Como primer ministro, Benjamin Netanyahu siempre soñó con un Israel libre de las restricciones y condiciones impuestas por USA.
Joshua Leifer, Haaretz,
21-9-2025
Traducido por Tlaxcala
La noche en que las fuerzas terrestres israelíes
comenzaron su invasión de la ciudad de Gaza, el primer ministro Benjamín
Netanyahu pronunció un discurso en el Ministerio de Finanzas en el que expuso
su oscura visión para el futuro del país como un Estado rebelde y aislado. Ante
el aumento de las sanciones internacionales –al día siguiente, la Unión Europea
anunció la suspensión de componentes clave de su acuerdo comercial con Israel–,
Israel debería convertirse en una «Súper Esparta», declaró.
Exconsultor de gestión que ayudó a liderar la revolución
del libre mercado en Israel, Netanyahu explicó que la economía del país tendría
que adoptar «marcadores de autarquía» y salir «muy rápido» del Consenso de
Washington que regía los asuntos económicos globales. En otras palabras,
dirigirse hacia el modelo de Moscú y Pyongyang.
Sin embargo, el discurso de Netanyahu bosquejó no solo
una nueva visión para Israel, sino también un retrato del nuevo orden mundial
emergente y del lugar de Israel en él. «El mundo se ha dividido en dos
bloques», dijo. «Y no somos parte de ninguno».
Esa noche en el escenario, Netanyahu casi parecía
alentado por la posibilidad de que tal supuesto no alineamiento otorgara a
Israel un margen aún mayor para maniobrar en su asalto a Gaza. Pero el
aislamiento a largo plazo es mucho más probable que amenace a Israel que que lo
asegure. Todo estadista israelí lo había entendido –al menos hasta ahora.
Enemigo de los valores de Europa
Desde su primera campaña para primer ministro, Netanyahu
soñó con sacudirse las condiciones y restricciones impuestas a Israel por USA,
por mínimas que fueran. En un memorando de 1996 titulado A
Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm, un grupo de
operativos neoconservadores y asesores de Netanyahu pedían que Israel forjara
una nueva relación con América «basada en la autosuficiencia». Si Israel ya no
necesitaba tanta ayuda estadounidense, razonaban, Washington tendría menos
palancas para obligar a Israel a hacer concesiones a los palestinos.
Aun así, Netanyahu siempre imaginó a Israel como parte
del bloque occidental liderado por USA. En su libro de 1998, A Place Among
the Nations, argumentaba que, con el fin de la Guerra Fría, Israel debía
actuar como el perro guardián del nuevo mundo unipolar, el policía de Occidente
en Oriente Medio. «Sin nadie en la región que controle continuamente sus
ambiciones o sus planes obsesivos de armamento», escribió sobre los «regímenes
militantes» de Oriente Medio, el papel de Israel era ahora «salvaguardar el
interés más amplio de la paz». Implícitamente, y a veces explícitamente, tanto
líderes usamericanos como europeos aceptaron ese papel para Israel y lo
respaldaron.
La destrucción de la Franja de Gaza por parte de Israel
–y la prolongada crisis regional que desencadenó– ha cambiado todo eso.
Tras meses de inacción, mientras las fuerzas israelíes
hacían inhabitable Gaza, los estados europeos han comenzado a imponer
consecuencias a Israel. Los líderes europeos también están repensando cómo será
su relación con Israel en el futuro. Y eso no se debe únicamente, ni
principalmente, a que las protestas contra la guerra israelí hayan convertido
la destrucción de Gaza en un problema político doméstico explosivo en las
capitales europeas. Más bien, se debe a que el Israel de Netanyahu se ha
declarado enemigo de los valores de los que la nueva Europa se enorgullece:
paz, democracia y derechos humanos.
En USA, Israel no solo ha perdido a la izquierda –eso es
historia vieja– sino que también ha comenzado a perder a la derecha. En redes
sociales, cuentas e influenciadores de derecha que forman parte del mundo MAGA
difunden teorías conspirativas antisemitas extravagantes sobre temas que van
desde los antibióticos hasta el asesinato del influenciador conservador Charlie
Kirk. El ex presentador de Fox, Tucker Carlson, ha ganado nueva popularidad
sintetizando el creciente sentimiento antiisraelí en su nacionalismo «America
First». La nueva derecha usamericana no derrama lágrimas por los musulmanes
muertos, pero se deleita con la nueva imagen de Israel como una fuerza
demoníaca y siniestra.
