21/11/2025

Una historia íntima de la violencia: Beirut bajo asedio en 1982 en los relatos de Nejmeh Khalil Habib

Rebecca Ruth Gould, The Textual Materialist, 20-11-2025
Este ensayo apareció por primera vez en The Markaz Review en mayo de 2025
Traducido por Tlaxcala

Destrucciones en Beirut Oeste debido a los bombardeos israelíes, 1982. Foto Don McCullin

Conocida en todo el mundo árabe como poetisa que ha cultivado un estilo único de prosa poética, Nejmeh Khalil Habib es también crítica literaria y ha publicado estudios sobre Ghassan Kanafani, Jabra Ibrahim Jabra y otras figuras clave de la literatura palestina. Actualmente es profesora en la Universidad de Sídney en Australia, y escribe exclusivamente en árabe.

Habib ha publicado además dos obras de ficción: Y los niños sufren [و الأبـنـاء يـضرسـون، قـصـص قـصـيـرة  ]  (2001) y A Spring that Did Not Blossom [Una primavera que no floreció- - ربـيـع لـم يـزهـ ], aparecida por primera vez en árabe en 2003 y ahora traducida al inglés por Samar Habib y publicada por Simon and Schuster. En las seis ficciones interrelacionadas que componen el libro, nos sumergimos en la vida interior de palestinos que viven en Beirut mientras navegan sus relaciones, sus vidas y sus frustraciones, para acabar finalmente aniquilados por bombas israelíes.

Aunque la editorial en inglés lo presenta como un libro de cuentos, Una primavera que no floreció podría clasificarse igualmente como una novela no lineal; de hecho, así se describe en los medios árabes. (Aquí sigo la convención de la edición inglesa y me refiero a cada capítulo como “cuento” o “relato”.)

Lo que diferencia Una primavera que no floreció de la mayoría de las novelas es que no hay un protagonista único. Los relatos se desplazan con rapidez por la mente de un amplio abanico de personajes, algunos apenas conectados entre sí, otros que ni siquiera se conocen. De esta manera, se despliega ante nosotros el espectro completo de la sociedad palestina residente en el Líbano.

Los personajes viven en campos de refugiados palestinos como Burj el-Barajneh, Ain al-Hilweh y Shatila, este último asociado para siempre a la masacre que tuvo lugar allí en septiembre de 1982, tema del célebre ensayo de Jean Genet [Cuatro horas en Chatila]. A veces consiguen salir de los campos y se trasladan a edificios de apartamentos en Beirut Oeste. Algunos combaten en la Resistencia, otros hacen lo posible por llevar una vida tranquila.

Resistir al ciclo de noticias

El tono íntimo de los relatos de Habib diferencia su obra de mucha ficción ambientada en tiempos de guerra. Fragmentos de titulares y breves noticias se insertan en su prosa, generando una tensión entre dos discursos: el personal y el mediático. La violencia atraviesa profundamente los relatos de Habib, pero lo hace con intimidad e incluso delicadeza. No estalla en grandes acontecimientos que alimentan ideologías: aparece en sufrimientos discretos que mutilan, silencian y matan.

Los puntos suspensivos rigen este ensamblaje de fragmentos, reunidos como metralla de un edificio destruido.

Como gran parte de su prosa, el título Una primavera que no floreció es un doble sentido. Alude tanto a la estación como, también, a Rabih (que significa “primavera”), el niño alrededor del cual giran muchas de las vidas del libro.

Miriam y Awad se casan en la cuarentena con la esperanza de concebir un hijo. Lo logran, y Miriam da a luz a su único hijo, Rabih. Luego, al final del primer relato, todos mueren en un instante, cuando un bombardeo israelí borra su edificio de la faz de la tierra.

Los demás relatos narran la vida bajo el asedio israelí de Beirut en 1982 desde la perspectiva de los supervivientes. A veces miran atrás, hacia los momentos compartidos con quienes fueron asesinados en el bombardeo. Incluso cuando no están bajo una campaña de bombas incesante, el clima de terror generado por la guerra impregna el ambiente.

En “Miriam”, el relato que abre el libro, el refugiado palestino Abu Rabih (padre de Rabih) regresa al Beirut en guerra para reunirse con su familia tras un período de trabajo en un estado del Golfo, donde ganaba dinero para mantenerlos. La invasión israelí ya asoma en el horizonte, con las calles desbordadas por la violencia de la guerra civil libanesa.

Literatura frente a historia

Cuando Abu Rabih se acerca al edificio donde vive su familia, se consuela con la razón por la que cree que estarán a salvo: “a los israelíes les importa la opinión pública; es imposible que bombardeen este edificio”. Así pensaban muchos en 1982 —y así pensaron muchos antes del 7 de octubre de 2023.

Pero el edificio real de Akkar (Banayat Acre en el texto inglés) donde vivía la familia ficticia de Abu Rabih fue completamente destruido por Israel en 1982, en lo que hoy se conoce como la masacre del edificio Akkar. La atrocidad fue evocada por Mahmoud Darwish en su largo poema en prosa Memoria para el olvido (1986), y por el escritor jordano Amjad Nasser en su diario del asedio de 1982. También apareció en Under the Rubble (Bajo los escombros, 1983), un documental de Jean Khalil Chamoun y Mai Masri. En el relato de Habib, la atrocidad se representa de manera inolvidable, con todos sus detalles horrendos y desde el punto de vista de sus víctimas, gracias a la ficción.

Así como Abu Rabih se consolaba imaginando imposible algo tan atroz, también muchos observadores del genocidio israelí en Gaza se han aferrado a ilusiones similares. Entonces y ahora, línea roja tras línea roja proclamadas por políticos, comentaristas mediáticos e incluso por las propias leyes de la guerra han sido violadas con tal rapidez que parecía que nunca hubieran existido.

En este sentido, el texto de Habib resulta inquietantemente relevante para nuestro presente. También lo es su descripción del terror psicológico que Israel inflige a la población civil. “Se estaba librando un tipo de guerra sin precedentes contra Beirut y su gente”, recuerda la narradora. En esta “guerra psicológica”, se lanzaban panfletos “desde los aviones, cayendo sobre balcones y aceras, despertando a la gente de sus siestas”.

En una versión más suave de la pesadilla actual en Gaza, los panfletos “aconsejaban a los habitantes de Beirut que se marcharan y les prometían que no sufrirían daño si tomaban determinadas carreteras”. “Fingían empatía, pero ocultaban una amenaza grave.” En estos folletos lanzados sobre un territorio destinado a la aniquilación, vemos tácticas similares a las del genocidio actual, aunque en una forma más atenuada.

