Luis E. Sabini
Fernàndez, 11-3-2022
La invasión de Rusia a Ucrania en este mes de marzo 2022 ha
desatado una serie de mecanismos mentales, ideológicos, entre los que no somos
protagonistas de semejante situación.
Enumerando: deshistorización sistemática, movida del tablero geopolítico,
pensamiento doble (dejemos a un lado el maniqueísmo, por intelectualmente
penoso), campañas contra el intervencionismo y un largo etcétera.
Personas con antorchas y banderas nacionalistas del partido político ultranacionalista de extrema derecha Svoboda durante un mitin de varios partidos nacionalistas para conmemorar el 112 cumpleaños de Stepan Bandera, en Kiev, Ucrania, en enero de 2021 FOTO: SERGEY DOLZHENKO EFE
DESHISTORIZACIÓN SISTEMÁTICA
El 99 % de los
análisis, abordajes, se remonta a lo sumo hasta 2014… al cambio de mano de la
península de Crimea, la proclamación de las repúblicas rusoparlantes de Lugansk
y Donetsk en la zona del Donbass. Ignorar todo el período soviético (1919-1991)
es de una superficialidad o imposible de adoptar.
En tiempos zaristas, con un imperio ensanchándose (en Europa
hacia el oeste y en Asia hacia el este), se hablaba de la Madre Rus, o Gran
Rus, la Pequeña Rus o Ucrania y la Rusia
Blanca (Bielorrusia). La primera capital imperial fue entonces Kiev.
Hay entonces un denominador común, lo ruso, que es mucho más
intenso que el habitual entre naciones distintas o diferenciadas.
A principios del Siglo XX, diversas expresiones políticas
ucranianas resistieron el avance bolchevique. Un país muy campesino. Difícil
compatibilizar esa realidad campesina y el proyecto proletarista. Por eso, cuando el nazismo inicia su invasión
a la Unión Soviética, en muchas partes de Ucrania no fueron resistidos sino al
contrario bienvenidos (allí podría estar el origen histórico de cierta afinidad
con la extrema derecha racista en sectores de la población ucraniana).
¿Por qué los nazis podían contar con aliados entre eslavos,
siendo su racismo purificador tan hostil ante “razas humanas inferiores” (como suponían
la de eslavos)?
El estalinismo produjo estragos en la población, campesina
ucraniana. Holodomor. Se estima que millones de ucranianos morían literalmente
de hambre mientras los comisarios soviéticos requisaban hasta la última taza de
harina, para mayor gloria del proletariado, es decir de ellos mismos y su
claque bolchevique.
Saqueados, hambreados, asesinados (si presentaban resistencia
a perder su única vaca o la reserva de alimentos para el invierno), los
ucranianos sobrevivientes recibieron a los nazis como “salvadores”.
Los nazis, en plena expansión –todavía no habían llegado a
Stalingrado y comenzado el principio del fin− pudieron incluso denunciar las
fosas colectivas que descubrieron a su paso, que no eran las que ellos todavía
no habían empezado a hacer sino las que habían dejado los bolcheviques a su
paso con la implantación de la
“colectivización forzosa” de 1929 y las hambrunas de la década del ’30
que constituyeron su herencia, ésa también forzosa.
De esa época viene, sin duda, cierta afinidad de población
ucraniana con Lado Derecho, Maidan, Destacamento Azov, con el nazismo o cierto
racismo étnico.
Porque en Ucrania se repite lo que ha pasado en tantas y tan diversas
sociedades: ante las injusticias más flagrantes, hirientes, surge una rebeldía.
Incluso una rebelión. Si ese movimiento, psíquico, de una población, que
generalmente encarna en una ideología o política justiciera, igualitarista, de
rechazo frontal a los privilegios; lo que se califica generalmente de
izquierda, falla, porque se revela lo opuesto a lo que predica, entonces, una
próxima oleada de insatisfacción profunda, un nuevo movimiento de rechazo
social, no vendrá por el lado del igualitarismo, del democratismo, desde la
izquierda, sino desde sus opuestos; movimientos autoritarios, radicales, sí, pero verticalistas, racistas.
