Original francés English version
Traducido por Tlaxcala
Las referencias a los años 1930 se multiplican. La degeneración de la democracia usamericana parece devolvernos a la de la república alemana de Weimar. Trump, por su goce en la violencia y la mentira, por el ejercicio del mal, nos lleva irremisiblemente a Hitler. En Europa, el ascenso de movimientos catalogados como de extrema derecha nos obliga a ese regreso a nuestra historia.
Sin embargo, las sociedades occidentales ya no se parecen
mucho a lo que eran en los años treinta. Están envejecidas, de consumo,
terciarizadas; las mujeres están emancipadas; el desarrollo personal ha
reemplazado a la adhesión partidaria. ¿Qué relación con las sociedades de los
años treinta: jóvenes, frugales, industriales, obreras, masculinas, afiliadas a
partidos? Fue esta distancia socio-histórica la que me llevó, hasta ahora, a
considerar a priori inválido el paralelo entre las “extremas derechas” del
presente y las del pasado. Pero las doctrinas políticas existen, hoy como ayer,
y no podemos limitarnos a postular la imposibilidad, por ejemplo, de un nazismo
de ancianos, de un franquismo de consumidores, de un fascismo de mujeres
emancipadas o de un LGBTismo Cruces-de-Fuego.
Ha llegado el momento de comparar las doctrinas de
nuestro presente con las de los años treinta. Aquí está el esbozo de lo que
podría ser el estudio comparativo de cinco fenómenos históricos: el hitlerismo,
el trumpismo, el netanyah(u)ismo, el lepenismo. Añadiré, brevemente al final
del recorrido, el macronismo. El extremismo centrista y europeísta que conduce
a Francia al caos nos obliga a este examen. ¿Es este extremismo tan centrista
como parece?
Se tratará de un enfoque impresionista, sin pretensión de
exhaustividad ni siquiera de coherencia, cuyo objetivo es abrir pistas, no
concluir. Fuerzo los rasgos y los colores para situar los conceptos unos en
relación con otros. Exagero a propósito, para alcanzar o incluso anticipar una
historia que se acelera. Una aproximación expresionista sería quizá una
metáfora más apropiada.
Comencemos por la dimensión general del racismo o la
xenofobia.
El rechazo de un “otro” definido como exterior a la
comunidad nacional, con niveles de intensidad muy variables, es común al
hitlerismo, al trumpismo y al lepenismo. En el caso del hitlerismo y del
trumpismo, es la noción de racismo, explícita o implícita, la que es común. Los
judíos eran considerados por el nazismo como constituyendo una raza, en el
sentido biológico. Los negros, esos objetivos apenas escondidos del partido
republicano trumpizado, también se definen biológicamente. En el lepenismo, en
cambio, solo podemos asociar el concepto de xenofobia. Árabes o musulmanes se
definen por su cultura. Una de las características de la obsesión francesa por
la inmigración sigue siendo su fijación en el Islam y su incapacidad para
señalar a los negros, cuya llegada masiva, sin embargo, es el elemento nuevo
del proceso migratorio. La tasa de matrimonios mixtos entre mujeres negras es
muy elevada en Francia; sigue siendo insignificante en USA.
Un rasgo común a los «populismos» occidentales es, por
supuesto, su rechazo a la inmigración: Reform UK, los Sverigedemokraterna
(Demócratas de Suecia), la AfD, Viktor Orbán en Hungría, Ley y Justicia en
Polonia, Giorgia Meloni en Italia, pasan, como Trump o Le Pen, la prueba de
este denominador común. ¿Basta eso para definirlos como de extrema derecha, en
el sentido de que el nazismo y el fascismo eran de extrema derecha? No lo creo.