Rellenar los vacíos del periodismo

Habib rellena los huecos que el relato periodístico deja sin tocar.

La traductora Samar Habib (sin relación familiar) compara el estilo conciso de Nejmeh Khalil Habib con el de Kanafani. La caracterización es acertada, reforzada por las referencias directas en el texto al cuento de Kanafani Hombres en el sol (1962), así como por el hecho de que Nejmeh Khalil Habib escribió un libro sobre su ficción. También me recordó a la prosa de Toni Morrison: ambas escritoras representan la violencia de forma íntima, delicada y brutal a la vez, captándola tal como se vive en los cuerpos de las mujeres y en la desconcertación de sus hijos.

Como Morrison, Habib se nutre del mundo del hecho documental, especialmente del periodismo. Para Morrison, un recorte de prensa sobre Margaret Garner —una mujer esclavizada en el sur de USA que cometió infanticidio para evitar que su hija fuera vendida— dio origen a su novela Beloved (1987). Morrison convirtió ese mínimo esbozo en una novela rica y compleja que narraba los pasos de Garner para impedir la esclavitud de su hija.

Del mismo modo, Habib completa los vacíos del periodismo. Introduce personajes ficticios junto a los reales. Yasser Arafat (Abu Ammar) aparece numerosas veces de manera indirecta. Su paradero es precisamente la razón por la que el edificio donde la familia de Abu Rabih se refugiaba buscando seguridad fue volado por las fuerzas israelíes mediante un nuevo arma usamericano: la bomba de vacío, diseñada originalmente para las selvas de Vietnam. Consciente de que era un objetivo, Arafat permanecía en continuo movimiento; dormía en el asiento trasero de un coche cuando el edificio que los israelíes creían su escondite fue bombardeado, matando a más de doscientas cincuenta personas.


Miliciano sosteniendo un gatito. Campo de refugiados de Burj Al Barajneh, sur de Beirut, Líbano (1988). Foto Aline Manoukian

También aparecen figuras del ámbito literario, como el poeta Khalil Hawi, protagonista del segundo relato. Su trayectoria vital coincide con la guerra israelí en el Líbano. Al enterarse en 1982 de la invasión israelí de Beirut, Hawi se suicidó en su apartamento cercano a la Universidad Americana de Beirut, muriendo al instante. Kanafani no aparece en persona, pero es mencionado varias veces como periodista y escritor. También surge un personaje llamado Darwish, que puede o no ser el célebre poeta Mahmud Darwish; la coincidencia funciona como una alusión metatextual.

La tensión entre ficción y periodismo se manifiesta con fuerza en las páginas finales de “Miriam”, donde la maquinaria de guerra israelí provoca la muerte de casi todos los personajes presentados hasta entonces. ¿Cómo narrar tal horror?

No puede hacerse en primera persona, porque la conciencia de cualquier posible narrador está a punto de ser aniquilada. Por ello, Habib rompe con su estilo íntimo y pasa a la tercera persona. El contraste entre esta voz omnisciente y la intimidad del resto del relato hace que su tono impasible resulte aún más impactante. “No había edificio allí”, leemos tras ser reducido a escombros:

Era como si el edificio hubiera sido una caja de cartón vacía cuyas paredes se plegaran unas contra otras al ser aplastadas bajo dos pies fuertes.

Ese tono indiferente puede parecer inapropiado para describir la muerte de personajes cuya vida hemos seguido desde el principio, pero ¿qué mejor manera de mostrar la atrocidad de lo sucedido?

Encontrar un lenguaje para el genocidio

La dificultad de encontrar palabras es algo que muchos enfrentamos hoy al observar el genocidio en Gaza. Luchamos con la incapacidad del lenguaje para captar la atrocidad, y mucho menos detenerla. Las palabras no bastan. Y aun así escribimos, seguimos testimoniando, para que las historias de los mártires sean recordadas por generaciones.

En su párrafo final, “Miriam” yuxtapone informes periodísticos que minimizan las víctimas del bombardeo. Los puntos suspensivos articulan este montaje, reunidos como las esquirlas de un edificio destruido: significan el horror sin representarlo plenamente. La última frase nombra a los personajes presentados al comienzo del relato, ahora todos muertos:

Un familiar pudo identificar a la familia de cuatro personas al reconocer los pendientes que llevaba la madre: eran Rabih, su madre Miriam, su padre Awad y su abuela, Umm Awad.

Una historia íntima de la violencia

A través de sus experimentos narrativos, entrando y saliendo de la conciencia de sus personajes, Habib escribe una historia íntima de la violencia. Capta experiencias de terror y pérdida que la simple narración periodística no logra transmitir. Revela los efectos del terror de Estado tal como lo viven los cuerpos y las mentes de quienes lo padecen. Y, sobre todo, nos enseña cómo se siente experimentar lo que muchos palestinos en Gaza están viviendo hoy, recordándonos que aunque siempre habrá supervivientes, el trauma nunca desaparece.

Aunque la traducción de Samar Habib es meticulosa y diligente en su búsqueda de palabras capaces de transmitir los traumas intraducibles de la guerra, hay momentos en los que habría deseado una mayor libertad creativa, menos fidelidad literal al texto. Esto se nota especialmente en el manejo de las notas a pie de página. Por ejemplo, los detalles relativos al cuento popular palestino del Pájaro Verde, presente en el relato “Kawkab”, son fascinantes y relevantes, pero parecen mal ubicados, como si tuviéramos que leer dos textos simultáneos: el relato de Habib y las notas de la traductora. Muchos de esos detalles funcionarían mejor integrados en el texto principal.

Esto habría dado lugar a una versión inglesa que no correspondiera punto por punto al árabe, pero ¿para qué sirve la traducción, al fin y al cabo? ¿Para producir una réplica perfecta del original o para facilitar la entrada del lector en un mundo ajeno?

Una primavera que no floreció es una obra que busca que los lectores —en cualquier lengua— experimenten, aunque sea de manera mediada, los horrores de la guerra que Israel libró en 1982. Relatos como estos nos ayudan a comprender los horrores que siguen padeciendo el pueblo palestino y también otros países de Oriente Próximo, como Líbano e Irán, ante nuestros ojos.

