26/10/2025

Ya no es posible ser palestino en Cisjordania

Gideon Levy, Haaretz, 26/10/2025

Traducido por Tlaxcala

Mientras Trump promete a los países árabes que la anexión israelí “no ocurrirá”, da la espalda a la destrucción, al despojo, a la pobreza, a la violencia de los colonos y a los abusos militares en Cisjordania, permitiendo que el tormento continúe: no hay alto el fuego.

Palestinos junto a una carretera destruida tras una operación militar israelí en la ciudad cisjordana de Tubas, la semana pasada.
Foto Majdi Mohammed / AP

En Cisjordania, nadie ha oído hablar del alto el fuego en Gaza: ni el ejército, ni los colonos, ni la Administración Civil, y, por supuesto, tampoco los tres millones de palestinos que viven bajo su tiranía. No sienten en absoluto el fin de la guerra.

De Yenín a Hebrón, no hay ningún alto el fuego a la vista. Desde hace dos años reina en Cisjordania un régimen de terror, bajo la cobertura de la guerra en la Franja, que sirve como pretexto dudoso y cortina de humo, y no hay señales de que vaya a terminar.

Todos los decretos draconianos impuestos a los palestinos el 7 de octubre siguen vigentes; algunos incluso se han endurecido. La violencia de los colonos continúa, al igual que la implicación del ejército y la policía en los disturbios. En Gaza muere y se desplaza menos gente, pero en Cisjordania todo sigue como si no existiera ningún alto el fuego.

La administración Trump, tan activa y resuelta en Gaza, cierra los ojos ante Cisjordania y se miente a sí misma sobre la situación allí. Bloquear la anexión le basta. “No sucederá porque di mi palabra a los países árabes”, declaró el presidente Donald Trump la semana pasada, mientras a sus espaldas Israel hace todo lo posible en Cisjordania para destruir, despojar, maltratar y evitar cualquier posibilidad de vida.


Colonos israelíes lanzan piedras hacia aldeanos palestinos durante un ataque al pueblo cisjordano de Turmus Ayya, en junio.
Foto Ilia Yefimovich / dpa

A veces parece que el jefe del Mando Central del ejército israelí, Avi Bluth, fiel y obediente a su superior —el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, también ministro en el Ministerio de Defensa—, está llevando a cabo un experimento humano, junto con los colonos y la policía: veamos cuánto podemos atormentarlos antes de que estallen.

La esperanza de que su ansia de abuso se apaciguara junto con los combates en Gaza se desvaneció. La guerra en la Franja no era más que una excusa. Cuando los medios evitan Cisjordania y la mayoría de los israelíes —y de los usamericanos— no se preocupan realmente por lo que ocurre allí, el tormento puede continuar.

El 7 de octubre fue, en efecto, una oportunidad histórica para que los colonos y sus colaboradores hicieran lo que no se habían atrevido a hacer durante años.


La familia Zaer Al Amour, en las colinas del sur de Hebrón —una región a menudo sometida a la violencia de colonos y militares—, monta guardia por turnos desde el atardecer hasta la mañana para proteger sus tierras.
Foto Wisam Hashlamoun / Anadolu vía AFP

Ya no es posible ser palestino en Cisjordania. No ha sido destruida como Gaza, no han muerto decenas de miles de personas, pero la vida allí se ha vuelto imposible. Es difícil imaginar que el férreo control de Israel pueda durar mucho más sin una explosión de violencia —justificada, esta vez.

Entre 150 000 y 200 000 palestinos de Cisjordania que trabajaban en Israel están desempleados desde hace dos años. Dos años sin un solo séquel de ingresos. Los salarios de decenas de miles de empleados de la Autoridad Palestina también se redujeron drásticamente debido a la retención por parte de Israel de los impuestos que recauda para dicha Autoridad.

La pobreza y la miseria están por todas partes. También los bloqueos y los puestos de control; nunca ha habido tantos, y durante un período tan prolongado. Ahora son cientos.

Cada asentamiento tiene puertas de hierro cerradas, o que se abren y cierran por turnos. Es imposible saber qué está abierto y qué no —y, más importante aún, cuándo. Todo es arbitrario. Todo ocurre por la presión de los colonos, que han convertido al ejército israelí en su siervo sumiso. Así es cuando Smotrich es el ministro de Cisjordania.