Una diferencia capital opone el populismo de hoy a la extrema derecha de tipo
hitleriano o mussoliniano: el nazismo y el fascismo eran expansionistas, con el
objetivo de proyectar hacia fuera el poder del pueblo alemán (ario) o italiano
(romano). Eran agresivos, nacionalistas, conquistadores. Se apoyaban en
partidos de masas. Es difícil imaginar a los populistas actuales organizando
desfiles al estilo de Núremberg. Los aperitivos saucisson-pinard [pancho-escabio] del RN son ciertamente
antimusulmanes pero, aun así, menos impresionantes que las ceremonias guerreras
hitlerianas. ¿De Núremberg a Hénin-Beaumont? ¿En serio?
El único populismo occidental que hoy pasaría al 100% la
prueba del expansionismo sería el de Netanyahu. Colonias en Cisjordania,
genocidio en Gaza: establecer un vínculo entre hitlerismo y netanyah(u)ismo es
inevitable.
Las xenofobias francesa, británica, sueca, finlandesa,
polaca, húngara, italiana son, al contrario del nazismo y el fascismo,
defensivas. No nos enfrentamos a pueblos que quieren conquistar sino a pueblos
que quieren seguir siendo los amos en su casa. Por eso la dimensión cultural
prepondera hoy en Europa sobre la noción racial y por qué solo podemos hablar
aquí de xenofobia. Esta xenofobia es conservadora, mientras que el racismo
hitleriano era revolucionario porque trastornaba la organización social. La noción
de nacionalismo por tanto no se aplica a los populismos europeos actuales, ni
la de extrema derecha tampoco, o tendremos que introducir oxímoros como “nacionalismo
moderado” y “extrema derecha moderada”. Prefiero hablar de conservadurismo
popular.
Personalmente favorable a una inmigración controlada,
debo admitir la legitimidad de esta xenofobia porque acepto el axioma de que un
grupo humano portador de una cultura, consciente de existir como colectividad,
en suma un pueblo, tiene derecho a querer seguir existiendo. Concretamente: un
pueblo puede controlar sus fronteras. El nazismo, con sus soldados instalados
del Atlántico al Volga para esclavizar o exterminar a otros pueblos, era algo
totalmente distinto.
El trumpismo representa una forma mixta porque combina un elemento central defensivo, antiinmigración, con un fuerte potencial de agresión hacia el mundo exterior. No se trata estrictamente de expansionismo. Es la expansión previa del aparato militar usamericano y el papel del dólar en la depredación imperial lo que hizo posibles los actos trumpianos violentos dirigidos contra otros pueblos y naciones: Venezuela, Irán, nosotros, los pueblos sujetos de la Europa occidental, y por supuesto los árabes, con los palestinos como objetivo principal. La integración progresiva de Israel en el Imperio, a partir de 1967, hace que en 2025 ya no se pueda distinguir mucho entre trumpismo y netanyah(u)ismo. Pero Trump, más allá de sus payasadas nobelizables, es de hecho el principal culpable del genocidio en Gaza por sus largos estímulos a la violencia israelí: este hecho tan simple sitúa al trumpismo del lado del hitlerismo. Trump sigue al volante: acelerones y frenazos usamericanoss regulan la agresividad genocida de Netanyahu. Tengo suerte: en el momento en que escribo, Trump, asustado por la reacción de los países árabes al asalto israelí a Qatar, y en particular por la alianza estratégica entre Arabia Saudí y Pakistán, retrocede. Ordena a Netanyahu que se disculpe por el bombardeo en Qatar y este obedece. Trump impone a Israel un acuerdo con Hamás y Netanyahu firma. ¿Y luego? Trump es un perverso, imposible de decir.
El concepto de trumpo-netanyah(u)ismo, bastante feo lo
admito, permite aprehender la cuestión judía como punto común a la crisis usamericana
de 2000–2035 y a la crisis alemana de 1920–1945.
La postura pro-Israel radical del trumpismo oculta, a mi
juicio, un antisemitismo visceral y vicioso: la identificación de todos los
judíos con el netanyah(u)ismo, fenómeno históricamente monstruoso, chancro en
la historia judía, solo conducirá a renovar la concepción nazi de un pueblo
judío monstruoso. Hablo aquí de antisemitismo 2.0.