Une histoire intime de la violence : Beyrouth assiégée en 1982 dans les récits de Nejmeh Khalil Habib

Rebecca Ruth Gould, The Textual Materialist20/11/2025
Cet essai est d’abord paru dans The Markaz Review en mai 2025
Traduit par Tlaxcala

 

Destructions à Beyrouth-Ouest suite à des bombardements israéliens, 1982. Photo Don McCullin

Connue à travers le monde arabe comme une poétesse ayant façonné un style unique de prose poétique, Nejmeh Khalil Habib est aussi critique littéraire et a publié des études consacrées à Ghassan Kanafani, Jabra Ibrahim Jabra et d’autres figures majeures de la littérature palestinienne. Aujourd’hui chargée de cours à l’Université de Sydney en Australie, elle écrit exclusivement en arabe.

Habib a également publié deux œuvres de fiction : Et les enfants souffrent [و الأبـنـاء يـضرسـون، قـصـص قـصـيـرة  ] (2001) et A Spring that Did Not Blossom [Un printemps qui n’a pas fleuri- ربـيـع لـم يـزهـ ] , paru en arabe en 2003 et désormais traduit en anglais par Samar Habib, publié chez Simon and Schuster. Dans les six récits interconnectés qui composent le livre, nous sommes plongés dans l’intériorité des Palestiniens vivant à Beyrouth tandis qu’ils naviguent entre leurs relations, leurs vies, leurs frustrations, avant d’être finalement détruits par des bombes israéliennes.


Bien que présenté comme un recueil de nouvelles par l’éditeur anglophone, A Spring That Did Not Blossom pourrait tout aussi bien être classé comme un roman non linéaire, et il est d’ailleurs décrit comme tel dans les médias arabes. (Je m’en tiens ici aux conventions de l’édition anglaise et désigne chaque chapitre par « histoire » ou « nouvelle ».)

Ce qui distingue Un printemps qui n’a pas fleuri de la plupart des romans, c’est l’absence de protagoniste unique. Les récits se déplacent rapidement à travers les esprits d’un large éventail de personnages, certains qui ne sont que vaguement liés, d’autres qui ne se connaissent même pas. Ainsi se déploie sous nos yeux l’éventail complet de la société palestinienne vivant au Liban.

Les personnages vivent dans des camps de réfugiés palestiniens tels que Bourj el-Barajneh, Aïn el-Héloué et Chatila, ce dernier restant à jamais associé au massacre de septembre 1982, sujet du célèbre essai de Jean Genet [Quatre heures à Chatila]. Ils trouvent parfois les moyens de quitter les camps pour s’installer dans des immeubles de Beyrouth-Ouest. Certains combattent dans la Résistance, d’autres tentent tant bien que mal de mener une vie paisible.

 Résister au cycle de l’actualité

Le ton intime des récits de Habib distingue son écriture de nombreuses fictions se déroulant sur fond de guerre. Des bribes de manchettes de journaux et de dépêches d’actualité s’insèrent dans sa prose, créant une tension entre deux discours : le personnel et le médiatique. La violence s’inscrit profondément dans les histoires de Habib, mais avec intimité, voire délicatesse. Elle ne se déclenche pas dans les grands événements qui nourrissent les idéologies ; elle surgit dans des souffrances discrètes qui mutilent, réduisent au silence et tuent.

Des ellipses gouvernent cet assemblage d’extraits, réunis comme les éclats d’un bâtiment détruit.

Comme beaucoup de sa prose, le titre Un printemps qui n’a pas fleuri est un double sens. Il évoque bien sûr la saison, mais aussi Rabih (qui signifie « printemps »), le jeune garçon autour duquel gravitent de nombreuses vies.

Miriam et Awad se marient à la quarantaine dans l’espoir d’avoir un enfant. Ils y parviennent, et Miriam met au monde leur fils unique, Rabih. Puis, à la fin de la première histoire, tous meurent en un instant, une frappe aérienne israélienne effaçant leur immeuble de la surface de la terre.

Les histoires suivantes racontent la vie sous le siège israélien de Beyrouth en 1982, depuis la perspective des survivants. Parfois, ils se remémorent les moments partagés avec ceux tués lors du bombardement. Même lorsqu’ils ne subissent pas directement la campagne de bombes incessantes, le règne de terreur de la guerre imprègne l’atmosphère.

Dans « Miriam », l’histoire qui ouvre le recueil, le réfugié palestinien Abou Rabih (le père de Rabih) rentre dans Beyrouth en guerre pour retrouver sa famille après un séjour dans un État du Golfe, où il travaillait pour subvenir à leurs besoins. L’invasion israélienne se profile à l’horizon, les rues sont déjà agitées par la violence de la guerre civile libanaise.

Littérature contre histoire

Alors qu’Abou Rabih s’approche de l’immeuble où vit sa famille, il se rassure en pensant à la raison pour laquelle il croit qu’ils resteront en sécurité : « les Israéliens se soucient de l’opinion publique ; il est impossible qu’ils bombardent cet immeuble ». Beaucoup le pensaient en 1982 — tout comme beaucoup l’ont imaginé avant le 7 octobre 2023.

Pourtant, l’immeuble d’Akkar réel (Banayat Acre dans le texte anglais) où vivait la famille fictive d’Abou Rabih fut entièrement détruit par Israël en 1982, dans ce que l’on appelle désormais le massacre de l’immeuble Akkar [250 morts et blessés, NdT]. L’atrocité fut commémorée par Mahmoud Darwich dans son long poème en prose Une mémoire pour l’oubli (1986), et par l’écrivain jordanien Amjad Nasser dans son journal publié du siège de 1982. Elle fut aussi documentée dans Sous les décombres (1983), un film de Jean Khalil Chamoun et Mai Masri. Dans le récit de Habib, l’atrocité est rendue inoubliable, dans tous ses détails horrifiques, du point de vue de ses victimes, par la fiction.

Tout comme Abou Rabih s’est rassuré en imaginant l’impossible, beaucoup d’observateurs du génocide israélien à Gaza s’en sont consolés depuis. Alors comme aujourd’hui, ligne rouge après ligne rouge, posées par des politiciens, des commentateurs médiatiques, même les lois et coutumes de la guerre ont été violées si rapidement qu’on aurait dit qu’elles n’avaient jamais existé.

À cet égard, le texte de Habib est d’une actualité inquiétante. Il en va de même pour sa description de la terreur psychologique infligée par Israël à la population civile. « Une sorte de guerre sans précédent était menée contre Beyrouth et ses habitants », se souvient le narrateur. Dans cette « guerre psychologique », des tracts sont « jetés depuis les avions, dérivant sur les balcons et les trottoirs, réveillant les gens de leur sieste ».