Una casa incendiada durante los disturbios de 2023 en la aldea de Huwara. Smotrich ya hablaba en 2021 de un “Plan decisivo”.
Foto Amir Levi

Aproximadamente 120 nuevos puestos avanzados de colonización, casi todos violentos, se han establecido desde el maldito 7 de octubre, abarcando decenas de miles de hectáreas, todos con el apoyo del Estado. No pasa una semana sin nuevos puestos avanzados; también es inédita la magnitud de la limpieza étnica que buscan: Hagar Shezaf informó el viernes que, durante la guerra de Gaza, los habitantes de 80 aldeas palestinas de Cisjordania huyeron por miedo a los colonos que se habían apoderado de sus tierras.

El rostro de Cisjordania cambia a diario. Lo veo con mis propios ojos asombrados. Trump puede presumir de haber detenido la anexión, pero la anexión está más arraigada que nunca.

Desde el centro de mando que el ejército usamericano estableció en Kiryat Gat se puede quizá ver Gaza, pero no se ve Kiryat Arba, la colonia cercana a Hebrón.

Cisjordania clama por una intervención internacional urgente, tanto como la Franja de Gaza. Soldados —usamericanos, europeos, emiratíes o incluso turcos—: alguien debe proteger a sus indefensos habitantes. Alguien debe rescatarlos de las garras del ejército israelí y de los colonos.

Imagina a un soldado extranjero en un puesto de control deteniendo a los matones colonos en su camino hacia un pogromo. Un sueño.

Non è più possibile essere palestinese in Cisgiordania

Gideon Levy, Haaretz, 26/10/2025
Tradotto da
Tlaxcala

 Mentre Trump promette ai paesi arabi che l’annessione israeliana “non avverrà”, volta le spalle alla distruzione, allo spossessamento, alla povertà, alla violenza dei coloni e agli abusi militari in Cisgiordania, permettendo che il tormento continui: non c’è tregua.

 

Palestinesi accanto a una strada distrutta dopo un’operazione militare israeliana nella città cisgiordana di Tubas, la settimana scorsa.
Foto Majdi Mohammed / AP

In Cisgiordania nessuno ha sentito parlare del cessate il fuoco a Gaza: né l’esercito, né i coloni, né l’Amministrazione Civile e, naturalmente, neppure i tre milioni di palestinesi che vivono sotto la loro tirannia. Non percepiscono minimamente la fine della guerra.

Da Jenin a Hebron, non si intravede alcun cessate il fuoco. Da due anni regna in Cisgiordania un clima di terrore, protetto dalla guerra nella Striscia, che funge da dubbio pretesto e da cortina fumogena, e non c’è alcun segno che stia per finire.

Tutti i decreti draconiani imposti ai palestinesi il 7 ottobre restano in vigore; alcuni sono stati persino inaspriti. La violenza dei coloni continua, così come il coinvolgimento dell’esercito e della polizia nei disordini. A Gaza si uccide e si sfolla meno gente, ma in Cisgiordania tutto prosegue come se non esistesse alcun cessate il fuoco.

L’amministrazione Trump, così attiva e risoluta a Gaza, chiude gli occhi sulla Cisgiordania e si illude sulla situazione che vi regna. Impedire l’annessione le basta. “Non accadrà perché ho dato la mia parola ai paesi arabi”, ha dichiarato il presidente Donald Trump la settimana scorsa, mentre alle sue spalle Israele fa di tutto in Cisgiordania per distruggere, spossessare, abusare e impedire ogni possibilità di vita.

 

Coloni israeliani lanciano pietre contro abitanti palestinesi durante un attacco al villaggio cisgiordano di Turmus Ayya, a giugno.
Foto Ilia Yefimovich / dpa

A volte sembra che il capo del Comando Centrale delle FDI, Avi Bluth, fedele e obbediente al suo superiore — il ministro delle Finanze Bezalel Smotrich, che è anche ministro nel Ministero della Difesa — stia conducendo un esperimento umano, insieme ai coloni e alla polizia: vediamo fino a che punto possiamo tormentarli prima che esplodano.

La speranza che la loro brama di abuso si attenuasse con la fine delle battaglie a Gaza è svanita. La guerra nella Striscia non era che un pretesto. Quando i media evitano la Cisgiordania e la maggior parte degli israeliani — e degli usamericani — non si interessa davvero di ciò che vi accade, il tormento può continuare.

Il 7 ottobre è stato davvero un’opportunità storica per i coloni e i loro collaboratori di fare ciò che non avevano osato fare per anni.