Soy consciente de que pocos lectores me seguirán en este
punto. Pero no hago más que hablar aquí como un vulgar profeta del Antiguo
Testamento. “No fuimos elegidos para estar del lado de los poderosos. La
historia no cesa de tendernos esta trampa”. ¿Cuántas veces los judíos se
creyeron salvados por los fuertes, por los poderosos, por el poder, por un
imperio, incluso designados por un privilegio — el éxito financiero, la
importancia intelectual, la importancia en el partido bolchevique — para ser
finalmente arrojados como alimento a pueblos furiosos… Me sangra el corazón al
ver a tantos judíos franceses, que hoy se creen con la sartén por el mango,
justificar la política de Netanyahu. Pero son las mandíbulas de una trampa las
que se están abriendo. Por gracia de Trump, todo el planeta se vuelve
antisemita. Los judíos usamericanoss, cuya mayoría rechaza la línea Netanyahu,
son más sabios y más justos. Pero, ya, los judíos hostiles a Netanyahu,
académicos o no, son sospechados por el poder de ser antisemitas. La
perversidad reina. El trumpismo reina.
¿Cuándo se cerrará la trampa? Algún día, inevitablemente,
las naciones cristianas harán las paces con 1.600 millones de musulmanes.
Entonces los judíos serán abandonados por sus fans y, ahora solos, arrojados
como alimento a otros pueblos furiosos.
Las tierras prometidas se suceden, los desastres las
siguen. “Anochecer”, el relato temprano de Isaac Asimov, ese gran autor usamericano
de ciencia ficción, me parece una metáfora de la larga sucesión de dramas que
constituye la historia judía: dentro de una civilización poderosa, un resto de
profecía anuncia una misteriosa catástrofe… llega, sorprendente… la
civilización se derrumba… luego, lentamente, renace, florece… un resto de
profecía anuncia una misteriosa catástrofe… llega, sorprendente…
En verdad, el mero regreso de la obsesión judía al
corazón de Occidente valida la hipótesis de una continuidad amenazante entre el
pasado y el presente.
Protestantismo zombi y nazismo, protestantismo cero y
trumpismo
La crisis económica de 1929 fue un factor decisivo, muy
conocido, de la hitlerización de Alemania. Seis millones de desempleados
hicieron que la sociedad alemana escapara a cualquier fuerza de recuerdo
ideológico. La liquidación del desempleo por Hitler en unos meses selló el
destino del liberalismo.
El contexto religioso del ascenso del nazismo, igualmente
importante, es menos familiar: entre 1870 y 1930 la fe protestante se
desvaneció en Alemania, primero en el mundo obrero, luego en las clases medias
y altas. Las regiones católicas resistieron. En 1932 y 1933, el mapa del voto
nazi pudo por tanto reproducir, con una exactitud fascinante, el del
luteranismo. El protestantismo no creía en la igualdad de los hombres. Había
los elegidos, designados como tales por el Eterno antes incluso de su nacimiento,
y los condenados. Una vez desaparecida la creencia protestante metafísica, lo
que quedó fue la histerización por miedo al vacío de su contenido desigual, con
los judíos, los eslavos y tantos otros como los condenados. En USA, el
protestantismo de origen calvinista se dirigió contra los negros. El pueblo
calvinista, fijado en la Biblia, se identificaba con los hebreos, lo que limitó
el antisemitismo usamericano de los años treinta y puso a los judíos a salvo.
En fin… a salvo hasta la reciente emergencia de la fijación evangélica sobre el
Estado de Israel.