Dans une version plus douce du cauchemar actuel à Gaza, les tracts « conseillaient aux habitants de Beyrouth de partir et leur promettaient qu’il ne leur serait fait aucun mal s’ils empruntaient certaines routes ». Ils « feignaient l’empathie mais dissimulaient une menace grave ». Dans ces largages de feuillets sur un territoire promis à l’annihilation, on retrouve des tactiques similaires à celles du génocide en cours, quoiqu’en version atténuée.

 Combler les lacunes du journalisme

Habib comble les lacunes que le récit journalistique laisse béantes.

La traductrice Samar Habib (sans lien de parenté) compare le style concis de Nejmeh Khalil Habib à celui de Kanafani. Cela se vérifie, d’autant que le texte comporte des références directes à la nouvelle de Kanafani Des hommes dans le soleil (1962) et que Nejmeh Khalil Habib a publié un livre sur son œuvre. J’ai également pensé à Toni Morrison : toutes deux rendent la violence dans un style intime, dont la délicatesse choque tandis que la brutalité documentée submerge. Elles capturent la violence telle qu’elle est vécue dans les corps des femmes et par leurs enfants stupéfaits.

Comme Morrison, Habib puise dans le monde des faits documentaires, notamment journalistiques. Pour Morrison, c’est un extrait de journal sur Margaret Garner — une femme réduite en esclavage qui commit un infanticide pour empêcher la vente de sa fille — qui donna naissance à Beloved (1987). Elle transforma ce mince récit en un roman riche et texturé retraçant les pas de Garner pour sauver son enfant.

De même, Habib comble les lacunes du journalisme. Elle introduit des personnages fictifs aux côtés de personnages réels. Yasser Arafat (Abou Ammar) apparaît indirectement à plusieurs reprises. Sa présence est d’ailleurs la raison pour laquelle l’immeuble où se réfugiait la famille d’Abou Rabih a été détruit : les forces israéliennes employèrent une nouvelle arme usaméricaine, la bombe à vide, conçue pour la jungle vietnamienne. Sachant qu’il était visé, Arafat se déplaçait continuellement ; il dormait sur le siège arrière d’une voiture lorsque l’immeuble que les Israéliens croyaient être son refuge fut bombardé, tuant plus de deux cent cinquante habitants.

Milicien tenant un chaton. Camp de réfugiés de Bourj el-Barajneh, sud de Beyrouth, Liban (1988). Photo Aline Manoukian

La sphère littéraire fait aussi des apparitions, notamment le poète Khalil Hawi, sujet de la deuxième « histoire ». La trajectoire de Hawi coïncide avec la guerre israélienne au Liban. Lorsqu’il apprit que les Israéliens avaient envahi Beyrouth en 1982, il se suicida dans son appartement près de l’Université américaine de Beyrouth. Kanafani apparaît plusieurs fois, nommé comme journaliste et écrivain. Il y a aussi un personnage appelé Darwich, qui est, peut-être ou pas,  le célèbre poète Mahmoud Darwich — la coïncidence résonne comme une allusion métatextuelle.

La tension entre les registres fictionnels et journalistiques éclate de manière spectaculaire dans les dernières pages de « Miriam », où la machine de guerre israélienne détruit presque tous les personnages rencontrés jusque-là. Comment raconter une telle horreur ?

Impossible à la première personne, car chaque conscience susceptible de raconter est en train d’être annihilée. Habib rompt donc avec son style intime et passe à la troisième personne. Le contraste entre cette voix omnisciente et l’intimité du récit rend son ton neutre d’autant plus frappant. « Il n’y avait plus d’immeuble », lit-on après l’effondrement total :

c’était comme si l’immeuble avait été une boîte en carton vide dont les parois se seraient rabattues les unes contre les autres, écrasées sous deux pieds puissants.

Ce ton indifférent peut sembler inadapté pour relater la mort de personnages auxquels nous nous sommes attachés depuis le début, mais quelle meilleure manière de révéler l’atrocité ?

Trouver des mots pour un génocide

La difficulté de trouver les mots est celle que beaucoup d’entre nous éprouvent face au génocide à Gaza. Nous luttons contre l’insuffisance du langage à saisir l’horreur, encore moins à l’arrêter. Les mots manquent. Et pourtant, nous continuons d’écrire, de témoigner, afin que les histoires des martyrs demeurent dans les mémoires pour les générations futures.

Dans son dernier paragraphe, « Miriam » juxtapose des extraits de dépêches journalistiques qui minimisent les pertes humaines. Des ellipses soudent cet assemblage, comme des éclats d’un bâtiment pulvérisé — signifiant, sans représenter pleinement, l’horreur vécue. La dernière phrase nomme les personnages rencontrés au début du récit, désormais tous morts :

un parent a pu identifier la famille de quatre personnes en reconnaissant les boucles d’oreilles portées par la mère : c’étaient Rabih, sa mère Miriam, son père Awad, et sa grand-mère, Im Awad.

 Une histoire intime de la violence

À travers ses expérimentations narratives, glissant dans la conscience de ses personnages puis en ressortant, Habib écrit une histoire intime de la violence. Elle saisit les expériences de terreur et de perte que la simple énumération journalistique ne parvient pas à transmettre. Elle révèle les effets de la terreur d’État telle qu’elle s’inscrit dans les corps et les esprits de ceux qu’elle vise. Et surtout, elle nous montre ce que vivent aujourd’hui les Palestiniens de Gaza — et nous rappelle que même s’il y aura toujours des survivants, le traumatisme, lui, reste.

Si la traduction de Samar Habib est minutieuse, cherchant avec diligence les mots justes pour transmettre l’intraduisible traumatisme de la guerre, certains passages auraient gagné à plus de liberté créative, moins de fidélité littérale. Cela se voit surtout dans les notes de bas de page. Par exemple, les détails concernant le conte palestinien de l’Oiseau Vert, qui apparaît dans l’histoire « Kawkab », sont fascinants et pertinents, mais semblent mal placés — comme si l’on nous demandait de lire deux textes simultanés : le récit de Habib et les notes de la traductrice. Beaucoup de ces détails informatifs fonctionneraient mieux s’ils étaient intégrés dans le texte principal.

Cela aurait produit une version anglaise ne correspondant pas point par point à l’arabe. Mais à quoi sert la traduction, au fond ? À créer une copie parfaite de l’original, ou à ouvrir l’accès à un monde étranger ?

Un printemps qui n’a pas fleuri est un livre qui veut que ses lecteurs, dans n’importe quelle langue, fassent l’expérience — même médiée — des horreurs de la guerre menée par Israël en 1982. Ces histoires nous aident à comprendre les horreurs toujours infligées au peuple palestinien, et aussi à d’autres pays du Moyen-Orient, tels que le Liban ou l’Iran, sous nos yeux.