La famiglia Zaer Al Amour, nelle colline meridionali di Hebron — una regione spesso soggetta alla violenza dei coloni e dell’esercito — fa la guardia a turno dalla sera al mattino per proteggere le proprie terre.
Foto Wisam Hashlamoun / Anadolu via AFP

Non è più possibile essere palestinese in Cisgiordania. Non è stata distrutta come Gaza, non sono morte decine di migliaia di persone, ma la vita lì è diventata impossibile. È difficile immaginare che la morsa di ferro israeliana possa durare ancora a lungo senza un’esplosione di violenza — giustificata, questa volta.

Tra 150.000 e 200.000 palestinesi della Cisgiordania che lavoravano in Israele sono disoccupati da due anni. Due anni senza un solo shekel di reddito. Anche gli stipendi di decine di migliaia di dipendenti dell’Autorità Palestinese sono stati drasticamente ridotti a causa del trattenimento da parte di Israele delle entrate fiscali che riscuote per conto dell’Autorità.

La povertà e la miseria sono ovunque. Così come i posti di blocco e i checkpoint; mai ce ne sono stati così tanti, e per un periodo così prolungato. Ora se ne contano centinaia.

Ogni insediamento ha cancelli di ferro chiusi, o che si aprono e chiudono a turno. È impossibile sapere cosa sia aperto e cosa no — e, cosa più importante, quando. Tutto è arbitrario. Tutto avviene sotto la pressione dei coloni, che hanno trasformato l’esercito israeliano nel loro servo sottomesso. Così va quando Smotrich è il ministro della Cisgiordania.

 

Una casa incendiata durante le rivolte del 2023 nel villaggio di Huwara. Smotrich parlava già nel 2021 di un “Piano decisivo”.
Foto Amir Levi

Circa 120 nuovi avamposti di colonizzazione, quasi tutti violenti, sono stati creati dal maledetto 7 ottobre, coprendo decine di migliaia di ettari, tutti con il sostegno dello Stato. Non passa settimana senza nuovi avamposti; altrettanto inedita è l’ampiezza della pulizia etnica che perseguono: Hagar Shezaf ha riferito venerdì che, durante la guerra di Gaza, gli abitanti di 80 villaggi palestinesi in Cisgiordania sono fuggiti per salvarsi la vita, temendo i coloni che si erano impadroniti delle loro terre.

Il volto della Cisgiordania cambia ogni giorno. Lo vedo con i miei occhi stupiti. Trump può vantarsi di aver fermato l’annessione, ma questa è ormai più radicata che mai.

Dal centro di comando che l’esercito usamericano ha istituito a Kiryat Gat si può forse vedere Gaza, ma non si vede Kiryat Arba, la colonia vicina a Hebron.

La Cisgiordania grida per un intervento internazionale urgente, non meno della Striscia. Soldati — usamericani, europei, emiratini o persino turchi — qualcuno deve proteggere i suoi abitanti indifesi. Qualcuno deve liberarli dalle grinfie dell’esercito israeliano e dei coloni.

Immaginate un soldato straniero a un checkpoint che ferma i teppisti coloni diretti a un pogrom. Un sogno.

Il n’est plus possible d’être Palestinien en Cisjordanie

Gideon Levy, Haaretz, 26/10/2025
Traduit par
Tlaxcala


Tandis que Trump donne sa parole aux pays arabes que l’annexion israélienne « n’aura pas lieu », il tourne le dos à la destruction, à la dépossession, à la pauvreté, à la violence des colons et aux abus militaires en Cisjordanie, permettant au tourment de se poursuivre : il n’y a pas de cessez-le-feu.

Des Palestiniens se tiennent à côté d’une route détruite après une opération militaire israélienne dans la ville cisjordanienne de Tubas, la semaine dernière.
Photo Majdi Mohammed / AP

En Cisjordanie, personne n’a entendu parler du cessez-le-feu à Gaza : ni l’armée, ni les colons, ni l’Administration civile, et bien sûr pas les trois millions de Palestiniens vivant sous leur tyrannie. Ils ne sentent en rien la fin de la guerre.

De Jénine à Hébron, aucun cessez-le-feu n’est en vue. Depuis deux ans, la Cisjordanie vit sous un régime de terreur, à l’abri de la guerre dans la bande de Gaza, qui sert de prétexte douteux et de rideau de fumée, et rien n’indique que cela soit près de se terminer.

Tous les décrets draconiens imposés aux Palestiniens le 7 octobre demeurent en vigueur ; certains ont même été durcis. La violence des colons se poursuit, tout comme l’implication de l’armée et de la police dans les pogroms. À Gaza, moins de personnes sont tuées et déplacées, mais en Cisjordanie tout continue comme s’il n’y avait aucun cessez-le-feu.

