Tom Engelhardt, TomDispatch.com, 6/01/2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
Permítanme que comience el año 2022 retrocediendo -muy, muy atrás- por un momento.
Es fácil olvidar desde cuándo este mundo ha sido un lugar peligroso para los seres humanos. Pensé en ello hace poco, cuando me topé con un pequeño diario que mi tía Hilda garabateó, hace décadas, en un pequeño cuaderno. En él comentaba, como de pasada: “Me gradué durante aquella horrible epidemia de gripe de 1919, y me contagié”. Y fue lo suficientemente grave como para malograr su entrada en el instituto. No dice mucho más al respecto.
Aun así, me sorprendió. En todos los años en que mi padre y su hermana vivieron y, de vez en cuando, hablaban del pasado, nunca habían mencionado (ni mi madre, por cierto) la desastrosa pandemia de “gripe española” de 1918-1920. No tenía la menor idea de que alguien de mi familia se hubiera visto afectado por ella. De hecho, hasta que leí el libro de John Barry de 2005, The Great Influenza (La Gran Gripe), ni siquiera sabía que una pandemia había devastado América (y el resto del mundo) a principios del siglo pasado, de una manera notablemente similar, pero incluso peor, que la de covid-19 (al menos hasta ahora), antes de ser esencialmente desechada de la historia y de los libros de recuerdos de la mayoría de las familias.
Un hospital en Kansas durante la epidemia de gripe española en 1918. Otis Historical Archives National Museum of Health & Medicine
Esto debería sorprender a cualquiera. Al fin y al cabo, en aquella época, se calcula que una quinta parte de la población mundial, posiblemente 50 millones de personas, murieron a causa de las oleadas de esa temida enfermedad, a menudo de forma espantosa, e incluso en este país fueron enterradas a veces en fosas comunes. Mientras tanto, algunas de las controversias que hemos vivido recientemente sobre, por ejemplo, las mascarillas, se desarrollaron de forma igualmente amarga entonces, antes de que aquel desastre global fuera superado y olvidado. Casi nadie que conozca cuyos padres vivieran aquella pesadilla había oído hablar de ella mientras crecía.
Agacharse y cubrirse
Sin embargo, el breve comentario de mi tía me recordó que desde hace mucho tiempo habitamos un mundo peligroso y que, en ciertos aspectos, el peligro no ha hecho sino aumentar con el paso de las décadas. También me hizo pensar en cómo, al igual que con aquella gripe mortal de la época de la Primera Guerra Mundial, olvidamos a menudo (o al menos dejamos convenientemente de lado) tales horrores.
Después de todo, en mi infancia y juventud, tras la destrucción nuclear de Hiroshima y Nagasaki, este país comenzó a construir un asombroso arsenal nuclear y pronto sería seguido, en ese camino, por la Unión Soviética. Estamos hablando de un armamento que podría haber destruido este planeta muchas veces y, en aquellos tensos años de la Guerra Fría, a veces daba la sensación de que ese destino podría ser el nuestro. Todavía recuerdo haber escuchado al presidente John F. Kennedy en la radio cuando comenzó la crisis de los misiles cubanos de 1962 -yo era un estudiante de primer año en la universidad-, y pensar que todos los que conocía en la Costa Este, incluido yo mismo, pronto estaríamos bien fritos (¡y casi lo estuvimos!).
La sala de guerra en la película de Stanley Kubrick Dr. Strangelove (1964)
Por poner ese destino potencial en perspectiva, hay que tener en cuenta que, solo dos años antes, el ejército estadounidense había desarrollado un Plan Operativo Integrado Único para una guerra nuclear contra la Unión Soviética y China. En función de ese plan, un primer ataque de 3.200 armas nucleares se “repartiría” sobre 1.060 objetivos situados en el mundo comunista, incluyendo al menos 130 ciudades. Si todo salía “bien”, dichas ciudades habrían dejado de existir. Las estimaciones oficiales de víctimas ascendían a 285 millones de muertos y 40 millones de heridos; y, teniendo en cuenta todo lo que no se sabía entonces sobre los efectos de la radiación, por no hablar del “invierno nuclear” que tal ataque habría creado en este planeta, tales cifras eran sin duda una subestimación grotesca.