20/11/2025

Coronel Wilkerson: “Israel está detrás de la escalada de Trump contra Venezuela”

India & Global Left, 15-11-2025

Transcrito, resumido y traducido por Tlaxcala

Lawrence Wilkerson explica por qué USA está intensificando sus acciones contra Venezuela, cuán cerca está Washington de una posible intervención militar y por qué cree que Israel está desempeñando un papel impulsor detrás de la estrategia de Trump hacia Venezuela. También exploramos cuestiones geopolíticas más amplias: • ¿Tiene USA una verdadera gran estrategia después de perder la guerra arancelaria con China? • ¿Se retirará la OTAN de su fallida aventura en Ucrania? • ¿Qué significa para la región la reincorporación efectiva de Siria a la arquitectura usamericana en Oriente Medio? • ¿Está Washington reaccionando a los cambios globales o intensificando ciegamente su postura en múltiples frentes? Si quieres profundizar en el imperio usamericano, la competencia entre grandes potencias y los actores ocultos que dan forma a los conflictos actuales, esta entrevista con el coronel Wilkerson es imprescindible.

 

El episodio se abre con un saludo a los espectadores y un llamado a apoyar el canal mediante suscripciones, membresías o donaciones. El presentador introduce al invitado de la jornada: el coronel Lawrence Wilkerson, coronel retirado del Ejército usamericano y exjefe de gabinete del secretario de Estado Colin Powell. La conversación comienza con un panorama de la escalada usamericana contra Venezuela: el incremento militar en el Caribe, operaciones lanzadas desde Puerto Rico bajo el pretexto de una “guerra contra el narco-terrorismo” y una intensificación de la propaganda. Algunas figuras de la oposición venezolana —como María Corina Machado— son descritas como dispuestas a entregar activos venezolanos a corporaciones gringas, mientras que el presidente Trump expresa abiertamente su deseo de un cambio de régimen en Caracas. La pregunta central planteada a Wilkerson es hasta dónde está dispuesto a llegar Washington.

Wilkerson responde recordando su experiencia en la administración de George W. Bush, señalando que muchas de las prácticas de entonces se están repitiendo ahora con mayor profundidad, amplitud e ilegalidad. Invoca el legado de los juicios de Núremberg y recuerda que su propósito fundamental —expresado por el juez Jackson— era detener las guerras de agresión. Ese principio fue el fundamento moral de Naciones Unidas y de las Convenciones de Ginebra de 1948, destinadas a imponer normas sobre la conducción de la guerra y a establecer el derecho penal internacional. Según Wilkerson, USA está desmantelando hoy —“pieza por pieza, hilo por hilo”— todo el marco jurídico internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial. Afirma que USA se ha convertido en el principal perpetrador de guerras de agresión, y Venezuela es su objetivo más reciente.

Explica que la implicación encubierta usamericana se intensificó en 2016, cuando Trump firmó una autorización presidencial que permitía a la CIA operar sobre el terreno. La decisión de Obama en 2015 de declarar a Venezuela una amenaza para la seguridad nacional había preparado el terreno para sanciones y políticas intervencionistas. Wilkerson subraya que no existe diferencia real entre administraciones demócratas y republicanas. Le preocupa, en particular, la elaboración de nuevas justificaciones legales por parte del Departamento de Justicia para los asesinatos extrajudiciales en alta mar —operaciones que ya han dejado decenas de muertos, entre ellos pescadores pobres confundidos con traficantes. En Colombia y Venezuela, algunos pobladores temen salir a pescar por miedo a ser asesinados. Esto ilustra, según él, la destrucción del derecho internacional y del debido proceso.

Consultado sobre la posibilidad de una intervención militar, Wilkerson se declara profundamente alarmado. Asegura que Israel desempeña un papel central en las operaciones de inteligencia usamericanas relacionadas con Venezuela desde al menos 2016. Afirma que Trump recibe información engañosa o manipulada, no de las agencias oficiales, sino de intermediarios como Laura Loomer y personas vinculadas a los servicios israelíes, financiadas por sectores de la oposición venezolana. Esta red paralela elude a la comunidad de inteligencia oficial y alimenta operaciones basadas en agendas externas.

Wilkerson detalla luego el ascenso del Mando de Operaciones Especiales (SOCOM), convertido en una estructura militar semiautónoma estrechamente integrada con la CIA. Este dispositivo permite a la agencia ejecutar operaciones de acción directa sin supervisión estricta del Congreso, ya que formalmente son realizadas por el ejército. Cita ejemplos históricos —Mogadiscio, Afganistán, Irak— donde las fuerzas especiales actuaron al margen del mando regional. Afirma que lo mismo sucede ahora en Venezuela, donde unidades especiales, desplegadas en un “buque nodriza” frente a la costa venezolana, llevan a cabo misiones clandestinas sin el conocimiento del mando convencional del Comando Sur. Define esta situación como una ruptura “increíble” y peligrosa del control civil y militar.

El presentador señala que las fuerzas armadas venezolanas están fuertemente politizadas e integradas al proceso bolivariano —a diferencia de Chile en 1973—, lo que dificulta enormemente cualquier golpe de Estado. Wilkerson coincide: la institución militar ha permanecido leal, y los intentos usamericanos de soborno o infiltración probablemente han fracasado. Una intervención enfrentaría no solo a un ejército cohesionado sino también a una mayoría social profundamente opuesta a USA. Wilkerson prevé que un intento usamericano de cambio de régimen desembocaría en una guerra de guerrillas prolongada que USA terminaría perdiendo, con graves consecuencias para Venezuela e incluso para Colombia.

Colonel Wilkerson : “Israël est derrière l'escalade de Trump contre le Venezuela”

India & Global Left, 15/11/2025
Transcrit, résumé et traduit par Tlaxcala

Lawrence Wilkerson explique pourquoi les USA intensifient leurs actions contre le Venezuela, à quel point Washington est proche d'une éventuelle intervention militaire et pourquoi il pense qu'Israël joue un rôle moteur dans la stratégie de Trump à l'égard du Venezuela. Nous explorons également des questions géopolitiques plus larges : • Les USA ont-ils une véritable grande stratégie après avoir perdu la guerre tarifaire contre la Chine ? • L'OTAN va-t-elle se retirer de son aventure ratée en Ukraine ? • Que signifie pour la région la réintégration effective de la Syrie dans l'architecture usaméricaine au Moyen-Orient ? • Washington réagit-il aux changements mondiaux ou intensifie-t-il aveuglément ses efforts sur plusieurs fronts ? Si vous souhaitez approfondir vos connaissances sur l'empire usaméricain, la rivalité entre les grandes puissances et les acteurs cachés qui façonnent les conflits actuels, cette interview du colonel Wilkerson est incontournable.

