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22/10/2021

MATTHEW COLE/ANDREW QUILTY
Los cipayos afganos de la CIA, acusados de crímenes de guerra, podrán comenzar una nueva vida en USA

Andrew Quilty (fotos) y Matthew Cole, The Intercept, 5/10/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
 

Antes de que los talibanes se hicieran con el control de Kabul en agosto pasado, los comandos afganos respaldados por Estados Unidos, conocidos como Unidades Cero, eran los fantasmas del campo de batalla afgano. Junto con sus asesores de la CIA, eran muy temidos y, en los últimos años, prácticamente invisibles.



Los afganos que esperan entrar en el aeropuerto internacional Hamid Karzai son contenidos por combatientes de la infame unidad paramilitar respaldada por la CIA conocida como la 01, en Kabul el 24 de agosto de 2021

Pero en las frenéticas y violentas semanas que transcurrieron entre la victoria de los talibanes y la retirada del ejército estadounidense, los combatientes pertenecientes a una Unidad Cero conocida como la 01 -y otras milicias vinculadas conocidas colectivamente como Unidades Nacionales de Ataque, o UNS- ayudaron a los estadounidenses en la seguridad del aeropuerto internacional Hamid Karzai. Al hacer disparos de advertencia día y noche, los combatientes de la 01 trataban de acorralar y registrar a las multitudes de afganos y extranjeros que trataban de entrar en el aeropuerto para embarcar en los vuelos de evacuación, mientras que los combatientes talibanes luchaban aquellos días por mantener el control en otras entradas del aeropuerto.

Una noche de finales de agosto, un comandante afgano de la 01 cuyos combatientes custodiaban la puerta noroeste del aeropuerto pidió a un periodista de The Intercept que tomaba fotografías que se identificara ante el controlador estadounidense del combatiente. El controlador, que llevaba una gorra de béisbol y una pistola atada a la cintura, sugirió que si el periodista quería salir en un vuelo de evacuación, debía hacerlo de inmediato. Tengo que evacuar enseguida, dijo el hombre, a “mis chicos”, refiriéndose a los combatientes de la 01. Después, la puerta se iba a cerrar definitivamente. El estadounidense se dirigió entonces al comandante de la 01 y le explicó el valor que los ciudadanos del país, al que él y sus combatientes iban a volar pronto, daban a la prensa libre.

La CIA dio prioridad a la evacuación de los miembros de la Unidad Cero de Afganistán, sacando en avión hasta 7.000 de los antiguos comandos y sus familiares, mientras se dejaban atrás miles de exempleados vulnerables del gobierno y del ejército de Estados Unidos, activistas de los derechos humanos y trabajadores humanitarios. Los comandos de la UNS se negaron a permitir que una exintérprete del gobierno estadounidense atravesara las puertas del aeropuerto a menos que les diera 5.000 dólares por ella, su marido y sus tres hijos, informó Al Jazeera. La mujer, que dijo que ella y sus familiares fueron golpeados por miembros de la UNS en el aeropuerto, no podía permitirse pagar ese soborno. Dos exmiembros de otra unidad militar entrenada por Estados Unidos, la KKA o Unidad Especial Afgana del Ejército Nacional Afgano, dijeron a The Intercept desde un piso franco en Kabul que no se hizo ningún esfuerzo formal para evacuarlos, y que los miembros de la unidad que pudieron embarcar en los vuelos lo habían conseguido a través de conexiones personales. Los dos exmiembros habían sido rechazados por los milicianos de la 01 después de acercarse a la puerta noroeste del aeropuerto. Desde entonces, dijeron, al menos cuatro miembros del KKA habían sido localizados por combatientes talibanes y asesinados.

La capacidad de la CIA para evacuar a sus aliados parece haber superado con creces la de otras entidades gubernamentales estadounidenses e indica su papel fundamental en la guerra. La agencia evacuó hasta 20.000 “socios” afganos y sus familiares, informó el Washington Post, casi un tercio de los 60.000 afganos que Estados Unidos ha acogido en total. La CIA no ha respondido a una solicitud de comentarios.

