Por qué hay que acabar de una vez con las políticas simbólicas que distraen de la lucha contra el odio y los delitos reales
Un
artículo de opinión de Eva Menasse, Die
Zeit, Nr°5/2022, 327/1/2022
Traducido
por Miguel Álvarez
Sánchez, editado por Fausto Giudice,
Tlaxcala
La escritora Eva Menasse. Foto Andreas Arnold/dpa
Eva Menasse, nacida en Viena en
1970, es una de las más importantes escritoras en lengua alemana. En 2021
recibió el Premio Bruno Kreisky por su reciente novela Dunkelblum. Ella
vive en Berlín. De ella en español se puede leer Viena (Lumen, 2008).
El debate sobre el antisemitismo en Alemania está lleno de agitadores que se superan en la política simbólica. Todos los demás -el público, que es bastante sensible al respeto, así como los judíos de a pie que no son agentes que desempeñan funciones ni líderes de opinión- hace tiempo que se apartaron con frustración. Puede que a uno u otro ya le hayan dado con el garrote del antisemitismo, eso también le puede pasar a los judíos. Los políticos simbólicos no son, al pasar por la arena, muy cautelosos. ¿Existe el antisemitismo (crudo, brutal, que pone en peligro la vida)? Sí, y no demasiado escaso. Ha crecido exponencialmente, como todo el odio, gracias a los medios antisociales. Si no estuviéramos tan embriagados por las aplicaciones gratuitas que roban datos, tendríamos que preguntarnos por qué estamos soportando un brote de violencia física y psicológica como no ha sido causado por un solo invento desde el invento de la pólvora. Además de los cárteles digitales, son principalmente los guardaespaldas los que se benefician: desde políticos locales hasta profesores universitarios, pasando por cabareteros y virólogos, el grupo de personas que van acompañadas de pistoleros y tienen que mantener sus direcciones en secreto está creciendo rápidamente.
Pero no es sólo el odio multiplicado (que lleva directamente a crímenes como los de Kassel, Hanau, Halle) lo que estalla bajo nuestra mano, sino también un moralismo completamente equivocado de fuentes digitales igualmente turbias. Pequeños grupos de fustigadores rigurosos se han hecho con el control de gran parte del discurso y han contagiado a su público, que ahora tiene un comportamiento inmoderado, implacable y amenazante incluso en nombre de nobles conceptos como la “igualdad”, la “diversidad” o precisamente la "lucha contra el antisemitismo".
El grupúsculo (6 personas) llamado pomposamente Alianza contra el
Antisemitismo (Bündnis gegen Antisemitismus) pone la siguiente imagen en el
encabezado de su blog, rematada por este texto:
“- Oye, hace poco escribí un ensayo contra Hamás
-¡Grande! Pero preferimos la Fuerza Aérea”.
Entre ellos se encuentra la “Alianza de Kassel contra el antisemitismo”, que ha desatado el supuesto escándalo de la Documenta sobre supuestas actitudes antisemitas entre los artistas invitados a la misma. Su “investigación” fue asumida por medios de comunicación de calidad como DIE ZEIT y ampliamente comentada (ZEIT nº 3/22 21). Ya que es contra los antisemitas, estará más o menos bien, ¿no? En todas partes, incluyendo MeToo y Black Lives Matter, los debates han descarrilado por completo. Muchos participantes se han alejado del enfoque pragmático (“¿Dónde está el problema y cómo se puede resolver?”), pasando a la locura religiosa.
Esta es la convincente tesis del lingüista usamericano John McWorther, que ha escrito el libro del momento, Woke Racism: How a New Religion has Betrayed Black America [Racismo despierto: Cómo una nueva religión ha traicionado a la América negra, inédito en español]. Sus análisis pueden trasladarse sin problemas a Alemania: describe a creyentes y herejes, credos, inquisidores y quemas de brujas. Según McWhorter, nada de esto ayuda a mejorar la vida de los negros usamericanos (véase también la entrevista con él en la ZEIT de este número).