En la Francia católica (en la Cuenca parisina y en la
fachada mediterránea particularmente), el hundimiento de la fe y de la práctica
hizo, a partir de 1730, mutar la igualdad de posibilidades de acceso al paraíso
(obtenida por el bautismo, que lava el pecado original) en igualdad de
ciudadanos y en emancipación de los judíos. La idea republicana del hombre
universal reemplazó a la del cristiano católico universal (katholikos
significa universal en griego). Un programa totalmente distinto al nazismo pero
que había representado, mucho antes que él, el primer reemplazo masivo de una
religión por una ideología. En la Francia revolucionaria como en la Alemania
nazi, sin embargo, el potencial de encuadramiento social y moral de la religión
había sobrevivido a la creencia: el individuo seguía siendo miembro de su
nación, de su clase, portador de una ética del trabajo y del sentimiento de
obligaciones hacia los miembros del grupo. La capacidad de acción colectiva era
fuerte, tal vez multiplicada. Esto es lo que llamo estadio zombi de la
religión. El nazismo correspondía a ese estadio zombi, de ahí,
desgraciadamente, su eficacia económica y militar.
Podría completar esta explicación religiosa de la
ideología con una explicación de la propia religión, influenciada por las
estructuras familiares subyacentes, desiguales en Alemania e igualitarias en la
Cuenca parisina. Pero aquí basta con una continuidad del protestantismo al
nazismo y del catolicismo a la Revolución francesa.
Encontramos protestantismo en el trumpismo. Encontramos
entonces la desigualdad asociada a la negrofobia. Ya no estamos, sin embargo,
en el estadio zombi de la religión sino en su estadio cero. La moral común ha
desaparecido. La eficacia social ha desaparecido. El individuo flota,
particularmente en esa USAmérica de estructura familiar nuclear absoluta,
individualista y sin una regla de herencia bien definida. Por tanto, hay que
esperar otra cosa como ideología trumpista: la desigualdad sigue, pero menos
estabilidad en el delirio, oscilaciones brutales que no provienen
fundamentalmente del cerebro de un presidente vulgar y vicioso sino de la
propia sociedad. La capacidad de acción colectiva, económica y militar es, por
suerte para nosotros, muy disminuida.
Observemos en el caso del trumpismo la aparición de
formas pseudo-religiosas nihilistas que incluyen una reinterpretación obscena
de la Biblia, como una glorificación de los ricos. Claramente más débil que el
nazismo en la dimensión del racismo, el trumpismo va más lejos en la
inmoralidad económica.
El nazismo era simplemente y explícitamente
anticristiano. El trumpismo se quiere religioso pero a la manera de un culto
satánico, por la inversión de valores. El mal es el bien, la injusticia es la
justicia. Hitler no fue más que el Führer, guía del pueblo alemán hacia su
martirio; Trump no es Satanás pero sospecho que para sus fans satanistas su
gorra roja es la del Anticristo.
En el caso del lepenismo, no hay herencia protestante
desigual. He ahí el verdadero misterio del Rassemblement National: xenófobo,
nació en suelo católico. Peor aún, sus primeras zonas de fuerza, en la fachada
mediterránea y en la Cuenca parisina, fueron las de la Revolución: igualitarias
en lo familiar y descristianizadas desde el siglo XVIII. ¿Entonces? ¿Es el
Rassemblement National desigual? ¿Igualitario? Misterio para nosotros, el RN
probablemente lo sea también para sí mismo. Su rechazo del otro resulta de un
igualitarismo perverso que exige una rápida asimilación de los inmigrantes más
que sentirlos como diferentes en esencia. Sobre todo, el RN, fuertemente
determinado por el rechazo a los inmigrantes, e incluso a sus hijos, no deja de
ser constantemente recordado a la tradición igualitaria francesa porque sus
electores odian a los ultrarricos, a los poderosos, en suma a nuestras élites
imbéciles, y no solo a los inmigrantes. Por eso la unión de las derechas tiene
dificultades para concretarse en Francia. De una forma u otra, la unión de
oligarcas y pueblo (blanco) contra el extranjero no plantea problemas ni en USA,
ni en Reino Unido, ni en Escandinavia, donde las fuerzas populares
conservadoras y las de la derecha clásica se entienden con facilidad. En
Francia, la coalición de ricos y pobres contra el extranjero se escabulle.