 

L’épisode s’ouvre par un message de bienvenue adressé aux spectateurs et un appel à soutenir la chaîne au moyen d’abonnements, d’adhésions ou de dons. L’animateur présente ensuite l’invité du jour, le colonel Lawrence Wilkerson, ancien colonel de l’armée usaméricaine et ancien chef de cabinet du secrétaire d’État Colin Powell. La discussion s’engage sur l’escalade des USA contre le Venezuela : renforcement militaire dans la Caraïbe, opérations lancées depuis Porto Rico sous couvert d’une « guerre contre le narco-terrorisme » et intensification des campagnes de propagande. Certaines figures de l’opposition vénézuélienne — comme María Corina Machado — sont accusées de promettre des actifs du pays aux entreprises usaméricaines, tandis que le président Trump affiche ouvertement sa volonté d’un changement de régime à Caracas. La question centrale posée à Wilkerson est jusqu’où Washington est prêt à aller.

Wilkerson répond en évoquant son expérience sous l’administration de George W. Bush, soulignant que de nombreuses pratiques de cette époque sont aujourd’hui reproduites avec encore plus de profondeur, d’ampleur et d’illégalité. Il invoque l’héritage des procès de Nuremberg et rappelle que leur objectif fondamental, formulé par le juge Jackson, était de prévenir les guerres d’agression. Ce principe a servi de fondement moral à l’ONU et aux Conventions de Genève de 1948, destinées à imposer des normes de conduite de la guerre et à instituer le droit pénal international. Selon Wilkerson, les USA démantèlent désormais, « pièce par pièce, fil par fil », tout l’édifice juridique international mis en place après la Seconde Guerre mondiale. Il affirme que les USA sont devenus le principal auteur de guerres d’agression dans le monde, le Venezuela étant la cible la plus récente.

Il rappelle que l’implication clandestine usaméricaine s’est intensifiée en 2016 lorsque Trump a signé une directive autorisant la CIA à mener des opérations sur le terrain. La décision d’Obama, en 2015, de qualifier le Venezuela de menace pour la sécurité nationale avait déjà préparé le terrain aux sanctions et aux politiques interventionnistes. Wilkerson souligne qu’il n’existe aucune différence significative entre administrations démocrates et républicaines. Il s’inquiète notamment des nouveaux fondements juridiques élaborés par le département de la Justice pour justifier des assassinats extrajudiciaires en mer — des opérations qui ont déjà coûté la vie à des dizaines de personnes, dont de simples pêcheurs pauvres pris à tort pour des trafiquants. En Colombie et au Venezuela, certains évitent désormais de sortir pêcher de peur d’être tués. Cela illustre, selon lui, la destruction du droit international et du principe de procédure régulière.

Interrogé sur la possibilité d’une intervention militaire, Wilkerson se dit très préoccupé. Il affirme qu’Israël joue un rôle majeur dans les opérations de renseignement usaméricaines au Venezuela depuis au moins 2016. Trump, dit-il, reçoit un renseignement biaisé ou manipulé non pas par les agences officielles usaméricaines, mais par des intermédiaires comme Laura Loomer et des individus liés aux services israéliens, financés par des acteurs de l’opposition vénézuélienne. Cette filière parallèle contourne le renseignement officiel et alimente des opérations fondées sur des agendas extérieurs.

Wilkerson détaille ensuite l’ascension du Commandement des opérations spéciales (SOCOM), devenu une structure militaire semi-autonome étroitement intégrée à la CIA. Ce dispositif permet à l’agence de mener des opérations d’action directe tout en échappant au contrôle du Congrès, puisque celles-ci sont techniquement exécutées par l’armée. Il cite plusieurs précédents historiques — Mogadiscio, l’Afghanistan, l’Irak — où les forces spéciales ont mené des missions unilatérales hors du contrôle des commandants régionaux. Il affirme que la même dynamique est à l’œuvre au Venezuela, où des unités spéciales, stationnées sur un « navire-mère » au large du pays, mènent des opérations clandestines sans en référer au commandement militaire conventionnel. Il qualifie cette situation de rupture « invraisemblable » et dangereuse du contrôle civil et militaire.

L’animateur note que l’armée vénézuélienne est fortement politisée et étroitement liée au processus bolivarien — à la différence du Chili en 1973. Cela rend un coup d’État bien plus difficile. Wilkerson approuve : l’armée est restée loyale et les tentatives de corruption ou d’infiltration usaméricaines ont probablement échoué. Une intervention se heurterait à la fois à l’armée et à une opinion publique largement opposée aux USA. Wilkerson prédit qu’une tentative de changement de régime conduirait à une guerre de guérilla prolongée, que les USA finiraient par perdre, provoquant d’immenses souffrances au Venezuela et peut-être en Colombie.

Colonel Wilkerson: “Israel Is Behind Trump’s Escalation on Venezuela”


India & Global Left, 15/11/2025

Transcribed and summarized by Tlaxcala

Wilkerson explains why the U.S. is escalating against Venezuela, how close Washington is to a possible military intervention, and why he believes Israel is playing a driving role behind Trump’s Venezuela strategy. We also explore bigger geopolitical questions: • Does the U.S. have a real grand strategy after losing the tariff war to China? • Will NATO retreat from its failing venture in Ukraine? • What does Syria’s effective re-absorption into the U.S. Middle East architecture mean for the region? • Is Washington reacting to global shifts—or blindly escalating on multiple fronts? If you want a deep dive into U.S. empire, great-power competition, and the hidden actors shaping today’s conflicts, this interview with Colonel Wilkerson is essential.

 

The episode opens with a welcome to viewers and an appeal to support the channel through subscriptions, membership, or donations. The host then introduces the evening’s guest, Colonel Lawrence Wilkerson, a retired U.S. Army Colonel and former Chief of Staff to Secretary of State Colin Powell. The conversation begins with an overview of U.S. escalation against Venezuela, including military buildups in the Caribbean, operations originating from Puerto Rico under the banner of a so-called "war on narco-terrorism," and intensified propaganda efforts. Figures in the Venezuelan opposition—such as María Corina Machado—are described as promising Venezuelan assets to U.S. corporations, while President Trump has been explicit in seeking regime change in Caracas. The central question posed to Wilkerson is how far Washington is willing to go.

