Stan Cox/ Noam
Chomsky, TomDispatch.com,
24/10/2021
Este
mes marcará una coyuntura crítica en la lucha para evitar la catástrofe
climática. En la cumbre mundial sobre el clima COP26, que comenzará la semana
que viene en Glasgow (Escocia), los negociadores se enfrentarán a la urgente
necesidad de sacar a la economía mundial del camino de la continuidad, que
llevará a la Tierra hasta y por encima de los 3 grados centígrados de exceso de calentamiento
antes de que acabe este siglo, según el Grupo Intergubernamental de Expertos
sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Sin embargo, hasta
ahora, las promesas de los países ricos de reducir las emisiones de gases de
efecto invernadero han sido demasiado débiles para frenar el aumento de la temperatura.
Mientras tanto, los planes climáticos de la administración Biden penden de un hilo. Si el Congreso no aprueba
el proyecto de ley de reconciliación, la próxima oportunidad para que Estados
Unidos adopte medidas climáticas efectivas puede que no surja hasta que sea
demasiado tarde.
Durante
las últimas décadas, Noam Chomsky ha sido una de las voces más contundentes y
persuasivas que se han enfrentado a la injusticia, la desigualdad y la amenaza
que supone el caos climático provocado por el hombre para la civilización y la
Tierra. Estaba ansioso por conocer la opinión del profesor Chomsky sobre las
raíces de nuestra grave situación actual y sobre las perspectivas de la
humanidad para salir de esta crisis hacia un futuro habitable. Accedió
amablemente a hablar conmigo a través de un videochat. El texto que sigue es
una versión abreviada de la conversación que mantuvimos el 1 de octubre de 2021.
El
profesor Chomsky, de 92 años, es autor de numerosas obras políticas de gran
éxito de ventas, traducidas a decenas de idiomas. Sus críticas al poder y su
defensa de la acción política de la persona común han inspirado a generaciones
de activistas y organizadores. Es profesor emérito del Instituto Tecnológico de
Massachusetts desde 1976. Sus libros más recientes son Consequences of Capitalism:
Manufacturing Discontent and Resistance, con Marv Waterstone, y Climate Crisis and the Global
Green New Deal: The Political Economy of Saving the Planet, con Robert
Pollin y C.J. Polychroniou. (Stan Cox)
Stan Cox (SC): La mayoría de los países que se reunirán en Glasgow
para la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, del
31 de octubre al 12 de noviembre de 2021, se han comprometido a reducir las
emisiones. En su mayoría, esas promesas son totalmente deficientes. ¿Qué
principios cree usted que deberían guiar los esfuerzos para evitar la
catástrofe climática?
Noam Chomsky (NC): Los impulsores del Acuerdo de París pretendían
tener un tratado vinculante, no acuerdos voluntarios, pero había un impedimento.
Ese impedimento se llama Partido Republicano. Estaba claro que el Partido
Republicano nunca aceptaría ningún compromiso vinculante. La organización
republicana, que ha perdido cualquier pretensión de ser un partido político
normal, se dedica casi exclusivamente al bienestar de los súper ricos y del
sector empresarial, y no se preocupa en absoluto por la población ni por el
futuro del mundo. La organización republicana nunca habría aceptado un tratado.
En respuesta, los organizadores redujeron su objetivo a un acuerdo voluntario,
que tiene todas las dificultades que has mencionado
Hemos perdido seis años, cuatro bajo la
administración Trump que se dedicó abiertamente a maximizar el uso de los
combustibles fósiles y a desmantelar el aparato regulatorio que, hasta cierto
punto, había limitado sus efectos letales. Estas regulaciones, de algún modo,
protegían a sectores de la población de la contaminación, principalmente a los
pobres y a la gente de color. Porque son ellos los que, por supuesto, se
enfrentan a la principal carga de la contaminación. Son los pobres del mundo
que viven en lo que Trump llamó “países de mierda” los que más sufren; son los
que menos han contribuido al desastre, pero son los que más sufren.
No tiene por qué ser así. Como ha
escrito en su nuevo libro, The
Path to a Liveable Future (El camino hacia un futuro habitable), sí hay un camino hacia un
futuro habitable. Hay formas de tener políticas responsables, sanas y
racialmente justas. Depende de todos nosotros exigirlas, algo que los jóvenes
de todo el mundo ya están haciendo.
Otros países tienen sus propias cosas por
las que responder, pero Estados Unidos tiene uno de los peores historiales del
mundo. Estados Unidos bloqueó el Acuerdo de París antes de que Trump acabara
llegando al poder. Pero fue bajo las instrucciones de Trump que Estados Unidos
se retiró del acuerdo por completo.
Si miras por encima a los demócratas más
cuerdos, que están lejos de ser inocentes, hay gente llamada moderada como el
senador Joe Manchin (démocrata por Virginia Occidental), el principal receptor de fondos de los combustibles
fósiles, cuya posición es la de las compañías de combustibles fósiles, que
postula, como él dijo, ninguna eliminación, solo innovación. Esa es también la
opinión de Exxon Mobil: “No se preocupen, nos ocuparemos de ustedes”, dicen.
“Somos una corporación con alma. Estamos invirtiendo en algunas formas
futuristas de eliminar de la atmósfera la contaminación que estamos vertiendo
en ella. Todo está bien, solo tienen que confiar en nosotros”. No hay
eliminación, solo innovación, que puede o no llegar y si lo hace, probablemente
será demasiado tarde y demasiado limitada.
Tomemos el informe del IPCC que acaba de aparecer. Es mucho más funesto que los
anteriores y dice que debemos eliminar los combustibles fósiles paso a paso, cada
año, y librarnos de ellos por completo en unas pocas décadas. Pocos días
después de la publicación del informe, Joe Biden lanzó un llamamiento al cártel
petrolero de la OPEP para que aumentara la producción, lo que haría bajar los
precios de la gasolina en Estados Unidos y mejoraría su posición ante la
población. Hubo una euforia inmediata en las revistas petroleras. Se pueden
obtener muchos beneficios, pero ¿a qué precio? Estuvo bien tener a la especie
humana durante un par de cientos de miles de años, pero evidentemente eso es ya
suficiente. Al fin y al cabo, la vida media de una especie en la Tierra es
aparentemente de unos 100.000 años. Entonces, ¿por qué deberíamos batir el
récord? ¿Por qué organizar un futuro justo para todos cuando podemos destrozar
el planeta ayudando a las corporaciones ricas a enriquecerse?
SC: La catástrofe ecológica se está cerniendo sobre nosotros en gran
medida porque, como usted dijo una vez, “todo el sistema socioeconómico se basa
en la producción con fines de lucro y en un imperativo de crecimiento que no
puede sostenerse”. Sin embargo, parece que solo la autoridad estatal puede
aplicar los cambios necesarios de forma equitativa, justa y equitativa. Dada la situación de emergencia a la que nos
enfrentamos, ¿cree que el gobierno de Estados Unidos podría justificar la
imposición de restricciones a nivel nacional, como reglas de asignación de
recursos o racionamiento equitativo, políticas que necesariamente limitarían la
libertad de las comunidades locales y de los individuos en su vida material?
NC: Vamos a ver, es preciso afrontar algunas realidades. Me gustaría
ver un movimiento hacia una sociedad más libre y justa: producción por
necesidad en lugar de producción por beneficio, trabajadores capaces de
controlar sus propias vidas en lugar de subordinarse a los amos durante casi
toda su vida consciente. El tiempo que se requiere para tener éxito en tales
esfuerzos es simplemente demasiado grande para abordar esta crisis. Eso
significa que tenemos que resolverla en el marco de las instituciones
existentes, que pueden ser mejoradas.
El sistema económico de los últimos 40
años ha sido especialmente destructivo. Ha infligido grandes agresiones a la
mayoría de la población, lo que ha provocado un enorme crecimiento de la desigualdad
y ataques a la democracia y al medio ambiente.
Un futuro habitable es posible. No
tenemos por qué vivir en un sistema en el que las normas fiscales se han
cambiado para que los multimillonarios paguen tipos más bajos que los
trabajadores. No tenemos que vivir en una forma de capitalismo de Estado en la
que se ha robado al 90% de los ingresos más bajos aproximadamente 50 billones
de dólares, en beneficio de una fracción del 1%. Esa es la estimación de la
RAND Corporation, una grave subestimación si tenemos en cuenta otros
dispositivos que se han utilizado. Hay formas de reformar el sistema actual
dentro del mismo marco de las instituciones. Creo que estas deberían cambiar,
pero tendría que ser a largo plazo.
La pregunta es: ¿Podemos evitar la catástrofe
climática en el marco de instituciones capitalistas estatales menos salvajes?
Creo que hay razones para creer que sí podemos, y hay propuestas muy cuidadosas
y detalladas sobre cómo hacerlo, incluyendo algunas incluidas en tu nuevo
libro, así como las propuestas de mi amigo y coautor, el economista Robert
Pollin, que ha trabajado muchas de estas cosas con gran detalle. Jeffrey Sachs,
otro buen economista, que ha utilizado modelos algo diferentes, ha llegado a
las mismas conclusiones. Estas son más o menos las propuestas de la Asociación
Internacional de la Energía, de ninguna manera una organización radical, que
surgió de las corporaciones energéticas. Pero todos tienen esencialmente el
mismo panorama.
Hay, de hecho, incluso una resolución
del Congreso, promovida por Alexandria Ocasio-Cortez y Ed Markey, que
esboza propuestas que son bastante cercanas a esto. Y creo que todo está dentro
del rango de la viabilidad. Sus estimaciones de costes del 2% al 3% del PIB,
con esfuerzos factibles, no solo abordarían la crisis, sino que crearían un
futuro más habitable, sin contaminación, sin atascos, y con un trabajo más
constructivo y productivo, mejores empleos. Todo esto es posible.
Pero hay serias barreras: las industrias
de los combustibles fósiles, los bancos, las otras grandes instituciones, que
están diseñadas para maximizar los beneficios y no se preocupan por nada más.
Después de todo, ese fue el lema anunciado del período neoliberal: el
pronunciamiento del gurú económico Milton Friedman de que las corporaciones no
tienen ninguna responsabilidad con el público o con la mano de obra, que su
responsabilidad total es maximizar el beneficio para unos pocos.
Por razones de relaciones públicas, las corporaciones
de combustibles fósiles como ExxonMobil a menudo se presentan a sí mismas como
llenas de sentimientos y benévolas, que trabajan día y noche en aras al bien
común. Es lo que se llama “ecoblanqueo”.
SC: Algunos de los métodos más discutidos para capturar y eliminar
el dióxido de carbono de la atmósfera consumirían enormes cantidades de biomasa
producida en cientos de millones o miles de millones de hectáreas, lo que
supondría una amenaza para los ecosistemas y la producción de alimentos, sobre
todo en los países de bajos ingresos y bajas emisiones. Un grupo de especialistas en ética y otros
estudiosos escribieron recientemente que un “principio básico” de la justicia
climática es que “las necesidades urgentes y básicas de las personas y los
países pobres deben estar garantizadas frente a los efectos del cambio
climático y de las medidas adoptadas para limitarlo”. Eso parece descartar
claramente estos planes de “emitir carbono ahora para capturarlo después”, y
hay otros ejemplos de lo que podríamos llamar “imperialismo de mitigación del
clima”. ¿Cree usted que el mundo puede enfrentarse cada vez más a este tipo de
explotación a medida que aumentan las temperaturas? ¿Y qué opina de estas
propuestas de bioenergía y captura de carbono?
NC: Es totalmente inmoral, pero es una práctica habitual. ¿A dónde van
los residuos? No van al patio de tu casa, van a lugares como Somalia que no
pueden protegerse. La Unión Europea, por ejemplo, ha estado vertiendo sus
residuos atómicos y otros tipos de contaminación en las costas de Somalia,
perjudicando a las zonas de pesca y a las industrias locales. Es horroroso.
El último informe del IPCC reclama el fin
de los combustibles fósiles. La esperanza es que podamos evitar lo peor y
alcanzar una economía sostenible en un par de décadas. Si no lo hacemos,
alcanzaremos puntos de inflexión irreversibles y las personas más vulnerables
-las menos responsables de la crisis- serán las primeras en sufrir las
consecuencias y las más graves. Las personas que viven en las llanuras de
Bangladesh, por ejemplo, donde los potentes ciclones causan daños
extraordinarios. Las personas que viven en la India, donde la temperatura puede
superar los 49 grados centígrados en verano.
Muchos pueden ser testigos de cómo algunas partes del mundo se vuelven
inhabitables.
Recientemente, unos geocientíficos
israelíes condenaron a su gobierno por no tener en cuenta el efecto de las
políticas que están llevando a cabo, incluido el desarrollo de nuevos
yacimientos de gas en el Mediterráneo. Desarrollaron un análisis que indicaba
que, dentro de un par de décadas, durante el verano, el Mediterráneo alcanzaría
el calor de un jacuzzi, y las llanuras bajas se inundarían. La gente seguiría
viviendo en Jerusalén y Ramallah, pero las inundaciones afectarían a gran parte
de la población. ¿Por qué no cambiar el rumbo para evitarlo?
SC: La economía neoclásica que subyace en estas injusticias pervive
en los modelos económicos del clima conocidos como “modelos de evaluación
integrada”, que se reducen a análisis de costes y beneficios basados en el
llamado coste social del carbono. Con tales proyecciones, ¿los economistas
pretenden jugarse el derecho de las generaciones futuras a una vida digna?
NC: No tenemos derecho a jugar con la vida de los habitantes del sur de
Asia, de África o de las comunidades vulnerables de Estados Unidos. ¿Quieres
hacer un tipo de análisis así en tu seminario académico? De acuerdo, adelante.
Pero no te atrevas a trasladarlo a la política. No te atrevas a hacerlo.
Hay una diferencia notable entre los
físicos y los economistas. Los físicos no dicen, oye, vamos a probar un
experimento que podría destruir el mundo, porque sería interesante ver qué
pasaría. Pero los economistas lo hacen. Sobre la base de las teorías neoclásicas,
instituyeron una gran revolución en los asuntos mundiales a principios de la
década de 1980 que despegó con Carter y se aceleró con Reagan y Thatcher. Dado
el poder de Estados Unidos en comparación con el resto del mundo, el asalto
neoliberal, un gran experimento de teoría económica, tuvo un resultado
devastador. No hacía falta ser un genio para darse cuenta. Su lema ha sido: “El
gobierno es el problema”.
Eso no significa que se eliminen las
decisiones, sino que se trasladan. Las decisiones se siguen tomando. Si no las
toma el gobierno, que está, de forma limitada, bajo la influencia popular, las
tomarán las concentraciones de poder privado, que no tienen ninguna
responsabilidad ante el público. Y siguiendo las instrucciones de Friedman, no
tienen ninguna responsabilidad ante la sociedad que les dio el don de la
incorporación. Solo tienen el imperativo del autoenriquecimiento.
Luego llega Margaret Thatcher y dice que
no existe la sociedad, solo individuos atomizados que se manejan de alguna
manera en el mercado. Por supuesto, hay una pequeña nota a pie de página que
ella no se molestó en añadir: para los ricos y poderosos, hay mucha sociedad.
Organizaciones como la Cámara de Comercio, la Business Roundtable, ALEC, todo
tipo de organizaciones. Se reúnen, se defienden, etc. Hay mucha sociedad para
ellos, pero no para el resto de nosotros. La mayoría tiene que enfrentarse a
los estragos del mercado. Y, por supuesto, los ricos no. Las empresas cuentan
con un Estado poderoso que las saque de apuros cada vez que hay algún
problema. Los ricos tienen que contar
con el poderoso Estado -así como con sus poderes policiales- para asegurarse de
que nadie se interponga en su camino.
SC: ¿Dónde ves esperanza?
NC: En los
jóvenes. En septiembre hubo una huelga internacional por el clima; cientos de
miles de jóvenes salieron a exigir el fin de la destrucción del medio ambiente.
Hace poco, Greta Thunberg se plantó en la reunión de Davos de los grandes y
poderosos y les dio una charla sobria sobre lo que están haciendo. “¿Cómo os
atrevéis?”, dijo, “me habéis robado mis sueños y mi infancia con vuestras
palabras vacías. Nos habéis traicionado”. Esas son las palabras que deberían
grabarse en la conciencia de todos, especialmente de la gente de mi generación,
que les ha traicionado y sigue traicionando a la juventud del mundo y a los
países del mundo.
Ahora tenemos una lucha por delante. Se
puede ganar, pero cuanto más se retrase, más difícil será. Si hubiéramos
asumido esto hace diez años, el coste habría sido mucho menor. Si Estados
Unidos no hubiera sido el único país en rechazar el Protocolo de Kioto, habría
sido mucho más fácil. Cuanto más esperemos, más traicionaremos a nuestros hijos
y a nuestros nietos. Esas son las opciones. A mí no me quedan muchos años, pero
a muchos de ustedes sí. La posibilidad de un futuro justo y sostenible existe,
y hay mucho que podemos hacer para llegar a él antes de que sea demasiado
tarde.