No subestimemos, sin embargo, la violencia potencial de
una xenofobia de esencia universalista. Puede muy bien convertirse en racismo.
Si un hombre piensa a priori que los hombres son iguales en todas partes y se
encuentra frente a hombres portadores de costumbres distintas, puede
perfectamente concluir que no son hombres.
El RN es el producto de un catolicismo cero, como la
Revolución lo fue de un catolicismo zombi. Por eso no dará a luz a ningún
proyecto colectivo. Remito el examen detallado del RN y de su relación con el
futuro a un próximo texto, ni impresionista ni expresionista, que dedicaré por
entero a la lógica interna y a la dinámica del caos francés.
Psiquiatría de las clases medias superiores
Llego ahora a una diferencia capital, que debería ser
evidente para todos y recordada por los comentaristas políticos que nos remiten
sin cesar a 1930 con su vocabulario. Comprender la dimensión religiosa, o
posreligiosa, del hitlerismo, del trumpismo o del lepenismo, presuponía
conocimientos históricos que no se pueden exigir a los politólogos de plató.
Por el contrario, podemos exigirles que sepan situar socialmente las ideologías
del pasado y del presente, que dejen de acercarlas sin cesar bajo el término de
extrema derecha. La diferencia entre pasado y presente es aquí muy clara.
El nazismo y los movimientos de extrema derecha de antes
de la guerra encontraban su epicentro social en las clases medias y
particularmente medias superiores, amenazadas por el movimiento obrero,
socialdemócrata o comunista. Estas clases medias estaban febriles, muy ocupadas
en encerrar a sus mujeres y perseguir a los homosexuales. Hoy, los movimientos
llamados de extrema derecha encuentran, por el contrario, su epicentro en los
ámbitos populares, particularmente en un mundo obrero empobrecido, conmocionado
o destruido por la globalización económica, amenazado por la inmigración. Las
clases medias de hoy, ampliamente definidas por la educación superior e
ingresos elevados, están poco o nada afectadas por la “extrema derecha”. Están
particularmente inmunes.
Por eso prefiero hablar de conservadurismo popular más
que de extrema derecha. Su anclaje en el grupo de los dominados explica el
carácter defensivo del conservadurismo popular. Su elector no se imagina
conquistador de Europa o del mundo si piensa su propia vida como una
supervivencia.
El verdadero error intelectual sería quedarse ahí.
Continuemos avanzando, incluso revertimos la problemática de la asociación
entre ideología y clase. Hemos comparado las ideologías del presente con las
del pasado, comparemos ahora las clases del presente con las del pasado.
Algunas clases medias europeas del período de
entreguerras enloquecieron. El mundo obrero fue más razonable. ¿Pero las clases
medias de hoy, particularmente medias superiores, son razonables? ¿Son
pacíficas? ¿Cuáles son sus sueños?
Están locas. La construcción de una Europa posnacional es
un proyecto de un alucinado cuando se conoce la diversidad del continente. Ha
conducido a la expansión de la Unión Europea, remendada e inestable, en el
antiguo espacio soviético. La UE es ahora rusófoba, belicista, con una
agresividad renovada por su derrota económica frente a Rusia. La UE intenta
arrastrar a los pueblos británico, francés, alemán y tantos otros a una guerra
real. ¡Pero qué guerra extraña sería aquella en la que las élites occidentales
hubieran adoptado el sueño hitleriano de destruir a Rusia!
La comparación por clases sociales nos permite, por
tanto, una avance intelectual mayor. El europeísmo, y por tanto el macronismo,
caen, por su agresividad exterior, del lado del nacionalismo, del lado de la
extrema derecha de antes de la guerra. Si añadimos las entorsis a la libertad
de información y a la expresión del sufragio popular, cada vez más masivas y
sistemáticas en el espacio de la UE, nos acercamos aún más a la noción de
extrema derecha. Fundada como asociación de democracias liberales, Europa muta
en un espacio de extrema derecha. Sí, la comparación con los años treinta es
útil, indispensable incluso.