Wilkerson responds by recalling his experience during the George W. Bush administration, noting that many of the practices of that era are now being repeated with even greater depth, breadth, and illegality. He invokes the legacy of the Nuremberg Trials, reminding viewers that their primary purpose—articulated by Justice Jackson—was to stop wars of aggression. This principle formed the moral foundation for the UN and the Geneva Conventions of 1948, which sought to impose standards on the conduct of war and establish international criminal law. According to Wilkerson, the United States is now dismantling, "peg by peg, thread by thread," the entire post-World War II international legal framework. He argues that the U.S. has become the world’s chief perpetrator of wars of aggression, with Venezuela being the most recent target.

Wilkerson explains that U.S. covert involvement in Venezuela escalated in 2016 when Trump signed a presidential finding authorizing CIA operations on the ground. Obama’s 2015 declaration that Venezuela was a national security threat to the United States also paved the way for sanctions and interventionist policies. Wilkerson stresses that both Democratic and Republican administrations have followed the same trajectory. He highlights a troubling trend: the creation of new legal rationales by the Department of Justice to justify extrajudicial killings at sea—killings that have already claimed dozens of lives, including impoverished fishermen misidentified as smugglers. People in Colombia and Venezuela are now reportedly afraid to fish for fear of being killed. This, Wilkerson says, represents the destruction of international law and due process.

Turning to the possibility of a military intervention, Wilkerson describes the situation as deeply alarming. He asserts that Israel is heavily involved in U.S. intelligence operations related to Venezuela, having participated since at least 2016. According to him, Trump receives misleading or manipulated intelligence not from official U.S. agencies but from intermediaries such as Laura Loomer and figures connected to the Israeli intelligence apparatus, financed by actors within the Venezuelan opposition. In Wilkerson’s view, this intelligence pipeline circumvents the established intelligence community, enabling operations driven by external agendas.

He elaborates on the rise of U.S. Special Operations Command (SOCOM), which has grown into a powerful, semi-autonomous military structure closely integrated with the CIA. This arrangement allows the CIA to conduct direct-action operations while avoiding congressional oversight, since the military technically carries out the actions. Wilkerson provides historical examples—from Mogadishu to Afghanistan and Iraq—where Special Operations forces conducted unilateral missions without the knowledge of regional commanders. He argues that similar dynamics are now visible in Venezuela, where special operations personnel aboard a “mother ship” off the Venezuelan coast conduct clandestine missions without the awareness or approval of the conventional military command at Southern Command. This, he says, represents an “unbelievable” and dangerous breakdown of civilian and military oversight.

La “maldición bendita” que redefine a Israel: límites globales, giro en Gaza y un nuevo orden

Gideon Levy, Haaretz, 19/11/2025

Traducido por Tlaxcala


Manifestantes protestan contra el primer ministro Netanyahu y la guerra en Gaza, cerca de Jerusalén en septiembre. Foto Olivier Fitoussi

Las buenas noticias caen sobre nosotros como regalos del cielo. Mientras que en los medios todo se presenta como derrotas y desastres, hacía mucho tiempo que no veíamos un cambio capaz de augurar esperanza.

He aquí la lista: israelíes y palestinos están experimentando una internacionalización acelerada del conflicto; el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha aprobado una resolución que va en la dirección correcta; Israel está siendo devuelto a sus verdaderas dimensiones a una velocidad alentadora, y el destino de los palestinos está siendo retirado cada vez más de su control exclusivo. Es difícil pedir más. Lo que en Israel se presentó como una serie de humillantes derrotas es, en realidad, un conjunto de avances alentadores.

El más importante de ellos es el retorno de Israel a sus verdaderas dimensiones. La superpotencia ha vuelto a ser una superpotencia, y su Estado-cliente ha regresado a su lugar natural. La situación en la que era difícil saber quién estaba en el bolsillo de quién, la difuminación de los roles entre la superpotencia y su Estado-cliente, que duró décadas, ha llegado a su fin. Es una buena noticia para Israel.

La megalomanía ha muerto; el delirio de grandeza y de omnipotencia del Estado ha terminado. Y eso es algo bueno. Israel ya no puede hacer lo que le plazca. El genocidio en Gaza tenía que terminar —no porque el primer ministro Netanyahu lo quisiera, sino porque el presidente usamericano Donald Trump lo ordenó. Si no fuera por él, la matanza habría continuado.

La “derrota” en forma del acuerdo para suministrar cazas F-35 a Arabia Saudí tampoco es necesariamente una derrota. La descentralización de armas en la región podría conducir a contener a Israel, que hasta ahora ha actuado como el matón del barrio al que todos temen: bombardeando y asesinando por toda la región, violando toda soberanía posible, al que todo se le permitía y por nada se le castigaba.

Esto se ha acabado, y es algo bueno para Israel, porque muchos de los desastres que le han sobrevenido fueron consecuencia directa de su arrogancia y agresividad, como si no existiera aquí ningún otro país. Ahora lo hay. Ya no será el único en el vecindario con el avión de combate más avanzado del mundo; esa arma ya no estará exclusivamente en sus manos, y tendrá que pensárselo antes de su próxima salida de bombardeo en la región.


Netanyahu habla en el pleno de la Knéset, el parlamento de Israel, en Jerusalén, la semana pasada. Foto Ronen Zvulun/Reuters

La apropiación por parte de USA de lo que ocurre en Gaza también es un avance positivo. Durante décadas, y especialmente en los últimos dos años, hemos visto lo que Israel sabe hacer en la Franja. El resultado: Gaza es un cementerio. Hay un chico nuevo en el barrio; veamos qué puede hacer. No puede ser peor que lo que Israel ha hecho.

Retirar el control a Israel podría llevar a un proceso similar en Cisjordania. Asume ya dimensiones de sueño. La entrada de una fuerza multinacional en Cisjordania podría poner fin a una situación en la que una nación vive allí indefensa y sin derechos, mientras otra la maltrata sin cesar. Sigue siendo una visión lejana, pero podría hacerse realidad.

Mientras tanto, USA está fortaleciendo sus lazos con Arabia Saudí. ¿En qué perjudica exactamente esto a Israel? Israel ya exige compensación por la pérdida de su “ventaja militar cualitativa”, como si esta le hubiera sido concedida por una promesa divina junto con sus derechos exclusivos sobre esta tierra. ¿Con qué fundamento piensa Israel que solo él merece y tiene derecho a armarse hasta los dientes?


