Graham Peebles, CounterPunch,
26/11/2021
Traducido del inglés por Sinfo
Fernández, Tlaxcala
Graham Peebles es un escritor independiente y también trabajador humanitario. En 2005 creó The Create Trust y ha dirigido proyectos de educación en la India, Sri Lanka, Palestina y Etiopía; en este último país vivió dos años trabajando con niños de la calle, menores explotados sexualmente y programas de formación de profesorado. @peeblesgraham
Con el apoyo de Estados Unidos y otras fuerzas extranjeras, incluidos determinados elementos de las agencias de las Naciones Unidas (ONU), el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF, por sus siglas en inglés) está intentando derrocar al gobierno democráticamente elegido de Etiopía y recuperar el poder. Esto sería desastroso tanto para el país como para la región.
UE: Estamos orgullosos de Uds.
USA: ¡Buen trabajo, chicos!”
Viñeta de propaganda etíope circulando en los medios sociales
El impacto del conflicto, que dura un año ya, es devastador. Puede que hasta tres millones de personas estén desplazadas internamente, decenas de miles han sido asesinadas, además de mujeres y niñas violadas, propiedades destrozadas, tierras destruidas y ganado masacrado por los combatientes del TPLF. En este momento es difícil ver cómo se puede alcanzarse una solución pacífica; el gobierno ha dicho que no entrará en negociaciones hasta que el TPLF se retire a Tigray, y el TPLF, que no está en condiciones de establecer ninguna condición, exige que el primer ministro Abiy Ahmed dimita.
El conflicto se inició cuando el TPLF atacó al Estado etíope el 4 de noviembre de 2020 (tal vez con la aprobación de Estados Unidos). A pesar de ello, Estados Unidos y sus títeres (Reino Unido, la UE, etc.) han apoyado, para incredulidad de muchos, a los terroristas y no al gobierno de Etiopía ni al pueblo etíope. Es ampliamente reconocido que la Administración Biden está detrás del movimiento para reemplazar el gobierno de Abiy, e instalar el TPLF -un grupo menos independiente- (EE.UU. no tolera gobiernos independientes), más maleable, que, a cambio de la libertad de hacer lo que quieran, proporcionará una vez más a EE.UU. un punto de apoyo en el Cuerno de África.
Como es lógico, Jeffrey Feltman -enviado especial de Estados Unidos para el Cuerno de África- niega todo esto, y ha afirmado: “Hemos condenado sistemáticamente la expansión de la guerra por parte del TPLF fuera de Tigray, y seguimos pidiendo al TPLF que se retire de Afar y Amhara”.
Es cierto, pero lo que cuenta son los hechos, no las palabras (sobre todo las de los políticos) y, a la luz de la respuesta de Estados Unidos desde el inicio del conflicto y de los tejemanejes entre bastidores del Departamento de Estado, su repudio parece, en el mejor de los casos, engañoso, y es ignorado por los indignados etíopes, muchos de los cuales participaron recientemente en numerosas protestas. Enormes multitudes se reunieron bajo el lema #Nunca Más en Addis Abeba, Washington, San Francisco, Londres, Pretoria y otros lugares, exigiendo el fin de la injerencia estadounidense en los asuntos de Etiopía. Existe una creciente ira entre grupos de otras naciones africanas, que ven la intromisión estadounidense en Etiopía como un ataque a la propia África, un asalto colonial.
Apoyo de Estados Unidos
Las administraciones estadounidenses han respaldado constantemente al TPLF, que estableció estrechas conexiones con el gobierno de Estados Unidos durante sus 27 años en el poder (1991-2018), contactos que están aprovechando al máximo ahora.
Solo cuando, en 2018, después de que se vieran obligados a abandonar el cargo por años de manifestaciones, EE.UU. retiró su apoyo y celebró el nuevo gobierno dirigido por Abiy Ahmed. Pero, en consonancia con su apoyo a los dictadores de todo el mundo hasta entonces y durante todo el reinado del TPLF, Estados Unidos (además del Reino Unido y, en menor medida, la UE) hizo vista gorda y oídos sordos ante la brutalidad del régimen, las violaciones de los derechos humanos y los gritos de angustia del pueblo.
Y cuando el TPLF atacó el Cuartel General del Mando Norte el pasado noviembre y las bases de Adigrat, Agula, Dansha y Sero, matando al personal de seguridad y robando armas, Washington, Londres y Bruselas no dijeron ni hicieron nada. Esta traición inicial marcó el tono de la respuesta orquestada y vergonzosa de Occidente. Estados Unidos lidera los esfuerzos de destrucción y “transición” -como los funcionarios del TPLF y los simpatizantes de los terroristas llaman a la maniobra para derrocar al Gobierno- dando al TPLF una serie de apoyos prácticos y políticos: Se cree que están compartiendo información de inteligencia sobre los movimientos de las tropas federales, proporcionando alimentos, agua y armas.
Los Estados Unidos no han dejado de alimentar a los medios de comunicación occidentales con información falsa o engañosa, y han pedido repetidamente negociaciones y un alto el fuego: aunque esto suena razonable y en algún momento puede ser posible un acuerdo político, tales demandas elevan al terrorista TPLF a grupo político legítimo y desprecian a la opinión pública etíope. Estados Unidos también ignora el alto el fuego declarado por el gobierno en junio/julio, que el TPLF no solo se negó a respetar, sino que, tras la retirada de las fuerzas federales, los combatientes del TPLF marcharon hacia Afar y Amhara y cometieron atrocidades brutales sin cuento.
La administración Biden, al mismo tiempo que facilita la agresión del TPLF, difunde su propaganda y critica al gobierno del primer ministro Abiy, ha impuesto una serie de sanciones a Etiopía: En mayo se introdujeron restricciones de visado contra cualquier persona considerada “responsable o cómplice de socavar la resolución de la crisis en Tigray”, junto con “amplias restricciones a la asistencia económica y de seguridad”. Esto afecta al apoyo financiero de Estados Unidos, y es potencialmente muy perjudicial. Al mismo tiempo se solicitó al Banco Mundial y al FMI que retuvieran asimismo la financiación. Cuatro meses más tarde, el 17 de septiembre, el presidente Biden firmó una Orden Ejecutiva, “que imponía sanciones a ciertas personas con respecto a la crisis humanitaria y de derechos humanos en Etiopía”. El decreto, bastante vago, incluye al gobierno de Eritrea, así como a cualquier “fuerza militar o de seguridad que opere o haya operado en Etiopía a partir del 1 de noviembre de 2020”.
A partir del 1 de enero de 2022 (a menos que se produzcan cambios significativos sobre el terreno), se eliminará el estatus comercial especial de Etiopía, que permite vender productos etíopes en Estados Unidos libres de derechos de importación. Esta es la medida potencialmente más perjudicial y amenaza con causar pérdidas de empleo a gran escala entre los trabajadores más pobres. Según el Ministerio de Comercio e Integración Regional de Etiopía, “revertirá importantes avances económicos en nuestro país.... Instamos a Estados Unidos a que apoye nuestros esfuerzos en curso para restablecer la paz y el Estado de derecho, y no a que castigue a nuestro pueblo por enfrentarse a una fuerza insurgente que intenta derrocar a nuestro gobierno democráticamente elegido”.
Estados Unidos también está apuntando contra el turismo en Etiopía (en 2018 el sector creció un 48% y aportó 7.400 millones de dólares a la economía), instando a sus ciudadanos a abandonar el país y disuadiendo a cualquier persona de viajar allí. A los que lo hacen se les ha advertido de que hay una alta probabilidad de que sean asesinados, y se les urge a hacer un testamento antes de viajar. Esto es un alarmismo flagrante. Se trata de un esfuerzo coordinado (Reino Unido, Francia, Turquía, Alemania y otros países han emitido directrices similares) para presentar a Etiopía como un país roto y peligroso y un intento de aislarlo, y como descubrieron recientemente los ciudadanos estadounidenses que hicieron el viaje, es completamente falso. Estas medidas podrían costar al país miles de millones de dólares.
