Miriyam Aouragh y Hamza
Hamouchene, Middle East Eye, 20/12/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
(El presente artículo es una versión editada de la introducción del dossier The Arab Uprisings: A Decade of Struggles elaborado por el Transnational Institute.)
Las revueltas iniciadas en 2010 fueron algo más que antiautoritarismo y promesas incumplidas, pero los análisis dominantes tienden a limitarse a los temas orientalistas.
Mural en la calle Mohamed Mahmud, en El Cairo, para conmemorar el aniversario del levantamiento del 25 de enero contra el régimen de Mubarak (AFP)
Los aniversarios tienen un poder simbólico, que puede ser una buena oportunidad para hacer balance de lo ocurrido y reflexionar sobre los aspectos positivos y negativos. También pueden ser momentos dinámicos en los que pensamos en cómo avanzar. 2021 constituye un momento de este tipo, ya que coincide con el X aniversario de la Primavera Árabe.
En 2011 una ola de levantamientos se extendió por la región de Oriente Medio y el Norte de África, en lo que se denominó la Primavera Árabe. Las revueltas sacudieron el mundo. En Túnez y Egipto prendieron unas revueltas que resultaron históricas en el norte de África y más allá, ya que la gente aplaudió el derrocamiento de los regímenes dictatoriales de Ben Ali y Mubarak y esperó cambios significativos en sus vidas.
Estos levantamientos, como la mayoría de las situaciones revolucionarias, liberaron una enorme energía; una sensación de renovación sin precedentes y un cambio en la conciencia política.
Los pueblos de la región están demasiado familiarizados con los estereotipos racistas de la falsedad simplista de que “los árabes y los musulmanes no son aptos para la democracia y son incapaces de gobernarse a sí mismos”. El dominio imperial y colonial sobre la región ha hecho que en algunos sectores se la considere como una entidad homogénea, reducida sistemáticamente a través de tropos negativos.
Imágenes orientalistas de conflictos y guerras, dictadores despiadados y poblaciones pasivas, terrorismo y extremismo, ricas reservas de petróleo y extensos desiertos: estas representaciones rígidas del “Otro” son un sello distintivo del tipo de violencia política y geográfica que tan bien articuló Edward Said.
Las revueltas echaron por tierra muchos de estos estereotipos y desmontaron numerosos mitos. Los vientos de la revolución que comenzaron a soplar en diciembre de 2010 se extendieron desde Túnez hasta Egipto, Libia, Siria, Yemen, Bahréin, Jordania, Marruecos y Omán. La experiencia emancipadora fue contagiosa, inspirando a gente de todo el mundo: a los activistas de Madrid, Londres y Nueva York, ya se llamaran a sí mismos movimiento Occupy o Indignados, todos estaban orgullosos de “caminar como un egipcio”.
Polarización profunda
Aunque en las últimas tres o cuatro décadas se ha intentado deslegitimar el cambio radical a través de la revolución, tras las deficiencias y derrotas de los esfuerzos de descolonización en varias partes del Sur Global, las revoluciones y levantamientos emancipadores van a proseguir.
Sin embargo, no podemos negar que lo que comenzó como levantamientos inspiradores contra el autoritarismo y las condiciones socioeconómicas opresivas -exigiendo pan, justicia y dignidad- se transformó en violencia y caos, en una profunda polarización, en una contrarrevolución y en una intervención extranjera. Diversos movimientos populares se vieron enfrentados a fuerzas autoritarias y contrarrevolucionarias arraigadas, empeñadas en reprimirlos. Todos se enfrentaron a la resistencia del Estado, a menudo en conjunción con el capital global y la injerencia extranjera.
El golpe militar en Egipto acabó restaurando una forma de dictadura mucho más despiadada y represiva. El brutal descenso a las guerras civiles en Siria, Libia y Yemen, y la serie de medidas represivas en países del Golfo como Bahréin, pusieron de manifiesto la cruel lógica de la guerra por delegación, que tanto recuerda a los esquemas coloniales conocidos en toda la región.