Encontramos en el grandioso proyecto europeísta una
dimensión psicopatológica ya observable en el hitlerismo: la paranoia. La
paranoia europeísta se concentra en Rusia. La de los nazis hacía de la amenaza
judía una prioridad, sin por ello descuidar el bolchevismo ruso (el llamado judeo-bolchevismo).
Hoy como ayer podemos por tanto analizar una
psicopatología de las clases dirigentes europeas. La secuencia extraña iniciada
por la elección de Trump, con la voluntad del presidente inestable de dialogar
con Putin, nos permitió seguir en directo la salida de la realidad de nuestros
dirigentes. Resumamos nuestro proceso delirante. Comenzó hacia 2014, antes,
durante y después de Maidán, ese golpe de Estado que desintegró Ucrania, golpe teledirigido
por estrategas usamericanos y alemanes. El resto ahora:
- 2014–2022:
Provocar a Rusia que había advertido que no toleraría la anexión de
Ucrania por la Unión Europea y la OTAN.
Se hizo. Putin invadió Ucrania. - 2022–2025:
Perder la guerra económica que resultó para nosotros.
Se hizo. Nuestras sociedades implosionan. - 2022–2025:
Perder la guerra en el sentido estricto librada por nosotros por el
régimen de Kiev.
Está en curso.
El desplazamiento de los gobiernos europeos hacia una
realidad paralela comienza en 2025.
- Saquemos
de nuestra derrota la idea de que finalmente podemos imponer nuestra
voluntad e instalar nuestras tropas en Ucrania, para anexionar a la UE lo
que quede. Pero ¿cómo no pensar en Hitler encerrado en su búnker en 1945,
dando órdenes a ejércitos que ya no existen?
Hoy tenemos en Europa que lidiar con locos, o más bien
con una locura colectiva que ha abrazado en masa a individuos de los ámbitos
sociales dominantes. Solo en Francia, miles de periodistas, políticos,
académicos, empresarios, altos funcionarios, participan en la alucinación
colectiva de una Rusia que querría conquistar Europa (paranoia). Tal o cual
individuo no podría ser considerado personalmente responsable. Estamos ante una
dinámica psíquica colectiva.
Estoy convencido de que la disminución del individuo
nacida del estado cero de la religión explica el nacimiento de estos bancos de
peces rusófobos.
Como expliqué en Les Luttes de classes en France au
XXIème siècle, la desaparición de las creencias colectivas —
creencias religiosas y luego creencias ideológicas del estado religioso zombi —
condujo a un hundimiento del superyó humano. A diferencia de los militantes de
la liberación del yo, no defino el superyó como solo o incluso principalmente
represivo. El superyó, como ideal del yo, ancla en la persona valores morales y
sociales positivos. Las nociones de honor, coraje, justicia, honestidad
encuentran su origen y su fuerza en el superyó. Si se debilita, se debilitan.
Si desaparece, desaparecen. El hombre no ha sido al final liberado por el fin
de la religión y de las ideologías sino, por el contrario, disminuido. Son
hombres y mujeres muy bien educados pero moral e intelectualmente encogidos por
el estado cero de la religión los que, en masa, son portadores de la patología
rusófoba.
Los antisemitas nazis tenían una constitución psíquica
totalmente distinta. La muerte de Dios, para hablar como Nietzsche, les había
lanzado a la búsqueda de un Führer pero no estaban en déficit de superyó y
seguían siendo capaces de acción colectiva. Las trágicas prestaciones del
ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial dan testimonio de ello.
¿Quién se atrevería hoy a imaginar a nuestras clases medias superiores
corriendo hacia la muerte, a la cabeza de sus pueblos, hacia Kiev y Járkov?
Nuestra guerra en Ucrania es para reír, producto de la emancipación del yo,
hija del desarrollo personal. Solo morirán ucranianos y rusos.
A menos que…
Los intercambios termonucleares pueden prescindir de
héroes.
9 de
octubre de 2025
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire