Gideon Levy, Haaretz, 27/6/2024
Traducido por Luis Casado, Politika/Tlaxcala
¿Por qué fui a hablar al extranjero? ¿Por qué lavar allá los trapos sucios? En primer lugar, porque en el extranjero hay mucho más interés y ganas de escuchar que aquí en Israel. El debate público en el que participé la semana pasada en Toronto con Mehdi Hasan, Douglas Murray y Natasha Hausdorff versaba sobre si el antisionismo es antisemitismo. Las 3 mil entradas (que no eran baratas) se vendieron con mucha antelación, y la sala de conciertos de la ciudad estaba completamente llena... y tormentosa. Dudo que se hubieran vendido 30 entradas para un debate similar en el Auditorio Bronfman de Tel Aviv.
Pero el interés por debatir cuestiones de principio, que existe en el extranjero mas no en Israel, no es la única razón para ir allí. El extranjero es el escenario que, en gran medida, determinará el futuro de Israel. No debemos dejarlo en manos de la derecha. Nadie se queja cuando los propagandistas de la derecha causan estragos en todo el mundo a través de la clase dirigente sionista, los poderosos, las organizaciones judías y las embajadas israelíes, un vasto grupo de presión con mucho dinero.
Siembran el pánico afirmando que cualquier crítica a Israel, a la ocupación o el apartheid israelí es antisemitismo, y así silencian a medio mundo por miedo a ser sospechosos de antisemitismo.
El daño más perjudicial para la reputación de Israel lo causan sus políticas. La entrevista o el discurso de un detractor de Israel que le hará tanto daño a Israel como las imágenes de los horrores cometidos en Gaza están aún por venir. Un niño convulsionando y moribundo en el suelo manchado de sangre del hospital Al Rantisi es más destructivo que mil artículos de opinión.
Ninguna campaña de propaganda gubernamental - conocida como «Concierto» o «Kela Shlomo» según The Guardian - puede erradicar la repugnancia (justificada) que Israel despierta con su comportamiento en la Franja de Gaza y Cisjordania.
Ningún artículo ha causado tanto daño como la foto del palestino herido atado al techo del capó en llamas de un Jeep del ejército israelí en Yenín. E incluso quienes sólo se preocupan por la imagen de Israel en el extranjero, y no por su esencia moral y su encarnación, deben estar esperando un cambio de política.
La explicación de que ya no hay distinción entre lo que se dice aquí y lo que se dice allá, porque la tecnología lo transmite todo, es risible. Lo que cuenta es el sentimiento antidemocrático de quienes intentan silenciar una opinión, expresada aquí o allá, y la obligación de recabar apoyos «por el bien» del Estado.
Independientemente de la utilidad o de los daños causados a Israel, cada individuo tiene el derecho a expresar sus opiniones en cualquier lugar y en cualquier momento. Basta ya de esta mierda anarquista, primitiva y antidemocrática de “no se lo digas a los Goys”. ¿Y quién determinará lo que es bueno para Israel? ¿La derecha? ¿El gobierno? ¿Los colonos? ¿Y qué Israel debe ser servido?
Cuando destacados israelíes publicaron el miércoles un llamamiento en el New York Times para que no se invitara a Netanyahu al Congreso, no sólo era su derecho, sino también su deber. Todos los que, como ellos, creen que el Primer Ministro Benjamin Netanyahu está haciéndole un daño irreversible al Estado deben poder decirlo, en todas partes.
Haaretz, que se lee en el extranjero en su edición inglesa tanto como en Israel, no es sólo una fuente de información, sino también una fuente de esperanza de que Israel no se resume en los colonos, en el ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben-Gvir, en el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich y en Netanyahu.
Esta es la mejor defensa pública que Israel puede esperar en estos momentos.
NdT: el gobierno de Netanyahu intenta ahora silenciar Haaretz cortándole todas las fuentes de financiamiento.
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