La mayor parte de la cobertura sobre los esfuerzos de la CIA ha sido elogiosa. Pero las Unidades Zero eran conocidas por sus mortíferas incursiones nocturnas que mataron a un número incalculable de civiles en todo Afganistán. The Intercept ha documentado diez incursiones llevadas a cabo por la 01 en la provincia de Wardak, al suroeste de Kabul, en las que murieron al menos 51 civiles, incluidos varios niños, muchos de ellos con disparos efectuados a corta distancia, en asaltos tipo ejecución. La mayoría de las misiones de la 01 estaban dirigidas por un pequeño número de “asesores” de la CIA, como eran conocidos por sus combatientes afganos, o por fuerzas especiales estadounidenses cedidas por el Mando Conjunto de Operaciones Especiales del Pentágono.

“Estados Unidos no debería ofrecer refugio a quienes cometieron crímenes de guerra o graves abusos contra los derechos humanos”, dijo Patricia Gossman, directora asociada de la división de Asia de Human Rights Watch, que escribió un informe sobre los abusos de las unidades. “En Afganistán, estas fuerzas nunca han rendido cuentas por sus acciones, que incluyeron ejecuciones sumarias y otros abusos. Estados Unidos y cualquier otro país que reasiente a miembros de estas unidades debe examinar a los que llegan e investigar su posible participación en violaciones de los derechos humanos”.

La mayoría de los miembros de la Unidad Cero fueron trasladados en avión a Qatar, donde los oficiales paramilitares de la CIA trabajaron para conseguir que sus antiguos colegas afganos fueran enviados a Estados Unidos, según un ex alto funcionario de inteligencia estadounidense con conocimiento directo de la operación. Los excomandos afganos están alojados en bases militares estadounidenses, incluidas dos en Virginia y Nueva Jersey, y en la base aérea de Ramstein, Alemania, mientras esperan su reasentamiento, según han informado el ex alto funcionario estadounidense, dos ex altos funcionarios de inteligencia afganos y un excomando de otra unidad afgana que fue evacuado a la misma base estadounidense que algunos miembros de la Unidad Cero. Otro pequeño grupo de miembros de la Unidad Cero se encuentra en los Emiratos Árabes Unidos, pero se espera que lleguen a Estados Unidos dentro de unas semanas, dijo uno de los exfuncionarios afganos a The Intercept. Ambos exfuncionarios afganos dijeron que han hablado con familiares que antes pertenecían a las Unidades Cero y que ahora están en Estados Unidos.

Conocidas en el gobierno estadounidense como los mohawks, las Unidades Zero comenzaron como una fuerza de comandos irregulares controlada por la CIA. La agencia de inteligencia entrenó a los equipos para que actuaran como guerrilleros desde pequeños puestos de avanzada estadounidenses, principalmente en el norte y el este del país, cerca de la frontera con Pakistán. Gran parte del objetivo original del programa era posibilitar que la CIA realizara incursiones transfronterizas en Pakistán, una actividad políticamente peligrosa y raramente aprobada para el personal estadounidense.

Las Unidades Cero permitían a Estados Unidos realizar operaciones discutibles y evitar la rendición de cuentas, y eran similares en algunos aspectos al programa Phoenix de la CIA durante la guerra de Vietnam. Para ese programa, la agencia creó Unidades Provinciales de Reconocimiento (UPR) compuestas en su mayoría por guerrilleros survietnamitas dirigidos por comandantes estadounidenses. Al igual que las Unidades Cero afganas, las UPR recogían información y asesinaban a los sospechosos de pertenecer a Viet Cong.

En 2010 el gobierno afgano firmó un acuerdo con la CIA para convertir las UNS en un órgano conjunto con el antiguo servicio de inteligencia de Afganistán, la Dirección Nacional de Seguridad, o DNS, según los dos ex altos funcionarios afganos que participaron en el acuerdo. Aunque las misiones serían dirigidas conjuntamente, las unidades siguieron siendo financiadas exclusivamente por el gobierno estadounidense, dijeron los dos exfuncionarios afganos a The Intercept. El cambio permitió a la CIA alegar una negación plausible frente a las acusaciones de abusos de derechos humanos o crímenes de guerra.

Pero en 2019, el más alto funcionario de defensa de Afganistán, el entonces asesor de seguridad nacional afgano Hamdullah Mohib, dijo a The Intercept que la 01 estaba controlada por la CIA. “Francamente, no soy plenamente consciente (...) de cómo trabajan”, dijo entonces. “Hemos pedido que se nos aclare cómo se producen esas operaciones, quiénes están involucrados, cuáles son sus estructuras, cuándo se crearon, por qué no están bajo control afgano…”

Justo después de que el presidente Joe Biden tomara posesión de su cargo en enero, la CIA concedió a la DNS el presupuesto de un año y dijo que la agencia ya no iba a apoyar a las Unidades Cero ni seguiría financiándolas, según declaró a The Intercept un antiguo funcionario de la inteligencia afgana.