Y en junio, más o menos cuando el gobierno etíope inició un alto el fuego en Tigray, el Departamento de Estado de Estados Unidos anunció “una revisión para determinar si se había producido un genocidio”, por parte del gobierno de Etiopía contra los tigrinos. Esto es un completo disparate, pero representa otro triunfo para el TPLF e indica el nivel de influencia que tienen en Washington. El gobierno etíope está luchando contra el TPLF, no contra el pueblo de Tigray, sin embargo, el impacto sobre los civiles en Tigray, así como en Afar y Amhara, ha sido devastador (en gran parte como resultado de la violencia del TPLF) y hay algunos informes de tigrinos que han sido indebidamente atacados tras la imposición del estado de emergencia el 2 de noviembre.
Aunque es importante que las fuerzas de seguridad tengan libertad para identificar a cualquiera que trabaje con el TPLF y para reducir el riesgo de ataques terroristas al azar, acciones como las detenciones indiscriminadas, corren el riesgo de alimentar la ira contra los grupos étnicos, en particular los tigrinos (muchos de los cuales no están involucrados con el TPLF), y deben evitarse siempre que sea posible.
Dentro del caos del conflicto ha surgido un poderoso sentimiento de unidad nacional; el pueblo tiene un enemigo común: el TPLF, así como Estados Unidos y los medios de comunicación occidentales, que han perdido toda credibilidad entre los etíopes. Es esencial que se mantenga este sentimiento de unión y que se minimice la fragmentación por líneas étnicas/tribales que el TPLF agitó cuando estaba en el poder. Introducida como una forma de divide y vencerás, la política de federalismo étnico (o tribal) del TPLF dividió a las comunidades, exacerbó los resentimientos y fomentó la creación de grupos políticos etnocéntricos, algunos de los cuales, como el Frente de Liberación Oromo, que ahora trabaja con el TPLF en una nefasta alianza, se han transformado en insurgencias armadas.
USA, ¡mantente al margen!
Las administraciones estadounidenses, santurronas y arrogantes, parecen no aprender nunca de sus errores invasivos, ni reconocer hasta qué punto son despreciadas en ciertas partes del mundo. No es un sentido de responsabilidad global y de bondad altruista lo que impulsa a Estados Unidos (y a otras antiguas potencias depredadoras) a interferir en los asuntos de una nación, es el interés propio, el beneficio corporativo, el miedo y la arrogancia, y así lo ven los pueblos de todo el mundo; basta con preguntar al pueblo abandonado y violado de Afganistán, a los maltratados palestinos obligados a vivir bajo la ocupación en su propia tierra, o a los millones de iraquíes cuyas vidas nunca se han recuperado de la invasión de 2003.
Etiopía, para furia de Estados Unidos, busca ahora aliados en otros lugares: China, que mantiene una fuerte relación con el país gracias a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, Irán, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) -que, según se informa, están suministrando armas-, Rusia y otros vecinos africanos. El mensaje de los etíopes y de las personas que se solidarizan con Etiopía para Estados Unidos es claro: “Dejad de interferir”, “meteos en vuestros asuntos”. Si no puedes ser un amigo de Etiopía, un defensor de la democracia y una fuerza para el bien en el país, entonces aléjate. Etiopía es una nación antigua con una cultura rica y diversa, nunca ha sido colonizada: este hecho es una fuente de gran orgullo para los etíopes, que son un pueblo profundamente orgulloso, que “nunca se inclinará”, como dijo un manifestante, ni ante los terroristas ni ante los colonialistas modernos, ni ahora ni nunca.
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