La prédica socialista derivó en la URSS, pero también en
Ucrania, a la velocidad del rayo, en “almacenes para bolcheviques” que
convertían a estos últimos en los únicos que podían comer regularmente, dada la
brutal crisis alimentaria que produjo la propia implantación del “nuevo orden” sumada
a la escasez ya tradicional de alimentos que castigaba antes a las capas más
desguarnecidas. Y esto significó inmediatamente que los más rápidos, los más
oportunistas, también se hicieran bolcheviques trastornando el sentido
originario, las aspiraciones iniciales.
Esa historia “interna” de la URSS hay que integrarla, secuencialmente,
con la segunda posguerra. De allí, sale EE.UU. como poder omnímodo. Sin
embargo, en un primer momento se habla de otro triunfador, también: la URSS. El
sistema cuatripartito que se estableció entonces, y se corporizó en la
ocupación de Alemania por 4 sectores: EE.UU., Rusia, el Reino Unido y Francia.
El R.U., un poco a su pesar (pero no demasiado; reconocía una estirpe) concedía
el puesto de mando a su vástago y sucesor; EE. UU.
Francia, en cambio, defendió un europeísmo que resultò
inconducente porque Europa había entrado en una dependencia, hasta hoy
irreversible, de EE.UU.
La URSS figura entonces como una de las dos superpotencias
(durante la mayor parte) del s XX. Convertida en potencia nuclear, la URSS
asignará a dos de sus repúblicas constituyentes el armamento nuclear: Rusia y
Ucrania.
Con el colapso soviético y el consiguiente ascenso a
superpotencia única de EE.UU., todo el andamiaje “internacional” que EE.UU.
creara a su servicio, la ONU, como en su momento la Sociedad de las Naciones
quiso ser la caja de resonancia de la pax
britannica (1919-1946), tuvo a su vez un socio principal inesperado; la
URSS.
La ONU (California, 1945, sin fecha de vencimiento por ahora)
tuvo así un Consejo de Seguridad o Ejecutivo con aquellos ganadores del teatro europeo;
EE.UU., Rusia, Reino Unido y Francia) más China, que era la gran presencia del
Este en la flamante red internacional.
China era entonces algo muy distinto a la actual, porque
gobernaba un régimen occidentalista, anticomunista. Pero en 1949, ese gobierno
pierde el control del 99 % del territorio y queda reducido a la isla de Taiwan
e islotes adyacentes, y los “Cuatro Grandes” no tienen más remedio que zurcir
el tablero mundial, dejando a Taiwan como China nacionalista fuera del Consejo
de Seguridad, incorporando a la cúspide a la República Popular China, convertido ese
Consejo así en quinteto (décadas más tarde, Taiwan, la República de China) será
expulsada de la ONU, sumándose así a las naciones parias no reconocidas en la
ONU (y siendo entre ellas –la nación saharaui, el Tibet, los abjasios− la de
mayor tamaño poblacional, con sus más de 20 millones de habitantes).
Ahora bien, el tablero mundial, zurcido, se vuelve a rasgar
con el colapso soviético. Y entonces, aparece una Ucrania independiente (formalmente
libre de todo poder extranjero). “Granero de Europa”. Una tierra fertilísima,
de las mejores de Europa, 40 millones de habitantes, potencia regional. El ideólogo
del eje anglonorteamericano, Samuel Huntington, en sus planes para mantener esa
supremacía, señalará a Ucrania (y otras naciones de porte mediano-grande, como
Turquía) como naciones “partibles”, fracturables. En el caso ucraniano, el
período soviético hizo de esa tierra un oeste favorable a Europa y un este más
ligado a Rusia. Pero esta fractura viene de antes de la misma URSS por cuanto a
grandes rasgos esas mismas configuraciones caracterizaron los asentamientos
católicos al oeste y los ortodoxos, al este.
Sin tener en cuenta esa historia, “nuestro” presente es
incomprensible.