ¿Quitarles la ciudadanía? ¿O tal vez meterlos en campos?

Según Lapid, servir en el ejército es lo que te da acceso a los derechos básicos. Si no matas niños en Gaza, querido israelí, Lapid te quitará tu carné de elector. Supuestamente, el pueblo, golpeado y marcado por años de Benjamín Netanyahu, debería ahora ver en una figura como esta una fuente de esperanza.

La mayor esperanza de la oposición es aún más desalentadora. «En el Néguev está surgiendo un Estado palestino», advirtió Bennett esta semana a los residentes de la ciudad de Omer. «Si no actuamos, despertaremos ante un 7 de octubre en el Néguev.» Los ciudadanos beduinos de Israel, el grupo más desfavorecido y desposeído de la sociedad, serían entonces Hamás. El peligro que representan sería otro 7 de octubre.

Si Ben-Gvir habla así, ¿para qué necesitamos a Bennett? ¿Por su buen inglés? ¿Por sus modales refinados? ¿Por su servicio militar en una unidad de comandos? ¿Por tener una esposa que no anda con una pistola en el cinturón? ¿Por vivir en Ra’anana (y no en Tel Rumeida)?

Para Bennett, no menos que para Ben-Gvir, esta tierra es solo para los judíos. Los beduinos, algunos de los cuales fueron expulsados al Néguev desde otras partes de Israel, no son sus hijos. Son una amenaza que hay que contener. Pero la realidad es que el Néguev les pertenece tanto como a Bennett o a los buenos ciudadanos de Omer.

El Néguev es lo que les quedó después de haber sido despojados de sus tierras, de que se destruyera el tejido de sus vidas y se los confinara en corrales miserables. Algunos no son agradables, es cierto: conducen de manera temeraria, tienen más de una esposa y son violentos. Eso debe corregirse, pero sin violar sus derechos civiles, que no pueden negarse.

Bennett, como Lapid, es un hombre sombrío. Ambos creen que los derechos se otorgan por la bondad del Estado, como un regalo o una recompensa por una conducta (a sus ojos) correcta. Eso es fascismo en su peor expresión —y Lieberman, el más veterano fascista de los tres, se les unirá con entusiasmo. Él también está a favor de negar el derecho al voto a quienes no ayudaron a librar la guerra ni a cometer sus crímenes. Él también ve a los beduinos como invitados no deseados en este país.

La semejanza fascista entre coalición y oposición no es casual. Se llama sionismo. En 2025, ya no se puede defender esta ideología nacional sin ser fascista o militarista. Es ahora la esencia misma del sionismo. Quizá lo haya sido desde el principio, y la honestidad exige que lo reconozcamos.

Netanyahu y Bennett, Ben-Gvir y Lapid son sionistas como casi todos los israelíes. En lo que respecta a la tierra, creen en la supremacía judía y en la mentira de un Estado judío y democrático. El fascismo es la consecuencia inevitable de ello. Ya no es posible ser sionista sin ser fascista.



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