En
2021, Ron Dermer, entonces ex embajador de Israel en USA provocó indignación
cuando sugirió que Israel debía priorizar el apoyo de los cristianos usamericanos
sobre los judíos usamericanos. En sus propios términos –asegurar respaldo para
las guerras de Israel– esta estrategia ha fracasado manifiestamente. A
diferencia de los evangélicos mayores, en su mayoría fervientes partidarios de
Israel, los jóvenes cristianos usamericanos ya han comenzado a dar la espalda.
O como dijo recientemente Megyn Kelly, la ex presentadora conservadora de Fox,
a Carlson: «Todos los menores de 30 años odian a Israel.»
Ruptura con la política exterior sionista
La demolición intencional del consenso bipartidista en USA
por parte de Netanyahu y su séquito siempre fue una apuesta arrogante. Como una
granada mal cronometrada, les ha explotado en la cara. Aunque no se equivocaban
al ver que la derecha usamericana estaba en ascenso, la Oficina del Primer
Ministro no entendió que esta nueva derecha extraía su fuerza de la promesa del
aislamiento, alimentada por la ira hacia el paradigma intervencionista que
representaban los aliados más cercanos de Israel en Washington. Formados en el
apogeo del neoconservadurismo, estos hombres pensaban poco en la perspectiva de
un mundo posyanquí.
Frente a la creciente condena y a las inminentes
sanciones internacionales, Netanyahu se ha negado a detener la ofensiva de
Israel. Ahora, para mantener la guerra –ya sea por una estrecha supervivencia
política, un mesianismo megalomaníaco o una combinación de ambos– propone nada
menos que una ruptura total con el principio más fundamental de la política
exterior sionista.
Desde sus primeros años, cuando Theodor Herzl buscó una
audiencia con el sultán otomano, el sionismo trabajó y dependió del apoyo de
las grandes potencias. No tuvo éxito por intervención divina ni por el
despliegue de un plan providencial, sino porque los primeros estadistas
sionistas buscaron tales alianzas. Entendieron que, para los judíos, como para
otras naciones pequeñas, el aislamiento era una trampa mortal. A lo largo del
último siglo, viejos imperios cayeron, nuevas potencias los reemplazaron, pero
el principio siguió siendo el mismo.
Tras la fundación de Israel, sus primeros líderes se
preocuparon enormemente de que, sin alianzas con potencias regionales y
globales más fuertes, el proyecto sionista fracasara. En 1949, Moshe Sharrett,
entonces ministro de Exteriores de Israel, lamentaba: «Vivimos en un estado de
aislamiento malvado en Oriente Medio». David Ben-Gurión soñaba con un acuerdo
de defensa mutua con USA. Con el tiempo, Israel logró obtener el respaldo usamericano;
se podría decir que esta es una de las razones por las que ha sobrevivido.
Quizás, entonces, uno de los aspectos más incoherentes,
incluso delirantes, de la visión de Netanyahu es que ha declarado la supuesta
no pertenencia de Israel a ningún bloque global en el mismo momento en que
Israel aparece como el caprichoso agente de USA. Los últimos dos años han
demostrado la total dependencia de Israel respecto a USA en todo, desde
municiones hasta el intercambio de inteligencia. La guerra de 12 días contra
Irán reveló a Israel como una especie de estado vasallo, suplicando ayuda al
señor feudal.
Hay, sin embargo, una cosa en la que Netanyahu acertó en
su reciente discurso. El orden unipolar posterior a 1989 ha terminado. El
viraje hacia el siglo posyanqui también ha amenazado con derrumbar el sistema
de normas e instituciones internacionales que tomó forma bajo la hegemonía
hemisférica, y luego global, de USA. Israel debe su prosperidad actual, si no
su existencia misma, a ese sistema.
Y, sin embargo, a lo largo de los últimos dos años de
dura guerra, los líderes israelíes, Netanyahu a la cabeza, han parecido querer
derribar ese sistema. Las acciones de Israel en Gaza han empañado gravemente su
legitimidad. A largo plazo, sin embargo, Israel estará condenado sin él.
En su discurso de esta semana, Netanyahu recurrió a la
tradición griega, pero quizá la referencia más adecuada provenga de la Biblia
hebrea. Lo
que Netanyahu propuso no es Esparta, sino Sansón.
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