L’administration Trump, si active et résolue à Gaza, ferme les yeux sur la Cisjordanie et se ment à elle-même sur la situation là-bas. Empêcher l’annexion lui suffit. « Cela n’arrivera pas, j’ai donné ma parole aux pays arabes », a déclaré le président Donald Trump la semaine dernière, tandis que, dans son dos, Israël fait tout pour détruire, spolier, maltraiter et empêcher toute possibilité de vie en Cisjordanie.


Des colons israéliens jettent des pierres en direction de villageois palestiniens lors d’une attaque contre le village cisjordanien de Turmus Ayya, en juin.
Photo Ilia Yefimovich / dpa

Il semble parfois que le chef du Commandement central de Tsahal, Avi Bluth, fidèle et obéissant à son supérieur — le ministre des Finances Bezalel Smotrich, également ministre au sein du ministère de la Défense — mène une expérience humaine, de concert avec les colons et la police : voyons jusqu’où nous pouvons les tourmenter avant qu’ils n’explosent.

L’espoir que leur soif d’abus se calmerait en même temps que les combats à Gaza a été anéanti. La guerre dans la bande n’était qu’un prétexte. Quand les médias évitent la Cisjordanie et que la plupart des Israéliens — et des USAméricains — se désintéressent de ce qui s’y passe, le supplice peut continuer.

Le 7 octobre a bel et bien constitué une occasion historique pour les colons et leurs collaborateurs de faire ce qu’ils n’avaient pas osé faire depuis des années.


La famille Zaer Al Amour, dans les collines du sud d’Hébron — une région souvent soumise à la violence des colons et de l’armée — monte la garde à tour de rôle du soir jusqu’au matin pour protéger ses terres.
Photo Wisam Hashlamoun / Anadolu via AFP

Il n’est plus possible d’être Palestinien en Cisjordanie. Elle n’a pas été détruite comme Gaza, des dizaines de milliers de personnes n’y sont pas mortes, mais la vie y est devenue impossible. Il est difficile d’imaginer que la poigne de fer d’Israël puisse durer encore longtemps sans explosion de violence — cette fois, justifiée.

Entre 150 000 et 200 000 Palestiniens de Cisjordanie qui travaillaient en Israël sont au chômage depuis deux ans. Deux ans sans le moindre shekel de revenu. Les salaires de dizaines de milliers de fonctionnaires de l’Autorité palestinienne ont également été fortement réduits à cause de la rétention par Israël des recettes fiscales qu’il collecte pour elle.

La pauvreté et la détresse sont omniprésentes. Les barrages routiers et les checkpoints aussi ; jamais il n’y en a eu autant, et pour une période aussi longue. Ils se comptent maintenant par centaines.

Chaque colonie possède des portails de fer fermés, ou qui s’ouvrent et se referment tour à tour. Impossible de savoir ce qui est ouvert ou fermé — et, plus important encore, quand. Tout est arbitraire. Tout se fait sous la pression des colons, qui ont fait de l’armée israélienne leur servante soumise. Voilà ce que c’est, quand Smotrich est le ministre de la Cisjordanie.


Une maison incendiée lors des émeutes de 2023 dans le village de Hawara. Smotrich parlait déjà en 2021 d’un « Plan décisif ».
Photo Amir Levi

Environ 120 nouveaux avant-postes de colonisation, presque tous violents, ont été établis depuis le maudit 7 octobre, couvrant des dizaines de milliers d’hectares, tous avec le soutien de l’État. Pas une semaine ne passe sans de nouveaux avant-postes ; tout aussi inédite est l’ampleur du nettoyage ethnique qu’ils visent : Hagar Shezaf rapportait vendredi que, durant la guerre de Gaza, les habitants de 80 villages palestiniens de Cisjordanie ont fui pour sauver leur vie, par peur des colons qui se sont emparés de leurs terres.

Le visage de la Cisjordanie change chaque jour. Je le vois de mes propres yeux stupéfaits. Trump peut se vanter d’avoir stoppé l’annexion, mais celle-ci est plus enracinée que jamais.

Depuis le centre de commandement que l’armée usaméricaine a établi à Kiryat Gat, on peut peut-être voir Gaza, mais on ne voit pas Kiryat Arba, la colonie située près d’Hébron.

La Cisjordanie crie à l’aide d’une intervention internationale urgente, tout autant que la bande de Gaza. Des soldats — usaméricains, européens, émiratis ou même turcs — quelqu’un doit protéger ses habitants sans défense. Quelqu’un doit les délivrer des griffes de Tsahal et des colons.

Imaginez un soldat étranger à un checkpoint stoppant des nervis colons en route pour un pogrom. Un rêve.