Las personas no nacen crueles; se vuelven así. La crueldad de los palestinos hacia los israelíes se difunde ampliamente, mientras que nuestra crueldad, la de la sociedad israelí, se vuelve cada vez más sofisticada para proteger nuestros botines.
Amira
Hass, Haaretz, 15/10/2025
Traducido por Tlaxcala
Los optimistas dicen que, al final, los israelíes
comprenderán la magnitud de la atrocidad que cometieron en la Franja de Gaza.
La verdad se filtrará en su conciencia.
Los viejos videos de bebés destrozados por nuestras bombas llegarán algún día
al corazón de los israelíes y los traspasarán. Verán de repente a los niños
cubiertos por el polvo del hormigón triturado bajo el cual fueron rescatados,
temblando incontrolablemente y mirando al vacío con una expresión que es todo
un gran signo de interrogación.
En algún momento, dicen los optimistas, los israelíes
dejarán de decir: «Se lo merecían, por el 7 de octubre. Ellos atacaron.» Los
números dejarán de ser abstracciones y “¿quién cree a Hamás?”. Los lectores
comprenderán que más de 20.000 niños fueron asesinados —un tercio de todos los
muertos— por nuestras manos. Más de 44.000 niños fueron heridos —una cuarta
parte de todos los heridos—. Comprenderán que apoyaron y facilitaron una guerra
de aniquilación contra un pueblo, y no la derrota de una organización armada
cruel.
En algún momento, entenderán que la crueldad individual
de la venganza mostrada por tantos soldados —a menudo acompañada de risas y
sonrisas difundidas por TikTok— y la crueldad fría, quirúrgica y anónima de
quienes matan desde cabinas o salas de control como si jugaran a videojuegos—
no son marcas de heroísmo, sino una grave enfermedad. Social y personal.
Los padres, creen los optimistas, no podrán dormir por
las noches, preocupados de que las X en los fusiles de sus hijos marquen
mujeres, ancianos o jóvenes que recolectaban hierbas para comer. Llegará el día
en que los adolescentes pregunten a sus padres, que fueron soldados entonces,
si también obedecieron una orden de disparar a un anciano que cruzó una línea
roja desconocida.
Las hijas de pilotos condecorados preguntarán si lanzaron
una bomba “proporcionada” que mató a cien civiles por un comandante medio de
Hamás. “¿Por qué no te negaste?”, sollozará la hija.
Manifestantes portando fotos de niños palestinos asesinados en Gaza por Israel cerca de la base aérea de Tel Nof, a principios de este año.
Los nietos de un guardia de prisión jubilado preguntarán:
“¿Golpeaste tú personalmente a un detenido esposado hasta que se desmayó?
¿Obedeciste la orden de un ministro de negar comida y duchas a los prisioneros?
¿Amasaste a 30 detenidos en una celda diseñada para seis? ¿De dónde vinieron
las enfermedades de la piel? ¿Conocías a alguno de las decenas de detenidos que
murieron en una prisión israelí por hambre, golpes o tortura? ¿Cómo pudiste,
abuelo?” Los sobrinos de jueces del Tribunal Supremo leerán sus sentencias que
permitieron todo eso y dejarán de visitarlos en el shabat.
En algún momento, creen los optimistas, el encubrimiento
de la realidad por parte de los medios israelíes dejará de lavar cerebros y
adormecer corazones. La expresión “el contexto” no será considerada una
blasfemia, y el público conectará los puntos: opresión. Expulsión. Humillación.
Deportación. Ocupación. Y todo el sufrimiento entre ellas. No son partes de
consignas inventadas por judíos que se odian a sí mismos, sino la descripción
de la vida de un pueblo entero, durante años, bajo nuestras órdenes y nuestras
armas.
Las personas no nacen crueles; se vuelven así. La
crueldad de los palestinos hacia los israelíes se cubre extensamente en
nuestros medios, artículos y primeros planos. Se desarrolló como respuesta y
resistencia a nuestro dominio extranjero y hostil. Nuestra crueldad, la de la
sociedad israelí, se vuelve cada vez más sofisticada con el objetivo de
proteger nuestros botines: la tierra, el agua y las libertades de las que
expulsamos a los palestinos.
Los optimistas creen que hay un camino de regreso. Qué
afortunados son, los optimistas.
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