Algo parecido ocurre con los judíos en Alemania. Veamos el equipo de sacerdotes locales contra el antisemitismo. Ha crecido en los últimos años como los candelabros de Hanukkah en el espacio público, y es al menos políticamente ejemplarmente diverso. Los actores van desde la extrema derecha, la prensa islamófoba de Springer con su preámbulo editorial, que mezcla tan descuidadamente Israel y “los judíos”, hasta el feuilletón [sección de cultura y pensamiento] de la FAZ (Frankfurter Allgemeine Zeitung), que aparentemente sigue intentando lavarse la cara de la disputa de los historiadores de los años 80 en tono inquisitorial, a los furibundos izquierdistas y ex izquierdistas de ZEIT, taz [die Tageszeitung], Spiegel (que quieren pagar la culpa alemana) y a los llamados antialemanes repartidos por muchas redacciones online (como Perlentaucher y Ruhrbarone - estos últimos hacen chistes sobre el aniquilamiento de Gaza). Se trata de antiguos izquierdistas radicales que, al principio en honrosa disidencia con el antisemitismo/antiimperialismo de izquierdas, desde la reunificación han rechazado el “nacionalismo alemán”, en favor de un culto ciego de lo israelí. Todos ellos fustigan el antisemitismo en los términos más enérgicos allí donde lo descubren, es decir, en casi todas partes.
Ahora bien, es indudable que Alemania tiene una obligación especial debido a su historia. Pero esto probablemente también requiere que se mantenga la razón y que se escuchen todas las partes. Este no es el caso. Parece una broma, pero es cierto: la prensa israelí es más diversa; la usamericana lo es de todos modos. Las voces judías que critican las políticas de colonización u ocupación israelíes son inmediatamente difamadas en Alemania (“autoodio judío”, “antisionista notorio”, “no suficientemente judío”). Tampoco se aborda el patético sufrimiento de los palestinos, excepto en las páginas de política exterior.
Cuando los escritores judíos e israelíes presentaron una antología en Colonia (que incluía textos de Michael Chabon, Assaf Gavron, Arnon Grünberg) sobre la vida bajo la ocupación israelí, activistas alemanes indignados distribuyeron folletos contra este “evento antisemita y antisionista”. Algo está fallando. En cambio, en la lucha contra el antisemitismo penalmente relevante, Alemania apenas ha reunido hasta ahora la voluntad política que Herbert Reul, Ministro del Interior de Renania del Norte-Westfalia, demostró de forma tan impresionante contra la pornografía infantil: trabajo policial adecuado, persecución decidida, juicios rápidos. Ningún bloguero antisemita, ningún grupo antijudío en Telegram debería sentirse seguro. Y una fiscalía como la de Cottbus, que no hace nada contra un agitador como Attila Hildmann durante meses, se debería sustituir.
El movimiento BDS es irrelevante para el debate alemán
Más vale ahorrar la energía para una guerra cultural llena de pasiones y provincianismo. Cuando en marzo de 2021 se presentó la “Declaración de Jerusalén”, redactada por académicos de varios países, con su nueva definición de antisemitismo (quiere distinguirlo con mayor precisión de la crítica política legítima), un redactor jefe alemán se burló de los tres y medio firmantes locales, pues parecía no conocer al ilustre grupo de autores de renombre internacional. Aquí hay comentaristas peleones que no han estado nunca en los territorios ocupados ni quieren ir (hace años, la activista de derechos humanos judío-alemana Nirit Sommerfeld y yo intentamos en vano organizar una especie de viaje educativo para las secciones culturales de prensa escrita más importantes) y que no tienen ni idea del alcance de la discusión internacional. Probablemente tendrían noches de insomnio si se enteraran de que Trump y sus cristianos evangélicos son financiadores del movimiento radical de colonos o de que el 25% de los judíos usamericanos consideran que Israel es un “Estado de apartheid”; los judíos usamericanos no tienen por qué tener razón, pero eso bajaría un poco la histeria alemana en torno al término “apartheid”, ¿no? O si supieran que la mayoría de los palestinos moderados simpatizan con el movimiento BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones), porque los menos moderados están a favor de Hamás.
Por último, pero no menos importante, están los comisarios de antisemitismo, políticos simbólicos por excelencia. Uno pide que se reconozca el yiddish como lengua minoritaria (el número de hablantes tiende a cero) e insulta a sus oponentes judíos en Twitter (si al menos lo haría en yiddish), un segundo publica fotos de sí mismo con el uniforme de la policía israelí, un tercero recopila largas listas de nombres de calles supuestamente contaminadas por el antisemitismo en Berlín y ha recibido merecidas burlas por ello del director artístico de la Ópera Cómica, Barrie Kosky. Pero, ¿le impedirá eso cambiar el nombre de la Olof-Palme-Platz y la Fontanestraße? Finalmente, un cuarto, comisario federal del último gobierno, se ha inmortalizado con una frase de índole forzada típicamente alemana: “Los israelíes que están políticamente más a la izquierda” deberían, por favor, “tener cierta sensibilidad por la responsabilidad histórica de Alemania”.
En los buenos momentos casi me hace gracia, sobre todo el “tío” con uniforme israelí. Incluso que fue la AfD [Alternativa para Alemania, extrema derecha] la que introdujo una primera propuesta anti-BDS en el Bundestag [parlamento federal] en 2019. ¡Qué conmoción debieron sentir los demás cuando se enteraron de esta enorme amenaza a la moral alemana, precisamente por parte de Beatrix von Storch! A partir de entonces, la historia lamentablemente se torna amarga. La mayoría de los diputados de la CDU/CSU, el SPD, el FDP y los Verdes no han considerado lo que han hecho con su resolución anti-BDS. Más bien, los diputados se consideraban héroes.
Este espantajo de resolución ha destruido los últimos vestigios de la razón; si fuera partidaria de la AfD, estaría satisfecha con el resultado. Aunque no es jurídicamente vinculante, ha provocado temor y ansiedad entre los organizadores culturales, tal como se pretendía. Que le llamen a uno públicamente antisemita porque un artista invitado solía estar a favor del BDS o quiere discutirlo equivale a ser acusado de abuso de menores en Alemania. No, no estoy exagerando. Uno grita BDS, y todos los demás chillan, como acaban de hacer de nuevo en el asunto de la Documenta. Bien en esa época, las mayores y más importantes instituciones culturales y académicas (Goethe-Institut, Casa de las Culturas del Mundo, Centro Moses Mendelssohn, Instituto de Estudios Avanzados académicos, Centro de Investigación sobre el Antisemitismo, Fundación Cultural Federal, y muchos más) se han unido para formar a la "Iniciativa Weltoffenheit” [apertura al mundo ] Por eso querían advertir de las consecuencias de esta perjudicial resolución de fisgoneo macartista, que complica enormemente su labor cultural pero no evita ni un solo delito antisemita. Lo que cosecharon fue de ser culpados de contacto.
Pues los feuilletones cayeron casi unidos sobre la “Weltoffenheit” y -ésta es la consecuencia más desastrosa- sacaron de un plumazo a todos los expertos serios que Alemania posee y que tanto necesitaría (mediadores culturales con experiencia en Oriente Medio, investigadores de renombre sobre antisemitismo y racismo). Desde entonces, cualquiera que haya participado en la “Weltoffenheit”, ha sido considerado un partidario convicto del BDS, léase el “Kasseler Bündnis”. Esta es otra razón por la que los historiadores del arte especializados en escultura medieval se permiten escribir sobre cosas de las que no saben nada. A renglón seguido, rebuscarán en los archivos. Me complace dar la pista sardónica: seguro que allí se encuentran artistas famosos con simpatías por el BDS que ya han expuesto en la Documenta.
¿A quién ayuda esto? El movimiento BDS, ciertamente antisemita en partes (cito a Eva Illouz: “También lo es el Partido Laborista británico”), es completamente irrelevante para el debate alemán. Funciona como un abracadabra al que hay que renunciar públicamente, sobre el que se puede olvidar alegremente que, según todas las estadísticas criminales, al menos el 90 % de todos los crímenes antisemitas los cometen nazis alemanes de la derecha radical. Crímenes, gente, asaltos y agresiones, ¡Nada de Casa de la Literatura o charlas de inauguración! Pero como su persecución es mucho más sucia y complicada, no deja de ser un murmullo de virtudes ebrias. Se acaban de presentar nuevos carteles en Berlín, se puede ver una sala de conferencias, un texto que dice: “Esto es antisemitismo - ¡y no una tesis!” Sí, ciertamente seguimos teniendo demasiada poca denuncia y división en las universidades agitadas por políticas de identidad; muchas gracias.
En el mundo medio normal con el que a veces todavía sueño, académicos y artistas discuten sobre arte y política en espacios protegidos como antes, incluso sobre el BDS si se quiere, pero entonces automáticamente también sobre la población civil palestina, aterrorizada a diario por colonos violentos con los que ni siquiera los Antideutsche (Antialemanes) confraternizarían. Los periodistas investigan y sopesan, sin prisas impuestas del internet. Todo ese bonito dinero de los comisarios del antisemitismo va a parar a Herbert Reul como nuevo comisario federal de delitos de odio digitales y analógicos. Entonces se separaría por fin lo importante de lo intrascendente, el término “antisemitismo” podría volver a hacerse más pequeño y preciso, el de judaísmo más grande y cultural. Pero claro, seguimos soñando: en cambio de eso, el hechizo del rechazo al BDS.
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