Palestinos caminan junto a los escombros de edificios destruidos, en medio de un alto el fuego entre Israel y Hamás, en la ciudad de Gaza, el miércoles. Foto Dawoud Abu Alkas/Reuters

Ataques cada vez que algo no le gusta, violaciones flagrantes de alto el fuego, asesinatos y actos de terror: Israel no solo cree que todo le está permitido, sino que también está convencido de que a nadie más se le permite nada.

Esta mentalidad lo ha corrompido, y quizá ahora llegue a su fin. Un Israel más modesto en sus ambiciones y menos armado con medios ofensivos podría tener una oportunidad de ser más aceptado en la región.

En 1970, el historiador israelí Shabtai Teveth publicó las versiones hebrea e inglesa de su libro sobre el alto precio que Israel pagó por su victoria en la Guerra de los Seis Días de 1967, La bendición maldita: la historia de la ocupación israelí de Cisjordania. Ahora ha llegado el momento de “la maldición bendita”: no son maldiciones las que caen sobre nosotros, sino quizá bendiciones que marcarán el fin de la era del mesianismo y de la arrogancia hacia todos. El inicio del retorno a la realidad.

La “malédiction bénie” qui redéfinit Israël : limites globales, tournant de Gaza et nouvel ordre

Gideon Levy, Haaretz, 19/11/2025
Traduit par Tlaxcala


Des manifestants protestent contre le Premier ministre Benjamin Netanyahou et la guerre à Gaza, près de Jérusalem en septembre. Photo Olivier Fitoussi

 

Les bonnes nouvelles nous tombent dessus comme des cadeaux venus du ciel. Tandis que dans les médias tout est présenté comme défaites et désastres, cela faisait longtemps que nous n’avions pas connu un changement susceptible d’augurer l’espoir.

Voici la liste : Israéliens et Palestiniens subissent une internationalisation accélérée du conflit ; le Conseil de sécurité des Nations unies a approuvé une résolution qui va dans le bon sens ; Israël est ramené à ses véritables dimensions à une vitesse encourageante, et le sort des Palestiniens est de plus en plus soustrait à son contrôle exclusif. Difficile d’en demander davantage. Ce qui a été présenté en Israël comme une série de défaites humiliantes est en réalité une collection d’évolutions encourageantes.

La plus importante d’entre elles est le retour d’Israël à ses véritables dimensions. La superpuissance est redevenue une superpuissance, et son État-client est revenu à sa place naturelle. L’état de choses où il était difficile de savoir qui était dans la poche de qui, l’effacement des rôles entre la superpuissance et son État-client, qui a duré des décennies, a pris fin. C’est une bonne nouvelle pour Israël.

La mégalomanie est morte, le délire de grandeur et d’omnipotence de l’État est terminé. Et c’est une bonne chose. Israël ne peut plus faire tout ce qui lui plaît. Le génocide à Gaza devait prendre fin – non pas parce que le Premier ministre Benjamin Netanyahou le voulait, mais parce que le président usaméricain Donald Trump l’a ordonné. Sans lui, le massacre aurait continué.

La « défaite » sous la forme de l’accord visant à fournir des avions de chasse F-35 à l’Arabie saoudite n’est pas nécessairement une défaite. La décentralisation des armes dans la région pourrait mener à une forme d’endiguement d’Israël, qui jusqu’ici s’est comporté comme le caïd du quartier que tout le monde craint : bombardant et assassinant à travers la région, violant toutes les souverainetés possibles, à qui tout était permis et qui n’était sanctionné pour rien.

C’est terminé – et c’est une bonne chose pour Israël, car nombre des désastres qui l’ont frappé étaient la conséquence directe de son arrogance et de son agressivité, comme s’il n’existait ici aucun autre pays. Désormais, il y en a un. Israël ne sera plus le seul dans le voisinage à posséder l’avion de chasse le plus avancé du monde ; cette arme ne sera plus exclusivement entre ses mains, et il lui faudra réfléchir avant sa prochaine sortie de bombardement dans la région.


Netanyahou s’adresse à la séance plénière de la Knesset, le parlement israélien, à Jérusalem, la semaine dernière.
Photo Ronen Zvulun/Reuters

L’appropriation par les USA de ce qui se passe à Gaza est également une évolution positive. Depuis des décennies, et tout particulièrement ces deux dernières années, nous avons vu ce qu’Israël sait faire dans la bande. Le résultat : Gaza est un cimetière. Il y a un nouveau garçon dans le quartier ; voyons ce qu’il saura faire. Cela ne peut être pire que ce qu’Israël a fait.

Retirer à Israël le contrôle pourrait mener à un processus similaire en Cisjordanie. Cela prend des allures de rêve. L’entrée d’une force multinationale en Cisjordanie pourrait mettre fin à une situation où une nation y vit, sans défense et sans droits, tandis qu’une autre l’abuse sans relâche. Cela reste une vision lointaine, mais elle pourrait se réaliser.

Pendant ce temps, les USA renforcent leurs liens avec l’Arabie saoudite. En quoi cela lèse-t-il exactement Israël ? Israël demande déjà une compensation pour la perte de son « avantage militaire qualitatif », comme si celui-ci lui avait été donné par une promesse divine en même temps que ses droits exclusifs sur cette terre. Sur quelle base Israël pense-t-il être le seul à mériter et à avoir le droit de s’armer jusqu’aux dents ?


Des Palestiniens passent devant les décombres de bâtiments détruits, au milieu d’un cessez-le-feu entre Israël et le Hamas, dans la ville de Gaza, mercredi.
Photo Dawoud Abu Alkas/Reuters

Des attaques chaque fois que quelque chose ne lui plaît pas, des violations flagrantes de cessez-le-feu, des assassinats et des actes de terreur : Israël ne croit pas seulement que tout lui est permis, il est convaincu que rien n’est permis aux autres.

Cet état d’esprit l’a corrompu, et peut-être qu’à présent il prendra fin. Un Israël plus modeste dans ses ambitions et moins armé de moyens offensifs pourrait avoir une chance d’être davantage accepté dans la région. 

En 1970, l’historien israélien Shabtai Teveth a publié les versions hébreue et anglaise de son livre sur le lourd prix qu’Israël a payé pour sa victoire lors de la guerre des Six-Jours en 1967, La bénédiction maudite : l’histoire de l’occupation par Israël de la Cisjordanie. L’heure est venue, aujourd’hui, de « la malédiction bénie » : il ne s’agit pas de malédictions qui s’abattent sur nous, mais peut-être de bénédictions qui marqueront la fin de l’ère du messianisme et de l’arrogance envers tous. Le début d’un retour à la réalité.