Victor Luckerson , The New Yorker, 28/5/2021
Traducido por Sinfo Fernández y Fausto Giudice
El trabajo de Victor se basa en sus años como periodista de tecnología y economía para la revista Time y The Ringer. En ese puesto criticó el papel que desempeñan las megacorporaciones en la remodelación de nuestros entornos urbanos y cómo la mercantilización de la cultura se está acelerando gracias a plataformas como Instagram y Airbnb. Estas tendencias afectan a las comunidades negras en el mundo real, que a menudo están en el lado perdedor de la gentrificación y el aumento de los precios de la vivienda. Su trabajo actual en esta área está explorando cómo las consecuencias económicas causadas por el coronavirus, y los compromisos con la justicia racista por parte de las corporaciones tras el asesinato de George Floyd, tendrán un impacto en las comunidades negras.
Victor fue durante dos años redactor jefe del diario de la Universidad de Alabama y cofundador de una revista en línea dedicada a tratar temas importantes del campus. Durante su etapa como periodista estudiantil, se encargó de la cobertura del racismo estructural en el sistema de las universidades blancas, la presencia de monumentos confederados en el campus y la corrupción en las elecciones del gobierno estudiantil. A medida que estos temas han llegado a dominar el diálogo nacional, ha recurrido a experiencias de hace una década para conformar mejor sus reportajes y perspectivas. @VLuck
Dos escritoras negras pioneras no han recibido el reconocimiento que merecen por la crónica de uno de los crímenes más graves vividos en el país.
Después de dar una clase nocturna de mecanografía, Mary E. Jones Parrish se sumía en la lectura de un buen libro cuando su hija Florence Mary notó algo extraño fuera. “Madre”, dijo Florence, “veo hombres con armas”. Era el 31 de mayo de 1921, en Tulsa. Un grupo grande de hombres negros armados se había congregado debajo del apartamento de Parrish, situado en el próspero distrito comercial negro de la ciudad conocido como Greenwood. Al salir, Parrish se enteró de que un adolescente negro llamado Dick Rowland había sido arrestado por una falsa acusación de intento de violación, y que sus vecinos planeaban marchar al juzgado para intentar protegerlo.
Poco después de que los hombres se fueran, Parrish oyó disparos. Luego, los incendios iluminaron el cielo nocturno cuando los edificios situados al oeste de su casa comenzaron a arder. El intento de proteger a Rowland había salido terriblemente mal y acabó en un caótico tiroteo en el juzgado. Ahora, una turba blanca fuertemente armada se dedicaba a atemorizar todo Greenwood, empeñada en una violenta venganza. Parrish, que vivía justo al norte de las vías del tren que dividían los dos mundos segregados de Tulsa, pudo ver desde la ventana de su apartamento cómo crecía la turba. Observó una escaramuza campal entre tiradores blancos y negros al otro lado de las vías del tren, y luego vio cómo varios hombres blancos subían una ametralladora a lo alto de un molino de grano y hacían llover balas sobre su barrio. En lugar de huir, Parrish se quedó en Greenwood y documentó lo que vio, oyó y sintió. “No tenía ningún deseo de huir”, recuerda. “Me olvidé de la seguridad personal y me embargó un deseo incontrolable de ver el resultado de la refriega”.
La joven de treinta años fue testigo presencial de la masacre racista de Tulsa, que mató a 300 personas y dejó más de mil hogares destruidos. Aunque Parrish ya había tenido éxito en Tulsa como educadora y empresaria, la masacre la obligó a convertirse en periodista y autora para escribir sus propias experiencias y recoger los relatos de muchos otros. Su libro “Events of the Tulsa Disaster” [Acontecimientos del desastre de Tulsa], publicado en 1923, fue el primer relato detallado, y el más visceral, de cómo los residentes de Greenwood vivieron la masacre.
Cuando el atentado se desvaneció en la oscuridad en las décadas siguientes, también lo hicieron Parrish y su pequeño libro rojo. Pero, a partir de los años setenta, cuando el suceso fue ganando poco a poco la atención nacional, la obra de Parrish se convirtió en una fuente primaria vital para los escritos de otras personas. Sin embargo, su vida siguió siendo desconocida, incluso cuando los hechos que había reunido -como varios relatos de primera mano sobre el uso de aviones para vigilar o atacar Greenwood- se convirtieron en la base de la comprensión de la nación sobre la masacre. Sin embargo, ella fue, literalmente, relegada a las notas a pie de página de la historia.