Referencia a la Unidad Cero pintada con espray el 6 de septiembre de 2021 dentro de la base Eagle, a pocos kilómetros al noroeste del centro de Kabul, donde la CIA y la O1 tenían su base antes de la retirada estadounidense de Kabul

 La base Eagle, el extenso complejo de la CIA y la 01 en la ladera de una colina al noreste de Kabul, solía estar vedada a todos, excepto a los aliados más cercanos de Estados Unidos.

Desde la carretera, los transeúntes podían ver un campo de tiro excavado en la ladera de la colina y una estrecha carretera que serpenteaba hasta un grupo de estructuras de color beige. Menos visible era el complejo de hangares para helicópteros, depósitos de munición y cuarteles, así como el antiguo lugar negro de la CIA conocido como el Hoyo de la Sal, donde se realizaban interrogatorios y torturas en los primeros años de la guerra.

La seguridad del perímetro era extrema, incluso para los estándares de Afganistán. Una zanja rodeaba un muro de tierra de dos metros de altura. A continuación, había una alambrada de concertinas, bolardos rojos descoloridos unidos por cables de acero y un muro de barro y hormigón de 3 metros rematado con más alambre con concertinas, con puestos de guardia levantados cada 300 pies. Los focos iluminaban toda la circunferencia por la noche.

Antes de 2019, los combatientes de la 01 salían de la base Eagle en convoyes de vehículos para las misiones nocturnas. Eso cambió cuando los convoyes en dos misiones de Wardak sufrieron embocadas, según un antiguo oficial antiterrorista de la DNS que solía acompañar a la 01 en sus incursiones en la provincia. A partir de entonces, casi todas las misiones de la 01 se llevaron a cabo en Wardak a bordo de helicópteros Chinook estadounidenses. Los residentes que viven cerca de la base Eagle dijeron a The Intercept en 2019 que oían el ruido distintivo de los helicópteros de doble rotor varias veces a la semana, que partían a primera hora de la tarde y regresaban antes del amanecer. Por lo demás, rara vez se veía a los combatientes de la 01.

Pero los talibanes sabían quiénes ocupaban la base Eagle. El 25 de julio de 2019, un coche bomba con un suicida tuvo como objetivo a los oficiales de la CIA que viajaban en Toyota Land Cruisers sin distintivos y estaban llegando a la puerta, dijo el portavoz talibán Zabihullah Mujahid en una entrevista ese año. Los residentes locales confirmaron que ese día se produjo un atentado contra Land Cruisers blancos en la puerta del complejo. El incidente atrajo poca atención de los medios de comunicación. Un portavoz de Resolute Support, la ya desaparecida misión militar de Estados Unidos en Afganistán, dijo a The Intercept que no tenía constancia de ninguna baja militar extranjera en Kabul ese día. La CIA declinó hacer comentarios.

 Decenas de vehículos civiles y militares calcinados en el interior de la base Eagle de la CIA el 6 de septiembre de 2021. Un depósito de municiones, una armería y varias otras estructuras también fueron destruidas por explosivos e incendios antes de la salida de Estados Unidos.

Los combatientes talibanes han ocupado las amplias instalaciones desde que parte de ellas fueron destruidas por el fuego y los explosivos en los últimos días de la retirada militar estadounidense de Afganistán a finales de agosto. A principios de septiembre, una semana después de que el último avión militar estadounidense partiera de Kabul, combatientes talibanes, vestidos con una versión más oscura de los trajes de faena con el mismo patrón de rayas de tigre que lleva la 01, escoltaron a los periodistas por las ruinas de la base Eagle, guiándolos por zonas que, según dijeron, habían sido limpiadas de minas terrestres y trampas explosivas que habían dejado allí los estadounidenses y sus socios afganos.

Los combatientes pertenecían a la Brigada “Badr” 313 de los talibanes, una unidad de comandos de élite que recibe su nombre de la batalla de Badr de hace 1.400 años, cuando se dice que el profeta Mahoma venció a las fuerzas enemigas con sólo 313 hombres. Los dirigía un miembro talibán de unos 40 años que hablaba inglés y llevaba ropa tradicional, gafas de sol y una mascarilla quirúrgica.

