De todos los discursos y grandilocuencias políticas de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 en Glasgow (COP26), las palabras del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador [desde México, ya que no fue a Glasgow, dejando al canciller Marcelo Ebrard representar el país, NdE de Tlaxcala] fueron las más profundas y las menos hipócritas.
López Obrador despotricó contra los “tecnócratas
y neoliberales”, los dirigentes mundiales que tienen en sus manos el futuro de
la humanidad. Esto iba en referencia directa a los líderes de los países
poderosos que “aumentan su producción de combustibles, al mismo tiempo que
celebran cumbres para la protección del medio ambiente” y llegan a Glasgow en
aviones privados.
En efecto, la hipocresía sigue definiendo lo que se supone que es una lucha global colectiva contra el cambio climático y sus devastadoras y a menudo mortales consecuencias.
El consumo excesivo, la desigualdad y el capitalismo descontrolado no fueron las palabras clave que definieron la COP26. Fueron en gran medida ecologistas “radicales” y “de izquierdas” quienes hicieron esas alegaciones fuera de las salas de la conferencia. Señalar lo evidente se ha convertido, lamentablemente, en un acto radical.
Dentro de los elegantes salones de la cumbre, la política fue la de siempre, aunque disimulada, de preocupación virtuosa por el destino de toda la humanidad.
“Falta un minuto para la medianoche en ese reloj del día del juicio final y tenemos que actuar ahora”, dijo el primer ministro británico, Boris Johnson, utilizando un tono contundente y dramático. Él mismo había admitido la inutilidad en ejercicios pasados de una retórica similar. “Estuve allí, en París, hace seis años cuando acordamos el cero neto (de las emisiones) y todas aquellas promesas no fueron más que bla, bla, bla”.
Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, arremetió contra los “grandes emisores, cuyas estrategias nacionales no están en consonancia con nuestros objetivos de 1,5°C”, afirmando que “demasiados de nosotros nos comprometemos aquí y más tarde firmamos acuerdos comerciales que hacen exactamente lo contrario”.
Estos líderes no fueron la excepción. Pero otros, como el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, la emprendieron contra países concretos, en particular contra los competidores mundiales de su país en materia de comercio e influencia política. Su estilo de discurso fue claramente distinto al de Johnson y Macron. “El hecho de que China, tratando de afirmar, comprensiblemente, su nuevo papel en el mundo como líder mundial, vaya y no se presente… ¡Vamos!”, dijo, siguiendo con un puntazo contra “Putin y Rusia”. Esto es, en sí mismo, un triste comentario; Biden había viajado miles de kilómetros simplemente para ajustar algunas cuentas políticas triviales.
Esa retórica política tan inútil acentúa nuestra dicotomía actual al enfrentarnos a las repercusiones de nuestro propio abuso del medio ambiente. Por un lado, necesitamos líderes capaces de apreciar la gravedad de la situación mientras que, por otro, la política internacional ha demostrado ser a menudo la causa de los problemas y raramente las soluciones.
Entonces, ¿cómo resolvemos este jeroglífico?
El manifiesto de la Red de Acción por el Clima (CAN, por sus siglas en inglés), la principal coalición de ONG europeas que luchan contra el peligroso cambio climático, ofrece algunas pistas: “Una sociedad sostenible, justa y resiliente a largo plazo necesita un enfoque proactivo que sea holístico, basado en los valores y centrado en las personas, abordando las desigualdades y los desequilibrios de poder existentes”.
Ese es, sin duda, el punto de partida de una conversación seria sobre el medio ambiente. La lógica interesada de políticos y multimillonarios solo puede hacer que nos hundamos más en el implacable atolladero.
El fundador de Amazon, Jeff Bezos, que también llegó a la cumbre en su jet privado, se comprometió a invertir 2.000 millones de dólares para el cambio climático de aquí a 2030, tras alcanzar la “epifanía” durante su “expedición” espacial de diez minutos de duración. “Me dijeron que ver la Tierra desde el espacio cambia la lente con la que ves el mundo. Pero no estaba preparado para saber hasta qué punto eso iba a ser cierto”, dijo en su discurso.
Por supuesto, para gente como Bezos, estas generosas ofertas les resultan bastante beneficiosas. Contribuyen aún más al éxito de sus marcas comerciales, al tiempo que desvían las críticas de que el capitalismo, el consumismo ilimitado -la incalculable y a menudo inmerecida acumulación de riqueza- han llevado a nuestro entorno al punto de la desesperación.
Sin embargo, ¿pueden las personas que han originado el problema ser las mismas que lo arreglen, sin siquiera reconocer su papel en la crisis en primer lugar? Nunca.
“Basta ya de hipocresías y modas pasajeras”, dijo López Obrador. El líder mexicano, a menudo calificado de “populista” por medios como The Economist o Reuters, entre otros, ha señalado precisamente el mal que ha provocado el actual estancamiento medioambiental. “Tenemos que luchar contra la enorme y monstruosa desigualdad que existe en el mundo”, dijo.
La verdad es que la respuesta a la creciente crisis medioambiental está en nuestras manos, no en las de los políticos. Estos últimos solo actuarán si alzamos nuestra voz colectiva y les presionamos para que lo hagan.
Según el último informe publicado el pasado mes de agosto por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), “la influencia humana ha calentado el clima a un ritmo sin precedentes en al menos los últimos 2.000 años”. Todos los discursos encendidos, las cumbres de lujo y las numerosas promesas políticas han hecho muy poco para revertir esta trayectoria sombría en proceso de empeoramiento.
Esperar que la COP26 salve el mundo es una ilusión. Nuestro destino está realmente en nuestras manos. Siempre lo ha estado. Ya es hora de que los políticos dejen de hablar y, por una vez, escuchen de verdad.
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