L@s tunecin@s conmemoran el aniversario de la Primavera Árabe en Túnez en 2016 (AFP)
Túnez, que parecía ser la excepción a este panorama, se encuentra ahora en una posición frágil. Y la profunda polarización (islamista frente a secularista) impuesta a las masas las ha distraído de las cuestiones socioeconómicas clave que originalmente lanzaron las revueltas.
Algunos comentaristas de la corriente principal han argumentado que la Primavera Árabe dio paso a un “invierno islamista”, con la llegada al poder de fuerzas islamistas en algunos países. Otras voces progresistas han sido menos pesimistas, ofreciendo una perspectiva más matizada históricamente que considera estos acontecimientos como parte de un proceso revolucionario a largo plazo, con altibajos, períodos de radicalización y contrarrevolución.
Este último punto de vista recibió cierta reivindicación cuando, ocho años después de los acontecimientos de 2010/11, una segunda ola de levantamientos se apoderó de Sudán, Argelia y el Líbano, seguidos de la vuelta a la palestra este año de la interminable y heroica lucha palestina; todo ello pone de manifiesto la determinación de los pueblos de seguir luchando por sus derechos y su soberanía.
Nuevos horizontes
Los trascendentales acontecimientos que se han desarrollado entre 2010 y 2021 han abierto nuevos horizontes para que la gente exprese su descontento y exija cambios y reformas radicales, obligando a casi todos los gobiernos de la región a hacer concesiones políticas y económicas.
También han surgido varios conceptos erróneos, como los intentos de los principales medios de comunicación, los gobiernos occidentales y las instituciones financieras internacionales de presentar los levantamientos simplemente como revueltas contra el autoritarismo, que buscan el tipo de libertades políticas y democracia atrofiadas que existen en los países occidentales. Esto evita cualquier análisis de clase y separa la política de la economía, ignorando las demandas socioeconómicas fundamentales de pan, justicia y dignidad.
Pero las distorsiones no terminaron ahí. Los comentaristas occidentales llamaron a las revueltas de Túnez y Egipto “revoluciones de Facebook y Twitter”, exagerando el papel de las redes sociales como revulsivo. Otro marco dominante, pero no menos superficial, interpretó las revueltas como algo principalmente levantamientos de los jóvenes contra la generación de más edad, el producto de una “numerosa población joven” en los países afectados.
Una década más tarde, los relatos de la corriente principal que conmemora el X aniversario no han aportado mucha información. Los informes hablan de revoluciones fallidas, perdidas y promesas incumplidas. Pero el tono dominante queda plasmado en el titular de un artículo de The Guardian publicado el pasado mes de diciembre, en el que se hace referencia a Mohamed Bouazizi, el vendedor ambulante que se prendió fuego, catalizando las revueltas árabes: “‘Nos arruinó’: Diez años después, los tunecinos maldicen al hombre que provocó la Primavera Árabe”.
La narrativa que se propone es la de la desesperación y la falta de esperanza: el levantamiento no valía la pena, habría sido mejor permanecer en la pobreza y las cadenas. Tales interpretaciones deben ser fuertemente cuestionadas y deconstruidas para avanzar en una lectura más matizada y menos idealista del proceso revolucionario.
Las dinámicas revolucionarias son complejas, y vienen acompañadas de inevitables crisis, carencias y fracasos, y están impregnadas de tendencias contrarrevolucionarias e invadidas por fuerzas reaccionarias. El hecho de que los pueblos de la región sigan rebelándose pone de manifiesto esta complejidad.
En última instancia, las ideas que la gente tiene sobre las revoluciones pueden afectar significativamente a sus resultados, por lo que debemos reflexionar y aprender de los levantamientos del pasado.
Mural del artista callejero Zoo Project (Bilal Berreni, 1990-2013) en Túnez
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