Casi dos semanas antes, en el anochecer del 26 de agosto, un ataque suicida en el aeropuerto y los disparos posteriores acabaron con la vida de alrededor de 170 personas, entre ellos 13 miembros del ejército estadounidense. Los habitantes de Kabul estaban en vilo. Cuando otra enorme explosión pudo escucharse en toda la ciudad antes de la medianoche, muchos temieron que se hubiera producido un segundo ataque mortal. Pero esa explosión era una detonación controlada de las varias que destruyeron depósitos de municiones, armerías y vehículos, así como varias instalaciones dentro de la base Eagle que la CIA no quería dejar a los talibanes una vez que la Agencia la abandonó finalmente. Brian Castner, asesor principal de Amnistía Internacional para casos de crisis en materia de armas y operaciones militares y antiguo oficial de desactivación de explosivos de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, dijo que las fotos de The Intercept del lugar sugerían “una retirada muy precipitada y desordenada”.

Toda una constelación de balas, morteros y granadas ensuciaban los cimientos carbonizados de los depósitos de municiones destruidos por el fuego. En el armazón quemado de lo que parecía ser una armería, cañones de Kalashnikovs, ametralladoras PKM y DShK alimentadas por cinta, lanzagranadas propulsados por cohetes y tubos de mortero yacían amontonados como palos de golf.

En el interior de un edificio de dormitorios, los característicos uniformes con rayas de tigre de las Unidades Zero colgaban de ganchos o estaban tirados por el suelo. En una taquilla de acero, entre los embalajes desechados de aparatos tácticos y las fotos de pasaporte de una joven familia, un parche militar en forma de pentágono rezaba “El Escudo & las Espadas de Afganistán, UNS (01)”.

 

16/08/2021

ANDREW QUILTY
Sin salida: Mientras los talibanes se apoderan de las ciudades, los desesperados afganos se ven atrapados en otro fiasco made in USA

 

Andrew Quilty, The Intercept, 12/8/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala

 Andrew Quilty (Sydney, 1981) es un fotoperiodista independiente  australiano. Ha ganado los premios Polk y World Press Photo por sus trabajos. Vive en Kabul desde 2013.

Tjeerd Royaards

1.

Amigos y colegas afganos comenzaron a pedir ayuda para salir del país en junio. Las peticiones no eran nada nuevo, pero en el pasado lo habían hecho casi siempre en broma. Ahora eran serias y urgentes. Las personas que las hacían no solo buscaban una vida mejor, sino un refugio.

El hombre que administra la casa donde vivo en Kabul fue uno de los primeros en pedirlo. Había trabajado en tres ocasiones en la casa durante más de una década, haciendo el mantenimiento y cuidando de la propiedad y de los huéspedes cuando mi compañero de casa y yo estábamos de viaje. Había empezado a trabajar mucho antes de que yo llegara y se había convertido en un elemento familiar en una de las pocas casas de Kabul donde los periodistas, cineastas e investigadores visitantes podían alquilar una habitación. Nos habíamos visto obligados a mudarnos dos veces: cuando nuestra primera casa fue destruida por un incendio en 2018, y un año después, cuando se descubrió que ocupaba el segundo lugar en una supuesta lista de objetivos del Estado Islámico. En ambas ocasiones, el administrador de la casa, al que llamaré Wali para proteger su identidad, se mudó con nosotros, junto con una limpiadora, un jardinero ocasional, media docena de patos y los dos perros que Wali había recogido de la calle cuando eran cachorros.

Pagar las facturas de la electricidad, reparar las goteras de los tejados y comprar leña para un grupo de periodistas independientes difícilmente podría considerarse el trabajo de un “títere estadounidense”, pero los combatientes talibanes de la aldea natal de Wali, en una zona rural al norte de la ciudad, estaban enfadados porque trabajaba con extranjeros. “Mi hermano me dijo que no debía volver más a la aldea”, me confió Wali en junio. Si los talibanes tomaran el control de Kabul, dijo, él tampoco estaría seguro allí.

Nuestra proximidad a la guerra determina lo profundamente que nos afecta. He vivido y trabajado como fotógrafo y escritor en Kabul durante casi una década, pero mis conexiones con la ciudad son a través de amigos y recuerdos más que de la familia o el patrimonio. Mientras haya compañías aéreas, puedo subirme a un avión en cualquier momento y marcharme. Como todos los visitantes, he tenido el privilegio de vivir con un sentido de distanciamiento que siempre me ha permitido ver los acontecimientos de Afganistán como historias, no como vida.

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